La inmensa alegría de brindar esperanza


Rocío Marín Álvarez · Madrid


Rocío Marín | Foto: Xosé Castro

Hace más de un año, cuando estaba a punto de viajar al Festival de Málaga para estrenar mi primera película como coprotagonista, y faltaban pocos días para el inicio de un nuevo y prometedor proyecto teatral en el que estaba involucrada en Madrid, se decretó el estado de alarma y todo se suspendió. De la noche a la mañana, mi marido y yo nos quedamos sin ingresos.

Coco y yo llevamos juntos 12 años y casados desde 2015, y ambos somos practicantes del budismo Nichiren en la Soka Gakkai. Sobre esta base, me determiné a dar lo mejor de mí en las actividades de la SGEs, que pasaban a ser online, y a desafiarme fuertemente en el estudio budista para extraer coraje y ahuyentar la negatividad que asolaba nuestras vidas en esos momentos.

Hace más de un año, cuando […] se decretó el estado de alarma […], me determiné a dar lo mejor de mí en las actividades de la SGEs, que pasaban a ser online, […] además de orar y alentar a cualquier persona de mi entorno que estuviera sufriendo las consecuencias de la pandemia.

Apoyaba activamente con llamadas a las miembros y simpatizantes del distrito de la SGEs en el que era responsable del Departamento de Mujeres Jóvenes, además de orar y alentar a cualquier persona de mi entorno que estuviera sufriendo las consecuencias de la pandemia. Estas actividades llenaban mis días de sentido y propósito. Con el confinamiento, la relación con mi marido experimentó un fuerte cambio positivo, comportándonos, por primera vez, como una familia unida. Y pronto se manifestaron funciones protectoras: ambos pudimos cobrar la prestación por desempleo, gracias a un conocido que nos ayudó con el trámite; el casero nos bajó el alquiler; y yo pude teletrabajar dando clases de teatro online.

En esas fechas empecé a encontrarme muy mal de salud. Pensé que había contraído la COVID, pero nada más lejos: estaba embarazada. La noticia nos conmocionó y la aceptamos con una mezcla de alegría y pánico, dada la vulnerabilidad del momento. No obstante, asumimos que, si algo tan poderoso había llegado a nuestras vidas, debíamos vivirlo como una prueba real de nuestra revolución humana y como una gran oportunidad.

Poco después, los obstáculos se manifestaron rotundamente y vivimos nuestra mayor crisis de pareja hasta el momento. ¿Cómo era posible, justo en estos delicados momentos, que pasáramos por algo así? Buscamos orientación en la fe, e hicimos cuanto daimoku pudimos. También lloramos mucho…

Empecé a encontrarme muy mal de salud. Pensé que había contraído la COVID, pero nada más lejos: estaba embarazada. La noticia nos conmocionó […] dada la vulnerabilidad del momento […]. Poco después, los obstáculos se manifestaron rotundamente…

Tras días de enorme incertidumbre, al final estuvo claro: nos queríamos, íbamos a ser padres, y nos demostraríamos que nuestra fe y nuestro amor podían superar esa dura prueba. Determinamos que todo ese gran mal se convertiría en un gran bien.[1]

Con esa postura, dejamos Madrid temporalmente para tener a nuestra hija en mi tierra natal, Jerez de la Frontera. Para mí representaba volver a vivir allí tras 21 años fuera. Y en esos meses se sucedieron eventos muy variopintos: se desencadenaron profundas discusiones con mi madre, fruto de heridas no sanadas en el pasado; pude dialogar con mi hermano sobre el budismo; y, finalmente, con 7 meses de embarazo, asistí al Festival de Málaga, al estreno postergado por el confinamiento. Emociones de alto voltaje.

Rocío, en el photocall del 23 Festival de Málaga, al séptimo mes de embarazo

En esos días hice shakubuku[2] a una joven que estaba viviendo un momento crítico en su vida. Pude extraer el coraje necesario para alentarla a no sucumbir; gracias a mi propia experiencia, la comprendía mejor que nadie. Como resultado, empezó a practicar el budismo también ella y asistió a varias reuniones de diálogo. Qué inmensa alegría fue hablarle de la Ley Mística…

Durante ese período alenté, además, a otras personas. Entre ellas, una simpatizante de la SGEs con la que compartí largas y profundas charlas al teléfono, en una lucha por superar los miedos, y un amigo de la infancia que ahora participa en el mismo grupo de diálogo que mi marido. Meses más tarde, ambos han recibido el Gohonzon en las ceremonias de ingreso celebradas antes del 6 de junio. También lo han hecho una compañera de profesión a quien había hablado de la práctica antes del inicio de la pandemia, y un shakubuku de Coco.

En esos días hice shakubuku a una joven que estaba viviendo un momento crítico en su vida. Pude extraer el coraje necesario para alentarla a no sucumbir; gracias a mi propia experiencia, la comprendía mejor que nadie.

En noviembre del año pasado, me propusieron formar parte activa en los preparativos del festival Protagonistas de la alegría apoyando a los actores. Estando a tres semanas de dar a luz, no dudé ni un segundo: dije que por supuesto que sí. Tenía tanto que agradecer a la Soka Gakkai… Además, lo veía como un colofón a mi período en el Departamento de Jóvenes.

Fueron días intensos: frente al ordenador, tumbada con las piernas en alto, alentaba a los actores en los ensayos, los apoyaba para que pudieran manifestar su máximo potencial. Asumí el rol como si mi maestro, Daisaku Ikeda, me lo hubiera asignado directamente.

Simultáneamente, me desafié a reunirme virtualmente con cada simpatizante de mi distrito para asegurarme de que tras mi graduación tuvieran otra referente joven y, de este modo, no dejaran de estar acompañadas. ¡Fueron semanas tan alentadoras, tan llenas de fuerza vital, que ni siquiera me encontraba cansada pese a tener casi 20 kilos más de peso! Las actividades de la Soka siempre revitalizan.

Asistiendo a Protagonistas de la alegría, un día antes del nacimiento de Alma

El 30 de noviembre, al día siguiente de la celebración del festival, nació Alma, en un parto rapidísimo, fácil y sin complicaciones. No hay palabras para describir el momento en el que por fin vi a mi bebé, con mi marido apoyando en el paritorio…

Pero pronto, la nube en la que nos encontrábamos se tornó en un nubarrón de llantos de bebé que demandaba atención 24 horas al día. Alma tenía muchas molestias en el estómago, reflujo oculto, y la veíamos retorcerse angustiosamente y, como resultado, no dormíamos. Pasábamos los días asustados de médico en médico, con muchísimo estrés. Estoy segura de que nuestra relación de pareja anterior a la crisis no habría soportado esa tensión.

Finalmente, le detectaron alergia a la proteína de la leche de vaca y nos dijeron que no era algo grave, pero condicionaría mucho su futura alimentación. Para salir del estado de miedo y confusión en el que seguíamos sumidos aprovechábamos cualquier oportunidad, aunque solo fuera un minuto, para recitar daimoku ante el Gohonzon y muchas noches, cuando Alma descansaba, leíamos en voz baja, juntos, palabras de aliento de Ikeda Sensei para encontrar esperanza.

Pronto, la nube en la que nos encontrábamos se tornó en un nubarrón de llantos de bebé […]. Alma tenía muchas molestias […]. Para salir del estado de miedo y confusión […] aprovechábamos cualquier oportunidad, aunque solo fuera un minuto, para recitar daimoku […] y muchas noches, cuando Alma descansaba, leíamos en voz baja, juntos, palabras de aliento de Ikeda Sensei.

Poco a poco empecé a abrir mi corazón con mi madre y mi hermano. Los diálogos se sucedían con armonía. Incluso, mi madre llegó a alabar nuestra conducta paciente y amorosa con Alma, atribuyéndola a nuestra práctica budista.

Paralelamente, pedí de nuevo orientación en la fe. Gracias al diálogo que mantuve con mi nueva responsable en el Departamento de Mujeres, pude detectar que una parte de mí se había resignado a que mi hija tuviera esa dolencia; de alguna manera, me estaba dejando vencer. Abrí los ojos, y determiné con todo mi corazón que su salud daría un giro radical y que compartiría la experiencia antes de que cumpliera 6 meses en mayo, mes en el que coinciden varias fechas importantes para nosotros, incluido el Día de los Sucesores. Para ello, nos redeterminamos a dar el máximo en todas las actividades de la Soka. Si uno flaqueaba el otro lo levantaría.

En esos días nos informaron de que nos habían concedido una ayuda de alquiler para cubrir unos meses. Volver a nuestra casa ya era una necesidad, y esa buena noticia nos dio el impulso para hacerlo. Además, me confirmaron un personaje de reparto en una película que se rodaría en Sevilla próximamente; sería mi primer trabajo de interpretación tras más de un año.

En marzo, volvimos a Madrid y la lucha de mi marido por conseguir trabajo empezó. Yo sacaba tiempo, cuando Alma dormía, para participar de manera activa en los encuentros de La nueva revolución humana. Parafraseando a Sensei, una compañera me dijo que para las mujeres con hijos estudiar era similar a intentar abrir el Gosho en medio de un campo de batalla. Así me sentía…

Entonces, al mes siguiente, me propusieron asumir la vicerresponsabilidad del Departamento de Mujeres de mi grupo de diálogo. Aunque en ese momento vivía entre pañales, sin apenas dormir, dando el pecho y doblando ropas, dije que ¡por supuesto que sí! Lo tomé como un nuevo impulso hacia mayo.

En esos días me enteré de que a mi sobrino, a punto de nacer, le habían detectado un problema bastante grave en los riñones. Mi hermana estaba abatida, pero con una fortaleza que me llegó al corazón. Con mi hija en brazos, oré horas por la salud de mi sobrino, con la profunda determinación de que un día le contaría cómo mi daimoku había contribuido a que él saliera adelante, para abanderar el futuro junto con su prima…

Aunque Alma seguía delicada, los médicos empezaron a ser cada vez más optimistas en relación con el tratamiento. Nuestro daimoku y nuestra postura estaban teniendo respuesta.

Entonces, nació mi sobrino Mario y, efectivamente, necesitó una intervención importante. Pasó 25 días en una incubadora en la UCI de neonatos. Yo redoblé mi oración y mis esfuerzos en las actividades de la Soka, y entablé infinidad de diálogos de esperanza con mi familia.

Mi marido seguía sin encontrar trabajo, pero eso nos permitió viajar a Sevilla todos juntos en abril, de modo que mientras yo trabajaba en la película él se hacía cargo de Alma. Sentía que, gracias a nuestros esfuerzos por cultivar la fe para la armonía familiar,[3] juntos éramos invencibles.

Rocío, Coco y Alma | Foto: Ernesto Muñiz

Finalmente, en mayo nos confirmaron que Alma estaba totalmente recuperada. Además, el estado de salud de mi sobrino mejoraba día tras día; los mismos médicos estaban sorprendidos de su evolución.

Finalmente, en mayo nos confirmaron que Alma estaba totalmente recuperada.

Se acercaba el 6 de junio, otra fecha subrayada en nuestro calendario.[4] Con la ayuda del alquiler acabada, mi marido seguía sin encontrar trabajo, y una mañana se desmoronó. Sin embargo, vivimos lo que el Daishonin refleja en la frase: «Es como la persona que cae al suelo, pero se incorpora apoyándose sobre esa misma tierra [en la cual cayó]».[5] En ese mismo momento, nos sentamos a entonar un daimoku de determinación absoluta y, tras cerrar el butsudan, recibió una llamada para hacer una entrevista. Alma y yo decidimos acompañarle, y nunca habría podido imaginar lo que sucedió: al encargado del lugar le llenó de confianza que hubiera ido con su hija. La entrevista resultó un éxito, y al día siguiente ya estaba contratado.

Estoy muy agradecida a mi maestro por estar siempre en mi corazón hablándome, guiándome, y a toda la maravillosa familia Soka, que tanto me aporta día tras día.


[1]Véase El gran mal y el gran bien, en END, pág. 1165.

[2]En relación con la exposición de la verdad budista mediante el método del shakubuku, léase el artículo al respecto en sokaglobal.org.

[3]Se trata de la primera de las cinco guías eternas de la Soka Gakkai.

[4]Véase «Un himno a la alegría, una montaña de victoria».

[5]La prueba del Sutra del loto, en END, pág. 1153.

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