Ana América Loayza Alanya | Madrid
Fotos: Cortesía de Ana América Loayza
Conocí el budismo Nichiren de niña, a través de mi padre, pero fue a los 16 años, estando en el último año de la escuela, cuando empecé a practicarlo. Yo era la pequeña de cinco hermanos y en aquella época solo pensaba en salir y divertirme. Mi padre me aconsejaba que continuara mis estudios y, a pesar de mostrarme desobediente delante de él, empecé a orar sinceramente, sin que nadie me viera, para poder decidir qué hacer. También comencé a participar en las actividades de la Soka Gakkai de Perú y, gracias a las palabras de aliento de mis compañeras, finalmente me decidí a continuar con mi formación, y escogí los estudios de informática. Sin embargo, después de tres cursos, me di cuenta de que no era lo que quería y los abandoné.
Cuando yo tenía 12 o 13 años, mi padre había sufrido quemaduras en una pierna durante un incendio y, al darme cuenta de su sufrimiento, yo había tomado la iniciativa de atenderlo en todo lo que podía. Creo que esa experiencia me llevó a decidir, años más tarde, que lo que realmente quería era ser enfermera. Al comunicarle ese deseo, mi padre dijo que no me apoyaría económicamente, pero yo perseveré, basada en mi práctica y mi participación en las reuniones de diálogo. Finalmente, cambió de opinión y aceptó pagarme los estudios si yo lo ayudaba en el restaurante que regentaba. Estudié para el examen de ingreso y logré empezar a estudiar enfermería.
En 2004, estando en el primer curso, tuve la oportunidad de tramitar el visado y decidí emigrar a España. Alentada por mi madre, viajé con el deseo de terminar lo que había empezado. Sin embargo, los primeros tiempos en Madrid fueron muy duros. Trabajaba cuidando niños de interna en una casa. Fuera, no conocía a nadie, estaba sola. Pero contacté con la SGEs y empecé a dedicar mi día libre a participar en la reunión de diálogo.
Al poco tiempo, en la SGEs me propusieron viajar al Centro Cultural Europeo de la Soka Gakkai en Trets para participar en un curso.[1] Oré y me desafié a hablar con mi jefa, y finalmente obtuve el permiso para poder asistir. Fue maravilloso escuchar tantas experiencias de fe. Me impactaron y conmovieron, y regresé a Madrid con la determinación renovada de terminar mis estudios. Dejé el trabajo de interna porque no era compatible con las clases de Técnico en Cuidados de Auxiliar de Enfermería (TCAE) que quería cursar por las mañanas y empecé a trabajar por horas limpiando y planchando. Mientras luchaba para continuar mis estudios, el 4 de diciembre de 2005 recibí el Gohonzon y lo entronicé en la habitación que compartía.
Decidí emigrar a España. […] Los primeros tiempos en Madrid fueron muy duros. Trabajaba cuidando niños de interna en una casa. Fuera, no conocía a nadie, estaba sola. Pero contacté con la SGEs y empecé a dedicar mi día libre a participar en la reunión de diálogo.
Cuando terminé de estudiar, enseguida conseguí contratos eventuales. En 2009 me ofrecieron un contrato interino en el Hospital Infanta Sofía. Estuve en varias unidades, hice muchas amistades y, de forma natural, pude también dialogar sobre el budismo con compañeras.
Siento mucho agradecimiento por todas las oportunidades de lucha que tuve en el Departamento de Jóvenes. Pude expandir enormemente mi vida y la de mis hermanos, que se encuentran en Perú. En aquel período empezaron a publicarse en España los primeros volúmenes de La nueva revolución humana y recuerdo cómo me alentó, por ejemplo, leer: «El budismo enseña que la vida del buda existe dentro de nosotros. Al decir “vida del buda” me refiero a la suprema fuerza vital que jamás es derrotada, en ninguna circunstancia […]. Lograr la budeidad significa manifestar la “vida del buda” inherente al ser».[2]
Uno de mis grandes objetivos personales era formar una familia armoniosa aquí en Madrid. Siguiendo la orientación de Ikeda Sensei, oraba para concretar una relación de pareja acorde con la dignidad de mi vida y me reencontré con Alfredo, que había ido a la escuela conmigo y que ahora vivía en Valencia. Se mudó a Madrid y en 2018 nació nuestro hijo Liam.
Ser madre estando aquí, sin más familia que mi pareja, no es nada fácil. Hay momentos muy estresantes. Aun así, nos hemos podido organizar para cuidar a nuestro hijo. Mantener el estado vital alto en el día a día y encontrar el tiempo para hacer daimoku es un verdadero reto.
Otro aspecto en el que me desafié en ese período fue la preparación de las oposiciones para conseguir una plaza de hospital fija. Estudié y fui a una academia, pero cuando llegó el día del examen estaba tan nerviosa y angustiada que no logré pasarlo.
Busqué el aliento de mi maestro y, de nuevo en La nueva revolución humana, leí:
Hay veces que una victoria presente siembra, en realidad, la semilla de un fracaso o de una derrota futura; también, a veces, una derrota presente crea la causa para una victoria perdurable. […] Y esto sólo podrá lograrlo su firme decisión basada en la fe. A la larga, los que han sufrido, los que han soportado las dificultades más grandes, terminan siendo los más fuertes. Este es un principio fundamental del budismo.[3]
Al llegar la pandemia en 2020, en el Hospital Infanta Sofía, donde trabajaba, libramos una gran lucha. Fue una época muy dura y recuerdo muchos momentos de llanto junto a mis compañeras. Tenía miedo de enfermar y no poder cuidar de mi hijo, pero tenía que reunir coraje y atender a las personas enfermas. Siempre oraba con la determinación de desplegar mi máximo potencial y elevar mi estado vital, y pude hacerlo. Siento que pude sobrellevar esas circunstancias gracias al sostén del daimoku y el apoyo de mis compañeras.
A la larga, […] los que han soportado las dificultades más grandes, terminan siendo los más fuertes. Este es un principio fundamental del budismo.
Ese año mi padre enfermó y no pude viajar porque las fronteras estaban cerradas. Tuvimos la buena fortuna de que en el hospital donde estaba internado trabajaban algunos miembros de la Soka Gakkai que me informaban y alentaban constantemente. Mi padre mantuvo un estado vital alto hasta el final de su vida, el 22 de septiembre de 2020.
En 2023 se convocó un proceso de estabilización de méritos en el ámbito sanitario con 750 plazas en la Comunidad de Madrid, y yo reunía todos los requisitos. No lo podía creer, pero cuando publicaron la lista de admitidos estaba en ella. Coseché la victoria que había sembrado durante la pandemia y siento por ello un gran agradecimiento.
Ese mismo año, en agosto, viajamos a Perú, ya que a mi hermano mayor, Javier, le habían detectado un melanoma. Estuvimos con él, apoyándolo y cuidándolo en su enfermedad. Le informé de la plaza fija que había logrado y le alenté a entonar daimoku. Su fallecimiento unos meses después, el 17 de diciembre de 2023, fue un duro golpe, que me causó una ansiedad profunda e hizo que aparecieran las dudas. No obstante, gracias a mi vínculo con Sensei, al que no conocí personalmente, pero sí a través de sus escritos, pude reconocer la acción de los tres obstáculos y los cuatro demonios[4] y ponerme en pie una vez más. Así, continué entonando daimoku y participando en las actividades para vencer la oscuridad fundamental que se estaba manifestando en mi vida.
Haber enfrentado varias veces el sufrimiento de la pérdida de un ser querido me ha permitido profundizar en la visión budista de la eternidad de la vida y entender que la muerte significa un nuevo comienzo. Basada en ello, actualmente estoy apoyando a una compañera de trabajo cuya madre ha fallecido.
Después de 15 años en el Hospital Infanta Sofía, situado a unos 15 kilómetros de casa –una distancia que, al regresar en transporte público después de un turno de noche sobre todo, pesa–, el 13 de septiembre tomé posesión de mi plaza fija como técnica en cuidados auxiliares de enfermería en el Hospital de la Paz, al que puedo ir caminando si quiero. Me siento muy afortunada por la estabilidad y por las posibilidades de conciliación que esto supone, y he renovado mi determinación como auxiliar de enfermería.
Por otra parte, Liam este año ha empezado ya la educación primaria. Le ha costado hacer amistades en el nuevo centro y, todas las mañanas, antes de ir, hacemos tres daimoku juntos. También ha comenzado a participar en las actividades del Departamento Futuro y, aunque le cuesta relacionarse, poco a poco se está abriendo a los demás y está avanzando en su revolución humana. Cuando hay reunión de Futuro en el Centro Cultural Soka, yo me organizo para que mi fin de semana libre coincida con la convocatoria y, como él le pide al padre que lo acompañe, vamos los tres juntos.
Unos días antes de cada reunión le anticipo que iremos y le aliento a participar, diciéndole que le servirá para romper sus límites. También le hablo de Sensei y le animo a escribir sus metas. La canción Un paso de coraje le gusta mucho y se la pongo por las mañanas para despertarlo. En la asamblea conmemorativa del día del departamento en noviembre, nos sorprendió a todos cantándola con un micrófono junto a otro niño a pesar de su timidez.
Con mucho agradecimiento, estoy determinada a contribuir al kosen-rufu en Madrid como responsable del Departamento de Mujeres de mi grupo de diálogo y, una vez al mes, haciendo actividad de Bienvenida en el centro cultural. También seguiré alentando y acompañando a mi hijo Liam a las reuniones, para que se convierta en un gran valor y líder del kosen-rufu.
[1] ↑ Este centro de la Soka Gakkai, situado en la Provenza francesa, fue durante años el único de ámbito continental. En los últimos años, la red de centros culturales europeos se ha ampliado, e incluye el Centro Cultural Soka en Rivas-Vaciamadrid.
[2] ↑ IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vols. 1 y 2, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2023, pág. 368. El énfasis es añadido.
[3] ↑ IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vols. 11 y 12, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2018, pág. 45.
[4] ↑ Véase, p. ej., en IKEDA, Daisaku: Sabiduría para ser feliz y crear la paz, parte 2, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2022, págs. 113 y sig.