Sara Muzas | Cambrils
Tengo 21 años y conocí el budismo a los 15 través de mi madre. Empecé a practicar y pude acabar mis estudios básicos, viajar con mis amigas, conocer a mucha gente y, a los 18 años, independizarme.
Después de unos años en los que mi práctica y mi fe se debilitaron y en los que me sentí sola y vacía, hace un poco más de un año las retomé más sería y firme que nunca. En este tiempo recibí el Gohonzon, aprobé el examen de estudio budista de Grado I, me uní a mis compañeras del departamento, asumí responsabilidad en Soka Gakkai y retomé mis estudios llena de esperanza en el futuro.
Durante este año he tenido muchas experiencias positivas en la práctica, pero sin duda la oportunidad de ir al curso del Departamento de Estudiantes en Fráncfort ha sido una muy significativa para mí. Era un deseo muy profundo y había orado mucho para poder ir y que no surgiera ninguna negatividad que me lo impidiera. Cuando me propusieron la plaza me puse muy feliz, rápidamente llamé a mi madre y ella se entusiasmó mucho: me dijo que tenía que ir sí o sí.
Al principio estaba muy entusiasmada. Realizamos reuniones en línea con los participantes de España, estudiamos el material del curso, planificamos la actuación cultural que realizaríamos en Fráncfort y nos explicaron cómo funcionaría todo para que nos sintiéramos seguros y como en casa.
Pero, mientras se iba acercando la fecha, me iban surgiendo inseguridades tanto físicas como psicológicas: me daba miedo la comunicación en inglés durante el curso y temía sentirme sola estando allí. El día anterior al vuelo, se me pinchó la rueda del coche de una manera surrealista y cogí un fuerte resfriado. Les escribí a mis responsables, y me alentaron diciéndome que era una oportunidad única para expandir mi vida, que solo importaba mi espíritu de búsqueda, y que «todos los participantes comparten el mismo corazón que tú».
Esas palabras me llenaron de fuerza. Con ellas y un potente daimoku para mi protección y la de mis compañeros logré llegar bien, sin ninguna complicación más.
El curso fue maravilloso: hice amigos, me divertí y profundizamos muchos aspectos. Pero, especialmente, disfruté los estudios que hablaban sobre transmitir la Ley y no dejar a nadie atrás, crear una sociedad de valor y pacífica, y de que todas nuestras experiencias son como parábolas que alientan a los demás.
El curso ha significado un nuevo punto de partida en mi vida: me permitió reflexionar acerca de cuánto puedo influir en mi entorno, a partir de mi propio coraje y determinación.
Cuando regresé, le volví a hablar de la práctica a mi prima. La fui a visitar, practicamos juntas y ahora estamos en un reto de daimoku conjunto. Sigo decidida desafiarme para concretar todos mis objetivos y metas, sin dejarme vencer, pase lo que pase.