Por Marisol Gutiérrez Ordóñez · Tenerife
CONOCÍ LA PRÁCTICA budista en la Soka Gakkai en 2006, gracias a una vecina. En ese momento yo tenía bastantes problemas de salud, económicos y familiares. Había sufrido una lesión en la columna vertebral en un accidente laboral y, tras varias bajas, la multinacional en la que llevaba cinco años trabajando había decidido negociar mi despido. Además, con dos vértebras aplastadas que me provocaban dolores espantosos, no estaba en condiciones de buscar otro empleo porque apenas me podía mover, y tenía que aprender a vivir con esa limitación. Finalmente, no tenía una buena relación con mi hija, entonces adolescente, que sufría bastante por nuestra situación, con el resultado de que discutíamos a diario y no había respeto entre nosotras. Realmente necesitaba un cambio.
Cuando fui a mi primera reunión de diálogo no entendí mucho, pero recuerdo que salí con esperanza y ganas de seguir luchando, y un mes después decidí recibir el Gohonzon.
La práctica llegó en el mejor momento para poder cambiar mi karma. Poco a poco, gracias al daimoku y a las actividades de la Soka Gakkai, empecé a recuperar la alegría de vivir, y mi vida tomó otro rumbo. Mi primer gran beneficio fue, pues, elevar mi estado vital.
Desde esos inicios de mi práctica, uno de mis deseos más profundos siempre fue que mi hija pudiera abrazar esta Ley y ser feliz; pero, dada nuestra difícil relación, sinceramente me parecía imposible…
A principios del año 2018, después de una reunión en la que se explicó el lema del «Año de logros brillantes», llegué a mi casa, me puse delante del Gohonzon y me determiné fuertemente a impulsar una gran lucha por la expansión, a hacer shakubuku.
Poco después, a raíz de diálogos valientes que entablé basada en la decisión que había tomado, empezaron a practicar una compañera de trabajo y mi sobrina y… lo que me parecía totalmente imposible: poco tiempo después, ¡mi hija también!
Tras tantos años teniendo conversaciones profundas con ella sobre la mejor forma de vivir, asistiendo juntas a algunas actividades de la SGEs y compartiendo la lectura de la revista Civilización Global, echando la vista atrás me doy cuenta de que habíamos aprendido y crecido mucho juntas. Aún así, cuando decidió que era el momento de recibir ella misma el Gohonzon, no me lo podía creer… ¡Para mí fue una verdadera prueba real!
Otro resultado de mi lucha en ese «Año de logros brillantes» fue que mi dolor en las vértebras se manifestó con toda su intensidad. Aunque de entrada resulte chocante, esto se convirtió en un beneficio, porque desde mi accidente laboral –más de una década atrás– en realidad nunca había hecho frente seriamente a ese problema de salud; únicamente había ido «remediándolo» como podía cada vez que tenía dolores. Pero esta vez sufrí un brote tan fuerte que me inmovilizó durante un tiempo, y no me quedó otra alternativa que enfrentarlo y buscar una solución.
Decidí que no me iba a dejar vencer, y pude actuar rápidamente y encontrar a los profesionales idóneos, que desde entonces se están ocupando de mi salud y que han conseguido dar con el tratamiento adecuado para mi dolencia.
Además, como budista, luchar contra la enfermedad me ha hecho más consciente del sufrimiento del ser humano, y me ha llevado a valorar cada momento de mi vida y de las vidas de los demás. De hecho, gracias al apoyo de mi hija, he podido dar otro gran paso adelante ligado a esto: juntas decidimos seguir mejorando nuestra vida y ¡retomar los estudios en carreras ligadas a la salud! Ella está estudiando para ser técnica en emergencias sanitarias y yo, Farmacia; cada día vamos juntas a clase. Nuestra relación como madre e hija sigue mejorando, y diría que nuestra unión ya es indestructible.
Me siento inmensamente feliz y agradecida por el apoyo de todos los compañeros y, sobre todo, de Ikeda Sensei. Un pasaje de La nueva revolución humana que me alentó mucho dice:
La felicidad no es algo que debamos buscar fuera de nosotras. […] Los caracteres chinos con los que se escribe la palabra «revolución» significan, literalmente, «transformar la vida». Por lo tanto, todo depende del tesón que pongamos para transformar nuestra existencia, para cambiar aquellas tendencias que nos dejan a la merced del karma o derrotadas por nuestras propias debilidades. Porque la fuente de nuestra felicidad no existe en otro lugar, sino en nuestros corazones, en nuestra profunda decisión y compromiso.[1]
Gracias a la fuerte determinación que asumí de ayudar a otras personas con el mismo espíritu que mi maestro, he podido enfrentar todas estas dificultades y obtener resultados inimaginables.
Gracias a […] ayudar a otras personas con el mismo espíritu que mi maestro, he podido enfrentar todas estas dificultades y obtener resultados inimaginables.
Mi hijo pequeño, de siete años, participa activamente en las actividades del Departamento Futuro de la SGEs, que le encantan, y cuando quiere recita daimoku. Me siento muy afortunada de ver a ambos desarrollarse, habiendo podido mostrarles el camino correcto a través de la fe. |
[1] IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vol. 5, Rivas Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2013, pág. 128.