Entrevistamos a Concha Esteban, ejemplo de revolución humana* que, a través de su práctica budista, navega con determinación y esperanza su vida como invidente.
Muchísimas gracias, Concha, por aceptar esta entrevista para Civilización Global. Conociendo tu experiencia, estamos seguros de que inspirará enormemente a nuestras lectoras y lectores, y de que esa inspiración seguramente se transmitirá incluso más allá, ahora que la campaña «Desafíate a L.E.E.R.» está motivando a tantas personas a compartir «la misma alegría».[1]
Siendo ya adulta, te diagnosticaron una enfermedad degenerativa de la retina que, en última instancia, te llevaría a perder la vista. ¿Cómo recibiste la noticia?
Hice todo lo posible por evitar que la enfermedad avanzara. Fueron muchos los especialistas que visité, pero ninguno de ellos me pronosticaba un futuro alentador, pues no existe tratamiento.
Ante el avance imparable de la enfermedad, rezaba y le pedía a Dios que me ayudara para no quedarme ciega. Yo antes era una católica ferviente, y me empecé a preguntar: ¿cómo puede ser que, si Dios lo puede todo, me esté quedando ciega si yo no quiero?
Hace mucho tiempo que dejé de hacerlo, porque tomé las riendas de mi vida.
Háblanos de ello, por favor.
Mi hermana Cruz vivió unos años en Tenerife, y allí conoció el budismo de Nichiren Daishonin. Cuando volvió a Calatayud, en 1991, me habló sobre ello.
Yo era muy reacia a recitar Nam-myoho-renge-kyo. Viéndola a ella, tan activa en la práctica y en las actividades de la Soka Gakkai, le decía que para ser buena persona no hace falta rezar tanto o hacer tantas reuniones de diálogo o estudio. Pero, a pesar de que me quejaba mucho, siempre intentaba asistir a los encuentros porque al salir me sentía mejor. Y, aunque a veces conseguía sacarla de quicio, mi hermana no dejaba de animarme y transmitirme lo que ella misma iba aprendiendo y viviendo.
Cuando empecé a practicar, todavía tenía algo de visión y pude ver el Gohonzon. También pude leer algunos números de la revista que la SGEs publicaba en aquel momento[2] y recibir aliento de Daisaku Ikeda por escrito. Finalmente, decidí recibir el Gohonzon, y me agarré a él. Me ponía frente al Gohonzon con la determinación de que, aunque no viese, por lo menos tuviera paz, alegría y felicidad y desapareciera toda la rabia interior que tenía. Y esta fue desvaneciéndose.
Me ponía frente al Gohonzon con la determinación de que, aunque no viese, por lo menos tuviera paz, alegría y felicidad y desapareciera toda la rabia interior que tenía. Y esta fue desvaneciéndose. […] Con la práctica [budista] he logrado abrir mi mente y transformar todo el veneno o sufrimiento que tenía en medicina.
No he dejado de entonar daimoku mañana y noche. Con la práctica he logrado abrir mi mente y transformar todo el veneno o sufrimiento que tenía en medicina.[3] Nunca he tenido una bajada en mi estado de ánimo que no haya podido remontar con facilidad gracias al daimoku.
Es admirable… Imaginamos que, la de no dejarte vencer, es una lucha cotidiana.
Sí. Y tengo ratos malos, claro. Pero ya no es como antes. Acepto mi enfermedad y pongo en una balanza lo bueno y lo malo que tengo en mi vida para constatar que lo bueno gana sobre lo malo: tengo una familia maravillosa, amigos fantásticos, un lugar dónde vivir, etc.
Ahora ya no veo nada, pero cada día me desafío a vencer el demonio de la enfermedad[4] aprendiendo a desenvolverme. Estoy decidida a aprender cosas nuevas, como utilizar un smartphone, conectarme a una videoconferencia, leer… En la ONCE están impresionados con mi interés y mi voluntad de capacitarme y no quedarme nunca atrás.
Pongo en una balanza lo bueno y lo malo que tengo en mi vida para constatar que lo bueno gana […]. Cada día me desafío a vencer el demonio de la enfermedad aprendiendo a desenvolverme. […] En la ONCE están impresionados con mi interés y mi voluntad de capacitarme y no quedarme nunca atrás.
Antes, el hecho de no ver me generaba mucha angustia cuando tenía que afrontar alguna actividad fuera de la cotidianidad. Por ejemplo, coger ascensores me provocaba claustrofobia y, en general, tenía bastante miedo a enfrentarme a cualquier desplazamiento. Sin embargo, gracias a mi transformación interior, ¡me pude ir a Granada de vacaciones!
¡Nuestra enhorabuena! Estamos seguros de que tu espíritu de autosuperación inspira a quienes te rodean.
Diría que la inspiración es mutua. La gente no deja de sorprenderme.
Por ejemplo, cuando viajé a Granada todos los compañeros y compañeras de viaje tuvieron una enorme predisposición por ayudarme y explicarme todo. El guía me hacía ir con él para que tocara lo que estaba explicando y los demás estaban viendo. De ese modo, también yo pude ver todo lo que visitamos. Me sentí muy arropada, que no compadecida. Lo último que deseo es que la gente se apene de mí. Quiero que me quieran como soy. Si no veo, tienen que quererme sin ver.
En realidad, todo mi entorno me cuida muchísimo, empezando por mi marido que es mis manos y mis ojos, y siguiendo por mis amigas, que siempre están pendientes por si necesito alguna cosa. Mis compañeras en el budismo también están a mi lado, ofreciéndome aliento y compartiendo todo el material que necesito.
Todo el mundo que me ve me dice: «Conchi, ¡cuánta alegría!». Les digo que si quieren ser como yo solo tienen que cantar Nam-myoho-renge-kyo y trabajarse internamente tal como yo lo he hecho. Siempre repito las palabras de Nichiren Daishonin: «Sufra lo que tenga que sufrir; goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida, y continúe entonando Nam-myoho-renge-kyo».[5]
Es una prueba de lo más elocuente del beneficio de la práctica budista. A propósito, antes nos hablaste del fervor de tu fe católica en el pasado. ¿Cómo reaccionó tu entorno al hecho de que empezaras a transitar el camino del budismo?
En un primer momento encontré mucha resistencia por parte de mi familia, pero rápidamente desapareció porque ellos también empezaron a percibir mi transformación interior. Es más, mi hermana Cruz y yo logramos crear armonía en un momento en que nuestra familia se estaba resquebrajando a causa de la enfermedad de otra de nuestras hermanas.
Todavía tengo, a veces, intensos debates con familiares y amigos, pero siempre desde el respeto y sin perder de vista que lo más importante es mi revolución humana.
Todo el mundo que me ve me dice: «Conchi, ¡cuánta alegría!». Les digo que si quieren ser como yo solo tienen que cantar Nam-myoho-renge-kyo y trabajarse internamente tal como yo lo he hecho.
Como apunté antes, allá donde voy comparto mi experiencia de la práctica budista y transmito palabras del Daishonin. Algunas veces surge espontáneamente y otras a raíz de que alguien me pregunte. Así sucedió, por ejemplo, en el viaje a Granada: todos los compañeros y compañeras se fueron conociendo fragmentos del Gosho y la grandeza de la Ley Mística.
Utilizar mi voz para compartir la Ley a través de mi experiencia es una forma de saldar mi deuda de gratitud. Me esfuerzo al máximo en invitar a amigas a las reuniones de diálogo, más todavía desde que me nombraron responsable de mi grupo de diálogo de la SGEs en Calatayud. Y en el día a día, cuando me reúno a tomar café con amigas, me llevo la edición impresa de Civilización Global. Desde que la revista tiene edición digital, puedo escuchar sus contenidos con el lector automático en el móvil, pero me es grato escucharlos de sus voces. Y, a la vez que me ponen al día, ellas se van empapando del aliento de Ikeda Sensei y la filosofía budista. Dicho así, puede parecer que las obligo, pero es todo lo contrario: muchas veces son ellas las que me vienen a buscar, porque dicen que les gusta pasar rato conmigo.
No nos sorprende…
Si es así, es gracias a todo lo que he cambiado.
Dejar de ver es muy duro; no se lo deseo a nadie. Como dije antes, aún hoy hay momentos en que lo paso muy mal, pero gracias al Gohonzon sigo adelante. Esto lo tengo muy claro. Yo soy dueña de mi vida y sé que quiero estar feliz y contenta. Si quisiera estar todo el día triste y llorando en la cama, podría, pero no es lo que deseo para mí. Quiero que la alegría invada todo mi ser, aunque no vea.
Nunca he perdido la esperanza de recobrar la vista, y menos ahora, con la inteligencia artificial. Pero, si no lo logro, viviré como lo estoy haciendo: siendo lo más feliz que pueda y sin que la gente me vea como una víctima.
Mi hermana Cruz me dice que soy una persona con mucha sabiduría. Pero la sabiduría que pueda tener se debe a que soy una cantarina de daimoku; ¡creo que estoy entre las campeonas de Calatayud! Y también se debe a todo el apoyo que he recibido de la gente que me rodea. Permitidme terminar dando las gracias a todas esas personas, en particular a toda mi familia.
* En palabras de Daisaku Ikeda: «La revolución humana es el cambio de la propia vida y del propio karma. Es el logro de la felicidad y la realización verdaderas. Es la clave para hacer realidad el ideal del Daishonin de “establecer la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra”. Es el cimiento de la paz».
[1] ↑ La R en las siglas L.E.E.R. responde a la cuarta de las propuestas de la campaña: «Regocíjate al inspirar la misma alegría [en otra persona]».
[2] ↑ Puede leerse más sobre la historia de las publicaciones periódicas de la SGEs en la revista CG, n.º 229, mayo 2024, sección «MDP · Desafíate a L.E.E.R.».
[3] ↑ El principio budista de la transformación del veneno en medicina se refiere al poder de la Ley Mística para convertir una vida dominada por los tres senderos de los deseos mundanos, el karma y el sufrimiento en una vida que exprese las tres virtudes del Buda: el cuerpo del Dharma (la verdad), la sabiduría y la emancipación. El origen de la expresión se encuentra en un pasaje del Tratado sobre la gran perfección de la sabiduría, que menciona «un gran médico capaz de transformar el veneno en medicina».
[4] ↑ En el budismo, la expresión «demonio de la enfermedad» alude a la energía negativa que, más allá de los síntomas físicos de una dolencia, puede despojar a las personas de la esperanza de vivir, destruir sus medios de subsistencia y su sentido del bienestar, además de poner todo su futuro en suspenso.