En un momento en que las llamas de la guerra arden a nuestro alrededor y amenazan con expandirse, es fácil experimentar frustración al sentir que, como ciudadanos de a pie, somos incapaces de cambiar la situación. Sin embargo, una de las lecciones de La nueva revolución humana es que esa impotencia se puede revertir. Con este trasfondo, seguidamente nos referimos a algunos fragmentos del capítulo «La diplomacia a nivel del pueblo».
En 1968, Daisaku Ikeda propuso públicamente el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre China y Japón. En ese momento, los dos países seguían técnicamente en guerra, y los sentimientos de oposición a China y el comunismo estaban ampliamente arraigados en Japón. En contraste, él, como su maestro Josei Toda, consideraba la paz con China un elemento fundamental para lograr la estabilidad de Asia, y veía la reintegración de ese país en la comunidad internacional como algo vital para lograr la paz mundial. Su llamamiento contribuyó a crear el entorno propicio para una serie de intercambios políticos con la nación vecina, que culminaron con la restauración de las relaciones diplomáticas en 1972. Y, dos años después, el 30 de mayo de 1974 viajó a China por primera vez, un hito del que ahora se cumple, por tanto, medio siglo.
La relación entre China y Japón históricamente había sido convulsa. Para Ikeda Sensei, esta realidad se había vuelto ineludible desde que, siendo él muy joven, su hermano mayor –que había sido reclutado por el ejército– le relatara con profundo disgusto el trato que los militares japoneses dispensaban a la población china, que había presenciado en primera persona.
Entre 1974 y 1975 Sensei realizó tres viajes a China, con la convicción que expresan las siguientes palabras:
[L]a amistad se labra con esfuerzos consistentes. Los árboles de la amistad no crecerán altos y vigorosos con un simple encuentro. Así como las plantas necesitan agua, abono y cuidado paciente, la amistad se forja a través de la lealtad y la sinceridad constantes.[1]
Los diálogos mantenidos en esas visitas tuvieron una especial relevancia en un momento, como aquel, de gran tensión internacional, en el que no era descartable que la Guerra Fría diera paso a una Tercera Guerra Mundial.
A continuación reproducimos algunos pasajes de «La diplomacia a nivel del pueblo», el segundo capítulo del volumen 21 de La nueva revolución humana. En ellos se recrean las conversaciones mantenidas durante el tercero de aquellos viajes a China, en abril de 1975, con miembros de la Asociación para la Amistad Chino-Japonesa y con el vice primer ministro chino Deng Xiaoping.
MOLDEAR LA REALIDAD, DIÁLOGO A DIÁLOGO
«El diálogo puede compararse con el flujo de las olas. Así como estas pueden cambiar la forma de las rocas, intercambiar opiniones de manera sincera y abierta puede transformar el recelo en confianza. La visita de Shin’ichi Yamamoto a China tuvo como objetivo fomentar el diálogo. […]
Shin’ichi enfatizó que China debía avanzar por el camino de la paz y la amistad con la Unión Soviética y los Estados Unidos. Los representantes de la Asociación para la Amistad Chino-Japonesa compartieron francamente sus opiniones sobre diversas situaciones internas e internacionales. Y afirmaron su intención de buscar la paz, por difícil que fuera.
Shin’ichi insistió en el tema:
–El punto crucial es cómo evitar la guerra. Tenemos que centrarnos en buscar la manera de alcanzar la paz, sin confundir los medios con el fin. Es decir, en vez de pensar en términos abstractos, debemos plantearnos qué puede hacer China, concretamente, para lograr ese objetivo.
Mientras las conversaciones permanezcan en el plano del análisis y de la crítica, o resulten en conclusiones abstractas, no habrá progreso real en la solución de los problemas. Lo importante es qué podemos hacer a partir de hoy, a partir de ahora. […]
–Como ciudadano común, pienso continuar promoviendo aún más el intercambio de persona a persona para crear una corriente mundial. En adelante, sobre todo, deseo ir a los países y regiones que durante largos años han sufrido sometimiento e invasiones, y construir innumerables puentes de paz y amistad. La humanidad no puede seguir reincidiendo en conflictos, antagonismos y guerras. Quiero cambiar esta situación».[2]
MANTENER LA MIRADA PUESTA EN EL FUTURO
«La realidad siempre es complicada. Aunque la paz pueda ser la meta, en la mayoría de los casos los intereses y los antagonismos y rencores acumulados a lo largo de la historia entran en juego creando una situación compleja. Pero, precisamente por eso, es crucial no aferrarse al pasado o perderse en el laberinto de viejos odios y disputas; por el contrario, uno debe tener la firme visión de un futuro pacífico y dar nuevos pasos en esa dirección. […]
Shin’ichi le preguntó [a Deng Xiaoping] qué pensaba sobre la posibilidad de una guerra entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
–El peligro existe –respondió el líder chino-. Ambas naciones hablan de paz duradera y de mitigar tensiones, pero la realidad es que las tensiones crecen y ambos países están fortaleciendo sus ejércitos. […]
La lucha por la hegemonía atizaba la desconfianza mutua y ahondaba las divisiones provocadas por el antagonismo.
La insalvable brecha de desconfianza entre los líderes exacerba la amenaza de la guerra. Y la fuente de esa suspicacia es lo que el budismo llama oscuridad fundamental. Nichiren Daishonin enseña que todos los seres vivos poseen inherentemente la naturaleza de Buda y que son entidades de Nam-myoho-renge-kyo. La oscuridad fundamental se refiere al estado ilusorio marcado por la ignorancia y el desconocimiento de este principio; ella es la causa del recelo y la sospecha. Es tal como lo advirtió el poeta y educador indio Rabindranath Tagore al señalar que era un pecado perder la fe en la humanidad.
Shin’ichi sentía que era importante difundir en el mundo la enseñanza budista de que todos los seres vivos poseen la naturaleza de Buda. Cuando dialogaba con líderes de la Unión Soviética y de Estados Unidos sobre la paz, siempre hablaba con total sinceridad, tratando de llegar a la naturaleza de Buda inherente a cada uno de ellos. Abordaba cada intercambio con un fuerte deseo –que era más bien una plegaria– de echar abajo los muros de la sospecha y del conflicto, y de abrir un camino hacia la confianza y la amistad».[3]
[1] ↑ IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana. Volúmenes 21 y 22, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2020, pág. 85.
[2] ↑ Ib., págs. 82-83.
[3] ↑ Ib., págs. 88-89.