Carla Lima | Boadilla del Monte, Madrid
Soy de Brasil. Conocí la filosofía budista de Nichiren a través de mi madre, quien practica desde hace 38 años. De joven, solía ayudarla con los preparativos de las reuniones de diálogo, a recibir a los invitados y a recoger a mi abuela, que era simpatizante. Cuando llegaba el mes de la aportación, siempre que podía, contribuía también yo.
Desde siempre tuve ganas de conocer España y, en 2005, decidí visitarla. Al llegar, me quedé encantada y me dije a mi misma que me quedaría a vivir aquí el resto de mi vida. Y así sería.…
Empecé a trabajar en una oficina de servicios domésticos en Majadahonda. Entre semana limpiaba casas y los fines de semana cuidaba a niños. Después de un año, decidí volver a Brasil y, justo antes de mi viaje, ocurrió algo increíble: fui a limpiar un piso en Majadahonda –el último servicio con mi jefa de entonces– y me recibió una mujer muy agradable. Mientras limpiaba una de las habitaciones, ¡cuál fue mi sorpresa cuando vi enmarcada una foto de Daisaku Ikeda! Enseguida le pregunté a la mujer si aquel hombre era Daisaku Ikeda y ella, sorprendida, me preguntó si lo conocía. Entre risas, le dije: «Yo no, pero mi madre sí». Le expliqué que mi madre practicaba desde hacía años y era una mujer de mucha fe. Entonces, ella le escribió una carta donde le dijo: «Me encantaría que Carla orase y pudiera comprobar con su propia vida el poder del Gohonzon». En ese momento pensé en cuán poderosa es la Ley Mística, para que, en una ciudad como Madrid, con más de cinco millones de habitantes, conociera a una practicante budista.
Cuando regresé a Brasil, le di la carta a mi madre y se emocionó mucho. Al cabo de un tiempo, sentí que mi misión no estaba allí, así que a finales de 2007 volví a España. Un año después, me quedé embarazada de mi hijo Ruan Pedro, que nació en diciembre de ese mismo año.
En 2014, tras cumplir cinco años, diagnosticaron a mi hijo diabetes mellitus tipo 1. Mi mundo se vino abajo. No entendía por qué le había pasado a él, así que luché contra todos mis demonios para seguir adelante, ya que él me necesitaba más que nunca. Durante seis meses me pasé las noches en vela, observándolo, ya que podía tener una bajada de azúcar y entrar en coma durmiendo.
Entonces, me acordé de aquella miembro que había conocido años antes en Majadahonda y, sin pensarlo, la llamé. Ella me puso en contacto con una responsable y, a partir de ahí, empecé a participar en las reuniones de diálogo. En octubre de 2016 fui por primera vez al Centro Cultural Soka en Rivas-Vaciamadrid y allí fue donde recité por primera vez Nam-myoho-renge-kyo. Me trajo tanta paz que sentí que todo iba a cambiar a partir de ese momento.
En 2017, falleció mi abuela. No pude ir a Brasil para despedirla, pero oré mucho por su iluminación. Ese mismo año, decidí recibir Gohonzon y, desde entonces, mi hijo Ruan Pedro siempre me ha acompañado a las reuniones de diálogo y a las actividades que he realizado en el centro cultural. Recuerdo cuando, en abril 2018, asistimos a una reunión a la que estaban convocados miembros del Departamento Futuro en Rivas y, para nuestra sorpresa, estaba allí el presidente de la Soka Gakkai, Minoru Harada. Ruan Pedro, junto a sus compañeros del DF, ayudó a plantar un árbol en lo que hoy es el Jardín de la Paz.
Aunque nunca le he forzado a participar en las actividades, hacía saber a mi hijo lo que me gustaba que me acompañase y que aprendiese los valores de nuestro maestro. A día de hoy, sigue viniendo conmigo cuando voy al centro cultural a participar en la actividad del grupo Canela en Rama.[1]
Gracias al daimoku, mi hijo ha ido aceptando poco a poco su enfermedad. Decidió empezar a entrenar a fútbol, y determinó que su diabetes no le impidiese convertirse en un deportista. Con mucho sacrificio, se matriculó en un conocido club de fútbol cercano. Por aquel entonces, estábamos pasando por una situación financiera difícil, así que yo oraba mucho para que pudiera seguir entrenando. Siempre le invitaba a orar conmigo y, cuando él se sentaba a mi lado con su voz tan pura, ¡me emocionaba tanto…! Ahí comencé a entender el vínculo kármico que compartimos.
Me doy cuenta de que, cuando hago shakubuku y aliento a los demás con mis experiencias, inspiro a mi hijo, al ver él la forma en que trato a otras personas. Además, ve mi determinación con la práctica haciendo daimoku y gongyo cada día, saliendo con tanta energía vital que los demás me preguntan si no tengo problemas.
Durante la pandemia, al igual que para el resto, fue todo muy difícil: mi hijo estaba incluido entre las personas de riesgo por su diabetes. Determiné frente al Gohonzon no desesperarme, ya que tenía que cuidar de mi familia. Pasamos el confinamiento en casa de mi hija, con mi yerno y mi nieta, a la que yo cuidaba mientras ellos teletrabajaban. De no haber sido por la práctica, no sé cómo hubiera aguantado toda esta presión. Oraba como una leona por la protección de todos, e incluso apoyé a muchos amigos por teléfono. Cuando todo volvió a la normalidad, seguí cuidando de mi nieta y lo compaginaba con mis otros trabajos. Fue el mayor regalo que pude tener. Sentí una clara protección fruto de ese daimoku, ya que ninguno de nosotros nos contagiamos de COVID en esos dos años.
2022 fue un año muy duro, ya que en febrero falleció mi padre y, por problemas con la tramitación de mi documentación, no pude ir a Brasil. También en esos momentos, apoyada por mis compañeros de fe, oramos mucho por su iluminación. Una noche recibí una llamada de mi abogado, para informarme de un obstáculo más que debía enfrentar: habían denegado los documentos que había aportado.
Con las lágrimas saltándome en los ojos, fui a orar frente al Gohonzon. Entonces, mi pareja me propuso casarnos y así arreglar nuestra situación; pero yo quería solucionar esto por mí misma. Una responsable de la SGEs me alentó a orar abundantemente antes de tomar cualquier decisión, de modo que se manifestara todo lo que tuviera que manifestarse antes de casarnos. Y así lo hice: oré con todas mis fuerzas, mientras solicitaba toda la documentación necesaria para el enlace.
Inmediatamente, empezaron a surgir dudas en mí, y cada vez discutíamos más. En una ocasión, mi pareja me echó de casa, pero me pidió perdón y, como le quería, lo perdoné y seguí orando por nuestra armonía familiar. Pasados unos meses, tuvimos otra discusión, y de nuevo me echó de casa. Esta vez, saqué coraje y decidí irme definitivamente. Pero antes teníamos que encontrar una habitación para mi hijo y para mí. Hablé con mi hijo sobre lo ocurrido y seguimos orando juntos. En una semana, mi pareja ya había rehecho su vida, y nos preguntaba constantemente cuando dejaríamos su casa. El efecto del daimoku fue verdaderamente increíble, porque se manifestó todo y más.
Mientras buscábamos habitación para los dos, recibí una llamada de Brasil: habían ingresado a mi hermano en urgencias por un tema de drogadicción. Este fue sin duda un momento decisivo en nuestras vidas, porque no dejamos de hacer daimoku junto a mi madre para transformar el karma familiar. Yo le decía a mi hijo: «Vamos a orar por mi hermano, porque, si él no es feliz, nosotros tampoco lo seremos». Además, quise redoblar la aportación que había hecho el año anterior.
Como dice el Gosho, «jamás podría ocurrir que las oraciones del practicante del Sutra del loto quedaran sin respuesta».[2] Al poco, conseguimos una habitación. Además, llamaron a mi hijo de otro club de fútbol para seguir entrenando. Esta fue sin duda su gran prueba real de la práctica. Por otro lado, el 1 de diciembre recibí una carta donde me comunicaban que habían aprobado mi documentación para los siguientes años, con permiso de trabajo. ¡Lloré de alegría! Al llegar a casa abrí el Gohonzon y agradecí este logro maravilloso. En ese mismo mes, mi hermano salió de la clínica con diagnóstico de bipolaridad y empezó un tratamiento en casa. Ya no está consumiendo drogas, e incluso apoya a mi madre. Con cada obstáculo que supero, le digo a mi hijo: «El Gohonzon tiene un poder que no imaginas…».
Me siento profundamente agradecida a mi madre por trasmitirme esta práctica, a mis compañeros de fe y a mi maestro, de quien he aprendido este aliento del Daishonin: «Sufra lo que tenga que sufrir; goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida, y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo, pase lo que pase. ¿No sería esto experimentar la alegría ilimitada de la Ley? Fortalezca más que nunca el poder de su fe».[3]
[1] ↑ El grupo Canela en Rama contribuye al desarrollo de determinadas actividades realizadas, principalmente, en el Centro Cultural Soka a través de la preparación y/o el servicio de comidas y bebidas.
[2] ↑ Sobre la oración, en END, pág. 364.
[3] ↑ La felicidad en este mundo, en END, pág. 715.