Linda R. del Castillo Espinoza | Zaragoza
Llegué a España desde Perú hace diecisiete años. Vengo de una familia que practica el budismo Nichiren, y desde pequeña ha sido muy natural para mí hacer el gongyo y ver a mi madre y mis hermanos participar en reuniones de diálogo.
Hasta que llegué a España, y concretamente a Zaragoza, no había tenido grandes dificultades en mi vida como para comprobar los beneficios de la práctica budista. Lo que me había hecho seguir adelante era ver la postura de mi madre enfrentando su karma, como una leona.
Al vivir aquí sola, sin la familia Soka que me había acostumbrado a tener –el daimoku de cada mañana en familia, las actividades diarias, las reuniones en casa– mi práctica se fue debilitando, y yo con ella.
No había tenido grandes dificultades en mi vida como para comprobar los beneficios de la práctica budista. Lo que me había hecho seguir adelante era ver la postura de mi madre enfrentando su karma, como una leona.
Este comportamiento pasivo cambió poco después, cuando decidí formar una familia porque pensaba que había encontrado la mejor persona. La realidad fue que me encontré sola, lejos de mi casa y embarazada. Ahí me di cuenta de que tenía que cambiar mi postura en la fe y hacer mi revolución humana. Me inspiraron mucho las palabras de Daisaku Ikeda: «Aunque fracases una y otra vez, continúa esforzándote arduamente y adquiere experiencia. Todas esas vivencias se convertirán en nutrientes para tu desarrollo y en un tesoro de tu vida. Lo importante es que te lances de lleno en cada contienda sin temor al fracaso. Sin esa actitud no podrás convertirte en una verdadera líder».[1] Contacté con mis responsables de la SGEs en Zaragoza, que me alentaron y apoyaron, y determiné que nunca más me apartaría del Gohonzon.
Me desafíe en la oración. Cada mañana me despertaba pronto para hacer gongyo y daimoku. Al poco tiempo, me propusieron abrir mi casa para la celebración de reuniones de diálogo y acepté sin dudarlo. Estaba determinada a convertirme en un buen ejemplo para mi hija, como mi madre lo fue para mí. Cada día me preguntaba cómo había podido ella sacar adelante a seis hijos, y me puse como meta hacerlo igual de bien, emular su postura y hacer shakubuku a tantas personas como pudiera. A medida que mi fe se hacía más fuerte, mi entorno también mejoraba.
Estaba determinada a convertirme en un buen ejemplo para mi hija, como mi madre lo fue para mí.
Desde que decidí ser constante en mi práctica, no pasó mucho tiempo hasta que los beneficios empezaron a llegar. Me ofrecieron un trabajo exactamente con las características que buscaba y, agradecida, determiné que otras personas se empoderaran ante la adversidad y fueran felices como yo. «El invierno siempre se convierte en primavera»[2] es la frase de los escritos de Nichiren Daishonin que me ha acompañado.
Desde entonces, lucho para perder el temor a hablar del budismo Nichiren a otras personas. Hace unos meses, en una reunión, escuché que transmitir la Ley Mística es un acto de amor compasivo hacia otras personas y que, aunque en un primer momento rechacen la fe, su naturaleza de buda inherente lo agradece. Esta idea quedó grabada en mi corazón, e inmediatamente después de la reunión hice gongyo y daimoku determinada a hacer shakubuku aquí en mi barrio. En todo este tiempo, ha sido increíble cómo he podido encontrarme con personas maravillosas, que sin saberlo buscaban la práctica. Definitivamente, ¡mis oraciones han tenido respuesta!
Cuando empezamos, en mi grupo de diálogo éramos tres personas. Hoy, somos siete, sin contar las parejas de estas y sus familias, además de los invitados.
Hace unos meses, en una reunión, escuché que transmitir la Ley Mística es un acto de amor compasivo hacia otras personas y que, aunque en un primer momento rechacen la fe, su naturaleza de buda inherente lo agradece. Esta idea quedó grabada en mi corazón.
Al estudiar cada día, me doy cuenta de que esta práctica es para compartirla. Estoy muy determinada a aprovechar la Asamblea de la Alegría Soka de mi zona para romper mis límites, llevando a cabo esta orientación de Sensei: «El hecho es que existen muchas personas alrededor nuestro con quienes podríamos conversar sobre el budismo; simplemente no hemos buscado la oportunidad para hablar con ellas o no nos hemos dedicado a un diálogo profundo».[3]
En mi vida personal también estoy avanzando. Además de tener un trabajo estable, estoy creando un gran vínculo con mi pareja y ambos estamos realizando nuestra revolución humana. Mi hija Sofía tiene siete años, participa en las reuniones de diálogo y es una niña feliz.
Estoy profundamente agradecida a mis compañeros de Soka Gakkai, a mi hermana y a Ikeda Sensei, porque con su orientación y aliento constantes me fortalezco día a día.
[1] ↑ IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vols. 21 y 22, Ediciones Civilización Global: Rivas-Vaciamadrid, 2020, pág. 366.
[2] ↑ El invierno siempre se convierte en primavera, en END, pág. 560.
[3] ↑ IKEDA, op. cit., vols. 17 y 18, Ediciones Civilización Global: Rivas-Vaciamadrid, 2020, págs. 129-130.