Entrevistamos a Cecilia López Pablos, facilitadora en un proyecto multi-actor cuyo objetivo es propiciar una transición justa y estimular una transformación integral y sostenible de dos territorios que abordan el cierre de sendas centrales térmicas de carbón.
Explícanos, por favor, en qué consiste el proyecto en el que trabajas.
Trabajo en una iniciativa impulsada por una empresa eléctrica y dos centros de innovación universitarios. La iniciativa promueve y facilita la colaboración entre ciudadanía, entidades públicas y empresas con el objetivo de propiciar una transición justa y de estimular una transformación integral y sostenible del modelo socioeconómico de Lada (Asturias) y Velilla del Río Carrión (Palencia). Ambas localidades están abordando el cierre de las centrales térmicas de carbón allí ubicadas, en el marco de la Estrategia de Transición Justa, que es uno de los tres pilares del Marco Estratégico de Energía y Clima aprobado por el Gobierno de España en 2019.
La expresión «transición justa» quizá no le resulte familiar a todas las personas. ¿Podrías explicar a qué se refiere?
La transición justa es un enfoque holístico que reconoce la interconexión entre el cambio climático, la transición energética y la justicia social. El objetivo es garantizar que la transición a un sistema energético bajo en carbono, necesario para frenar el cambio climático, no signifique dejar atrás a territorios y personas que hasta ahora habían prosperado gracias a los combustibles fósiles, como pasa por ejemplo con las zonas mineras.
Impulsar la transición justa y la transformación del sistema socioeconómico de un territorio es algo complejo, que ninguna organización o institución puede hacer sola, ya que requiere cambios organizativos, estructurales y de comportamiento de todos los principales agentes, así como innovaciones regulatorias y de procesos. En otras palabras, son necesarios el diálogo sostenido y la colaboración profunda y continuada entre los agentes del territorio.
Impulsar la transición justa y la transformación del sistema socioeconómico de un territorio es algo complejo, […] son necesarios el diálogo sostenido y la colaboración profunda.
Al leer sobre la interesante forma de trabajar de vuestra plataforma, uno de los puntos que llama especialmente la atención es el objetivo de identificar las líneas narrativas del territorio. ¿Cuál es el propósito de desarrollar un trabajo etnográfico en un proyecto de transición energética?
Seamos conscientes o no, todos tenemos creencias acerca de nosotros mismos y nuestro entorno. Las narrativas son las percepciones y creencias que se repiten en un territorio; siempre son subjetivas, pero son muy importantes, porque influyen de forma determinante en las acciones que las personas creen posibles o imposibles, y por lo tanto en los resultados de cualquier propuesta o intervención en la zona (pública, privada, etc.).
Por ello, escuchar a la comunidad es una parte del proceso de innovación donde, a través de entrevistas en profundidad y técnicas de etnografía, se recogen en tiempo real las narrativas de la ciudadanía, de las organizaciones locales, las empresas y las entidades públicas del territorio donde opera la iniciativa. Además, se realizan encuentros que dan lugar a conversaciones abiertas entre los habitantes del territorio sobre las ideas dominantes en la zona acerca de sus oportunidades, sus limitaciones y su capacidad de cambiar a mejor.
Gracias a la escucha, podemos identificar tanto las principales creencias inhibidoras como las creencias catalizadoras del cambio.
Gracias a la escucha, podemos identificar tanto las principales creencias inhibidoras como las creencias catalizadoras del cambio. Esto permite, en una fase posterior, diseñar iniciativas y proyectos que respondan mejor a las percepciones identificadas y aumentar, por lo tanto, su probabilidad de éxito.
En general, hemos detectado narrativas bastante pesimistas sobre las posibilidades de transformación de las dos localidades. Sin embargo, estas narrativas negativas contrastan con la riqueza de iniciativas y oportunidades que, paralelamente, hemos detectado en ambos territorios.
Imaginamos que no es nada fácil coordinar un proyecto que involucra un conjunto de personas muy heterogéneo y, además, se adentra en las entrañas del imaginario colectivo de las comunidades de que forman parte. ¿Cómo has enfrentado este reto?
Ciertamente, no ha sido fácil. Primero, porque el equipo de personas que trabajamos en esta iniciativa no estamos radicados en esos territorios y trabajamos desde diferentes ciudades de España. Se necesita mucha humildad, respeto y verdadera curiosidad para acercarse a una comunidad con una propuesta de este tipo, tener en cuenta sus agravios, lo que significan profundamente para ellos los cierres de las centrales térmicas y las consecuencias que tienen en sus vidas y en su identidad. Al principio hubo mucha resistencia y desconfianza hacia nosotros.
Mi práctica budista me ha acompañado y sostenido durante todo el proceso. Mi determinación desde el primer momento fue «lograr el éxito en el proyecto en Asturias y Palencia» y me ha acompañado todos estos años, hasta hoy. He ido sumando determinaciones como la claridad para resolver los conflictos, la asertividad para comunicar y encontrar soluciones creativas, para superar obstáculos, para seguir avanzando a pesar de la negatividad de mis interlocutores… Todo ello, siempre orando por la felicidad y la transformación sostenible de esos lugares.
Esa determinación, que me ha acompañado y sostenido estos años, le ha dado sentido a muchos momentos difíciles, de duda y de frustración. Al final del día, si logro que tan solo una persona tome conciencia de su valor y no se deje vencer por la situación actual y vea el futuro de forma positiva, siento que mi trabajo está hecho.
Ciertamente, no ha sido fácil [trabajar en la coordinación del proyecto]. […] Mi práctica budista me ha acompañado y sostenido durante todo el proceso. […] Le ha dado sentido a muchos momentos difíciles, de duda y de frustración.
Después de tres años de trabajo, ¿cuál es tu valoración del proyecto? ¿Pueden las comunidades con las que habéis trabajado confiar en que tienen un futuro?
Siempre hay futuro. Ahora bien, ¿cuál es el futuro que quieren, o que queremos? Esa es la cuestión. Esto no quita ninguna responsabilidad a las circunstancias externas y las obligaciones de la administración pública, de los diferentes niveles de gobierno, de las empresas, etc. Pero cada uno de nosotros y en conjunto como comunidad somos agentes de cambio, y podemos trazar el camino hacia el futuro; no es algo que se nos da o se produzca mágicamente.
Hay unas palabras de Daisaku Ikeda que expresan la actitud que me esfuerzo en mantener: «El verdadero propósito de pensar en el futuro no es imaginar qué podría ocurrir, sino decidir qué haré al respecto. La actitud que asume cada persona frente a la vida se refleja en toda su existencia, y llega a influenciar no solo la época, sino finalmente la historia misma. […] El futuro no necesariamente ha de ser sombrío ni desalentador. Verlo de este modo es producto de la resignación de quien adopta una actitud pasiva y no se esmera por conseguir algo mejor. Tenemos que ver el presente con objetividad, concebir el mañana que deseamos y actuar para lograrlo. Debemos esforzarnos al máximo, confiando en el poder de nuestra vida y en el potencial inherente en el ser humano».[1]
[1] ↑ IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana. Volúmenes 23 y 24, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2021, pág. 215.