Irene Osorio | Massanassa, Valencia
El pasado 29 de octubre mi vida cambió. Jamás podría haber imaginado que viviría una catástrofe de la magnitud de la de ese día.
Habían alertado de lluvias intensas, y por ello no llevé a mi hijo al colegio y suspendí una ruta que tenía a Castellón. En otra ocasión había vivido una dana desde un coche, y pasé tanto miedo que esta vez no quise ponerme en riesgo innecesariamente.
Así que empezamos el día en casa. A media mañana salí para hacer unas visitas de trabajo y, cuando volví para comer, mi hijo y yo estuvimos considerando la posibilidad de ir al gimnasio juntos, ya que no quería que él se fuera solo con el patinete.
Recuerdo que, sobre las tres y cuarto, saqué a mi perra y, cuando me asomé al barranco que hay delante de mi casa, sentí que algo no marchaba bien. El agua corría muy deprisa y sonaba muy fuerte. Era algo raro, porque no llovía.
Pasé a visitar a mi madre, que vive a un minuto a pie de mi casa, y le comenté que no me sentía tranquila. Le sugerí que, si se ponía a llover, se viniera a pasar la noche con nosotros, pero no quiso.
El pasado 29 de octubre mi vida cambió. Jamás podría haber imaginado que viviría una catástrofe de la magnitud de la de ese día.
Volví a casa y estuve trabajando serena. Escuchaba de fondo el sonido del agua, y pensaba que llovía. Pero mi sensación estaba totalmente alejada de la realidad. De repente, empezaron a llamar al timbre repetidamente.
Era mi vecina, que, muy nerviosa, me alertaba de que el barranco se había desbordado y me recomendaba que sacara el coche para ponerlo a salvo.
Inmediatamente cogí las llaves y salí de casa. Mi primer instinto fue coger el ascensor; menos mal que no lo hice y que bajé corriendo por las escaleras que llevan al garaje. Al abrir la puerta, recuerdo que de repente me paré, me quedé mirando el coche y pensé: «Si sales, a lo mejor no vuelves». No merecía la pena tanto riesgo por un coche.
Subí y fui a la entrada del patio de nuestro edificio para ver la calle y hacerme una idea de la situación. Cuando vi lo que estaba pasando, el pánico se apoderó de mí. Sentí como si el agua fuera a tragarnos; corría con una fuerza abrumadora por las calles. Y enseguida pensé en mi madre. Ella vivía en una casa baja, con patio y dos plantas.
Pensando en la inminente tragedia, subí de nuevo a casa para avisar a mi hijo de que me iba a buscarla, pero, en la vorágine de esa situación desesperada, nos enzarzamos en una pelea. Él decía que no, que yo no iba sola y que, o él iba conmigo, o se iba él solo.
El terror y la angustia de no saber qué hacer se habían apoderado de nosotros. No podíamos salir a buscar a mi madre: era demasiado peligroso, aun estando al lado. Pero, en un momento de lucidez, pensé que aún había tiempo de reacción y que, si le daba instrucciones, ella podría salvar la vida.
Reuní valor, la llamé y le dije que cogiera los enseres personales y ropa de abrigo y fuera a la planta de arriba. Y que, si era necesario, saliera a la terraza hasta que el agua bajara. Tal y como le indiqué, mi madre esperó en el piso de arriba, pero el agua seguía entrando en su casa y aumentando de nivel. Cuando ya iba por el cuarto escalón de las escaleras que comunicaban ambas plantas, la comunicación se perdió del todo.
Aquella fue la peor noche de mi vida. Recuerdo que lo único que hice fue recitar daimoku sin parar. Daimoku para que al día siguiente a mi madre no se la hubiera llevado el agua; por todas las personas que podrían sufrir esa noche una desgracia; por todos mis vecinos, mis amigos y la familia de mi pareja.
Oré y oré hasta el día siguiente, cuando por un vecino supe que mi madre seguía viva. En cuanto pude salir a buscarla, la llevé a mi casa, ya que la suya había quedado destrozada por el agua.
Aquella fue la peor noche de mi vida. Recuerdo que lo único que hice fue recitar daimoku sin parar. Daimoku para que al día siguiente a mi madre no se la hubiera llevado el agua; por todas las personas que podrían sufrir esa noche una desgracia; por todos mis vecinos, mis amigos y la familia […]. Oré y oré hasta el día siguiente, cuando por un vecino supe que mi madre seguía viva.
Mi pareja, al que también había alertado, el día anterior había salido a poner el coche a salvo. Lo dejó en lo alto de un centro comercial, pero se quedó atrapado en un puente mientras el agua no dejaba de subir. Cuando por fin pudo abandonarlo, tuvo que buscar cobijo en una casa, y ya no pudo volver a la suya hasta las cinco de la mañana, caminando sin luz a través del fango, con el peligro que esto suponía.
De él no supe nada más hasta el mediodía del día siguiente. Nunca podré olvidar cuando le escuché llamarme a gritos desde la calle. Bajé corriendo y, entre lágrimas, lo abracé. Estaba vivo; mi angustia había cesado.
En esos momentos aún no era consciente de la gran fortuna y protección que habíamos tenido en mi zona, porque el agua había arrasado el resto de Massanassa. Luego supe que hubo personas que no habían podido salvar su vida por no llegar a tiempo, pero nadie de mi entorno había muerto y, además, fuimos de los menos perjudicados dentro del terrible siniestro.
En los primeros días no tuvimos noticias del exterior, y no éramos plenamente conscientes de la inmensa magnitud de la catástrofe material y humana que había desencadenado la dana. Sobrevivimos sin luz, agua ni gas, y con el teléfono sin cobertura durante días.
Aunque viví la situación con pánico y angustia, jamás dejé de confiar en la protección del Gohonzon. Hemos perdido los coches, las casas han quedado destrozadas, y han sido momentos muy oscuros, en los que han aflorado los peores sentimientos, pero he conseguido transformarlos y en ningún momento me he dejado vencer.
Dos semanas después, el 15 de noviembre conmemoramos el primer aniversario del fallecimiento de Daisaku Ikeda. Aun estando agotada por todos los acontecimientos, tanto física como anímicamente, me senté delante del Gohonzon y reafirmé mi juramento. En la oración me comprometí con mi maestro a transformar mi vida, a seguir luchando por hacer de su determinación la mía propia, y a que nada me pueda detener en el desempeño de esta misión que él me encomendó como discípula.
Siento que mi deuda con Ikeda Sensei es tan grande que solo puedo orar por hacer mi revolución humana y ser la persona más feliz del planeta, y transmitir esto a todas las personas que encuentre en mi camino.
Con lágrimas en los ojos, oré por extraer coraje para inspirar a otras personas y transmitirles esperanza ante la situación. Y eso hice.
Alenté a varias personas que estaban sufriendo: vecinos y amigos, y compañeros de trabajo que observaban en mí una actitud valiente. Me hacía feliz hablarles de mi práctica budista.
El 16 de noviembre íbamos a celebrar nuestra reunión de diálogo a pesar de las circunstancias. Por la dificultad de desplazamiento, tuvimos que hacerla en línea. Invité a cinco personas: a una amiga que había perdido su casa; a otra amiga que era maestra en el pueblo de al lado y que vio su colegio esfumarse con la dana; a mi amiga Pili y a otras dos personas que también habían sufrido consecuencias catastróficas. La reunión fue maravillosa.
De esta experiencia estoy sacando día tras día conclusiones, y también nuevas determinaciones. Aunque la situación es desbordante, soy más fuerte que antes y estoy más determinada a ayudar a los demás a superar sus propios miedos, transmitiendo con mi comportamiento el poder de la oración para superar todo lo que la vida nos presente. Quiero hacer que mi vida brille para que esa luz alumbre el camino de otras personas.
Aunque la situación es desbordante, soy más fuerte que antes y estoy más determinada a ayudar a los demás a superar sus propios miedos […]. Quiero hacer que mi vida brille para que esa luz alumbre el camino de otras personas.
Hemos podido resolver la cuestión de la vivienda de mi madre. Vivirá en un piso de alquiler donde podrá rehacer su vida con ilusión y sin coste para ella, como indemnización por parte del seguro.
A partir de ahora, determino luchar con el mismo coraje de mi maestro como responsable del distrito Planter, para que surjan personas de valor dispuestas a hacer su revolución humana, y para que seamos el distrito más armonioso y feliz de la región Mediterránea.1
- La región Mediterránea, que abarca la Comunitat Valenciana y Murcia, es una de las seis regiones organizativas de la SGEs.