Entrevistamos a Hélène Fournière, arquitecta especialista en gestión de riesgos urbanos y resiliencia urbana, proponente de un exitoso proyecto puesto en marcha en Chad este año.
Fotos: Cortesía de Hélène Fournière
Eres arquitecta, pero tu trabajo es distinto del que habitualmente se asocia a la profesión. Háblanos sobre él, por favor.
Soy especialista en gestión de riesgos urbanos y resiliencia urbana, lo que efectivamente difiere bastante de la labor tradicionalmente asociada con los arquitectos.
Explicado de manera sencilla, mi trabajo consiste en apoyar a un territorio –que generalmente es una ciudad, pero puede también ser un espacio más pequeño o más grande– para que entienda cómo funciona de manera holística. A través de una evaluación de sus capacidades para afrontar sus desafíos cotidianos en tiempos normales (como el suministro de agua, el sistema de transporte o las fuentes económicas) y cruzando estos datos con información sobre los tipos de desastres a los que puede enfrentarse, se identifican recomendaciones y prioridades para su mejora y fortalecimiento.
Mi labor se adapta a las necesidades específicas del organismo o la entidad con la que trabajo en un momento dado. Puede tomar la forma de apoyo directo a las autoridades locales o bien enfocarse a la definición de programas de intervención que incluyan diferentes etapas a considerar.
Con mi trabajo contribuyo a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), al Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres, y a la Nueva Agenda Urbana.[1] Se reconoce que, si está bien planificada y gestionada, la urbanización puede ser una herramienta poderosa para el desarrollo sostenible, orientada a un futuro urbano más inclusivo, seguro y resiliente.
Desde luego, se trata de una labor muy interesante y de gran relevancia para el mundo actual ¿Qué te llevó a especializarte en estos campos?
En general, los estudios de arquitectura estándar también incorporan principios de urbanismo. Pensar en el espacio, los flujos de circulación y las personas que van a experimentar el edificio es, a pequeña escala, lo que también se debe hacer a nivel urbanístico, pensando en las ciudades. Siempre he tenido un interés por las ciudades, los edificios que las conforman, sus historias y cómo cambian con el tiempo. Después de mi licenciatura, tuve la oportunidad de realizar un máster en Planificación y Construcción Arquitectónica y Urbanística para el Desarrollo Sostenible en Gotemburgo, Suecia, un país muy avanzado y pionero en estas temáticas.
A principios de 2011 obtuve mi maestría y regresé a Francia. Poco después, en Japón ocurrió el terrible terremoto y tsunami de aquel 11 de marzo. Las imágenes me impactaron profundamente, no solo por la magnitud del desastre, sino por pensar en toda la gente que había tenido que abandonar sus hogares. En ese momento me di cuenta de que no tenía ninguna formación específica para ayudar en circunstancias como esas. No sabía cómo construir o planificar de manera adecuada frente a situaciones tan adversas. Fue entonces cuando decidí especializarme en la gestión de desastres, desde una perspectiva arquitectónica y urbanística, estudiando un grado posmáster en París.
Qué apasionante… ¿Cuál ha sido tu trayectoria profesional a partir de ese momento?
Al finalizar mi especialización, tuve la oportunidad de realizar una práctica en una agencia de las Naciones Unidas, en su sección de reducción de riesgos en entornos urbanos, en la sede central en Kenia. Fui contratada para investigar la posibilidad de desarrollar una herramienta que evaluara las capacidades de resiliencia de las ciudades. Era el inicio del concepto de resiliencia urbana, cuando a nivel global comenzaba a surgir la tendencia de fortalecer los territorios, más allá de simplemente reducir los riesgos o responder a desastres específicos. En ese momento, no estaba tan interesada en el tema, ya que quería trabajar directamente en la respuesta a desastres y la rehabilitación, algo similar a lo que había visto tras el desastre en Tohoku.
Las imágenes [del terremoto y tsunami de Japón de 2011] me impactaron profundamente, no solo por la magnitud del desastre, sino por pensar en toda la gente que había tenido que abandonar sus hogares. En ese momento me di cuenta de que no tenía ninguna formación específica para ayudar en circunstancias como esas.
Un día, en un momento en que me sentía un poco desanimada, leí en la revista editada por el movimiento Soka de Francia un artículo sobre la propuesta de paz que Daisaku Ikeda había presentado en el Día de la SGI de ese año, 2014. Se titulaba La creación de valor como factor de cambio global: Construir sociedades sostenibles y resilientes. Fue una revelación para mí.
Comprendí que estaba en el lugar adecuado y en la carrera correcta. Podría decir que descubrí mi misión: contribuir a la paz y a la felicidad de las personas a través de mi trabajo, porque una ciudad sin su gente es solo una ciudad fantasma. Planificar ciudades resilientes y sostenibles no solo responde a los desafíos globales, sino que también garantiza que las personas puedan vivir seguras y en armonía con su entorno.
Tras las prácticas, tuve la oportunidad de seguir trabajando en la oficina en Kenia, y de esto se derivó más tarde mi traslado a Barcelona, donde se había abierto una oficina específica sobre resiliencia urbana en colaboración con el Ayuntamiento. Con el paso de los años, a la vez que el tema cobraba mayor relevancia a nivel mundial, yo me he ido especializando en él, trabajando tanto para territorios de países en desarrollo como para otros desarrollados.
Conocer de primera mano la precariedad con la que viven otros seres humanos no debe de ser fácil. ¿Cómo te enfrentas a ello, profesional y personalmente?
Este año he tenido la oportunidad de ir a Chad, un país africano clasificado entre los últimos cinco del Índice de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este índice resume los logros medios en dimensiones clave del desarrollo humano: una vida larga y saludable, acceso al conocimiento y un nivel de vida digno. Había comenzado a trabajar con la oficina local del PNUD de manera remota, manejando datos, documentos e imágenes. Sabía que una estancia allí no sería fácil, pero al haber vivido y trabajado en varios países de África creía estar preparada. Sin embargo, la realidad sobre el terreno fue muy diferente a todo lo que había imaginado: más difícil, conmovedora y dramática.
Busqué orientación en la fe y, a través del diálogo con un antecesor, decidí orar con convicción y confiar plenamente en el impacto que mi proyecto podría tener y en la importancia de estar presente en el lugar, especialmente en momentos de duda y cuando me sentía abrumada por la situación local. En ese entorno, me esforcé al máximo, siempre sonriendo y escuchando los distintos puntos de vista, tratando de desplegar toda mi sabiduría, para luego hacer una propuesta que pudiera unir a todos los actores hacia una misma visión. Mi entrenamiento budista, y en particular mi experiencia en las reuniones de diálogo de la Soka Gakkai, fue clave en este proceso, al ayudarme a encontrar un propósito común que alineara a todos. Además, en una sociedad profundamente patriarcal, mi actitud también mostró que una mujer puede ser una experta.
El proyecto que propuse fue aceptado por todos los actores y ahora está empoderando a la comunidad local, tomando siempre en consideración a los más vulnerables y poniendo en primer lugar el respeto por la dignidad de la vida.
El proyecto que propuse [en Chad] fue aceptado por todos los actores y ahora está empoderando a la comunidad local, tomando siempre en consideración a los más vulnerables y poniendo en primer lugar el respeto por la dignidad de la vida.
Nuestra sincera enhorabuena, Hélène. Lo que nos transmites contrasta con las opiniones de algunos individuos o sectores de la sociedad que sostienen que la labor de las Naciones Unidas es poco menos que inútil. Basada en tu experiencia, ¿qué opinas de estas críticas sangrantes?
En medio de unas circunstancias mundiales muy marcadas por los intereses individuales, tener a una organización neutral no me parece tan inútil. Con el paso de los años, la ONU ha demostrado ser una institución que inspira confianza en los países, promoviendo el diálogo en lugar del conflicto. Su neutralidad le permite mediar en situaciones complejas sin favorecer intereses particulares, lo que la convierte en un actor clave en la diplomacia internacional. Además, la profesionalidad con la que aborda sus misiones humanitarias, de paz y desarrollo refuerza su credibilidad. La ONU puede no ser perfecta, pero en mi opinión la labor que desempeña es más que necesaria en nuestro mundo, ya que sigue siendo una plataforma vital para buscar soluciones colectivas a problemas globales.
[1] ↑ Son, en los tres casos, acuerdos alcanzados en el marco de la labor de las Naciones Unidas.