Por Daisaku Ikeda · Septiembre de 2020
En la vida y en la sociedad, es en épocas de gran crisis cuando podemos desplegar una enorme fortaleza interior y abrir rutas a una nueva era.
Nichiren Daishonin lo demostró cuando, durante la persecución de Tatsunokuchi, se despojó de su aspecto transitorio y reveló su identidad verdadera, la del Buda del Último Día de la Ley, y de ese modo iluminó a toda la humanidad con la luz de una esperanza sin límites.
El 12 de septiembre de 1271, mientras iba a ser decapitado en Tatsunokuchi, el Daishonin manifestó un estado de vida de serenidad y de dignidad suprema frente a su discípulo Shijo Kingo, quien había ido a acompañarlo poniendo en riesgo su propia vida: «¿Acaso podría haber una alegría más grande?».[1]
Mi maestro Josei Toda, el segundo presidente de la Soka Gakkai, consideraba muy significativo que ese momento crucial, en que el Daishonin asumió su identidad verdadera y abandonó su estado transitorio, hubiera ocurrido en presencia de su discípulo. En otras palabras, creía que, con ello, estaba mostrándonos a todos sus seguidores y, de hecho, a todas las personas del Último Día de la Ley que nosotros también podíamos activar ese grandioso estado de vida del tiempo sin comienzo y, como Bodisatvas de la Tierra, superar cualquier dificultad.
Después de su retorno victorioso, al cabo de dos años y medio de destierro en la isla de Sado, escribió con honda preocupación al ver que el país seguía arrasado por conflictos, epidemias y desastres naturales: «La aflicción y el sufrimiento del pueblo se acumularán hasta destruir la nación».[2]
Un país no puede esperar recuperarse o establecer la paz si sus ciudadanos viven agobiados por la angustia y la sensación de impotencia. Es fundamental que las personas adopten una filosofía de vida correcta y despierten en sí mismas la conciencia de que su vida es intrínsecamente digna.
Por eso el Daishonin declara: «Los devotos del Sutra del loto son como el monte Sumeru, como el sol y la luna, como el gran océano»[3] y nos pide a sus discípulos que triunfemos a la hora de «establecer la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra».
Pronto se cumplirán setecientos cincuenta años de ese hito histórico en que el Daishonin «descartó lo transitorio y reveló lo verdadero». Frente a esta gran crisis del siglo XXI –la pandemia de COVID-19–, en todo Japón y en el mundo están surgiendo incontables jóvenes Bodisatvas de la Tierra, dedicados con entusiasmo a cumplir su juramento desde el tiempo sin comienzo y a expandir la red del noble movimiento Soka.
Nuestros sucesores, ciudadanos globales de la Soka que prueban que «del índigo, se obtiene un azul mucho más intenso», son un monte Sumeru de valentía, que no afloja ante las tempestades más hostiles. Son el sol y la luna de la sabiduría que alumbra la oscuridad de los sufrimientos. Y son un gran océano de amistad que conecta a todas las personas superando cualquier barrera.
¡Cuán orgulloso se sentirá el Daishonin! Todos los budas y deidades celestiales del universo los protegerán, sin falta.
¡Este es el momento de hacer brillar, con mucha más intensidad, el juramento de los jóvenes Bodisatvas de la Tierra; es el momento de irradiar la luz del tiempo sin comienzo para dar paso a un amanecer de esperanza y a una nueva era de la civilización global!
En todo el mundo, nuestros jóvenes
se despojan de lo transitorio
y revelan lo genuino.
¡Qué tranquilidad es oír
a nuestros Bodisatvas de la Tierra
entonar el canto triunfal de la vida!
(Traducción del artículo publicado en la edición de septiembre de 2020 del Daibyakurenge).
[1] El comportamiento del devoto del «Sutra del loto», en END, pág. 806.
[2] Sobre la superioridad relativa entre las escuelas Tendai y Palabra Verdadera, en WND-2, pág. 526.
[3] Ib., pág. 525.