Convertir los problemas en oportunidades para crecer


Fátima Domínguez Martel | Telde, Gran Canaria

Fotos: Cortesía de la autora


Fátima, junto a su hija Laura

Empecé a practicar el budismo Nichiren en la Soka Gakkai hace más de veinte años gracias a una amiga que me invitó a una reunión de diálogo. En ese momento, mi mayor deseo era ser madre, y llevaba varios intentos fallidos. Al escuchar que la práctica budista hace posible una transformación interior que se refleja en cambios en el exterior, decidí probar. Dos años después, lo logré, y en 2004 recibí el Gohonzon estando embarazada de pocas semanas.

En todos estos años nunca me he alejado de la práctica; es lo que me da paz, equilibrio y sabiduría para afrontar las dificultades. Desde que comencé, siempre he visto los problemas como una oportunidad para seguir mejorando como persona.

A principios de 2018, después de doce años trabajando como jefa de partida en la cocina de un hotel, tuve que pedir la baja por fuertes dolores de espalda. Tenía dos hernias que tocaban el nervio y el dolor me hacía imposible trabajar. Pasé varios meses casi inmovilizada y muy medicada. Andaba con bastón, de la cama al sillón y del sillón a la cama. Pero nunca dejé de hacer las reuniones de diálogo en casa: esos encuentros y mis compañeros de fe eran lo que me daba energía para seguir adelante.

En noviembre de ese mismo año me operaron de la columna. Cinco meses después, desde el Tribunal Médico de la Seguridad Social trataron de reconocerme la incapacidad permanente para mi profesión habitual, pero yo pedí intentar volver a mi trabajo en el hotel.

Recité daimoku con mucha fuerza para poder hacerlo, pero, después de ocho días trabajando, empecé a cojear y sentirme mal de la espalda y lo tuve que dejar, reclamar la incapacidad de nuevo y comenzar otra vez con el papeleo. Me sentí muy abatida por ese golpe de realidad.

Mi situación era complicada: además de llevar ya trece años en el hotel, toda mi experiencia laboral y mis estudios estaban relacionados con la cocina y la pastelería: diecinueve años en total. Y, de repente, era como si no tuviera nada. Después de llorar mucho, decidí levantarme y buscar nuevos horizontes. No quedaba otra.

De repente, era como si no tuviera nada. Después de llorar mucho, decidí levantarme y buscar nuevos horizontes. No quedaba otra. Me senté ante el Gohonzon.

Me senté ante el Gohonzon con la determinación de encontrar una nueva salida laboral, y oré con determinación todos los días. Leía con avidez las orientaciones de Daisaku Ikeda. En un pasaje leí: «Nadie está exento de problemas y de sufrimientos en esta existencia. La pregunta, entonces, es cómo afrontamos las adversidades y dificultades, en apariencia interminables, que nos pone la vida por delante. ¿Les volvemos la espalda? ¿Tratamos de escapar de ellas? ¿Nos resignamos a padecerlas, aceptando pasivamente nuestra suerte? ¿O, en cambio, optamos por la esperanza y las encaramos sin rodeos, dispuestos a presentarles batalla y a triunfar sobre ellas? La posibilidad de tener una vida feliz depende, en gran medida, de la actitud que adoptemos frente al sufrimiento».[1]

Se trataba de convertir el veneno en medicina. Con esta decisión, desperté mi creatividad y decidí buscar cursos de cualquier cosa. Encontré uno de «Docencia para la formación profesional para el empleo», y me pareció muy interesante. Además, podía ser una salida rápida para incorporarme a la vida laboral nuevamente, así que me apunté con la esperanza de lograr la plaza, aunque el curso era online y yo prefería que fuese presencial.

En esa época oraba con el profundo deseo de poner en orden mi vida y, en medio de ese proceso, decidí finalizar mi relación de pareja. A raíz de ello me encontré afrontando sola los gastos de la hipoteca y del día a día, mío y de mi hija, mientras –hasta la resolución de la incapacidad permanente para mi profesión, que tardaría unos meses en llegar– solo cobraba la  baja laboral. Pero seguí sin flaquear, y así fui sintiéndome cada vez mejor y aumentando mi fe.

Me llamaron del curso para comunicarme que iba a comenzar uno, que finalmente sería presencial, en Las Palmas y que podía hacerlo. Por fin veía un rayo de esperanza. Sin embargo, no fue fácil; por razones burocráticas, el proceso estuvo marcado por una continua incertidumbre que me acarreó un gran sufrimiento. Pero cinco meses después logré terminar el curso, en medio de un divorcio y de la recuperación de mi espalda. Justo a la vez, llegó la resolución positiva de la incapacidad permanente para mi profesión, con una pequeña pensión que me ayudaba a sobrevivir. Se certificaba que no podía trabajar de lo mío, pero podía hacer otras cosas.

¡Sigo maravillada con cómo funciona el daimoku! […] Después de dos décadas […], aquí estoy, cumpliendo mi sueño.

Con 45 años iba a empezar una nueva experiencia laboral. Sabía que iba a ser complicado, y comenzó a aparecer el miedo. Tomé la determinación de orar para encontrar trabajo lo antes posible y me puse en acción. Busqué todas las academias que impartían cursos de lo mío y entregué el currículo en cada una de ellas. Mientras tanto, seguía preparando mi casa con alegría para recibir a miembros y simpatizantes en cada reunión de diálogo. Mi vida se llenaba de fortaleza y me sentía cada vez más positiva.

A finales de enero de 2020, por fin me llamaron de una academia y comencé a dar mi primer curso, «Cocina Nivel 2». Entonces, en mitad del curso llegó la pandemia y tuve que pasar a impartirlo online. Fue muy duro, pero gracias a las diferentes actividades de la SGEs, también online, pude sostenerme.

Continué impartiendo clases todo 2020, y también 2021. Cuando, al final de ese año, una compañera de fe falleció a causa de una enfermedad, fue muy difícil para el grupo de diálogo, pero entre todos sacamos fortaleza y coraje, y seguimos propagando la Ley con el objetivo de hacer florecer nuestro grupo, que se llama Leones. En 2022 tuve menos trabajo y pude dedicar más tiempo a mi grupo de diálogo. Poco a poco comenzamos a ver los resultados de nuestra determinación, y hoy participan con nosotros cuatro simpatizantes, cuya refrescante presencia nos llena de alegría.

Fátima da una clase

Como dice Ikeda Sensei: «El budismo solo existe en la acción. Mediante la acción concreta comienza a resplandecer la Ley Mística inherente a nuestra vida. Las funciones protectoras del universo y todos los budas protegen a las personas de acción».[2]

Este 2023 no he parado de trabajar, llegando a hacer muchas veces tres cursos a la vez, incluidos algunos online. ¡Sigo maravillada con cómo funciona el daimoku! Recientemente he sido nombrada responsable en nuestro grupo, y estoy resuelta a dar lo mejor de mí.

Es curioso… Cuando estudié, con 20 años, el ciclo superior de Restauración Hostelera, mi intención era dar clases de pastelería y cocina, pero como era un trabajo inestable decidí trabajar en hoteles como cocinera y pastelera. Después de dos décadas trabajando en cocina, aquí estoy, cumpliendo mi sueño. El daimoku te lleva donde realmente tienes que estar, superando toda adversidad.

«Cumpliendo mi sueño»: taller impartido por Fátima

[1] ↑ IKEDA, Daisaku: La sabiduría para construir la felicidad y la paz, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2018, pág. 87.

[2] ↑ IKEDA, Daisaku: «Disertación sobre La apertura de los ojos», de la serie Aprendamos del Gosho, la eterna enseñanza de Nichiren Daishonin.

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