Una gran revolución humana desde la cárcel


Gaspare Gullo | Maspalomas, Gran Canaria


Gaspare Gullo, en un reciente visita al Centro Cultural Soka | Foto: Civilización Global

Esta experiencia empieza en el año 1971. En aquel momento, yo tenía 14 años y era considerado una pequeña promesa del fútbol en mi ciudad, Turín. Mi sueño era ser una estrella de la primera división de la liga italiana y, a la edad de 15 años, se presentó una grandísima ocasión: el Messina, que jugaba en la segunda división, me quería fichar.

Yo estaba muy ilusionado; ya me veía jugando en los grandes equipos. Pero mis padres se negaron a firmar el fichaje: yo era muy joven y no querían dejarme ir solo a Sicilia, a 1300 kilómetros de distancia. En ese momento, sentí que el mundo se me caía encima.

A los 17 años empecé a tener muy malas compañías. Recuerdo que, aun siendo tan joven, no volvía a casa durante varios días… A los 18 me arrestaron por robo, pero, como era mi primer incidente con la justicia, estuve muy poco tiempo en la cárcel. Sin embargo, con eso empezó mi carrera criminal, que me llevó a implicarme en negocios ilegales con los que ganaba mucho dinero.

Cuando tenía 25 años, me arrestaron de nuevo y fui condenado a 8 meses de prisión. Al salir, seguí haciendo lo mismo que antes de entrar y, así, con 30 años, volví a ingresar en la cárcel, solo que esta vez la pena fue mucho mayor: en primera instancia me condenaron a 24 años y 8 meses de cárcel, que luego aumentaron hasta 28 años y 4 meses por los agravantes de todos los delitos cometidos anteriormente. Corría el año 1987, y ahí empezó mi verdadero sufrimiento.

A los 17 años empecé a tener muy malas compañías. […] A los 18 me arrestaron por robo, pero, como era mi primer incidente con la justicia, estuve muy poco tiempo en la cárcel. Sin embargo, con eso empezó mi carrera criminal. […] Con 30 años, volví a ingresar en la cárcel, solo que esta vez la pena fue mucho mayor […]. Ahí empezó mi verdadero sufrimiento.

En prisión era un inconformista y un revolucionario. Siempre estaba en la primera línea de cualquier protesta, creándome no pocos problemas. Pero no lo hacía por tonterías: las cárceles italianas estaban desbordadas –el número de presos prácticamente doblaba la capacidad nominal de las prisiones– y vivíamos en condiciones infrahumanas.

Fue así que, de la cárcel de Vallette, en mi ciudad, me trasladaron primero a Saluzzo, en la provincia vecina de Cuneo, después a Fossano, en la misma provincia, y de ahí a Turín otra vez. Tras nueve años en prisión, conocía y estaba en contacto por carta con muchísimos presos. Entonces, en 1996, organizamos entre varios una huelga de hambre que provocó la intervención del Ministerio de Justicia.

Algunos funcionarios del Ministerio vinieron a Turín a hablar con un grupo de representantes de los presos en huelga, entre los cuales estaba yo. Nos prometieron que, si dejábamos la huelga, llevarían la cuestión al Parlamento de la República Italiana. El 1 de octubre de ese mismo año se aprobó en la Cámara de los Diputados una propuesta de ley para modificar un artículo del Código Penal sobre la detención penitenciaria de personas con condenas inferiores a tres años de cárcel. Dos años más tarde, la ley se aprobaría definitivamente, y con ello se aliviaría de forma sustancial la situación de hacinamiento en las cárceles italianas.

Con todo lo vivido, mi salud había empeorado severamente. En 1997 fui trasladado a un hospital penitenciario en Pisa. Hacía ya tiempo que estaba pendiente de una operación de corazón, concretamente de la válvula aórtica. Me encontraba fatal, agotado a causa de tanta lucha y de la enfermedad. Y me sentía muy solo.

Empecé a tener pensamientos terribles como el de quitarme la vida. Hablaba solo y pensaba que me volvía loco. La único que hacía era recitar el rosario y orar a la virgen y a Dios para salir de allí. Pero, por mucho que orara, no pasaba nada, y yo me preguntaba: ¿cómo es posible que otros presos salgan de prisión fingiendo enfermedades y yo, que de verdad tengo un problema grave, no consigo nada?

Cuando mi madre vino a visitarme al hospital, vi su sufrimiento al verme tan delgado y con tanto dolor, y esto me desgarró el corazón. En ese momento, decidí seguir adelante concentrándome en el recuerdo de mis cuatro hijos, a los que no veía hacía mucho tiempo, y de mi querida madre. Esto me permitió no tirar la toalla.

En realidad, yo me negaba a operarme bajo régimen penitenciario: una intervención como aquella a la que me debía someter implica mucho estrés psicológico, y no es fácil de llevar si se ve intensificado por la custodia policial las 24 horas del día. Sin operarme, después de cuatro meses, me trasladaron de Pisa a otro hospital penitenciario en Milán y, a los tres meses, al de Turín. En esos siete meses mi cardiopatía empeoró tanto que finalmente tuve que aceptar que la intervención se realizase en régimen penitenciario. Fue en mayo de 1998.

Tras la operación tuve mucho dolor; me parecía como si estuviese a punto de morir. Por otro lado, los muchos tranquilizantes que me administraban me dejaban aletargado, y en muchos momentos no era capaz de recordar dónde estaba. Con el paso de los días, cuando empecé a pasar tiempo despierto y sin calmantes, mis vigilantes hablaban con voz muy alta y hacían mucho ruido, y cada vez que les imploraba que bajasen la voz se reían de mí. Sufría muchísimo, física y psicológicamente. Revivía en mi memoria todos los momentos compartidos con mis hijos…

En los años siguientes, mi conducta en prisión cambió muchísimo: estaba más tranquilo y simplemente esperaba cumplir mi condena. Un día de abril de 2002, Elio, un amigo preso al que conocía desde los inicios de mi condena, vino a mí y empezó hablarme de Nam-myoho-renge-kyo. Le dije que me dejara en paz; con 16 años ya en prisión, ¿qué narices me iba a contar?

La semana siguiente, Elio me regaló un libro de introducción al budismo e insistió en que lo leyera. Fue después de una visita de su hermana, que era practicante. Él me explicó que el budismo existía desde hace más de 2500 años, es decir, antes de Cristo.

Un poco por curiosidad, y porque realmente estaba cansado de sufrir, probé a repetir aquella frase. Después de los primeros cinco minutos, comencé a sentirme muy bien, como si un aire fresco entrase en mi vida. Me sentía regenerado y en paz con mi alma. Lo que siempre había soñado, por fin, había llegado.

Un día de abril de 2002, Elio, un amigo preso al que conocía desde los inicios de mi condena, vino a mí y empezó hablarme de Nam-myoho-renge-kyo. Le dije que me dejara en paz […]. La semana siguiente, […] probé a repetir aquella frase. Después de los primeros cinco minutos, comencé a sentirme muy bien, como si un aire fresco entrase en mi vida. Me sentía regenerado y en paz con mi alma. Lo que siempre había soñado, por fin, había llegado.

Empecé a recitar 20 minutos de daimoku cada día, y me sentía un león, con un estado vital muy alto. Todas las barreras que me tenían bloqueado empezaron a caer y llegaron los primeros beneficios.

Tengo cuatro hijos: Salvo, Agata, Piero y Fabio. Debido a mi forma de ser y a las circunstancias, yo había perdido mi rol de padre, e incluso de persona en la sociedad. Sufría porque mis hijos no me querían; me partía el corazón. Pero, una semana después de comenzar a orar, recibí una carta de mi hija Agata. Lloré de felicidad, y pensé: «¡Mi hija aún me quiere!». Hacía años que no tenía noticias de mis hijos.

Veinte días después, me dieron el primer permiso de 24 horas de libertad por buena conducta. Hacía 16 años que no pisaba la calle. Yo no me lo creía, y tampoco mi abogado, que había llegado al punto de pedirme que no presentase más solicitudes de permisos de salida porque no me las iban a aceptar.

Gracias a ese permiso, en mayo –un mes después de recitar Nam-myoho-renge-kyo por primera vez– salí de la cárcel por un día. No puedo describir mi felicidad y la de mis familiares, que no daban crédito. Debido a mis antecedentes, muchos pensaron que no respetaría el permiso, pero se equivocaron. Volví a la hora establecida, y al día siguiente los psicólogos, los médicos y el director de la cárcel me felicitaron por volver.

Determiné orar una hora al día y hacer shakubuku[1] a todas las personas con las que me encontraba en la cárcel: presos, guardias, funcionarios, personal médico, etc. No me importaba lo que pensaran de mí.

Pese a hacer frente a grandes obstáculos, con mi amigo Elio logramos que acondicionaran una celda para realizar nuestra práctica budista en ella. Y el director empezó a responder favorablemente a bastantes peticiones, ya que vio un gran cambio en nosotros.

Una foto para la historia: internos de la cárcel de Vallette en la celda acondicionada para que pudieran realizar la práctica del budismo Nichiren, con Elio, el buen amigo de Gaspare, en el centro (Turín, 2002) | Foto: Cortesía de Gaspare Gullo

Después de tantos años en prisión, los únicos que habían seguido a mi lado eran mis padres y mis hermanos. Pronto, a ellos se sumaron los miembros de la Soka Gakkai gracias a los cuales Elio y yo podíamos disponer de materiales budistas en la cárcel, para nosotros y para compartir con los compañeros a los que transmitíamos la enseñanza. En poco tiempo llegamos a ser unos diez practicantes del budismo Nichiren en la cárcel.

A los seis meses, me concedieron el régimen de semilibertad, gracias al cual de día trabajaba en la pizzería de mi hermano y por la noche volvía a la cárcel a dormir. Mi abogado estaba sin palabras.

En 2002, estando todavía en régimen de semilibertad, asumí la responsabilidad de un grupo de diálogo de la Soka Gakkai fuera de la cárcel. Cada reunión era para mí un gran desafío, cargado de emociones.

Estando todavía en régimen de semilibertad, asumí la responsabilidad de un grupo de diálogo de la Soka Gakkai fuera de la cárcel. Cada reunión era para mí un gran desafío, cargado de emociones.

Paralelamente, dentro de la prisión nació el grupo Rinascere (Renacer). Los presos que iniciaban su práctica recibían apoyo desde fuera, a través de cartas, y también desde dentro, mediante las visitas de una miembro que gozaba de permiso para acceder a las instalaciones. En 2003, catorce internos ingresaron como nuevos miembros de la Soka Gakkai. Hoy en día, en esa cárcel se celebran reuniones de diálogo regularmente, y se cuenta con el apoyo estable de voluntarios de la Soka Gakkai autorizados.

Además, partiendo de la cárcel de Turín, el budismo de Nichiren Daishonin empezó a practicarse en otras cárceles de Italia: Pisa, Alessandria, Fossano, Roma, Livorno. Mi amigo Elio fue el gran promotor de esta expansión, al escribir muchísimas cartas para transmitir la Ley Mística a presos de toda Italia.

Saber reconocer a las personas que más sufren para transmitirles la Ley [Mística]: debido a mi experiencia personal, esta […] meta es muy importante para mí.

Como a mis padres, el gran cambio en mi vida sorprendió también a mi hermano Emanuel. Él me preguntó por la práctica y quiso ir conmigo a una reunión de diálogo. Al poco tiempo ingresó como miembro, y desde entonces no ha dejado de asistir a ninguna actividad. Algo similar pasó con mi amigo Totó, con quien jugaba al fútbol en la infancia. Lo estuve alentando mucho durante un año entero, e increíblemente recibió el Gohonzon el mismo día que mi hermano. Además, desde 2008 dos de mis cuatro hijos son miembros de la Soka Gakkai. Agata se casó en mayo de este año con ceremonia budista, y estoy feliz de haber podido acompañarla. Me siento un hombre afortunado.

Doy las gracias a los miembros de la Soka Gakkai que hicieron posible la realización de actividades dentro de la cárcel y que las apoyaron, brindando así coraje y esperanza a todos los presos. Y quiero agradecer sobre todo a mi maestro Daisaku Ikeda, por confiar en mí.

Gaspare, «renacido», en una celebración con parte de su gran familia | Foto: Cortesía de Gaspare Gullo

Este pasaje del Gosho tiene un gran significado para mí:

No hay otra felicidad verdadera más que mantener la fe en el Sutra del loto. A eso se refiere la expresión «[disfrutarán] de paz y de seguridad en su existencia actual y de buenas circunstancias en existencias futuras». Aunque surjan problemas mundanos, jamás deje que estos lo perturben. Nadie puede evitar las dificultades, ni siquiera los sabios y venerables. […] Sufra lo que tenga que sufrir; goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida, y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo, pase lo que pase. ¿No sería esto experimentar la alegría ilimitada de la Ley? Fortalezca más que nunca el poder de su fe.[2]

Desde 2018 vivo en Gran Canaria. Me mudé a sugerencia de mi médico: debido a mis problemas de salud, tenía que tomar antibióticos cada poco tiempo, y me estaba debilitando mucho. El clima de Gran Canaria me está beneficiando.

La lucha del kosen-rufu aquí no cesa: hay que recorrer distancias importantes para participar en las actividades de la Soka Gakkai y, al ser menos practicantes que en la ciudad donde empecé, como pioneros no podemos desfallecer; tenemos que mantener siempre ardiente la llama de la fe. Recordar cómo Ikeda Sensei, tras la muerte de Josei Toda en 1958, asumió plenamente el legado de su maestro, en su corazón y sus acciones, me da una gran fuerza.

Reunión de diálogo de julio en el grupo Sol de Maspalomas, Gran Canaria, en el que es responsable Gaspare | Foto: Mario Carboni

Junto con mi lucha en Canarias, también estoy viajando periódicamente a Madrid para participar en la actividad del grupo Shijo Kingo en el Centro Cultural Soka en fin de semana.[3] Mi deseo es que más hombres de nuestra isla se animen a hacerlo.

Mis objetivos para el futuro son difundir la Ley con el mismo espíritu que mi maestro; continuar mi revolución humana concretando nuevas pruebas reales en mi vida cotidiana; y, sobre todo, saber reconocer a las personas que más sufren para transmitirles la Ley: debido a mi experiencia personal, esta última meta es muy importante para mí.


[1] ↑ La expresión japonesa shakubuku alude al aliento a practicar el budismo.

[2] ↑ La felicidad en este mundo, en END, pág. 715.

[3] ↑ El grupo Shijo Kingo atiende el Centro Cultural Soka entre semana por las noches y a lo largo del fin de semana, en este último caso en colaboración con los grupos Bienvenida, Azahar, Soka e Índigo de la SGEs, entre otros.

Scroll al inicio