Inma Ochoa · Madrid
Hace cuarenta años que me dedico a la interpretación en teatro, cine y televisión. Inicié mi carrera en Logroño, donde me formé y trabajé en la Compañía Lucrecia Arana, llegué a tener mi propio programa infantil en la televisión autonómica, e incluso recibí mi primer premio nacional de interpretación. En ese momento, desbordaba energía juvenil y estaba convencida de que el teatro era la manera más directa de llevar la cultura al pueblo.
Sin embargo, un cambio en el panorama político destruyó en pocos meses todo lo que habíamos construido: la compañía de teatro desapareció, me quedé sin trabajo y, debido a la nueva situación, lo que en principio iba a ser un curso de tres meses en Barcelona se convirtió en una estancia de veinte años.
Allí empecé de cero: aprendí catalán, seguí formándome en el Col·legi del Teatre y, luchando mucho, logré abrir de nuevo un camino en el mundo del teatro. Trabajé como actriz y ayudante de dirección, y llegué incluso a concretar varios premios más de interpretación.
Hasta ese momento, siempre había pensado que el teatro lo curaba todo, pero lo cierto es que, a pesar de la mejora en mi carrera profesional, yo no era feliz. Tras una ruptura amorosa, se había acumulado en mi vida y en mi corazón un sufrimiento insoportable. Busqué terapias y métodos naturistas, pero no había manera: mi fuero interno era volcánico, tormentoso, permanentemente desapacible y estaba herido.
Fue en ese estado que vi una película sobre la vida de Tina Turner, y ahí escuché por primera vez Nam-myoho-renge-kyo. En ese momento percibí claramente que era tan dañino maltratar como dejarse maltratar, y recuerdo que le dije al televisor, señalando la pantalla: «¡Yo llegaré a eso!». Sin embargo, no fue hasta mucho después, en 1999, que una compañera actriz y show woman me transmitió la Ley. En su casa encontré una tarjeta en la que se leía: «Cuando un ser humano se acostumbra al sufrimiento durante largos períodos de infelicidad, termina adquiriendo la costumbre de rendirse; pero cuando se basa en la Ley Mística, jamás se resigna a vivir en la derrota. Bajar los brazos en la vida es lo mismo que denigrar de nuestra propia dignidad de la vida, es lo mismo que despreciar nuestro noble corazón. Esto es exactamente lo que estamos haciendo cuando nos cerramos frente a un problema y creemos que nunca vamos a encontrar la solución».[1]
Cuando un ser humano se acostumbra al sufrimiento durante largos períodos de infelicidad, termina adquiriendo la costumbre de rendirse; pero cuando se basa en la Ley Mística, jamás se resigna a vivir en la derrota.
Con esa tarjeta en mano, empecé a entonar una hora diaria de daimoku y, en poco menos de dos años, revolucioné mi vida. Tan solo un año después, en el 2000, cambié de espectáculo e ingresé en la prestigiosa compañía de teatro Dagoll Dagom. Mientras vivía uno de los mayores éxitos de mi vida, razón por la que debería haber sido muy feliz, mi sufrimiento se hizo más y más patente y, como resultado, enfermé.
Lejos de abandonar, mientras estaba de gira leí varios libros escritos por Daisaku Ikeda, y poco a poco pude comprender que la causa profunda de mi sufrimiento había sido considerar como mi «objeto de veneración» el amor romántico, y no –como propone el budismo– el Gohonzon, es decir, mi propia vida. Entendí el significado de Nam-myoho-renge-kyo y descubrí con alegría que había encontrado a mi maestro de vida, Daisaku Ikeda. Además, pude vencer la enfermedad.
Más tarde, a través del estudio y la oración, también percibí claramente que mi vida había estado ligada desde siempre a la violencia y al maltrato, y recuerdo que determiné: «Si quiero paz, debo empezar por mí, debo establecer la paz en mi belicoso corazón, en mi vida y en mi familia». Al librar esta tremenda batalla en mi interior para vencer mi sufrimiento, por fin pude sentir esa liberación y alegría que había determinado. En ese momento fui nominada a Mejor Actriz de Musical por el personaje que estaba interpretando y rodé mi segundo largometraje.
Poco después, la vida me puso en la situación de acompañar y cuidar a un amigo que enfermó de cáncer, y a quien le transmití la práctica budista. Oré mucho más aún, y extraje coraje para estar a su lado en el momento de su muerte. A pesar de la situación, ambos experimentamos alegría por cada minuto más de su vida. Si dos años antes alguien me hubiera dicho que sería capaz de algo así, ¡no lo habría tomado en serio! Sin embargo, esta experiencia de vida y muerte me permitió ahondar en la enseñanza del budismo a ese respecto, comprender lo profundo y fundamental que es Nam-myoho-renge-kyo y entrenarme para experiencias venideras de enfermedad, vida y muerte. ¡Fue toda una revolución humana! Y, por eso, el 3 de mayo de 2002 decidí ingresar como miembro de Soka Gakkai, ahora hace veinte años.
En los años siguientes, gracias a las actividades de la SGEs, aprendí que hemos nacido para la felicidad y no para el sufrimiento; y que esa felicidad proviene de cultivar un estado de vida elevado, y de manifestar nuestro máximo potencial como seres humanos a través de nuestras acciones. Experimenté que la felicidad no depende de las circunstancias, sino que emana de uno mismo, desde el corazón. Además, el aliento de mi maestro, Daisaku Ikeda, siempre me inspiró, aun en los peores momentos, brindándome el coraje y la esperanza para resistir ante los problemas y para transformar todas las circunstancias desfavorables en beneficio.
Efectivamente, en esos años debí enfrentar diversos obstáculos bastante serios, como cuando me vi enfrentada de nuevo a la enfermedad, esta vez provocada por un virus. Estuve muy grave, pero de nuevo vencí. Tras recuperarme, decidí instalarme en Madrid: una vez más empecé de cero. Pero estaba determinada a triunfar en mi profesión y, además, a contribuir a la paz mundial y a la felicidad de todas las personas, esta vez desde Madrid.
Al librar esta tremenda batalla en mi interior para vencer mi sufrimiento, por fin pude sentir esa liberación y alegría que había determinado.
Ya en Madrid, concreté un papel fijo en una serie, y ahí se puso a prueba la fortaleza de mi oración por la paz y mi capacidad de resistir ante situaciones tensas. Había muy mal ambiente, y tratar con respeto y consideración a todas las personas, incluidos los jefes que gritaban a todo el mundo, fue todo un desafío y un triunfo.
De hecho, no era la primera vez: poco antes del traslado me había ocurrido algo parecido en el rodaje de un telefilm, donde la directora gritaba y el operador de cámara gritaba más y lo tiraba todo por el suelo. Ahí también había tenido que resistir bajo mucha presión. Había decidido saludar con alegría y amabilidad a cada persona, pasara lo que pasara, y constaté que podía mantenerme serena y seguir trabajando sin balbucear. Para mi sorpresa, ¡resultó que así me había ganado al resto del equipo!
Con la nueva crisis de 2008, empezó la escasez de trabajo. Cada vez me costaba más encontrar empleo. Me enfadé con la profesión, y con la falta de papeles para mujeres a partir de una cierta edad. Sentía que ya no tenía fuerzas para continuar luchando por mi carrera, y dudaba de si valía la pena tanto esfuerzo. Cada vez que parecía que estaba en posición de conseguir algo, pasaba algo que destruía esa posibilidad. Debí recurrir a otros trabajos para sobrevivir, y me llené de dudas y de negatividad.
En ese momento, falleció mi madre. No sabía ni por dónde seguir con mi vida, y atravesé un duelo que solo pude superar con la oración.
Una vez más, recurrí a la orientación de mi maestro y recordé el aliento a determinar por encima de los propios límites, del propio estado de vida y de la propia mente. Con una nueva actitud hacia mi trabajo, concreté un personaje fijo en una serie. ¡Era maravilloso! Pero enseguida llegó la pandemia, y todos los proyectos con los que contaba desaparecieron.
Sobrevivir económica y psicológicamente al confinamiento, viviendo sola, me parece otro beneficio casi milagroso de mi práctica diaria y de las actividades de nuestra organización, que se adaptaron al mundo virtual.
Oré profundamente para ser feliz y hacer felices a mis compañeros y a los espectadores, y después del confinamiento surgieron dos castings, que dieron como resultado un trabajo en una serie de Alejandro Amenábar y una intervención en una película de Pedro Almodóvar. ¿Podéis imaginar qué alegría y qué sorpresa me llevé? ¡Son mis directores favoritos!
Como actriz, siempre he deseado trabajar con Almodóvar, pero en el fondo pensaba que era imposible, una quimera. De hecho, nunca oré con ese objetivo en concreto, pero la Ley es tan asombrosamente poderosa que se manifestó el deseo de mi corazón sin tan siquiera atreverme a orar por ello. ¡Me parecía tan inimaginable!
Lo mejor de todo fue la experiencia del rodaje con ambos directores: el ambiente era serio y dinámico, pero sin tensiones. Nunca antes me habían mostrado tanta consideración, siendo una actriz de reparto, como lo hizo Pedro Almodóvar.
Siento que algo por fin está cambiando de verdad en mi vida profesional, pues en los siguientes rodajes he vuelto a vivir esa agradable sensación de trabajo serio, pero sin tensiones, donde me tratan con respeto y mucho mimo, tanto los directores y directoras como el equipo, confiando en mi saber hacer, dándome el tiempo de respirar y ofrecer mi propuesta, y cuidando de mí.
A partir de ahora, determino esforzarme aún más en superarme y creer en mí misma, en pulir mi personalidad, y en crear lazos de confianza con todas las personas a mi alrededor.
Quiero hacer realidad en mi vida las siguientes palabras de mi maestro:
Su revolucion humana y el desarrollo de su personalidad son la clave de todo, tanto en lo que respecta al trabajo como al kosen-rufu.
Los tesoros del corazón que acumulamos a través de la práctica budista brillan en nuestra personalidad y en nuestra condición de vida. Contribuyen como nada a la realización del kosen-rufu.[2]
Quiero hacer realidad en mi vida las siguientes palabras de mi maestro: «Su revolución humana y el desarrollo de su personalidad son la clave de todo, tanto en lo que respecta al trabajo como al kosen-rufu […]».
[1] ↑ IKEDA, Daisaku: Disertación sobre «La única frase esencial», parte 2, de la serie Aprendamos del Gosho.
[2] ↑ IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vols. 25 y 26, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2022, pág. 348.