Publicamos una de las experiencias compartidas en el reciente curso de la región Norte de la SGEs, por Nerea Díaz Rodríguez, residente en Valderrobres, Teruel.
En 2015, cuando acababa de cumplir 29 años, recibí un diagnóstico de esclerosis múltiple. Parte del pronóstico fue que no podría volver a conducir ni, mucho menos, empezar a hacer deportes de riesgo como escalar, que era lo que quería.
Al poco tiempo cogí la baja, muy a mi pesar, y al año mi salud había empeorado muchísimo: estaba sorda de un oído, veía mal por un ojo, tenía vértigos y andaba con bastón. En ese momento, a través de una amiga, llegó a mi vida la práctica budista, y la salud fue el primer reto que abordé a través de recitar Nam-myoho-renge-kyo. También fue el primero en el que experimenté una prueba real de la veracidad de esta práctica, consiguiendo revertir casi todas las lesiones aparentemente irreversibles. Ante esa prueba real, en 2017 recibí el Gohonzon e ingresé como miembro de la Soka Gakkai. Tras un tiempo practicando y participando en actividades de la SGEs en Madrid, mi ciudad natal, decidí asumir el desafío de tener una vida nómada, y así, después de varios años, volví a conducir.
En 2015, cuando acababa de cumplir 29 años, recibí un diagnóstico de esclerosis múltiple […] y la salud fue el primer reto que abordé a través de recitar Nam-myoho-renge-kyo. También fue el primero en el que experimenté una prueba real de la veracidad de esta práctica.
Esta decisión, paralela a la de realizar el kosen-rufu en cada lugar en el que me encontrara, me llevó a vivir y practicar en diferentes sitios de España: Ávila, Girona, Tarragona, hasta que en 2022… llegué a Valderrobres, en Teruel.
Inicialmente estaba aquí de paso, pero, aunque aún no sé muy bien por qué, decidí quedarme, y aquí también empecé a escalar, con treinta y seis años. Los grupos de diálogo de la SGEs más cercanos a mi pueblo –como el grupo Ebro de Zaragoza, en el que participo actualmente– se encuentran a dos horas de viaje en coche, así que estoy determinada a que surja un grupo de diálogo en la comarca de Matarraña. Por ahora somos ya tres miembros, y yo entono daimoku para que nuestro círculo se siga ampliando y hago shakubuku siempre que puedo.
En mayo de este año me invitaron a participar en el curso de verano de la SGEs en Guadalajara. Enseguida dije que sí e hice el pago, aunque, en principio, los días del curso tenía que trabajar. Como suelo hacer con las actividades de la Soka Gakkai, primero digo que sí, luego hago daimoku, y finalmente llevo a cabo las acciones necesarias para poder participar.
La decisión de participar supuso un cambio importante en mi actitud vital. Llevaba varios meses en una situación económica muy precaria, haciendo trabajos que perjudicaban mi salud. A partir de aceptar la propuesta del curso, determiné no ser mísera conmigo misma. Pensé: «Soy una Bodisatva de la Tierra y mi misión es dar prueba con mi propia vida de la veracidad de este budismo. ¿Qué ejemplo estoy dando?». Así que me puse a entonar daimoku como una leona y, a partir de ahí, aparecieron los recursos para poder dejar esos trabajos que me causaban insatisfacción y perjuicio. Logré dedicarme enteramente a mi empresa -que, siendo online, me permite adaptar mis horarios- y conseguí un buen vehículo para viajar y poder llegar a las actividades de la Soka Gakkai y hacer shakubuku en esta tierra.
El mes antes del curso, julio, la asamblea de jóvenes #DespiertaPaz! de la región Norte de la SGEs me dio también la oportunidad de desafiarme. No solo llegué a Miranda de Ebro, a unos 400 km de Valderrobres, tras superar un montón de inconvenientes y dificultades, sino que también canté, algo que me da bastante pánico. Lo hice porque sé que cuando participo en las actividades de la Soka Gakkai nadie espera que lo haga perfecto: lo importante es hacer mi propia revolución humana a través de los retos que se nos presentan, en este caso sacar la voz.
Cuando llegó el curso en Guadalajara, pasé gran parte del tiempo llorando de felicidad. Me cruzaba todo el rato con personas con las que había empezado a practicar y con las que había hecho parte de mi revolución humana. Fui consciente de todo lo que ha cambiado mi vida desde que me inicié en el budismo, y sentí mucha gratitud por ello.
Durante el curso conocí a una mujer que vive en Azuqueca de Henares, que está en la misma provincia de Guadalajara, y me habló de su determinación de que se llegara a formar un grupo de diálogo en su pueblo. Resultó ser vecina de mi madre, la cual ya había recitado daimoku conmigo en alguna ocasión. Hace poco pudimos concretar un encuentro las tres para orar juntas y, a día de hoy, siguen en contacto.
En Guadalajara también recibimos un cuentadaimoku de la Alianza Brillante. Junto a mis compañeras de los departamentos de Mujeres y Mujeres Jóvenes, estamos orando con la determinación de que surjan jóvenes valores, y la oración empieza a dar frutos. Dos amigos que ya tenían un vínculo con el budismo se han acercado más, y varias amigas han mostrado también interés.
Además, en una de las últimas reuniones de diálogo participó como invitada una amiga que lleva años observando mi revolución humana. Le expliqué que iba a conocer una parte muy importante de mi vida y que mis compañeros y compañeras de fe son mi familia Soka; que, por mucho que cambie de lugar de residencia, siempre estoy acompañada y que lo que se comparte y se transmite en las actividades de Gakkai es común en cualquier parte del mundo. Esto es el buda Soka Gakkai para mí: somos diferentes personas con un mismo propósito, que es la paz mundial a través de la felicidad de todos los seres vivientes. De hecho, en breve me desplazaré a Ibiza, donde trabajaré de percusionista por un tiempo, y estoy decidida a participar en las actividades de la isla e invitar a mis shakubuku de allí.
Cuando llegó el curso [de verano de la SGEs] en Guadalajara, pasé gran parte del tiempo llorando de felicidad. […] Fui consciente de todo lo que ha cambiado mi vida desde que me inicié en el budismo, y sentí mucha gratitud por ello.
Como decía al principio, la salud fue el motivo por el que empecé a practicar y mi primera prueba real, que me llevó a continuar orando. Ahora que, otra vez, he afrontado un desafío en este aspecto, lo estoy viendo no como una derrota, sino como un recordatorio. Gracias a estos contratiempos, vuelvo al Gohonzon con más ganas y mucho más determinada, y esto me hace recuperar hábitos saludables y tener una mejor calidad de vida.
Termino citando unas palabras de aliento del Gosho que me acompañan habitualmente: «Sufra lo que tenga que sufrir, goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida, y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo, pase lo que pase. ¿A qué otra cosa podría referirse este pasaje sino a la alegría ilimitada de la Ley? Fortalezca más que nunca el poder de su fe».[1]
[1] ↑ La felicidad en este mundo, en END, pág. 715.