Superando desafíos y asumiendo nuevos retos


Juanma Medina López | Torrejón de Ardoz


Juanma Medina López

Comencé a practicar el budismo Nichiren hace más de cuatro años, aunque lo conozco desde antes, pues mi mujer Sole y mi hijo Gonzalo ya lo practicaban desde hace ahora nueve años.

Hace tiempo que se realizan reuniones de diálogo en nuestra casa y, aunque cuando había reunión yo solía irme a la cocina o a otra habitación, algunas veces escuchaba el diálogo e incluso me unía, animado por algunos miembros. Pero no me sentía atraído para dar el paso de acercarme definitivamente a la práctica.

Hace tiempo que se realizan reuniones de diálogo en nuestra casa y, aunque […] algunas veces escuchaba el diálogo e incluso me unía, […] no me sentía atraído para dar el paso de acercarme definitivamente a la práctica.

Precisamente hace ahora cinco años, tomé la decisión de abandonar el trabajo de vigilante de seguridad en el aeropuerto, donde llevaba dieciocho años, y con dos socios decidí montar un negocio de productos ibéricos y delicatessen, del cual yo iba a ser el gerente y el único que iba a trabajar con sueldo.

Pero las cosas no salieron como preveía al principio: después de seis meses, la sociedad que se iba a montar no se montó, no cobraba, uno de los socios se salió y el otro resultó ser un estafador que me hizo la vida imposible.

No dormía por las noches y no le contaba nada a mi mujer, que por otra parte se daba cuenta de que algo me estaba ocurriendo. Un día me sentó y me dijo que hasta que no le contase qué pasaba no me levantaría del sofá. Llorando, le dije todo lo que ocurría; hasta ese momento ella solo sabía que no cobraba, nada más. Me dijo: «Mañana no vas a trabajar y vas al médico a contarle lo que pasa». Cuando me escuchó, la médica se echó las manos a la cabeza y enseguida me dio la baja.

Yo hasta ese momento no me había dado cuenta –o no quería darme cuenta–, pero tenía depresión y ansiedad, la tensión por las nubes y, de hecho, mi doctora me dijo que podía haber tenido un infarto en cualquier momento.

Al poco tiempo, mi mujer Sole[1] me dijo que vendrían a casa dos miembros del Departamento de Hombres de la SGEs a hablar conmigo. Yo no veía en qué me podía beneficiar eso… ¡pero cuán equivocado estaba! Después de abrirme a ellos y desahogarme, comencé a ver la práctica con otros ojos, empecé a recitar daimoku todos los días y, al poco tiempo, fui a mi primera reunión de grupo como participante pleno, y la verdad es que salí con fuerzas renovadas. A las dos semanas fui a una reunión del Departamento de Hombres y salí con más alegría y más fuerzas aún.

Comencé a ver la práctica con otros ojos, empecé a recitar daimoku todos los días y, al poco tiempo, fui a mi primera reunión de grupo como participante pleno, y la verdad es que salí con fuerzas renovadas. […] A día de hoy, mi vida ha mejorado de cero a cien.

Volví a mi antigua profesión, al lado de casa, en un trabajo en el que me sentía bien con los nuevos compañeros y en el que estaba a gusto.

No pasaron ni seis meses cuando, a mediados de noviembre de 2019, ingresé en la Soka Gakkai en una ceremonia que no olvidaré nunca, ya que, a partir de ese momento, cuando orase delante del Gonhozon en casa, sería como miembro y no como simpatizante, cosa que me hacía aún más ilusión.

Llegó la pandemia y con ello se acabaron las actividades presenciales y las visitas al Centro Cultural Soka. Lo echaba mucho de menos, pero aun así seguimos alentándonos mutuamente. Justo ahí me propusieron ser responsable del Departamento de Hombres en mi grupo, y acepté muy ilusionado y sabiendo la responsabilidad que conllevaría.

Poco a poco, recuperamos la normalidad y pudimos volver al centro cultural, ir a conferencias, encuentros y cursos y, por supuesto, tener las reuniones de diálogo y del Departamento de Hombres presencialmente. Gracias a eso, cada vez me sentía más lleno y motivado.

En junio de este año formé parte por primera vez de un comité de acción, concretamente el de la Asamblea Ejecutiva de la SGEs celebrada ese mes. Fue una gran experiencia y, además de conocer a nuevos y maravillosos compañeros, descubrí con gran alegría que hay un grupo de miembros en Córdoba, mi ciudad natal.

Cuando supe de todas las actividades que se podían hacer en el centro cultural no lo pensé dos veces: he hecho ya actividad en los grupos Rueda de la ley, Medios Hábiles, Shijo Kingo y Raíces.[2] Y en los últimos meses me he esforzado muy especialmente en las labores del Jardín de la Paz. Para que estuviera listo a tiempo para la inauguración de la segunda fase, el 1 de octubre,[3] llegué incluso a reagendar compromisos, pero superamos el desafío.

Juanma, cavando el hoyo en el que días después se plantaría un olivo en conmemoración del 2 de octubre

Mi reto ahora es ir al menos dos veces por semana al Centro Cultural Soka para lo que haga falta; al fin y al cabo, estamos cuidando entre todos nuestro castillo del kosen-rufu, y desde aquí animo a los miembros que nunca han hecho alguna actividad de este tipo a que se lo planteen. ¡Siempre hay algo que hacer!

A día de hoy, mi vida ha mejorado de cero a cien: en el trabajo, soy responsable de turno; hablo ya sin reservas del budismo Nichiren, y el mes pasado mi abogada me dijo que por fin me van a pagar lo que se me adeudaba. La práctica sigue dando sus frutos, y los beneficios se siguen manifestando día a día.

Y es que, como se puede leer en el Gosho, «el invierno siempre se convierte en primavera».[4]

¡Muchas gracias!


[1]Sole Risco firma una experiencia en esta misma sección, antes de esta.

[2]N. de E.: «Rueda de la Ley» es el nombre que en la SGEs se utiliza para la labor de transporte de personas con motivo de la realización de actividades organizativas; «Medios Hábiles» alude al mantenimiento general de las sedes de la SGEs, en particular del Centro Cultural Soka; «Shijo Kingo» es un grupo de miembros que protegen dicho centro; «Raíces» cuida del Jardín de la Paz.

[3]N. de E.: Puede leerse una noticia sobre dicha inauguración en la sección «Actualidad» de este número.

[4]El invierno siempre se convierte en primavera, en END, pág. 560.

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