Creer, orar y transformar


Cristina Martínez | Salou, Tarragona


Tengo 28 años y, hace cuatro, me encontraba en una situación muy complicada: tenía un trabajo que no me permitía disponer de tiempo para mí, mi situación económica era nefasta –no por no tener dinero, sino por no darle el valor suficiente– y estaba en una relación infeliz que no me atrevía a romper.

Un día le conté mi situación a una compañera de trabajo, y enseguida me invitó a practicar el budismo Nichiren. Me negué rotundamente, ya que no creía que aquella práctica de la que me hablaba fuese a ayudarme en nada, y la rechacé en numerosas otras ocasiones. Aun así, empezamos a crear un vínculo de confianza.

Mi situación empeoró. Dejé el trabajo, y me vi con la misma pareja con la que no era feliz y sin empleo. Además, volvieron a manifestarse inseguridades acerca de mi físico que llevaba arrastrando desde la infancia, y que me provocaban una muy baja autoestima.

Ante esta situación, mi reacción fue hundirme y aislarme del mundo: me distancié de mis amistades durante meses, me sentía sola y deprimida… Hasta que un día mi compañera de trabajo volvió a proponerme dialogar sobre el budismo.

Lo recuerdo como si fuera hoy: tuvimos una charla magnífica, me explicó en qué consistía el budismo que ella practicaba y cómo había transformado su vida. Sinceramente, decidí escucharla porque sentía que era lo último que me quedaba: me sentía tan perdida conmigo misma y con mi vida que decidí empezar a practicar. Ese día, empezó mi revolución humana.

Me distancié de mis amistades durante meses, me sentía sola y deprimida… Hasta que un día mi compañera de trabajo volvió a proponerme dialogar sobre el budismo.

Mi primer beneficio fue vencer las inseguridades que me hacían aferrarme a una relación conflictiva. Por fin saqué el coraje de protegerme y respetar la dignidad de mi vida, y terminé aquella relación.

Al mismo tiempo, logré un trabajo de teleoperadora. No tenía muchas perspectivas de progreso, pero era muy cómodo y me permitía teletrabajar.

Ante estos beneficios, decidí hablar sobre el budismo a mi padre. Para mí era devolver la deuda de gratitud a un pilar fundamental de mi familia. Tenía un objetivo claro y un deseo muy profundo: ser un alegre sol que cree armonía en mi familia, tal como nos alienta Ikeda Sensei.[1]

Seguía entonando daimoku día tras día, devoraba los primeros volúmenes de La nueva revolución humana y me esforzaba en participar en las actividades del Departamento de Jóvenes.

De esta manera, fui comprendiendo que todas mis relaciones habían sido muy superficiales, excepto el vínculo que tenía con un viejo amigo. Esa amistad se transformó en una relación maravillosa en la que me siento verdaderamente amada y experimento admiración por la otra persona. ¡Qué gran beneficio! También logré transformar mi relación con el dinero, y así conseguimos irnos a vivir juntos a un piso tal y como había soñado. Hoy en día, celebramos allí nuestros encuentros de jóvenes ¡y cada vez somos más participantes!

Gracias a esta transformación interior, pude acercarme mucho más a mi madre y mostrarle agradecimiento. No fue nada fácil, pero a día de hoy gozamos de una maravillosa relación, y ha participado en nuestra Asamblea de la Alegría Soka, ¡su primera actividad de la SGEs!

La felicidad no se encuentra en un lugar remoto. Es algo que debemos lograr por nosotros mismos, a través de la lucha real, aquí y ahora.

En estos años, también he tenido que enfrentar épocas de obstáculos y dilemas, sobre todo económicos. Cuando, en un momento dado, empeoraron mis condiciones laborales, tuve que tomar una decisión: o buscar otro trabajo que me hiciera feliz, o aferrarme a un empleo que no me llenaba, pero que me daba seguridad económica. En otro momento de mi vida, me habría derrumbado, pero gracias a mi práctica diaria lo vi como una gran oportunidad: me armé de valentía, oré y tomé la acción constante de apuntarme a ofertas de empleo diariamente. A día de hoy, trabajo en una empresa que me da no solo estabilidad económica y un buen horario, sino que hace que cada mañana me levante queriendo ir a trabajar.

He logrado lo que hace cuatro años me parecía imposible. Como dice Daisaku Ikeda: «La felicidad no se encuentra en un lugar remoto. Es algo que debemos lograr por nosotros mismos, a través de la lucha real, aquí y ahora».[2]

Estaré eternamente agradecida por mi mala situación de hace cuatro años, y sobre todo por aquella charla con mi compañera de trabajo, que con sus palabras llegó a mi corazón.

Estoy determinada a seguir mostrando el poder de esta práctica para que cualquier persona que tenga cerca logre ser feliz.


[1] ↑ Véase IKEDA, Daisaku: El juramento de Ikeda Kayo-kai, suplemento especial de Civilización Global, pág. 13.

[2] ↑ IKEDA, Daisaku: Sabiduría para ser feliz y crear la paz. Parte I, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2021, pág. 118.

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