Vencer en la vida con una fe inamovible


Leoniza Carrillo Ríos | San Martín de la Vega, Madrid


Leoniza, radiante, en el jardín de su casa | Foto: Civilización Global

Soy del Perú, tengo 79 años y vivo en España desde hace 21.

En 1975, empecé a practicar el budismo Nichiren en la Soka Gakkai, alentada por mi madre. Ella había conocido la práctica un tiempo antes, por una señora que vendía en el mercado. Mi madre estaba sufriendo mucho a causa de la grave enfermedad respiratoria que aquejaba a mi hermana mayor. Ella tosía y tosía, apenas podía moverse y lloraba tanto por las noches que mi madre no podía dormir, ni tampoco los hermanos. El médico había dado a mi hermana un mes de vida.

Algunas personas habían recomendado a mi madre dar a beber a mi hermana una infusión de una cierta hierba. Cuando fue al mercado a comprarla, después de escuchar lo que contaba y verla llorar desconsoladamente, la vendedora le dijo: «No llores más. Te voy a dar una buena medicina. Vamos a entonar Nam-myoho-renge-kyo». Era la primera vez que mi madre oía esa frase. La mujer le explicó que practicaba el budismo y que, dado que ese día estaba previsto celebrar una reunión cerca de allí, ella y su hija enferma podían acompañarla. Mi madre le dijo entonces que mi hermana no podía moverse, pero la señora le respondió que no se preocupara, que la ayudarían, y así fue. Gracias a varias personas que fueron hasta su casa para asistirlas, mi madre y mi hermana pudieron llegar a la reunión. Una vez allí, la mujer del mercado explicó a los asistentes que ese día participaba con una shakubuku que estaba mal, y les pidió recitar daimoku todos juntos por ella.

Después de la reunión, las acompañaron de vuelta a casa. Al despedirse de mi madre la señora le dijo: «Si mañana tu hija amanece bien, vas a ver que lo que te he contado no era mentira». Después de tantos días en vela, esa noche mi madre pudo dormir. Cuando se despertó, se sobresaltó pensando que mi hermana podía haber muerto, puesto que no la había oído toser. Pero, cuando fue a su habitación, vio que lo que pasaba es que estaba mucho mejor.

Su nueva buena amiga fue temprano a casa para saber cómo había amanecido mi hermana. Ese mismo día, mi madre decidió abrazar la práctica y recibir el Gohonzon. Además, sin saber leer ni una palabra, empezó a comprar el Perú Seikyo.[1]

Mi hermano mayor le construyó el butsudan, y mi madre y mi hermana comenzaron su práctica. No lo tuvieron fácil, porque no toda la familia las entendió y apoyó, pero siguieron adelante. Aun siendo asmática, mi hermana recitaba daimoku y poco a poco se fue curando. De estar postrada en la cama con aquella tos tan fuerte, empezó a salir de casa para participar en las reuniones con mi madre.

Cuando ya se encontró bien, mi hermana decidió ir a vivir a la sierra, donde mi padre tenía una casa. Preocupada, mi madre le pidió que no se fuera, pero ella se mantuvo en su decisión. Un tiempo después, sabiendo que estaba sola, mi madre decidió ir con ella. Fue entonces cuando, antes de viajar, acompañada por la señora que le había transmitido el budismo, me animó a mí a practicar. Me dijo: «Sé que tienes muchos problemas y un gran sufrimiento en casa. Si entonas Nam-myoho-renge-kyo, podrás cambiar tu vida. Mira cómo sanó tu hermana con esta práctica». Yo me quedé muda. Era algo tan nuevo… Hoy puedo decir que esa fue su gran herencia para mí y mis cinco hijos.

[Mi madre] me dijo: «Sé que tienes muchos problemas y un gran sufrimiento en casa. Si entonas Nam-myoho-renge-kyo, podrás cambiar tu vida…». […] Hoy puedo decir que esa fue su gran herencia para mí y mis cinco hijos.

Empecé a entonar daimoku, pero a mi marido no le dije nada. Cuando encontró el Gohonzon en casa, su reacción fue airada. Eran otros tiempos y había muchos impedimentos. De hecho, poco después trajo una figura de la Virgen y la colocó al lado del altar. Yo no sabía qué hacer, y cuando pedí consejo a la antecesora en la fe que me apoyaba ella me alentó, por un lado, a recitar daimoku con todas mis fuerzas y con fe inamovible en el Gohonzon y, por otro lado, a no entrar en discusiones con mi marido, sino más bien atenderlo con más cariño. Y así avancé. Oraba por mis hijos y para no tener problemas con mi marido.

No fue fácil. Siempre había obstáculos, sobre todo para participar en las actividades de la Soka Gakkai. Temía que, si salía al final del día para hacerlo, mi marido se enfadara, opuesto como estaba a mi práctica. Por eso algunas veces le pedía que me acompañara, los sábados.

En casa había episodios de fuerte desarmonía familiar, y yo sufría mucho por ello. Quizás por ese motivo, en esa época yo no estaba bien de salud y pasaba mucho tiempo en cama. Sin embargo, seguía orando con todas mis fuerzas. Y, no recuerdo en qué momento, me curé, casi sin darme cuenta. Con el tiempo, la oración y las actividades, extraje el coraje para transformar también la situación de mi familia.

Antes de comenzar a practicar el budismo éramos muy pobres. Yo no había estudiado, pero reuniendo algo de dinero cada día conseguimos comprar una carreta para tener nuestro pequeño negocio delante de nuestra casa. Vendíamos revistas, palomitas, pan, dulce de manzana… Recuerdo que el dinero de la primera venta del día lo guardaba para comprar el Perú Seikyo y hacer ofrenda budista. Con mis hijos, nos apoyábamos para atender el negocio, y fue creciendo poco a poco, hasta que pude llegar a tener una tienda de verdad.

Antes de comenzar a practicar el budismo éramos muy pobres. Yo no había estudiado, pero reuniendo algo de dinero cada día conseguimos comprar una carreta para tener nuestro pequeño negocio delante de nuestra casa. Vendíamos revistas, palomitas, pan, dulce de manzana… Recuerdo que el dinero de la primera venta del día lo guardaba para comprar el Perú Seikyo y hacer ofrenda budista.

Nuestra casa era muy humilde; el suelo era de tierra, y no teníamos más de dos o tres sillas. Aun así, la ofrecía para las reuniones de diálogo, y les pedía a mis hijos que me ayudaran. La compañera que me apoyaba en la fe nunca dejó de visitarme. Me avisaba de cuándo eran las reuniones y me animaba a no perdérmelas para poder seguir aprendiendo.

Constaté que, si dejaba la tienda cerrada un rato para participar en una actividad, al día siguiente vendía más. Y que, en cambio, si me perdía la reunión para seguir vendiendo, casi no entraba gente. Así que decidí no perderme ya ningún encuentro.

A medida que la tienda, mi práctica budista y mi participación en las actividades de la Soka Gakkai fueron creciendo, y gracias también al esfuerzo de mis hijos, nuestro modesto hogar se transformó en una casa robusta, de ladrillos y hermosa, ¡tanto que algunos vecinos se preguntaban si teníamos algún ingreso ilícito! Hoy en día tiene varias plantas, la alquilamos y gracias a eso podemos volver de visita a Perú una vez al año.

La familia López Carrillo, en una foto histórica frente a su hogar en Lima, sobre el que Leoniza dice: «Nuestra casa era muy humilde; el suelo era de tierra […]. Aun así, la ofrecía para las reuniones»
En esta imagen reciente de la casa familiar en Lima, objeto de sucesivas mejoras a lo largo de los años, cristaliza el principio budista que afirma que «la virtud invisible genera recompensas visibles»

Cuando participaba en las reuniones de diálogo, siempre iba con mi hija pequeña. Fue un tesoro para ella, que siguió cultivando luego como joven y hoy como mujer. También oraba para la felicidad de mis hijos mayores. El que me daba más preocupaciones, aunque siempre lo invitaba a las reuniones, solo asistía cuando se lo suplicaba. Y, cuando los compañeros jóvenes lo visitaban en casa, se escondía. Pero nunca dejé de orar por su felicidad.[2]

Aunque casi era analfabeta, un día me propusieron ser repartidora del Perú Seikyo.[3] La compañera que me apoyaba me aseguró que, si bien no sería de la noche a la mañana, yo aprendería a leer. Me alentó a hacerlo para ser capaz de transmitir algún pasaje de la publicación cuando se la entregara a los compañeros y, de ese modo, alentarlos a asistir a la reunión de diálogo. Así fue: con el deseo de aprender más sobre el budismo y ayudar a otros, aprendí a leer.

En 1982, Ikeda Sensei visitó Lima, y pude participar con muchos compañeros en un evento de bienvenida. Me maravilló ser testigo de sus esfuerzos para difundir este maravilloso Nam-myoho-renge-kyo. ¡Había venido de Japón hasta Perú! Cada día le doy gracias por haber hecho posible que esta práctica llegara a mi vida.

En un momento dado, pensando en el futuro de nuestra familia, adopté la determinación de que al menos uno de mis hijos emigrara. Dejé ante el Gohonzon un papel en el que había escrito el nombre de mi segunda hija, y me puse a orar con toda mi fuerza. Un día, mi cuñado, que vivía en España, le propuso a su hija viajar aquí para estudiar. La chica no quiso, y entonces él decidió ofrecerle la posibilidad a una de sus sobrinas, es decir, mis hijas. Cuando mi segunda hija aceptó, no podía creérmelo. Oré con más fuerza y convicción aún para reunir el dinero para su bolsa de viaje, y poco a poco lo conseguimos. A partir de ahí, gracias a mi segunda hija, todos sus hermanos lograron venir a España, y con contrato laboral. Mi marido, que con los años ingresó como miembro de la Soka Gakkai, y yo fuimos los últimos en viajar, en 2003. Fue una cadena, pero todo comenzó con la primera determinación. Hoy estamos muy unidos.

Cuatro generaciones unidas: Leoniza, acompañada de buena parte de su gran familia en la celebración de su 79.º cumpleaños, en su casa en San Martín de la Vega, Madrid | Foto: Civilización Global

Ahora, en otro papel en el altar tengo los nombres de mis nietos, y cada día oro por ellos. Conocen la práctica, han estado en reuniones de diálogo de la SGEs y varias de mis nietas participan regularmente en las actividades del Departamento Futuro en el Centro Cultural Soka. Mi mayor determinación es que abracen la práctica firmemente.

Cuando tienen algún problema, siempre les digo a mis hijos que la oración de los padres llega a los hijos, y que la fe mueve montañas. Sin falta llegará el momento en que lo que nos esforzamos por transmitir dará sus frutos.

Como escribió el Daishonin, existe una fe como el fuego, que se apaga, y una fe como el agua, que siempre sigue fluyendo.[4] Mi fe continuará como el agua, hasta el último momento de mi vida.

Como escribió el Daishonin, existe una fe como el fuego, que se apaga, y una fe como el agua, que siempre sigue fluyendo. Mi fe continuará como el agua.


[1] ↑ El Perú Seikyo es la publicación periódica de la Soka Gakkai en Perú. El nombre fue propuesto por Daisaku Ikeda a petición de los miembros locales (véase IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana. Volúmenes 11 y 12, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, pág. 76). Como Civilización Global, es una «publicación hermana» del Seikyo Shimbun, diario de la Soka Gakkai en Japón.

[2] ↑ Hoy, tanto la hija como el hijo a los que alude Leoniza son pilares del kosen-rufu en sus respectivas áreas de actividad en la Soka Gakkai de España.

[3] ↑ Algunas publicaciones de la Soka Gakkai, como el Perú Seikyo, históricamente han sido distribuidas por miembros de la organización designados para tal labor. Para adaptarse a la evolución de la sociedad, a ese modo de distribución se han ido sumando otros, como el envío por correo postal o la publicación digital. No obstante, el aliento a leer y difundir dichas publicaciones sigue practicándose en la Soka Gakkai de manera invariable.

[4] ↑ Nichiren Daishonin dice: «Hoy, hay personas que creen en el Sutra del loto. La fe de algunos es como el fuego, mientras que la de otros es como el agua. Cuando los primeros escuchan las enseñanzas, su pasión se enciende como el fuego, pero a medida que pasa el tiempo, tienden a abandonar la fe. Tener fe como el agua significa creer continuamente, sin retroceder jamás» (Las dos clases de fe, en END, pág. 942).

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