Entrevistamos a Ricardo Alonso, cineasta asturiano que, tras ganarse a pulso la posibilidad de dedicarse a su vocación, está cosechando reconocimiento.
Después de trabajar durante bastantes años en otro ámbito, hoy eres guionista, productor y director de cortometrajes y documentales. ¿Cómo empezaste a recorrer esta senda?
Desde pequeño, ya cuando estudiaba en la escuela de mi pueblo, siempre me gustó mucho escribir, además del cine y la televisión. Más tarde, en el instituto, teníamos un grupo de lo que llamaban cinéfilos; pero en Asturias, en aquella época, era muy complicado poder dedicarse a esto. Después de mudarme a Madrid para trabajar en el sector de las telecomunicaciones, tuve la oportunidad de estudiar y empezar a desarrollar proyectos en el campo audiovisual.
Desde pequeño, […] siempre me gustó mucho escribir, además del cine y la televisión […]; pero en Asturias, en aquella época, era muy complicado poder dedicarse a esto.
Entonces, regresaste a Asturias…
En Madrid conocí e inicié la práctica del budismo Nichiren. De un modo natural, el sueño de tener un trabajo creativo relacionado con el mundo audiovisual y el deseo de volver a Asturias se convirtieron en metas de mi oración.
Estando aún en Madrid, comencé a centrar mis esfuerzos en el guion y el documental. Presenté varios proyectos a una productora y eligieron uno con posibilidad de que se realizase. Preparé todo, pero, justo cuando empezaba la preproducción, en el trabajo –que seguía siendo de telecomunicaciones– me plantearon un traslado que hacía tiempo había solicitado y que casi había olvidado.
Lo cierto es que, tras varios años queriendo irme, en ese momento estaba muy a gusto en Madrid. Gracias a la práctica budista había encontrado mi lugar, tenía pareja y veía que mi proyecto de documental se podía concretar. Por otro lado, era complicado dar marcha atrás en lo concerniente al traslado. Consideré que, si recibía esa respuesta a la que había sido mi oración, tenía que ser por algo.
En Madrid conocí e inicié la práctica del budismo Nichiren. De un modo natural, el sueño de tener un trabajo […] audiovisual y el deseo de volver a Asturias se convirtieron en metas de mi oración.
Cuando llegué a Asturias, tuve que empezar casi de cero. Aunque era mi tierra natal, llevaba quince años fuera y comenzar una nueva etapa allí fue un gran desafío. Representaba un gran cambio: en el trabajo, a pesar de seguir en la misma empresa; en mis relaciones; en la parte creativa, y también en mi participación en actividades budistas. Con el daimoku como base, me propuse vencer en todos los campos de mi vida en el lugar donde me encontraba, y el artístico era uno de ellos.
Todos los miércoles por la tarde, durante varios años, los poquitos miembros locales de la Soka Gakkai nos juntábamos en mi casa para recitar daimoku juntos. En realidad, muchas veces estaba yo solo, y otros días éramos dos o tres; durante bastante tiempo, este fue el quorum. Sin embargo, de esta forma empezaron a materializarse resultados.
Paralelamente al surgimiento de nuevos compañeros de fe, que se plasmó en el aumento de personas que participaban en las reuniones de diálogo mensuales del único grupo que había aquí en ese entonces, en lo creativo pude encontrarme con varias personas clave para poder realizar mi primer documental.
Escuchándote, se diría que estableces un nexo entre tus esfuerzos por promover el kosen-rufu con espíritu de «levantarse solo»[1] y por cultivar tu vocación cinematográfica en un lugar alejado de los grandes centros de producción.
Sin duda. El kosen-rufu lo engloba todo…
En este momento, en Asturias ya hay tres grupos de diálogo de la Soka Gakkai, con bastantes miembros. En cuanto a la producción audiovisual, la cosa está bastante mejor que cuando yo llegué. Los equipos de grabación son más baratos y se pueden hacer muchas cosas con menos presupuesto. De esta forma, aunque siempre es complicado levantar un cortometraje o un documental, puedo sacar adelante los proyectos de una forma más sencilla.
Todo está unido. A través de la lucha por el kosen-rufu, hay desarrollo en todos los aspectos de mi vida. Al vencer en esta causa mayor, también venzo en mi día a día.
La palabra es una herramienta de transformación muy poderosa y, acompañada del componente audiovisual, adquiere nuevas dimensiones. El nexo entre la fe y la vida cotidiana que acabas de señalar, ¿se refleja en tu producción cinematográfica, vehiculando algunos de los valores humanistas que caracterizan al budismo?
Siempre intento transmitir pensamientos que he aprendido en la filosofía budista y, como leí en uno de los últimos números de la revista Civilización Global, efectivamente trato de ser un «agente de cambio».[2]
En mis personajes, reflejo doctrinas como las de los diez estados y los tres mil aspectos contenidos en cada instante vital o ichinen sanzen. En la narración, hay que tener conflictos –la herramienta más poderosa– y hay que superar obstáculos. Todo pasa tal y como nos dice el budismo: es la vida misma.
A través de las historias que escribo, siempre intento aprender algo de mis personajes y que los demás también aprendan, profundizar en la realidad y el comportamiento humano, y transmitir valores positivos y humanismo; siempre con sentido del humor. La comedia, además del drama, son mis géneros preferidos.
Como leí en uno de los últimos números de la revista Civilización Global, efectivamente trato de ser un «agente de cambio».
En lo que hago, aplico la orientación que recibo a través de las palabras de Daisaku Ikeda. Una cita que resume lo que intento alcanzar, aquello en lo que me desafío todos los días, es esta:
Se dice que los escritos revelan el carácter de una persona; proyectan lo que encierra su corazón, cómo es su espíritu y el estado en que se encuentra. En verdad, en ellos se refleja la realidad interior de nuestra vida. Por eso, las palabras que nacen del esfuerzo y el trabajo denodado, las que brotan de una pasión ardiente, conmueven la vida de quienes las leen.[3]
Agradecido, seguiré escribiendo, creando y aportando todo lo que pueda a las personas y a la sociedad.
[1] ↑ En relación con el espíritu de «levantarse solo» en el budismo Nichiren, véase p. ej. Civilización Global, n.º 183, julio 2020, sección «Para dialogar».
[2] ↑ Véase Civilización Global, n.º 215, marzo 2023, sección «Estudio», pág. 36
[3] ↑ IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vols. 13 y 14, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2019, pág. 305.