Volver a brillar, aún más que antes


Luis Llamas | Ondara, Alicante


Luis Llamas | Fotos: cortesía de Luis Llamas

Nací dos meses después de la primera visita de Daisaku Ikeda a España, y nací artista.1

No había ningún antecedente en mi familia, salvo mi madre, una persona creativa que cantaba –y bastante bien– mientras hacía los trabajos de la casa. Ya desde muy pequeño mi forma de bailar llamaba la atención. A mi madre le encantaba, pero no conté con el apoyo de mi padre para desarrollar mis cualidades, posiblemente porque no lo veía serio. Al ponérmelo difícil, él cumplió una función importante en mi vida, porque hizo que la determinación de concretar mi deseo se volviera más firme.

En aquella Zaragoza famosa por sus escuelas de baile, no fue hasta los dieciséis años que empecé a tomar clases, cuando pude empezar a pagarlas. Al principio fue un poco a escondidas, pero tuve la suerte de encontrar una buena profesora que se interesó verdaderamente por mí, dándome clases particulares. Por entonces, yo trabajaba diez horas diarias en una empresa de muebles.

Ya desde muy pequeño mi forma de bailar llamaba la atención. […] Cuando alcancé la mayoría de edad, […] me marché a Valencia, porque me enteré de que buscaban un bailarín allí, y conseguí el puesto. […] Empecé desde abajo y de forma tímida, pero a los dos años ya era protagonista. Al parecer, tenía algo especial que gustaba…

Cuando alcancé la mayoría de edad, me atreví a dejar mi trabajo y arriesgarme a ir a por todas. Me marché a Valencia, porque me enteré de que buscaban un bailarín allí, y conseguí el puesto. Era en una sala de music-hall, que resultó ser una de las mejores de Europa. Y para mí fue una gran escuela: nos enseñaban a cantar, bailar, diseñar técnicas de maquillaje y caracterización, etc. Empecé desde abajo y de forma tímida, pero a los dos años ya era protagonista. Al parecer, tenía algo especial que gustaba… No era el mejor en nada, pero conectaba bien con el público. Mi familia vino a verme y quedaron maravillados, sobre todo mi madre: nunca olvidaré su cara de satisfacción. Poco después falleció de forma repentina, pero pudo estar presente en mi primer triunfo.

Cuando ya me pareció suficiente, decidí probar suerte en Madrid. No me costó encontrar trabajo: poco después de llegar, estaba en uno de los mejores programas de televisión de la época, el mítico «Un, dos, tres… responda otra vez». Allí pude demostrar todo lo que había aprendido, y también seguir aprendiendo. Tenía tanta energía que incluso trabajaba por las noches en otros espectáculos, como galán de teatro, presentador, maestro de ceremonias, etc. Mi trabajo me gustaba tanto que ni siquiera me parecía un trabajo. Así, conseguí pagar mi piso en Madrid en poco tiempo.

«Mi trabajo me gustaba tanto que ni siquiera me parecía un trabajo»: una vida, la de Luis Llamas, dedicada al espectáculo

Siendo la profesión de artista bastante inestable, tomé la decisión de montar un restaurante en Madrid con un socio cocinero, y después otro en Euskadi, donde me quedé regentando el local y, al mismo tiempo, haciendo entretenimiento como showman para los clientes. Se podría decir que era un triunfador; estaba acostumbrado a que todo me saliera bien.

Sin embargo, tras unos diez años en Euskadi, empezaron a surgir algunos problemas con mi socio, así que decidí volver a Madrid para empezar una nueva etapa en mi vida. Allí, un amigo artista me hizo conocer la práctica del budismo Nichiren en la Soka Gakkai. Al principio no me lo tomé muy en serio, me parecía raro. Veía que se reunían en su casa muchas personas; la mayoría eran actores y del mundo artístico, y por eso las reuniones eran en lunes. Por otro lado, no tenía nada que perder, y al terminar los encuentros siempre salía contento, así que decidí intentarlo.

En las reuniones de diálogo participaba un responsable de la SGEs que al principio me parecía muy serio, pero que resultó ser encantador. Aprovechando la cercanía que nos daba el ser vecinos, quedábamos a menudo para hablar sobre el budismo. Él me ayudó a comprender la importancia de la práctica y el estudio, y con su apoyo, ingresé en la Soka Gakkai y recibí el Gohonzon en julio del 2008. Además, me animó a estudiar y a presentarme a los exámenes de budismo. A partir de ese momento, participé con absoluta entrega en todas las actividades que estuvieron a mi alcance.

Cuando supimos del proyecto de construcción del nuevo centro cultural en Rivas-Vaciamadrid, las oportunidades de contribuir al movimiento local por el kosen-rufu se multiplicaron, y yo intentaba participar en todo lo posible: colaboré en la colocación de los cuadros que decoran el centro, ayudé a plantar los primeros árboles de lo que hoy es el Jardín de la Paz, hacía la actividad de Bienvenida cada semana, intervine en varias ediciones de la Fiesta de la Cultura Soka… Fue maravilloso: me sentía útil y lleno de vida.

Debido a mi naturaleza inquieta y nómada, un tiempo después decidí mudarme a Valencia, también porque la contaminación madrileña no me hacía bien. Fui con toda la voluntad de compartir lo que había aprendido en tantas actividades en Madrid, pensando en cómo podría servir al kosen-rufu en Valencia. Poco después de llegar, asumí una responsabilidad en el Departamento de Hombres de la SGEs allí, y empecé mi labor junto a otro compañero con quien formamos un muy buen equipo.

Después de un tiempo, el dinero empezó a escasear y tuve que aceptar un trabajo en Gandía. Empecé a frustrarme por no poder participar en las actividades de la Soka Gakkai en Valencia y, entre esa y otras circunstancias, poco a poco me fui alejando de la práctica, lo que no me hizo sentir bien.

De Gandía me fui a Denia, donde encontré empleo como maestro de ceremonias y después como showman en un dúo con un pianista. Allí trabajé durante unos años en fiestas y eventos, hasta que en 2020 decidí montar un negocio: un local para albergar mis propios espectáculos y los de otros artistas, así como todo tipo de actividades culturales. La fatalidad fue que lo abrí cinco días antes del confinamiento… ¡Un auténtico cataclismo! Tuve que vender mi casa de Madrid para sufragar los gastos, y al final lo perdí todo.

Mi vida se derrumbó. Me fui hundiendo en un pozo sin fondo. Entré en una fuerte depresión y adopté malos hábitos. Como resultado, me volví pasto de múltiples enfermedades, algunas de las cuales con mal pronóstico; pero la peor de todas fue una encefalopatía grave. Todo esto generó un gran vacío en mí, que me hizo naufragar y alejarme del todo de la práctica budista.

Se podría decir que era un triunfador; estaba acostumbrado a que todo me saliera bien. Sin embargo, […] empezaron a surgir algunos problemas […]. Entré en una fuerte depresión y adopté malos hábitos. Como resultado, me volví pasto de múltiples enfermedades, algunas de las cuales con mal pronóstico […]. Todo esto generó un gran vacío en mí, que me hizo naufragar y alejarme del todo de la práctica budista.

Tuvo que venir a rescatarme, literalmente, mi hermano, con quien en realidad no tenía muy buena relación. Me llevó a su casa, en Zaragoza, y estuve allí un largo tiempo, yendo a un centro de día mientras él y su mujer trabajaban. A pesar de sus ocupaciones diarias, entre los dos siempre buscaron la forma de acompañarme a las citas médicas, y también en algunos ingresos hospitalarios. Anulado totalmente, me dejaba hacer. Apenas les reconocía, principalmente por sus voces. Todo hacía creer que yo duraría poco: la opinión de los médicos, los comentarios que se susurraban quienes me visitaban.

Un día, avisado por un buen amigo de Madrid, apareció en mi habitación de hospital alguien que reconocí por su acento: era un compañero de la Soka Gakkai japonés y flamenco, que había dejado Sevilla para instalarse en Zaragoza. Al oírlo, algo en mí empezó a despertar, fue un encuentro mágico, o más bien místico…

Cuando salí del hospital, ese compañero, responsable en la SGEs, empezó a visitarme con frecuencia en la casa de mi hermano para alentarme y hacer daimoku conmigo, atravesando la ciudad con su moto en el frío zaragozano. Mi hermano y su mujer flipaban, porque además él era famoso en Aragón por sus colaboraciones en la televisión autonómica.

Con torpeza, yo intentaba seguirle, aquel canto lo conocía… Poco a poco, el daimoku empezó a dar frutos. Y, ante la sorpresa de mi familia, mis amigos y los propios médicos –que no se lo podían creer–, fui volviendo de aquella oscuridad en la que estaba sumido. Los médicos llegaron a preguntarme si hacía algo más que los tratamientos indicados. Yo les respondía que practicaba el budismo.

Volví a coger las riendas de mi vida. Sentí que podía vencer, que no me iba a rendir. Pude renovar mi licencia de conducir y, poco a poco, fui ganando independencia. Ante el estupor de mi hermano, decidí regresar a mi casa de Alicante, en Ondara, donde ahora llevo dos años y medio ocupándome de mí mismo. Me he apuntado a clases de inglés, valenciano, solfeo, piano y guitarra, y estoy consiguiendo buenas notas. Además, estoy apuntado a una coral polifónica y he llegado a participar en cuatro corales más.

Retomar la práctica me ha hecho renacer, revivir en todos los sentidos, y artísticamente he podido volver a brillar, aún más que antes. Al principio de mi enfermedad nadie habría podido creer que yo cantaría de nuevo, pero he vuelto a ser yo, en una versión todavía mejor, y con una paz interior que nunca había sentido.

Luis (en pie, a la izquierda), en una reciente reunión del grupo Coraje de la SGEs, en la Marina Alta

¿Para qué me ha servido todo esto? Vivir esta experiencia me ha ayudado a no dejar pasar ni un día sin entonar daimoku, a desprenderme de mis apegos y mis miedos, a no rendirme, a no dejar de sonreír y ayudar a los demás, a ser coherente, a saber que los obstáculos aparecen a la altura de nuestras capacidades y que las dificultades nos ayudan a seguir creciendo.2

Retomar la práctica me ha hecho renacer, revivir en todos los sentidos […]. Vivir esta experiencia me ha ayudado a no dejar pasar ni un día sin entonar daimoku, a desprenderme de mis apegos y mis miedos, a no rendirme, a no dejar de sonreír y ayudar a los demás, a ser coherente, a saber que los obstáculos aparecen a la altura de nuestras capacidades y que las dificultades nos ayudan a seguir creciendo.

Actualmente estoy enfrentando nuevos desafíos. Pero esta vez estoy seguro de que estoy en el camino correcto, y no me voy a rendir.

No existe felicidad mayor que tener fe en el Sutra del loto. El budismo nos promete paz y seguridad en esta vida y buenas circunstancias en la próxima. Como dice Nichiren Daishonin: «Aunque surjan problemas mundanos, jamás deje que estos lo perturben. Nadie puede evitar las dificultades, ni siquiera los sabios y venerables».3

Quiero dedicar esta experiencia a todas las personas que me han ayudado a ser mejor y, sobre todo, a los responsables, por la función que desempeñan, con todo mi agradecimiento.


  1. Daisaku Ikeda visitó España por primera vez en octubre de 1961. En IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vols. 5 y 6, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2013, págs. 51-55, recreó esa visita. Al hacerlo, expresó su respeto por el «espíritu invencible capaz de resistir el mal y de luchar por la causa de la paz y del humanismo» (ib., pág. 54) compartido por Pablo Picasso y Pau Casals, artistas ambos.
  2. En este sentido, Daisaku Ikeda señala: «Cada uno de nosotros, inevitablemente, debe lidiar con situaciones o circunstancias complejas en la vida. Quizá nos veamos expuestos a dificultades y sufrimientos. Pero la forma suprema de vivir es considerar estos embates del karma con un enfoque positivo, saliendo a buscar su profundo significado y entendiendo que son situaciones que nosotros mismos estamos plenamente capacitados para transformar» (IKEDA, Daisaku: A mis queridos amigos del Departamento de Jóvenes, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2023, pág. 63).
  3. La felicidad en este mundo, en END, pág. 715.
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