Espiritualidad religiosa y caminos de paz


Lo que sigue es un extracto de la conferencia que el teólogo Juan José Tamayo pronunció en el Centro de la Paz de Nagasaki el 23 de noviembre pasado por invitación de la Soka Gakkai.

Estoy muy contento de visitar por primera vez Nagasaki, esta gran ciudad con una historia dramática.

La característica más importante de esta conferencia es que la voy a ofrecer bajo el impacto de las visitas al Museo de la Bomba Atómica y la zona cero. Por tanto, está marcada por la emoción, por la solidaridad y por mi sentido compasivo hacia las familias y los supervivientes.

Quiero aprovechar también mi presencia hoy en Nagasaki para felicitar a Nihon Hidankyo, que ha recibido tan merecidamente el Premio Nobel de la Paz por su larga lucha contra las armas nucleares.1 Tras leer las declaraciones de la secretaria general adjunta de esta organización, Masako Wada, al diario El País, coincido en que es el momento de unir nuestras manos, levantar nuestras voces y dirigir nuestro corazón para luchar pacíficamente en contra de las armas nucleares. Porque, como ella ha expresado, el peligro actual de que se utilice el armamento nuclear para destruir el planeta es el más grave desde la Segunda Guerra Mundial.

El tema de mi conferencia es «Espiritualidad religiosa, camino para la paz». Voy a desarrollarla en tres partes. La primera estará centrada en el clima bélico que estamos viviendo hoy en el mundo. A continuación, hablaré de los caminos de paz que puede abrir la espiritualidad interreligiosa. Y, en tercer lugar, ofreceré unas conclusiones en la forma de un dodecálogo; en él expondré la contribución de las religiones y espiritualidades a la paz hoy.

Abriendo la primera parte, sobre el clima bélico que estamos viviendo hoy en todo el mundo, podemos decir que nuestro mundo se ha convertido en un coloso en llamas, no de manera metafórica, sino real.

He consultado estos días el Índice de Paz Global del Instituto para la Economía y la Paz, que arroja unas cifras escalofriantes de violencia generalizada en el mundo. Voy a ofrecerles algunos datos.

Existen hoy 56 conflictos armados en los que se encuentran involucrados 92 países. Es la cifra más elevada después de la Segunda Guerra Mundial. Y esta cifra ha tenido también su impacto económico, que en 2023 fue de 2 380 dólares por persona, lo que supone el 13 % del PIB mundial.

Pero, claro, no podemos quedarnos en las frías cifras. Lo que estas cuantifican es la destrucción de vidas humanas. Las guerras están provocando hambrunas; situaciones de esclavitud; utilización de los cuerpos de las mujeres como arma de guerra y campo de batalla; violencia y violaciones contra mujeres, niñas y niños; extracción y venta de órganos; destrucción de la naturaleza; desplazamientos masivos, con muertes en su transcurso; reclutamiento de niños y niñas como soldados; violaciones de derechos y humanos y de derechos de la naturaleza; represión política; dictaduras; feminicidios e infanticidios; secuestros; genocidios; destrucción de instalaciones sanitarias, de lugares religiosos, de escuelas; y así un largo etcétera.

Para iniciar la segunda parte de esta conferencia, cabe preguntarnos: ¿qué pueden hacer las religiones y las espiritualidades ante tamaña situación dramática que vive el mundo actualmente?

Lo primero que he observado, como estudioso de las religiones, es que estas a menudo están instaladas en una contradicción. Ofrecen mensajes de paz y, sin embargo, practican la violencia y llevan a cabo manifestaciones a través de las cuales han logrado imponerse por la fuerza.

Todas las religiones tienen como principio fundamental el «no matarás». Pero, al mismo tiempo, algunas transgreden este principio y apoyan levantamientos y movilizaciones violentas y, en el caso de las religiones monoteístas, dicen hacerlo en nombre de Dios. En resumen, predican la paz y apoyan o provocan las guerras.

Pero no podemos ser pesimistas. Tenemos que trazar o proponer caminos de paz dentro de una espiritualidad interreligiosa en favor de la paz. Veamos algunas propuestas de paz por parte de algunas de las más importantes tradiciones religiosas en la historia de la humanidad.

Empecemos por el judaísmo. En hebreo existe la palabra shalom. Como saben, es una palabra de saludo y de deseo al mismo tiempo. Posee una gran riqueza semántica que no se refleja adecuadamente en la eiréne griega o en la pax latina ni tampoco en los términos respectivos en nuestras lenguas. Shalom, paz, no significa la simple ausencia de guerras, sino que expresa más bien un estado de bienestar a nivel colectivo, de serenidad, salud corporal, sosiego espiritual y comprensión interhumana.

Una de las grandes joyas literarias de la Biblia hebrea son los salmos. Y hay un salmo, concretamente el 85, que dice que la paz y la justicia se besan. El salmista invita a caminar por sendas de paz. Ofrece muchas imágenes de la construcción de la paz, pero hay tres que me parece que son fundamentales y que tienen su aplicación en el momento presente.

La primera imagen es el arcoiris como símbolo de la alianza duradera que Dios establece con la humanidad y con la naturaleza. La segunda imagen es la convivencia ecológico-fraterna del ser humano con los animales más violentos. Hay un texto precioso del profeta Isaías que lo deja muy claro: «Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito…». La tercera imagen, que está recogida en el frontispicio del edificio de las Naciones Unidas en EE. UU., representa el ideal de la paz perpetua. Dice un texto: «Forjarán de sus espadas hazadones, y de sus lanzas podaderas».

La segunda tradición que creo que nos ayuda a trabajar por la paz y a caminar por las sendas de la pacificación es la Biblia cristiana. En ella hay un texto que se conoce con el nombre de «Las bienaventuranzas» que declara felices a las personas que trabajan por la paz. Cuenta el Mahatma Gandhi que, mientras estudiaba en Inglaterra, le facilitaron una Biblia. Leyó primero el Antiguo Testamento, la Biblia hebrea, y luego el Nuevo Testamento. Y la conclusión fue la siguiente: rechazó el primero por violento y dijo que «Las bienaventuranzas» es el mejor programa social que se podría aplicar.

La paz en la Biblia cristiana, en lo que llamamos el Nuevo Testamento, no se reduce a la esfera privada, intimista, religiosa ni remite al más allá, sino que posee importantes connotaciones sociopolíticas y cósmicas.

En esta espiritualidad interreligiosa por la paz creo que habría que incorporar también al islam. Una imagen del islam extendida entre ciertos sectores es la de una religión violenta, patriarcal… Sin embargo, esta imagen no tiene nada que ver con el Corán. El Corán habla de los 99 más bellos nombres de Dios. ¿Y cuáles son esos nombres? El Misericordioso, El Generoso, El Compasivo, El Clemente, El Prudente, El Comprensivo, El Protector… Y otro nombre es La Paz. Afirma que Dios es la paz, que da seguridad y que custodia a todos los seres humanos.

Los capítulos del Corán empiezan de la siguiente manera: «En el nombre de Dios, el clemente y el compasivo…». Hay un texto en el Corán que dice: «Haz el bien a los demás como Dios ha hecho el bien contigo». Otro, que quien mata a una persona es como si matara a toda la humanidad. Es verdad, y no podemos ocultarlo, que el Corán tiene también textos que presentan a Dios con determinadas imágenes destructivas, pero hay que matizar que cuando el Corán justifica la violencia lo hace solo en legítima defensa. No es una violencia ofensiva.

Dentro de esta espiritualidad interreligiosa en favor de la paz creo que hay que incorporar también dos tradiciones de Oriente.

El hinduismo tiene una palabra que para mí es mágica: samadanan. Sama significa paz, armonía, ecuanimidad, serenidad; y danan denota un don que se recibe (más que un don que se da).

Uno de los líderes políticos y religiosos que mejor ha encarnado esa paz en la India es Gandhi, a través de la no violencia activa, entendida como actitud personal y como ideal político. Él sostuvo que «tenemos que conseguir que la verdad y la no violencia sean asuntos no solo de la práctica individual sino de la práctica entre comunidades y de naciones».

El profesor Tamayo pronunció la conferencia número 104 de una serie centrada en la paz, auspiciada por la Soka Gakkai de Nagasaki | Foto: Seikyo Shimbun

Finalmente, tendríamos que referirnos a la paz en el budismo. De las cinco religiones históricas a las que hoy me refiero, es posiblemente la que mejor refleja en su teoría y en su práctica este ideal de paz. El budismo pone el acento en la paz interior, pero sin descuidar la paz exterior. La paz en la propia vida constituye la base y la mediación para instaurar la paz en el mundo.

En estos últimos diez años, en los que he convivido estrechamente con la Soka Gakkai de España, me ha impresionado sobremanera la traducción que el Sutra del loto, Nichiren y el maestro Ikeda han hecho de la paz como revolución humana. En esta expresión, la palabra «revolución» está desvinculada totalmente de lo que tenga que ver con el uso de la violencia y de las armas. La revolución en este caso sería transformación, cambio de valores, cambio del valor del odio y la violencia por el de la amistad y la paz. Y no solamente en el nivel individual.

El doctor Ikeda tiene un escrito precioso titulado Transformar la historia humana: Un haz de luz hacia la paz y la dignidad. ¿Qué significa transformar la historia humana? Guiar la historia en la dirección contraria a la que está siguiendo desde hace muchos siglos. ¿Y qué es lo que, para Ikeda, se requiere para transformar la historia humana y orientarla en una nueva dirección? Pues una de las exigencias fundamentales es la abolición de las armas nucleares.

No he conocido a ningún líder religioso de este último siglo que haya expresado con tanta claridad y con tanta convicción como el doctor Ikeda el compromiso de abolir las armas nucleares. Él afirma que la abolición de las armas nucleares es el factor clave para un futuro global sostenible y en paz. Y lo más importante, quizás, de esta propuesta es a quién se dirige: especialmente, a la juventud. Educar en la paz a la juventud es una de las grandes prioridades del doctor Ikeda, que, por lo que yo he visto en España y ahora estoy viendo aquí en Japón, impregna la práctica del budismo Nichiren en la Soka Gakkai.

Generalmente se considera que las religiones son para personas mayores. Pero Ikeda viene a decir: «¡Qué error! ¡Qué inmenso error!». Las religiones tienen que comenzar desde la juventud, que son precisamente quienes tienen más energía para trabajar por la paz. Por eso él invita a crear una cultura de paz desde la propia juventud gracias a la cual podamos disfrutar del derecho a vivir dignamente.

A partir de aquí podríamos pensar en construir una gran alianza interreligiosa, interespiritual en favor de la paz. Y este es el mensaje que yo quiero transmitir: que en esta dirección del trabajo por la paz y de la cultura de paz caminamos muchas religiones. Pero no tanto los jerarcas o las autoridades, sino los sectores de las comunidades de base de todas las religiones.

Y llegamos a la tercera parte. En el siguiente dodecálogo resumo una visión sobre la contribución de las religiones a la construcción de un mundo pacífico y pacificador, basado en la justicia, bajo la inspiración inicial de Hans Küng:

  1. No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. Más de tres cuartas partes de la población mundial están vinculadas a algún sistema de creencias religiosas. Si estas personas activan sus tradiciones religiosas pacificadoras resultará más fácil la solución de los conflictos de forma pacífica. De lo contrario serán cómplices de la extensión de la violencia en el mundo.
  2. No habrá paz entre las religiones sin diálogo entre ellas. Un diálogo que debe caracterizarse por la simetría, la correlacionalidad, la corresponsabilidad y el respeto al pluralismo religioso.
  3. No habrá diálogo interreligioso si las religiones no se conocen entre sí. El desconocimiento constituye el caldo de cultivo para las descalificaciones mutuas, los fanatismos y los fundamentalismos que incitan al uso de la violencia. El conocimiento riguroso de las religiones facilita la comprensión entre ellas.
  4. No habrá diálogo entre las religiones sin una ética mundial. Las religiones pueden colaborar en la construcción de dicha ética asumiendo las siguientes tareas: trabajo por la no violencia activa y respeto por la vida; defensa de la naturaleza sometida a explotación por el actual modelo de desarrollo científico -técnico; opción por los sectores, los pueblos y los continentes oprimidos; apuesta por una cultura de la solidaridad y por un mundo donde quepan todos los mundos; trabajo por un orden económico justo; promoción de una cultura de la igualdad y colaboración entre hombres y mujeres.
  5. No habrá paz en el mundo sin el reconocimiento y respeto del pluriverso en todos los niveles y ámbitos de la vida: político, social, cultural, religioso y étnico, y el correspondiente diálogo entre las diferentes culturas, religiones, espiritualidades, etnias y filosofías, así como entre los pueblos y los continentes. El respeto a las peculiaridades de cada cultura es condición necesaria para evitar el racismo, la xenofobia y el colonialismo, que suelen desembocar en violencia.
  6. El mundo gasta hoy en armamento y en guerras 2 400 millones de dólares. Las religiones, junto con otros actores en favor de la paz, deben denunciar dicho gasto y exigir a los Gobiernos que lo destinen a la educación y alimentación de los 750 millones de personas pobres y hambrientas que hay en el mundo.
  7. Siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís, Mahatma Gandhi y Martin Luther King, las religiones están llamadas a desterrar la violencia en todas sus formas, en su organización, en sus textos fundantes, en sus códigos jurídicos, en sus discursos y en el estilo de vida de sus seguidores y seguidoras, y a fomentar la fraternidad-sororidad entre sus miembros y en la sociedad.
  8. El 1 % de la población mundial tiene el 99 % de las riquezas de toda la humanidad. El diálogo de culturas y el encuentro de religiones serán estériles si no van acompañados de una alianza en la lucha contra la pobreza, el hambre y las brechas de la desigualdad, cada vez más profundas, y en la condena del neoliberalismo, que, como afirma el papa Francisco, es injusto en su raíz y genera tamañas desigualdades en el mundo entre el Norte global y el Sur global.
  9. Nuestra sociedad vive inmersa en todo tipo de excesos y desmesuras: en el consumo; en la múltiple discriminación de las mujeres; en el uso de la violencia; en el odio contra las personas y los colectivos diferentes; en el maltrato a la naturaleza; en el ejercicio del poder, etc. Para evitar dichos excesos las religiones deben contribuir a buscar la justa medida y seguir el camino medio, la corresponsabilidad, la razón cordial, la sensibilidad hacia el dolor de las personas, la compasión y la ética del cuidado.
  10. En plena crisis de las religiones y en la era de la inteligencia artificial, es necesario recuperar la espiritualidad, que es una de las dimensiones fundamentales del ser humano, más allá de las creencias o increencias religiosas. La espiritualidad es el espacio verde de las culturas, de las religiones y de los pueblos, el lugar de la paz interior y exterior, y una de las mejores reservas de la humanidad que es necesario poner en valor y activar. El diálogo entre espiritualidades deja sin efecto la justificación de la teoría de la «guerra justa», desactiva las guerras de religiones y apuesta por la paz justa, inseparable de la justicia, como afirma bellamente el salmo 85 de la Biblia hebrea: «la justicia y la paz se besan».
  11. Hago mía la afirmación del filósofo y teólogo Raimon Panikkar, que transitó por los caminos del diálogo entre el cristianismo, el budismo, el hinduismo y la secularización: «Sin diálogo, el ser humano se asfixia y las religiones se anquilosan».
  12. Siguiendo el ejemplo de Daisaku Ikeda, tercer presidente de la comunidad budista Soka Gakkai, las religiones, sus miembros y sus dirigentes deben trabajar por la eliminación de todas las armas nucleares para salvar a la humanidad y a la naturaleza de su extinción. Si no se destruyen las armas nucleares, estas destruirán a la humanidad y la naturaleza. Tal reivindicación la hago precisamente en Nagasaki, lugar en el que, junto con Hiroshima, la explosión de la bomba atómica provocó el asesinato premeditado y alevoso de 214 000 personas y numerosas secuelas en la población viva.

A las puertas de la conmemoración del 80.º aniversario de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, nuestro grito y el de toda la humanidad debe ser: «Nunca más».


  1. N. de E.: Véase también el artículo que completa esta sección, así como la noticia relativa a la visita de Nihon Hidankyo a España en «Actualidad».
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