Entrevistamos a Paqui Cabeza, quien, a una edad en la que se nos tiende a hacer creer que ya está todo decidido, decidió dar un giro a su vida profesional para dedicarse a la educación de adolescentes.
Eres docente en un instituto de Sevilla, en la especialidad de Formación y Orientación Laboral (F.O.L.). ¿Cómo llegaste ahí?
Yo me formé como psicóloga. Aunque no tenía muy claro si quería ejercer como psicóloga clínica, sí sabía que quería contribuir a construir una sociedad mejor.
Tras finalizar la carrera y especializarme en feminismo e igualdad, empecé a trabajar en consultoras en cuestiones relacionadas con la igualdad. Uno de los proyectos en los que colaboré consistía en dar formación a dirigentes sindicales y negociadores de convenios colectivos para que pudieran introducir la perspectiva de género en estos convenios.
A raíz de participar en este proyecto, surgió la oportunidad de trabajar en un sindicato poniendo en marcha proyectos de inserción laboral e igualdad de oportunidades. Eso fue en 2002. Me trasladé de Málaga a Sevilla e inicié una carrera profesional que duró cerca de 19 años, hasta que, en octubre de 2020, tomo la decisión de dar un giro y asumir un gran cambio profesional.
Hablamos entonces de una etapa reciente… Cuéntanos más sobre ese cambio, por favor.
Desde hacía un año, la situación en el trabajo estaba siendo realmente dura. El nivel de estrés por la carga de trabajo y el ambiente hacía que me sintiese cada vez más frustrada y cansada. Recuerdo que, como budista, oraba para transformar esta realidad. Lo que aún no sabía es que no se iba a producir un cambio en el trabajo, sino un cambio de trabajo.
Decimos que «todo comienza por la oración».1 Puedo atestiguar que, mediante mi oración, lo que estaba viviendo como una derrota, por no saber afrontar la situación, se convirtió en la causa de una futura victoria para mi vida.
A finales de septiembre de 2020, por sorpresa, desde la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía se me ofrece cubrir una plaza de profesora en un instituto de enseñanza secundaria. Digo «por sorpresa» porque, si bien había entrado a formar parte de una bolsa de interinos, eso había sido 5 años antes, en 2015.
¿Qué te había llevado a solicitar tu inclusión en la bolsa de interinos?
Una amiga, que es docente, me comentó que se abría una bolsa en la especialidad de F.O.L. y que yo tenía el perfil. Estuve a punto de no presentar la documentación, pues en ese momento estaba contenta en el trabajo en el sindicato, tenía un buen salario, un buen horario y estabilidad. Pero, finalmente, postulé.
Cuando se publicaron los resultados, vi que había sido aceptada. Pero estaba en el puesto tres mil y pico, y me olvidé por completo de ello, pues en ese momento tenía pocas esperanzas de que alguna vez pudiese trabajar como profesora.
A finales de septiembre de 2020, por sorpresa, desde la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía se me ofrece cubrir una plaza de profesora en un instituto de enseñanza secundaria.
Fue así hasta que, un fin de semana que viajé a Málaga, mi hermana, que también es docente, me preguntó por la bolsa. Ella sabía que con la pandemia se estaba produciendo mucha movilidad en el profesorado. Cuando aquel lunes fui a ver cuál era mi posición, tuve una nueva sorpresa: era la número dos.
Desde la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía no te llaman para que te incorpores a una plaza; tienes que estar tú pendiente, comprobando si vas a ser convocada y a punto estuve de no enterarme de nada de este proceso. La llegada de mi turno significaba que en 48 horas debía incorporarme a un destino que aún no conocía. De repente, tenía que tomar una decisión y, si aceptaba, esta implicaba dejar un trabajo estable de 19 años, posiblemente mudarme a otra localidad y hacer frente a los cambios que suponía la docencia: preparar materias que nunca había visto, trabajar con adolescentes… Y todo ello en pandemia, con mascarilla, cierre perimetral y las dificultades que todos sufrimos.
Tampoco estaba segura de si lo que se me planteaba tendría continuidad, porque no sabía si en ese curso trabajaría solo unos meses ni si el curso siguiente volvería a hacerlo. Por otro lado, si decía que no, me penalizarían con la expulsión de la bolsa.
Me asaltaron muchos miedos y dudas.
Es comprensible… ¿Cómo te decidiste, entonces, a dar ese giro?
Mi hermana fue fundamental. En todo momento conté con su apoyo y con lo aprendido a través de su propia experiencia, pues había enfrentado una situación similar.
Además, Nichiren Daishonin dice que ninguna oración queda sin respuesta y, en un momento de lucidez, tomé conciencia de que yo había estado recitando daimoku con la meta de que la situación en el trabajo cambiase, y de que lo que se me había presentado era una oportunidad de cambio.2
Tomé conciencia de que yo había estado recitando daimoku con la meta de que la situación en el trabajo cambiase, y de que lo que se me había presentado era una oportunidad de cambio.
Además, todo se había alineado para que yo pudiera aprovechar esa oportunidad. Por ejemplo, gracias a aquel viaje de fin de semana a Málaga, mi hermana me había preguntado por la bolsa de interinos justo en el momento preciso.
Y entonces te asignaron tu primer destino.
Sí, Córdoba. Me incorporé en ese mes de octubre de 2020, con el beneficio de que lo que iba a ser una sustitución resultó ser una vacante, es decir, un puesto para todo el curso en el mismo centro.
Pero el inicio fue difícil… Como llegué al centro con el curso iniciado, los grupos ya estaban asignados. Uno de ellos, en concreto, reunía a alumnado de lo más disruptivo y con peores resultados académicos. En clase lo pasaba mal, pues estaban cuestionándome continuamente y muchas veces no sabía cómo manejar la situación.
Cuando terminaba mi jornada laboral, en casa me pasaba el resto de mi tiempo estudiando lo que tenía que dar al día siguiente, poniendo y corrigiendo actividades y exámenes, etc. Me faltaban horas. El uso de las mascarillas y la ausencia de contacto con la gente aún dificultaba más las cosas. Y desde el punto de vista económico la situación me suponía un esfuerzo, ya que pagaba dos alquileres –el de mi casa en Sevilla y el nuevo de Córdoba, donde estaba de lunes a viernes– más los gastos de desplazamiento, etc.
Me incorporé en ese mes de octubre de 2020, con el beneficio de que lo que iba a ser una sustitución resultó ser una vacante […]. Pero el inicio fue difícil…
De nuevo me asaltaron las dudas, y con agudeza. Lloraba cuando volvía del instituto, diciéndome: «¿Dónde me he metido?», «¿Qué he hecho?». Lloraba delante del Gohonzon intentando entender por qué de un trabajo extenuante había pasado a otro al que tenía que dedicar tantas horas. Lloraba porque no sabía cómo hacer con el grupo de alumnos conflictivos…
Aun así, terminé el curso y decidí seguir en la docencia. Y no solo eso: decidí también prepararme para las oposiciones con el objetivo de lograr una plaza fija.
Lo que compartes recuerda, verdaderamente, la clase de aceleración que permite elevar el vuelo.
Lo que puedo decir es que este desafío ha requerido sacrificio y dedicar cada minuto disponible al estudio. Pero sin perder de vista que la oración debía ser la base.
El primer día coloqué en mi altar budista un papel donde había escrito: «Una plaza es mía». Fue la época de mi vida en la que dispuse de menos tiempo, pero, a la vez, aquella en la que la determinación fue más fuerte. Cada día sacaba minutos para entonar daimoku.
No quiero extenderme hablando de la cantidad de obstáculos que aparecieron a lo largo de los diez meses de preparación, que fueron numerosos. Pude sobreponerme a cada uno de ellos y, aunque muchos días tuve ganas de abandonar, no perdí el rumbo hacia mi meta.
Fui capaz de superar los exámenes con éxito. Tras estos, había que entregar la programación y, aunque esto debe hacerse en un documento muy estandarizado, incluí en él una cita de Daisaku Ikeda sobre la importancia de la revolución humana. Pensé: «Es la forma de visualizar que mi maestro me acompaña en todo este proceso. Algo que está encabezado por unas palabras suyas no puede ir mal».
Conseguí una plaza de funcionaria con la tercera mejor nota de mi tribunal. Esto ha hecho posible que me hayan asignado como destino definitivo un centro que se encuentra en Sevilla capital, a solo 15 minutos de casa.
Nuestra enhorabuena, Paqui. Es verdaderamente admirable. Para finalizar, ¿nos podrías hablar sobre la educación de adolescentes, con la perspectiva que te dan estos casi cinco años de experiencia?
En el instituto tratas con estudiantes que vienen de todas partes, con sus historias y vivencias particulares. Por eso es importante captar la individualidad de cada uno. Gracias a intentarlo, he podido establecer con mis alumnos una relación en la que, además de impartir los contenidos teóricos, consigo transmitir valores humanos como son el respeto y el valor de la singularidad y las necesidades de cada uno, haciendo que vean en mí una persona comprometida con su aprendizaje y su desarrollo. Considero fundamental que me perciban como alguien a quien le importa su futuro.
En el instituto […] consigo transmitir valores humanos como son el respeto y el valor de la singularidad.
Algunos han acudido a mí una vez terminado el curso para pedir orientación y compartir decisiones que debían tomar sobre su futuro profesional. Y, ya finalizados los estudios, me informan sobre sus experiencias, con lo que nuestros lazos van más allá en el tiempo.
En esencia, me esfuerzo en impregnar de humanismo la labor que hago con ellos. Es una experiencia muy bonita y gratificante.
- En marzo de 2009, Daisaku Ikeda propuso al Departamento de Mujeres de la Soka Gakkai «cinco guías para la victoria absoluta», la primera de las cuales es esa: «Todo comienza por la oración». Puede leerse al respecto en CG, n.º 178, febrero 2020, sección «Estudio mensual».
- En Sobre la oración se lee: «jamás podría ocurrir que las oraciones del practicante del Sutra del loto quedaran sin respuesta» (en END, pág. 364).