Ganando la confianza de mi entorno


Luis Ricardo Avelar Clemente | Madrid


Luis Ricardo, en la Gran Vía madrileña

Una tarde de la primavera austral de 2003, antes de cenar juntos en su casa en Ipanema, Río de Janeiro, un amigo nos invitó a otro amigo en común y a mí a acompañarlo mientras realizaba su práctica budista; más tarde sabría que lo que habíamos presenciado era la recitación de pasajes del Sutra del loto y del daimoku que constituyen el gongyo. Cuando terminó, le hice algunas preguntas. En particular, indagué en cómo podía ser que le dejaran ser budista, teniendo en cuenta su orientación sexual. Él me respondió que en el budismo que practicaba lo que importaba era la calidad del corazón de las personas.

Mi pregunta era relevante para mí. Había tenido que abandonar mi religión anterior cuando decidí aceptar mi orientación sexual. Fue una decisión difícil: había crecido en ella de mano de mi familia; pero para mí ya no había vuelta atrás. Al aceptar mi condición, interpreté que había dejado de ser digno de seguir participando en ella y la abandoné para siempre.

Trabajo como auxiliar de vuelo desde 1995. Empecé a volar en Brasil, pero, tras el atentado de las Torres Gemelas, mi empresa hizo un despido en masa. En 2004 me mudé a Madrid. A los cuatro meses de llegar, me cogieron en una aerolínea.

En aquella época, en mi sector se hacían contratos temporales. Los años pasaban y no hacíamos sino alternar contratos con largos períodos fuera de contrato, tras los cuales tenía que volver a empezar de cero. Yo buscaba trabajar en más de una aerolínea para compaginar, pero, como no lo lograba, entretanto me tenía que buscar la vida y trabajar en lo que podía.

A todo esto, mantenía el interés en conocer más sobre aquella práctica budista y, años después de mi traslado, traté de acercarme a ella. Sin embargo, había olvidado cómo se llamaba y había perdido el contacto con aquel amigo de Río de Janeiro. Exploré otras organizaciones budistas, pero yo quería practicar el budismo donde decían que «lo importante es el corazón».[1]

2011 fue un año especialmente duro. Sin dinero para mantenerme en Madrid, decidí ir a vivir a un pequeño pueblo de la región de Abruzzo, en Italia, donde podía alquilar una habitación en casa de una amiga y aprender italiano. Hice la mudanza y, entonces, cogí un avión a Río de Janeiro con la intención de quedarme unos diez días. Pero allí encontré a mi hermana separándose, sola con mi sobrino pequeño, y lo que eran unas cortas vacaciones se convirtieron en meses, fruto de mi determinación de apoyarla y cuidar a mi sobrino para que ella pudiera trabajar.

Un día, después de dejar a mi sobrino en el cole, salí a pasear por la playa y, en esa ciudad de más de seis millones de habitantes, ¿con quién me encontré? Con mi amigo budista.

Él estaba radiante. Me habló de la responsabilidad que había asumido en un grupo de diálogo de la Soka Gakkai de Brasil (BSGI), y yo le dije que había estado buscando el budismo que él practicaba, pero que no me acordaba del nombre. Me dio una tarjeta donde estaba escrito Nam-myoho-renge-kyo y me invitó a un encuentro de introducción al budismo que iba a hacerse en el centro cultural local de la BSGI. Asistí.

Recuerdo la impresión que sentí al entrar en el auditorio, ver el Gohonzon iluminado y oír el sonido del daimoku que llenaba el ambiente. Empecé a orar y me llené de alegría. No podía parar de sonreír; era como si finalmente hubiera encontrado lo que estaba buscando.

[Un amigo] me invitó a un encuentro de introducción al budismo […]. Asistí. […] Empecé a orar y me llené de alegría. No podía parar de sonreír; era como si finalmente hubiera encontrado lo que estaba buscando.

Después del gongyo hubo una explicación sobre conceptos budistas, incluidos los tres mil aspectos contenidos en cada instante vital. Me preguntaba cómo podía haber pasado toda mi vida sin que nadie me hubiese explicado aquel concepto tan interesante…

Salí de allí con mi primer libro de Ikeda Sensei, una edición en portugués de Develando los misterios del nacimiento y la muerte.[2] Empecé a asistir a las reuniones y a realizar mi práctica personal. Cuando, seis meses después, mi hermana ya estaba restablecida y era el momento de retomar mi vida en Italia, mi amigo me alentó a recibir el Gohonzon. Mi madre, que al principio había estado en contra de mi decisión de practicar el budismo, accedió a participar en mi ceremonia de ingreso. Al finalizar, me dijo que le había gustado mucho la alegría que se respiraba y que, si yo estaba feliz, ella lo estaba también.

Así que llegué de vuelta a Abruzzo con el Gohonzon y, después de contactar con la Soka Gakkai de Italia, participé en mi primera reunión de diálogo allí. Yo no hablaba italiano, pero los miembros del grupo me invitaron a expresarme en mi idioma, sin preocuparme. Aunque probablemente no me entendían del todo, de ese modo hicieron que yo me sintiera parte del grupo.

Consolidé mi práctica, participé asiduamente en las actividades y aprendí de los compañeros, que me hacían sentir plenamente partícipe del movimiento local por el kosen-rufu. Cuando llegó el momento de retomar mi trabajo como auxiliar de vuelo, me volví a España, decidido a luchar para que la transformación de mi karma se reflejara también en el aspecto económico y conseguir mi tan deseada estabilidad.

En Madrid, supe que hacía poco que se había inaugurado una nueva sede de la SGEs en un municipio situado a las afueras de la capital: el Centro Cultural Soka en Rivas-Vaciamadrid. No faltaban oportunidades de actividad en torno al nuevo edificio y el terreno que lo rodeaba –que estaba calificado como zona verde, pero en ese momento era árido e inhóspito–. Yo estaba desesperado por generar buena fortuna en mi vida, y acepté todas las tareas y responsabilidades que me ofrecieron, con un convencimiento profundo de que era la forma directa de transformar mi karma.

Yo estaba desesperado por generar buena fortuna en mi vida, y acepté todas las tareas y responsabilidades que me ofrecieron [en la SGEs], con un convencimiento profundo de que era la forma directa de transformar mi karma.

En 2015, tras haber aceptado formar parte de uno de los grupos de actividad en el centro cultural, Sonido Maravilloso,[3] finalmente me ofrecieron un contrato fijo en la aerolínea en la que estaba. Lo viví como un gran logro, que me permitió profundizar mi convicción en la fe. Aun así, había más aspectos de mi vida que ansiaba transformar y, como ser humano, a veces me desalentaba. Pero mis esfuerzos en las actividades y en la oración no dejaron de reflejarse en pruebas reales, de acuerdo con el principio budista que afirma que «la virtud invisible genera recompensas visibles».[4]

En 2019, un dictamen judicial determinó que mi aerolínea debía acometer una actualización de salarios y el pago de una serie de atrasos. No obstante, debido a un error en la ratificación –que no incluía a sesenta trabajadores afectados, entre los que me encontraba yo–, el cumplimiento de la sentencia a rajatabla me llevó a perder la oportunidad de tener por primera vez en la vida algunos ahorros. Fue una prueba dura para mi entereza… Volaba rodeado de compañeros a los que sí les habían pagado y subido el sueldo, siendo a menudo mucho más nuevos que yo en la empresa.

En ese momento, mi sindicato me planteó la opción de presentar una demanda, y la acepté. Me daba igual si en última instancia conseguía o no el dinero, pero consideré que era lo justo, y que debía actuar en consecuencia. La práctica budista, el estudio y el aliento de mi maestro me movían a proteger la dignidad de mi vida.

El 2020 se desencadenó la pandemia y, como tantos compañeros, mantuve mi compromiso con las actividades de la SGEs, cuyo formato tanto tuvo que cambiar para adaptarse a la nueva situación. Recuerdo que en los primeros meses de ese período me conmovió especialmente una propuesta: la de vivir 2020 de un modo tal que, cuando en el futuro miráramos hacia atrás, lo recordáramos no tanto como un año de enfermedad y dificultades, sino como uno de victoria. Se me ocurrió entonces animar a mi grupo de protección a escribir a Sensei para transmitirle nuestras determinaciones. Al hacerlo, yo escribí –un poco a la ligera, viéndolo en perspectiva– que lograría comprar una casa para el 16 de febrero[5] de 2021, una meta que, objetivamente, parecía imposible.

Mi decisión se debilitó en algunos momentos; el no tener nada de dinero ahorrado era una realidad que pesaba sobre mí. No obstante, tras la celebración en línea del festival Protagonistas de la Alegría, organizado conjuntamente por la juventud Soka de España y Portugal, reforcé mi daimoku. También me esforcé todavía más en las actividades de mi distrito general[6] y, entre otras cosas, garanticé que los grupos de diálogo contasen con una plataforma de videoconferencias estable para las actividades, mediante una suscripción que adquirí con ese único propósito.

Paralelamente, me acerqué a varias entidades bancarias para consultar sobre la posibilidad de que me concedieran una hipoteca. Yo en aquel momento estaba de ERTE y cobraba muy poco, de modo que las negativas que recibí no podían sorprenderme. Pero tampoco me hicieron desistir.

El 30 de diciembre de 2020, mientras estaba en el Centro Cultural Soka participando en los preparativos de la ceremonia de gongyo de Año Nuevo, recibí una prometedora llamada de un banco. Tras aprobarme una hipoteca, el 31 de marzo firmé la compraventa de mi casa. Tras más de quince años en Madrid, había sentado un cimiento sólido para mi futuro y mi lucha por el kosen-rufu aquí, con el centenario de la Soka Gakkai en 2030 en el horizonte. Pero el verdadero beneficio de mi lucha había sido entender finalmente la relación de maestro y discípulo con el corazón: por haber hecho a Ikeda Sensei la promesa de que iba a vencer, había vencido. Y estaba decidido a transformar mi comunidad e inspirar a mis compañeros de fe sobre esa base en adelante.

Luis Ricardo, feliz en el patio de su casa en Entrevías, Madrid | Foto: Civilización Global

Poco después de la declaración que puso fin a la pandemia oficialmente, en agosto del año pasado me inscribí al proceso de selección para un puesto de liderazgo en mi empresa. Cuando la lista de personas seleccionadas para las entrevistas se hizo pública y mi nombre formó parte de ellas, mis compañeros en los aviones me saludaban y me decían que estaban seguros de que me iban a promover por mi mérito y mi personalidad. Incluso algunos de los otros seleccionados me decían que no sabían si ellos iban a superar el proceso, pero que estaban seguros de que a mí me cogerían. Una vez más, me di cuenta de que el verdadero beneficio de la lucha por mis metas concernía al ámbito del corazón,[7] y que ya se había concretado: me había ganado el respeto y la confianza de mis semejantes.

Me di cuenta de que el verdadero beneficio de la lucha por mis metas concernía al ámbito del corazón […]: me había ganado el respeto y la confianza de mis semejantes.

Oré con fe para aprobar ya que, si lo lograba, como jefe de cabina –ese era el puesto al que concurríamos– podría influir directa y positivamente en el estado vital de mi equipo, así como en el de todos los pasajeros con quienes interactuara. El aumento en la retribución, claro, también sería bienvenido.

Aprobé las entrevistas y, luego, aprobé la inspección en vuelo. Llegado noviembre, me pude estrenar como jefe de cabina. Curiosamente, coincidiendo con ese avance, se dieron circunstancias que me llevaron a dedicar parte de mi nuevo salario a apoyar a mi familia en Brasil, con lo que cubrir los gastos siguió siendo un reto. Sin embargo, lleno de agradecimiento al Gohonzon, no dejé de participar en la actividad de aportación a la SGEs en diciembre, de todo corazón.

Al mismo tiempo, recibí la información de que la demanda que había presentado había llegado al Tribunal Supremo, y que ya había fecha para la vista: el 12 de febrero. Además, supe que el hecho de que fuera examinada en esa instancia significaba que el veredicto influiría sobre todas las posteriores. Esto me llevó a entonar daimoku con la decisión de vencer para, así, abrir también el camino a los compañeros que estaban en la misma situación.

El 16 de febrero pasado recibí la noticia de que mi demanda había sido estimada y, poco después, empecé a recibir noticias de compañeros que habían obtenido respuesta favorable en tiempo récord, gracias al precedente que había sentado. De nuevo, quise expresar mi desbordante alegría y agradecimiento a través de la ofrenda budista.

Reunión de Torre de Tesoros, uno de los grupos de diálogo de la SGEs de los que es responsable Luis Ricardo

Me gustaría terminar citando unas palabras de Ikeda Sensei que me han acompañado desde que las leí en esta revista:

El señor Toda decía que una religión llegaba a propagarse cuando sus practicantes eran respetados por su humanismo. […] Precisamente porque practicamos la enseñanza budista correcta, es fundamental que, ante todo, seamos merecedores de la confianza de nuestros semejantes. […]

Si nuestro movimiento Soka hoy abarca 192 países y territorios es porque los miembros han puesto en acción esta guía rigurosamente. Han contribuido de manera sustancial a mejorar la sociedad como buenos ciudadanos y han ganado, con su conducta, la amistad y la confianza de quienes los rodean.[8]


[1] ↑ La estrategia del «Sutra del loto», en END, págs. 1045-1046.

[2] ↑ La edición en castellano está disponible en España como IKEDA, Daisaku: Develando los misterios del nacimiento y la muerte: Sabiduría budista para la vida, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2015.

[3] ↑ El grupo Sonido Maravilloso, del que Luis Ricardo es responsable, cuida la dimensión audiovisual de las actividades de la SGEs, tanto presenciales como híbridas.

[4] ↑ Véase La virtud invisible genera recompensas visibles, en END, pág. 950.

[5] ↑ El 16 de febrero es la fecha del nacimiento de Nichiren Daishonin, en 1222.

[6] ↑ Luis Ricardo es responsable del Departamento de Hombres en el distrito general Gran Montaña de Madrid y, desde algunos meses, también vicerresponsable en la zona Alegría Ilimitada, a la que pertenece.

[7] ↑ En Las tres clases de tesoros, en END, pág. 889, Nichiren Daishonin dirige las siguientes palabras a su discípulo Shijo Kingo: «Viva de tal forma que la gente de Kamakura lo elogie por la diligencia con que Nakatsukasa Saburo Saemon-no-jo [Shijo Kingo] presta servicio a su señor, al budismo y a las demás personas. Más valiosos que los tesoros de los cofres son los del cuerpo. Pero ninguno es tan preciado como los tesoros del corazón».

[8] ↑ Véase la revista CG, n.º 221, sep. 2023, sección «Estudio» (2/3).

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