Por María Novo
Coincidiendo con la publicación, en la sección de actualidad de este número, de una noticia sobre la sugestiva conferencia que la doctora Novo pronunció el 23 de septiembre en el Centro Cultural Soka, presentamos un artículo firmado por ella para nuestra revista.
Somos naturaleza. Se nos olvida a veces. Resulta evidente a vista de la crisis ambiental que está sufriendo el planeta. Urge pararse a pensar cómo podemos contribuir a paliarla promoviendo un desarrollo sostenible, un desarrollo que piense en las generaciones presentes y futuras.
Un posible marco inicial para esta reflexión es el tema del tiempo: la cuestión de si hay que acelerar o decelerar, el problema de las prisas…, porque estos temas están muy ligados a la sostenibilidad. Los usos del tiempo son un factor determinante en las crisis ambientales. En la que estamos viviendo es un aspecto de gran importancia, que está oculto, se diría que ocultado… Es un tema que resulta importante, no solo para la sostenibilidad ecosocial, sino también para la vida personal de cada uno de nosotros. Interesa abordarlo, cuando menos, en tres planos: el ecológico, el social y el personal.
EL PLANO ECOLÓGICO
En primer lugar, hablando de la cuestión ecológica, es preciso tener en cuenta que la larga duración de los tiempos de la naturaleza choca con el corto plazo de la vida política y con el carácter casi instantáneo de la vida del mundo financiero y comercial. Por tanto, ahí encontramos escondido el factor tiempo. Nuestro sistema de relación con la biosfera se ha vuelto insostenible no tanto porque usemos los recursos naturales, el agua, la naturaleza en general… Esos recursos están ahí para ser utilizados por todas las especies y obviamente por la especie humana. El problema es que usamos la naturaleza, la explotamos, a más velocidad de la que precisa para regenerarse y generamos contaminación a más velocidad de la que la naturaleza precisa para asimilarla y contrarrestarla. Por tanto, el problema no es de uso, sino que es un asunto de aceleración de los ritmos. Veamos un ejemplo.
La naturaleza tardó trescientos mil años en «generar» el petróleo, y nosotros hemos consumido prácticamente ese recurso, hemos llegado al pico del petróleo, en trescientos años. Ese es el problema, que nuestras pautas de extracción de recursos y de consumo están sobrepasando los ritmos de reposición naturales, con lo que hemos desbordado los límites de la biosfera. Deberíamos tomar el ejemplo de otras culturas y de otras civilizaciones, porque algunas de ellas colapsaron y desaparecieron precisamente porque no supieron apreciar el momento en el que entraban en zona de peligro. Como expone Jared Diamond en su obra Colapso, un estudio de civilizaciones que colapsaron, frecuentemente aparece «la tragedia de lo común», la trampa de sobreexplotar los recursos naturales y no autoimponerse limitaciones. Diamond habla de dos condiciones ambientales que son determinantes para una correcta coevolución con la naturaleza. Una es la fragilidad del medio y la otra es la capacidad de recuperación del medio. Pues bien, ninguna de ellas se considera hoy seriamente en las decisiones económicas y políticas. Diamond nos relata cómo muchas civilizaciones colapsaron por el efecto de la rana y el agua hirviendo. Si no fuera muy duro, sería hasta divertido:
Si ponemos una rana en agua tibia, la rana está encantada. Si vamos calentando el agua poco a poco, la rana se va adaptando y va encontrándose bien: un grado más, otro grado más… y se va adaptando. Pero hay un umbral sobrepasado el cual, cuando el agua hierve, la rana muere. Sin embargo, hasta el momento anterior no se dio cuenta.
Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, en la Isla de Pascua. Podemos preguntarnos ¿quién cortó el último árbol? ¿Qué pensaban sus habitantes en esos momentos? ¿Por qué no actuaron a tiempo? ¡Ojalá esas no sean las preguntas que nos tengan que hacer a nosotros nuestros hijos y nuestros nietos: las generaciones futuras!
El problema es que usamos la naturaleza, la explotamos, a más velocidad de la que precisa para regenerarse y generamos contaminación a más velocidad de la que la naturaleza precisa para asimilarla y contrarrestarla. […] La rapidez está en el eje central de la insostenibilidad que vive la sociedad mundial.
Volviendo a nuestra cultura, esta filosofía de la rapidez está en el eje central de la insostenibilidad que vive la sociedad mundial. La última vez que la humanidad consumió recursos a la misma velocidad en que la naturaleza puede reponerlos y contaminó a la misma velocidad en que puede regenerarse esa contaminación fue en la década de 1980. A partir de ese momento, con la globalización, hemos estado (y estamos) consumiendo y contaminando por encima de la biocapacidad del planeta. Se estima que, en lo que llevamos de este siglo XXI, hemos consumido tantos recursos y generado tanta contaminación como en todo el siglo XX.
Este es un fenómeno que no resulta banal. Los científicos le han puesto un nombre: se llama «cambio global». Es el cambio que está experimentando la biosfera, el planeta, al ser manipulado por la especie humana. Y este cambio es tan importante que un científico, el Premio Nóbel Paul Crutzen, ha dicho que supone un cambio de época: hemos concluido el Holoceno y hemos iniciado el Antropoceno, un tiempo que se define precisamente por el impacto de la especie humana sobre el funcionamiento de la casa común, Gaia. Un fenómeno definido por la pérdida de biodiversidad, por problemas en el agua, la energía, los usos del suelo y… por el cambio climático.
La conclusión, por tanto, es que los seres humanos necesitamos tiempo para prestar atención al problema de la extractividad compulsiva y la contaminación que lleva aparejada, para poder desarrollar una coevolución positiva con la naturaleza.
Los tiempos de la naturaleza, que son largos, chocan frontalmente con los tiempos de producción y consumo de nuestras sociedades. Ese es el germen de la insostenibilidad, el que nos lleva a tropezar con ese gran problema del cambio global, uno de cuyos referentes fundamentales es el cambio climático. Todo esto significa que vivimos hoy en escenarios de gran incertidumbre. Y la incertidumbre supone que el sistema puede colapsar en cualquier momento, pero no sabemos exactamente ni dónde ni cuándo, pues hay que tener en cuenta que la mayor parte de nuestros impactos tardan tiempo en hacerse sensibles, si bien después comprobamos que eran acumulativos y que, en muchos casos, no hay vuelta atrás, son irreversibles.
Algunos colapsos parciales ya los estamos experimentando: sequías insólitas, inundaciones incontrolables, incendios devastadores, temperaturas extremas… Estamos viendo también cómo enfermedades tropicales, por el calentamiento global, llegan a nuestras sociedades. El problema es que esto, si no lo corregimos, irá a más. Y nos queda poco tiempo para cambiar de rumbo, muy poco tiempo.
EL PLANO SOCIAL
Por lo que respecta a la dimensión social y política de la sostenibilidad, es evidente que también necesitamos tiempo para plantearnos la sostenibilidad ecológica, social y política, porque implica mirar los problemas sociales desde una posición ética distinta. Requiere fijarse en las condiciones necesarias para el desarrollo de la democracia, de una democracia participativa. Y una democracia participativa exige tomarse tiempo, porque las decisiones tienen que ser informadas, tienen que ser consultadas a los ciudadanos, hay que aplicar el principio de precaución…
De modo que, si bien una productividad razonable es necesaria, el modelo productivista que se está imponiendo –un modelo que pasa por encima de los derechos humanos en muchas ocasiones, y que en ciertos contextos ni siquiera los tiene en cuenta– es peligroso; supone ver el mundo como una gran fábrica y los seres humanos como piezas intercambiables de la maquinaria de esa gran fábrica. ¿Para cuándo ver el alma?
Esto ya empieza a plasmarse en las jornadas interminables y la precariedad laboral que afectan a muchos de nuestros jóvenes, y es un gran impedimento para la democracia participativa, sencillamente porque las personas no tienen tiempo para colaborar en la vida comunitaria. Así que la invitación de la sostenibilidad es la invitación a no olvidar que no hay mayor riqueza que la vida, y que resulta necesario «vivir para vivir», no solo vivir para trabajar, sino desarrollarse de forma integral, cuidar el mundo de relaciones, cuidar la creatividad y el sosiego. También, y muy fundamentalmente, cuidar la naturaleza, que es nuestra casa común.
La invitación de la sostenibilidad es la invitación a no olvidar que no hay mayor riqueza que la vida, y que resulta necesario «vivir para vivir», no solo vivir para trabajar, sino desarrollarse de forma integral, cuidar el mundo de relaciones, cuidar la creatividad y el sosiego. También, y muy fundamentalmente, cuidar la naturaleza, que es nuestra casa común.
Esta dimensión ética y política, esta dimensión social, se relaciona mucho con la felicidad de las gentes. Hoy se habla ya de abandonar el Producto Interior Bruto, el PIB, como indicador de bienestar, y surgen otros indicadores. Uno que es novedoso para nosotros y que está tratando de abrirse paso, es el FIB, la Felicidad Interna Bruta. Este es un modelo que han estado utilizando en el pequeño reino de Bután. Veamos en qué se diferencia del PIB.
El PIB está reflejando los aspectos cuantitativos, exclusivamente, del crecimiento, del movimiento económico, etc., mientras que el FIB se centra más en lo cualitativo, en la calidad de vida de las gentes. El PIB gira en torno al mercado: responde al interés en cómo funciona el mercado. El FIB, en cambio, gira en torno a la vida: cómo va la vida de los ciudadanos. El PIB se mueve en torno a las ideas de productividad, de obligación… y el FIB, como indica su nombre, pivota sobre las ideas de felicidad, de disfrute, de bienestar, que no deberían ser tan extrañas de pronunciar en nuestras sociedades. De manera que para uno el ser humano es totalmente el homo faber y para el otro el ser humano, además de faber, es homo ludens. Una de las variables del FIB, por ejemplo, es el tiempo: el que la gente invierte en ir al trabajo, el que tiene disponible…
Estos dos indicadores, que pueden parecer antagónicos, en realidad son complementarios; están retados a entenderse, a dialogar. De momento, nos invitan a replantearnos la tradicional medida del PIB y a comprender que hay otras formas de medir el bienestar.
EL PLANO PERSONAL
Entrando ya en el tercer plano, el nivel personal de la sostenibilidad, tenemos que preguntarnos si son sostenibles nuestras vidas. La dimensión del tiempo también nos ayuda a ello. Porque la prisa es hoy una enfermedad social. Se nos ha dicho que el éxito consiste en llegar los primeros a todo, y se nos dice a diario que hay que consumir como si fuera el último día. Se está imponiendo en nuestras sociedades, además, la obsesión por la productividad y por la eficiencia, que en su justa medida son aceptables, pero se van dejando relegadas las preguntas por la felicidad y la pertinencia, ambas importantes, legítimas, porque nos hablan de usar adecuadamente nuestros talentos y habilidades, de ser creativos, de ser, en suma… felices.
Así que, para avanzar hacia sociedades sostenibles, necesitamos una nueva cultura del tiempo. Porque estamos perdiendo el alma, que se mueve despacio, y porque la prisa por explotar y por consumir naturaleza está suponiendo la destrucción de nuestro propio hábitat, está generando graves problemas ecológicos, enfermedades sociales y personales.
La forma en la que usamos el tiempo está relacionada también con el tema de los límites de la biosfera. La biosfera es como una nave espacial; es un sistema finito cuyos recursos son limitados. Y el problema de los límites, que es uno de los grandes problemas que afronta hoy la humanidad, supone recordar esto: que en un sistema finito, ningún subsistema puede crecer indefinidamente, a riesgo de comportarse como un cáncer. La economía no puede crecer indefinidamente, de forma ilimitada. Pero los planes económicos olvidan sistemáticamente los tiempos largos de renovación y regeneración de la biosfera. Se nos dice que el crecimiento constante es una condición para mejorar la calidad de vida. Pero puede haber un gran desarrollo sin crecimiento, simplemente cambiando las prioridades. Y este panorama de un sistema, el económico, que no puede crecer sin control y que se empeña en crecer cada año, fue descrito con gran sentido del humor por un gran economista norteamericano, Kenneth Boulding, que afirmaba: «Todo el que crea que el crecimiento exponencial puede continuar indefinidamente en un planeta finito, o es un loco o es un economista».
Esta dimensión ética […] se relaciona mucho con la felicidad. […] Se nos dice que el crecimiento constante es una condición para mejorar la calidad de vida. Pero puede haber un gran desarrollo sin crecimiento, simplemente cambiando las prioridades.
Este tema de los límites es una de las cuestiones centrales del desarrollo sostenible, porque la economía tal y como se ha desarrollado en estas últimas décadas, con la globalización y la obsesión por el beneficio económico a corto plazo, está desbordando esos límites y está sometiéndonos a todos a una presión que es injusta.
Todo esto nos conduce a un escenario de una paz imperfecta y frágil. También a una situación de guerra con la naturaleza y de conflictos entre grupos humanos por el acceso a los bienes de la Tierra, cada vez más escasos. Esto último se ve muy claro, por ejemplo, por el aumento del nivel del mar, ocasionado por el cambio climático. Muchas islas del Pacífico están perdiendo territorio, pero además sabemos que, con el aumento del nivel del mar, en países como Bangladesh las zonas bajas costeras o los deltas de los ríos van a quedar inundados, y eso va a suponer migraciones de una magnitud tal que hará que las que tenemos actualmente parezcan muy pequeñas.
UN CAMBIO DE PARADIGMA
Parece evidente que, como especie humana, necesitamos reconocer que nos hemos equivocado y necesitamos aprender de nuestros errores. Viajamos en un barco con la ruta equivocada, un barco que se dirige hacia unas cataratas, pero que además va acelerando cada vez más. Pese a ello, como en el Titanic, la orquesta sigue tocando. Así que necesitamos cambiar de rumbo. Y, para ello, lo primero es reducir la velocidad, mirar el mapa con detenimiento, calcular a dónde queremos ir y dónde debemos ir realmente… Y después hacer ese cambio de ruta, cambio de ritmos, cambio de objetivos para orientarnos hacia la sostenibilidad.
Esto supone abordar lo que llamamos un cambio de paradigma. Es decir, una cosmovisión distinta, una forma diferente de ver la naturaleza y de vernos a nosotros, en armonía, comprendiendo nuestro papel en ella, no como dominadores, sino como partícipes. Pero es preciso recordar algo: en ciencia, cuando cambia un paradigma, lo que cambia no son las respuestas, sino las preguntas. Pasar a un paradigma de sostenibilidad significa que hemos de formularnos no solo preguntas distintas, sino preguntas de otro orden para iluminar el imaginario colectivo.
Pasar a un paradigma de sostenibilidad significa que hemos de formularnos no solo preguntas distintas, sino preguntas de otro orden para iluminar el imaginario colectivo. […] El cambio de paradigma es un reto a la creatividad personal y colectiva.
Las preguntas del viejo paradigma han sido fundamentalmente preguntas económicas (cómo conseguir mayores beneficios, cómo crecer más a cualquier precio, cómo acumular más riqueza…). Estas preguntas, que son las que han guiado a nuestras sociedades, han hecho que el escenario sea no solo de destrucción ecológica, sino también de una gran inequidad social, con un reducidísimo número de personas acumulando el 90 % de la riqueza global, mientras que el 50 % más pobre solo dispone del 1 % de la riqueza global.
Las preguntas del nuevo paradigma, por tanto, no son solo distintas, sino de otro orden:
- En primer lugar, son preguntas ecológicas: ¿Cómo utilizar los bienes de la Tierra respetando sus límites y sus ritmos de reposición y de regeneración?
- Son preguntas éticas: ¿Cómo distribuir equitativamente los bienes del desarrollo?
- Son preguntas políticas: ¿Qué tipo de acciones son necesarias para revertir este orden injusto? ¿Cómo fortalecer la democracia participativa?
- Y son, cómo no, preguntas educativas: ¿Enseñamos a nuestros jóvenes a pensar, a criticar, a disentir cuando hay que hacerlo? ¿Les enseñamos también a crear, a ser felices, o los estamos capacitando simplemente para que sean útiles al mercado?
HABLANDO DE EDUCACIÓN…
Hablando de educación, es preciso recordar que educar, formar a las personas, ha de tener presente también nuestra dependencia de la naturaleza, el hecho de que somos parte de ella. Y también mostrar algo que se está ocultando con mucha frecuencia, que es la irreversibilidad de algunos de los procesos que se dan en el mundo de lo vivo.
Muchas de las cosas que ocurren en el ámbito del mundo natural no tienen vuelta atrás: por ejemplo, en el calentamiento global, los gases que ya hemos lanzado a la atmósfera estarán ahí por muy largos períodos de tiempo. O cuando se destruye una tierra fértil para hacer una autopista, o cuando se extinguen especies irrecuperables, lenguas habladas, culturas que se pierden… Sin embargo, por una gran miopía, estamos prestándole una atención desmesurada a los problemas económicos, que generalmente son reversibles.
Otra cuestión esencial a tratar en la educación es la necesidad de formar sobre los límites. Hay una pregunta que tendría que estar en el frontispicio de todas nuestras aulas, en los colegios, en las universidades… Esa pregunta es: ¿cuánto es suficiente? Este interrogante confronta dos lógicas distintas y tenemos que saber cuál nos interesa para un desarrollo sostenible. Por un lado, la lógica del mercado, la productividad y la eficiencia a cualquier precio. (No quiero decir que no haya que ser eficientes, pero no a cualquier precio). Por otro lado, la lógica de la pertinencia, que nos dice que nos preguntemos antes de actuar si lo que vamos a hacer es pertinente ética, ecológica y socialmente.
Y estas no son preguntas triviales; el tema de los límites nos confronta con nuestras pautas de consumo y con la necesidad de diferenciar los deseos de las necesidades. Se relaciona directamente, también, con el tema del tiempo. Cuando nos preguntamos cuánto es suficiente, si acelerar o decelerar, si el éxito consiste en ir más rápido todavía… nos estamos preguntando en esencia si hay que trabajar para vivir o vivir para trabajar. Estas son también preguntas que hemos de abordar antes o después. Por no hablar de la pregunta sobre cuándo eliminar el hambre y la pobreza en el mundo…
Por último, pero no menos importante, está la idea de educar para un correcto establecimiento de las prioridades. La cuestión del desarrollo sostenible no es tanto de crecimiento cuando de replantear las prioridades; esta es la llave de la sostenibilidad. Pero para replantear las prioridades hay que ir aligerando nuestras formas de vivir en el Norte, no convertirlo todo en mercancía. Llevar a cabo más actividades e intercambios de forma no comercial, vivir mejor con menos y, de esta manera, hacer una transición hacia sociedades posmaterialistas con otros modelos energéticos, otras formas de producción y consumo y otras formas de alcanzar un bienestar personal y comunitario.
CONVERTIRNOS EN SUJETOS DE CAMBIO
Para concluir, es preciso aclarar que la crisis no solo tiene esta cara preocupante, sino que es también una oportunidad. Así que, de la mano de esa oportunidad, conviene tomar en cuenta las buenas noticias. Estas son, en primer lugar, que podemos aprender y estamos aprendiendo de nuestros errores. En segundo lugar, que podemos reinventar y estamos reinventando nuestras formas de vida en términos de sostenibilidad en muchos lugares del planeta. Y la tercera es que esto ya está ocurriendo, que el cambio ya ha comenzado, que ya es realidad.
Este cambio alcanza a la gente: muchas personas y grupos humanos están reinventando sus formas de vida. Miles, millones de personas, organizaciones ecologistas, ONG, son agentes de desarrollo; están aprendiendo a vivir y mostrando que se puede consumir y producir de otra manera. Están imaginando y poniendo en práctica formas sostenibles de intercambiar, de viajar, de comer, de estudiar, de enseñar…, y esto es un estímulo y una esperanza. Debe ser un estímulo para cada uno de nosotros, porque cada uno de nosotros, en nuestro lugar y en nuestro medio, estamos retados a saber si apoyamos o no estos cambios, a saber, en definitiva, si podemos hacernos parte de esa humanidad luminosa que imagina modelos de vida distintos, basados en el equilibrio ecológico y la equidad social.
Cada uno de nosotros, en nuestro lugar y en nuestro medio, estamos retados a saber […] si podemos hacernos parte de esa humanidad luminosa que imagina modelos de vida distintos, basados en el equilibrio ecológico y la equidad social.
Y, en este escenario de buenas noticias, es preciso aclarar también que el desarrollo sostenible no es un lujo. Tampoco un conjunto de teorías vacías, ni una frivolidad como el marketing verde con el que se le quiere confundir a veces. Es una opción radical, en el sentido de que va a la raíz de los problemas. Porque la sostenibilidad no es solo una meta, es esencialmente una forma de viajar: una forma de viajar para garantizar el futuro y, en muchos casos, el presente de nuestras formas de vida sobre el planeta, en términos de armonía ecológica y de justicia social. Avanzar en esta dirección puede y debe ser un ejercicio estimulante, un ejercicio de lucidez e imaginación, de creatividad, de empatía con la vida y con los otros seres humanos. Incluso cabe pensar que puede resultar algo creativo y gratificante, en la medida en que nos invita no solo a tener presente la crisis, la parte dura de la realidad, sino también a recordar nuestras fortalezas, nuestras capacidades creativas, nuestra fuerza moral… que nos legitiman como sujetos del cambio.
El cambio de paradigma es un reto a la creatividad personal y colectiva. Es un desafío a la imaginación social. Y supone arriesgar, porque atreverse a vivir y a educar de otra manera comporta riesgos. Pero el mayor riesgo en este momento es no querer cambiar. A este respecto, tomo las palabras de mi maestro, el profesor Federico Mayor Zaragoza, cuando dice: «El riesgo sin conocimiento es peligroso, pero el conocimiento sin riesgo es inútil».
En momentos difíciles como los que estamos viviendo, es preciso que nos dejemos iluminar por el conocimiento, pero también que escuchemos al corazón para, desde ahí, convertirnos en sujetos del cambio. Está en nuestras manos dar cumplimiento al hermoso poema premonitorio que nos regaló uno de los insignes poetas de nuestra historia, el gran Hölderlin, cuando dijo:
Allí donde crece el peligro, crece lo que salva.
María Novo Villaverde es doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación, catedrática emérita de la UNED, presidenta honoraria de la Cátedra UNESCO de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible, directora del Proyecto EcoArte (www.ecoarte.org), escritora y conferenciante.