A continuación presentamos una entrevista a Lola Monzón, responsable de Mensajeros de Paz en la SGEs.
Civilización Global (CG): «Mensajeros de Paz» es la expresión que se usa en la SGEs para designar a quienes participan en la labor de aliento a la lectura, la suscripción y la difusión de las publicaciones de la órbita de la Soka Gakkai. Pensando especialmente en los lectores y lectoras que no estén tan familiarizados con esta actividad, ¿podrías hablarnos de su origen y motivación?
Lola Monzón (LM): En los escritos de Nichiren Daishonin a menudo aparece la figura del mensajero. Esta ejercía de nexo entre los discípulos y el maestro, un nexo necesario –hablamos del siglo XIII– y en dos direcciones: gracias al mensajero, los discípulos informaban al Daishonin sobre sus circunstancias, y él les respondía con cartas de aliento y orientación para que pudiesen enfrentar su realidad cotidiana a través de la fe budista.
Ya en el siglo XX, con el inicio de la publicación del Seikyo Shimbun el 20 de abril de 1951 se inició una nueva etapa. Este periódico editado por la Soka Gakkai en Japón –primero cada diez días, luego cada semana… hasta convertirse en diario en 1965– se ha distribuido tradicionalmente casa por casa. Esta tarea ha sido realizada voluntariamente por miembros de la organización, de madrugada y pese a las inclemencias del tiempo. Por este motivo, Daisaku Ikeda se ha referido a ellos como «héroes sin corona» y ha alabado reiteradamente su dedicación, un sostén vital del movimiento por el kosen-rufu.
Esencialmente, asumir el rol de mensajero de paz hoy es una cuestión de determinación personal.
En 2002, inspirados por este compromiso, se formó en la SGEs una primera promoción de repartidores de nuestra revista, con el nombre «Mensajeros de Paz». En aquella etapa, en cada grupo de diálogo una persona asumía este papel, recibiendo en su casa mensualmente los ejemplares de la revista que luego entregaba a los suscriptores del grupo.
Cuando, en 2008, Civilización Global comenzó a distribuirse a través del correo postal directamente a los buzones de los suscriptores, la misión del mensajero o mensajera de paz pasó a centrarse en la concienciación acerca del valor de la lectura de las publicaciones Soka y, concretamente, de la suscripción a la revista.
Una década más tarde, en 2017, atendiendo al desarrollo de la SGEs, se decidió dar un paso más y esta labor dejó de estar asignada a personas concretas, para abrirse al conjunto de responsables y miembros de la organización, con el espíritu de que «todos somos mensajeros de paz».
Esencialmente, asumir el rol de mensajero de paz hoy es una cuestión de determinación personal.
CG: En un momento histórico en el que los medios digitales multiplican las posibilidades de comunicación, pero en el que domina la inmediatez y se desploma la capacidad de leer, ¿qué valor crees que aporta la lectura en general y, en particular, la de publicaciones ligadas a la Soka Gakkai?
LM: Los fundadores de la Soka Gakkai Tsunesaburo Makiguchi y Josei Toda eran ambos educadores. Makiguchi estaba convencido de que «El conocimiento es luz».
El sucesor de ambos, Daisaku Ikeda, muchas veces ha hecho referencia a lecturas que lo sostuvieron durante su juventud, transcurrida en un terrible período de guerra y posguerra. A menudo ha aludido también al tiempo que compartió con su maestro de vida, Josei Toda –desde que se conocieron en 1947 hasta la muerte de este en 1958–, como un período en que le instruyó acerca de la literatura indispensable para su formación y desarrollo.
Dirigiéndose a los miembros del Departamento de Estudiantes de la Soka Gakkai, el maestro Ikeda se ha referido a los buenos libros como buenos amigos. Siempre ha alentado a los jóvenes a la lectura de grandes obras de la literatura mundial y otras que enriquezcan su espíritu.
Me asombra la diversidad de lectores y lectoras que encuentran en las publicaciones Soka un sostén espiritual y cómo, aun sin conocerse, coinciden al expresar […] «esto parece escrito para mí».
Irene Vallejo, filóloga y escritora española, ha señalado: «El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor».[1]
En muchas publicaciones actuales prevalecen palabras que desprecian la verdad, hieren a otras personas y siembran la división en la sociedad. Esto hace que acercarnos a buenos libros resulte aún más necesario.
El espíritu de crear valor aun en las circunstancias más desalentadoras es lo que motivó la fundación del periódico Seikyo. Y es el mismo espíritu que inspira a las publicaciones hermanas surgidas en diversos países, entre las que se encuentra Civilización Global.
Me parece digno de señalar que, lejos de negar el potencial de lo digital, en enero de 2020 Civilización Global pasó a estar disponible también online; nada hacía presagiar que al poco tiempo la sociedad al completo se sumergiría en esa dimensión. Aun en medio de la pandemia y de los numerosos obstáculos surgidos, la revista no dejó de publicarse un solo mes.
CG: En tu labor como mensajera de paz, ¿qué retos y qué experiencias destacarías?
LM: Ikeda Sensei ha señalado en numerosas ocasiones que el kosen-rufu es una contienda de palabras. Una de las frases de los escritos de Nichiren Daishonin que ha citado afirma, sintéticamente, que «el Buda salva a los seres a través de las palabras y de la letra».[2] En línea con ello, ha asegurado que quien tiene el espíritu de seguir estudiando las enseñanzas budistas, aun en situaciones difíciles, genera una buena fortuna y una esperanza sin límites.
El gran desafío y, al mismo tiempo, la gran oportunidad que ofrece la actividad de Mensajeros de Paz es la toma de conciencia por parte de cada persona de ese tremendo papel que juega la palabra escrita en el proceso de nuestra revolución humana.
Me asombra la diversidad de lectores y lectoras que encuentran en las publicaciones Soka un sostén espiritual y cómo, aun sin conocerse, coinciden al expresar un mismo sentimiento: «esto parece escrito para mí». Yo misma conservo los primeros textos que me sostuvieron en mi juventud, cuando comencé a practicar el budismo Nichiren.
Todo esto me hace reflexionar sobre a cuántas personas puedo alentar a acercarse a la palabra escrita, con la convicción de que de ella podemos extraer la esperanza, la alegría y el coraje para seguir avanzando y transformando positivamente no solo nuestra vida, sino también nuestro entorno.
[1] ↑ VALLEJO, Irene: El infinito en un junco: La invención de los libros en el mundo antiguo, Barcelona: Siruela, 2019, pág. 20.
[2] ↑ WND-2, pág. 6.