«¿Cómo ayudar a cada persona a prevalecer ante estas catástrofes sin ser vencida, y a convertir el veneno en medicina?». Esta pregunta, planteada por Daisaku Ikeda en el ensayo que abre el presente número de Civilización Global, ha motivado el enfoque de esta sección: una colección de experiencias de miembros de la SGEs que, esforzándose en brindar esa clase de apoyo en medio de la crisis desatada por la erupción volcánica en la isla canaria de La Palma, están ofreciendo respuestas.
Imagen: Pintura de Xavier Roca en Tazacorte.
XAVIER ROCA Y LUPE OTERO · TAZACORTE
Hacía varios días que había movimientos sísmicos cuando, el 18 de septiembre, un día antes de la erupción, celebramos una inspiradora reunión de diálogo de nuestro grupo, El Loto, de la zona oeste de La Palma. Fue un encuentro muy significativo para nosotros. A la mañana siguiente, mientras hacíamos gongyo, nuestra casa se sacudió como nunca. Unas horas más tarde, erupcionó el volcán y empezaron las evacuaciones.
De repente, las frases que habíamos compartido el día anterior cobraron un sentido más profundo. Empezamos a mantener una comunicación constante con miembros y responsables, recordándonos unos a otros que «la fe es la máxima expresión de la valentía».[1]
Considerando las adversidades como un honor,[2] abrimos nuestra casa a amigos que lo necesitaban. Al principio no teníamos pensado desplazarnos de nuestro hogar, porque donde vivimos no había un peligro inminente, pero empezó a caer una lluvia muy intensa de ceniza, y sabíamos que cuando la lava tocara el mar desprendería gases nocivos, así que nos mudamos durante dos semanas al norte de la isla.
Cada día nos llegaban noticias de personas cercanas que estaban perdiendo sus pertenencias y medios de vida, pero en medio de esta situación desoladora también hubo episodios conmovedores de solidaridad y de unión genuina. Por ejemplo, un joven que había empezado a practicar en nuestro grupo y que actualmente vive en Tenerife recibió el Gohonzon, y un responsable viajó de La Palma a Tenerife para llevarle personalmente el butsudan que había hecho con sus manos; todo esto, mientras la lava estaba a punto de llegar a su casa…
Volvimos a nuestro pueblo por la necesidad de reanudar el trabajo, y vivimos en primera persona el dramatismo de la situación cuando evacuaron la escuela de nuestros hijos.
En el momento de escribir esta experiencia, el volcán y los seísmos están en su máxima actividad. Sin embargo, nos sentimos inmensamente afortunados de tener el Gohonzon, el aliento de Ikeda Sensei y a los compañeros de la Soka. Cada vez que estamos a punto de desanimarnos, llega una nueva reflexión, experiencia o encuentro que nos hace recordar que «cuando ocurre un gran mal, sobreviene un gran bien».[3] Esto nos ha dado la fuerza para seguir abriendo nuevos diálogos de esperanza.
ADAISY BRITO · GARAFÍA
Soy monitora en el Centro de Acogida de Inmigrantes de Cruz Roja en Garafía, en el norte de La Palma. Cuando erupcionó el volcán, la primera noche estuve como voluntaria registrando la información de las primeras personas que fueron evacuadas. En los días posteriores, junto con mi compañera de trabajo, asumí la responsabilidad de parte de la logística en el primer lugar que se habilitó para alojar a las personas evacuadas, cerca de la capital de la isla. Más tarde, al decidirse su traslado a un complejo hotelero al sur de la isla, en Fuencaliente, nos propusieron coordinar la oficina de Cruz Roja allí, aprovechando la circunstancia de que actualmente no hay migrantes acogidos en el centro que gestionamos.
Convertirnos en esa figura de referencia para las personas evacuadas, representando a Cruz Roja, está siendo un gran desafío. No han faltado momentos de desánimo frente a un abanico infinito de situaciones inesperadas, pero siento que he podido aplicar muchos aspectos de mi práctica budista. He recordado todo el aprendizaje adquirido en el grupo Azahar de la SGEs, y he vuelto a comprobar que el daimoku es la única fuerza capaz de sostenerme y elevar mi estado vital para hacer frente a situaciones como esta. Además, de un día para otro, tomé conciencia de la importancia de la campaña «Cien mil diálogos de esperanza» y mi ritmo de diálogos se cuadriplicó. Es como si hasta el 19 de septiembre me hubiera estado entrenando para una maratón de esperanza que he tenido que correr en las últimas semanas.
Esto ha involucrado una enorme lucha interior contra mi propia negatividad, el miedo al futuro y la desconfianza en mi potencial para asumir la responsabilidad que supone esta labor. Pero no me doy por vencida, y se han ido manifestando funciones protectoras. Hace pocos días pude recibir formación en pedagogía a través de un maravilloso grupo de expertos en emergencias que viajaron a la isla para capacitarnos en el sostén a los niños y los jóvenes en estas difíciles circunstancias, algo crucial porque son nuestro futuro. Acudí con el deseo de adquirir herramientas para ayudarlos, y recibí una ayuda que yo misma necesitaba. Hay que cuidarse para cuidar.
Me siento profundamente agradecida de que, pese a la destrucción material, no hayamos tenido que lamentar ninguna pérdida humana. Alentada por mi maestro, cada mañana oro por la victoria absoluta de todas las personas que vivimos en la isla, para crear valor en esta situación, desplegar todo mi potencial y así despertar el de las personas que tengo frente a mí.
IVÁN SWEENEY · GARAFÍA
La música siempre ha sido una gran pasión y una eterna compañera que ha tenido diferentes roles en mi vida: un hobby, una herramienta de diversión, una manera de expresar lo que no conseguía mediante palabras, un trabajo… Sin embargo, también he tenido crisis personales por la música: a veces, la negatividad me ha hecho dudar de si realmente se transformaría en algo «palpable», o si serviría para ayudar a alguien. Además, otros aspectos del mundo de la música, como la competitividad técnica, la búsqueda de la fama o la comparación con los demás me desmotivaban mucho. Pero la frase del Gosho «lo importante es el corazón»[4] me ha guiado como una luz en esa oscuridad.
Cuando, hace unas semanas, entró en erupción el volcán, yo quería ayudar, pero no sabía cómo. Me había hecho voluntario de Cruz Roja, y mi compañera me planteó organizar un concierto para las personas evacuadas, ¡una gran idea! Enseguida llamé a tres amigos músicos, y esa misma tarde preparamos un repertorio para transmitir esperanza y fuerza a la gente. Éramos dos guitarristas, una violinista, y una cantante.
Cuando llegamos al lugar, nos presentamos diciendo que queríamos ofrecer música para apoyar en estos momentos. El público al principio parecía poco expresivo y dudábamos del efecto que tendría, pero yo seguí tocando y sonriendo, buscando transmitir desde el corazón. Poco a poco, comenzaron a sonreír, y nosotros a sentirnos más cómodos, hasta el punto de que la violinista dejó su instrumento y bailó una coreografía con el público. Al acabar, se acercaron a conocernos y agradecernos. Sentimos su alegría y esperanza, como si, por un momento, hubiera desaparecido el volcán.
Como dice Daisaku Ikeda: «Comprender con mayor profundidad la música es penetrar más hondo en el origen mismo de la cultura humana; es una búsqueda que conduce a la quintaesencia de la humanidad. El amor a la música une personas y fortalece la marea de la paz y de la creatividad».[5]
GIVANNA PÉREZ, CARLA PÉREZ, EMILIANA BATTISTA Y HIRO PÉREZ · TENERIFE
En cuanto erupcionó el volcán, surgió en nosotros el deseo de brindar apoyo a las personas afectadas en La Palma, así que decidimos organizar una recogida de alimentos y otros materiales de primera necesidad, y nos determinamos a viajar para realizar la entrega y alentar a tantas personas como pudiéramos.
Comenzamos publicando un anuncio en las redes sociales, donde informábamos de la iniciativa y de los puntos de entrega para quienes quisieran contribuir con donaciones. La respuesta fue asombrosa y nos llenó el corazón de alegría: no solo llenamos nuestros coches, sino que una amiga que trabaja para una compañía de transporte marítimo compartió la iniciativa con su supervisor y la empresa nos ofreció la posibilidad de viajar sin coste alguno cada vez que lo necesitáramos.
Rápidamente, lo que parecía que iba a ser una pequeña aportación se convirtió en un movimiento tan grande que se necesitaron camiones para el traslado diario de donaciones al barco con destino La Palma, y se involucraron también el Cabildo de Tenerife y Protección Civil de La Palma.
Tras varios días de recogida, se acercaba la fecha de nuestro viaje a La Palma, pero la evolución del volcán había generado una situación descontrolada, con diversos cortes de carreteras, así que tomamos la decisión de centrarnos en las entregas de materiales en el barco, y aplazar nuestro viaje para otro momento.
Uno de los mensajes de aliento de Daisaku Ikeda que más nos ha inspirado para tomar estas acciones y no quedarnos paralizados ha sido el que dirigió a las personas afectadas por el terremoto de Tohoku: «¡No sean vencidos! ¡Tengan valor! ¡Tengan esperanza!».[6]
Desde aquí seguiremos organizándonos para aportar nuestro granito de arena. Fue, y seguirá siendo, muy alentador ver cómo tantas personas distintas nos hemos unido para colaborar con un mismo propósito.
[1] ↑ Véase Civilización Global, n.º 197, septiembre 2021, sección «Para dialogar», pág. 17.
[2] ↑ Véase ib., pág. 6.
[3] ↑ El gran mal y el gran bien, en END, pág. 1165.
[4] ↑ La estrategia del «Sutra del loto», en END, págs. 1045-1046.
[5] ↑ IKEDA, Daisaku: «Diálogos fascinantes sobre la vida y el arte…», en Crónica de mi vida, Tokio: Daisan Bunmei, 2002.
[6] ↑ Véase el mensaje de Daisaku Ikeda publicado en la edición del Seikyo Shimbun del 16/3/2011.