El respeto como ingrediente principal


Entrevistamos a Fernando Reyes, profesor de cocina en un centro de internamiento educativo de menores, donde el taller que imparte hace años es el más demandado.

Fernando posa en la cocina en la que imparte su taller

Estudiaste Ciencias Empresariales y durante muchos años trabajaste en una asesoría contable. ¿Por qué transitaste hacia el mundo de la cocina?

Comencé a estudiar Ciencias Empresariales sin tener claro si realmente era aquello a lo que me quería dedicar profesionalmente. En ese momento, en los años 1990, era una carrera que ofrecía muchas salidas. Y la formación que recibí me permitió trabajar en una asesoría contable durante doce años, los suficientes para darme cuenta de que no era feliz y que no me veía toda la vida haciendo algo que no me inspiraba.

Por otro lado, la cocina era mi pasión. Con 35 años, no tenía el tiempo ni el valor de comenzar una nueva etapa profesional en mi vida, pero en el año 2000 se dieron las circunstancias idóneas para que pudiera dejar la asesoría y empezar a estudiar y formarme profesionalmente en el sector de la restauración. Por encima de todo, tenía claro que no quería arrepentirme con el paso de los años de no haber intentado dedicar mi vida a lo que realmente me gustaba.

¿Qué supuso para ti empezar a trabajar como profesor de cocina en el Centro de Internamiento Educativo de Menores (CIEM)?

Después de seis años estudiando y adquiriendo experiencia en restauración, coincidió que, en el año 2006, buscaban a un profesor de cocina para impartir un taller en el CIEM local. Aun sin experiencia previa en la formación o la educación en esta rama, decidí solicitar el puesto.

No quería arrepentirme con el paso de los años de no haber intentado dedicar mi vida a lo que realmente me gustaba. […] Después de seis años estudiando y adquiriendo experiencia en restauración, coincidió que, en el año 2006, buscaban a un profesor de cocina para impartir un taller en el CIEM local. Aun sin experiencia previa en la formación o la educación en esta rama, decidí solicitar el puesto.

Yo había trabajado de cocinero en colegios, hospitales, centros de mayores y de migrantes, pero no tenía experiencia con este perfil de jóvenes. Así que fue todo un desafío, más todavía cuando, en aquel momento, yo era una persona bastante insegura y tendía a quedarme en mi zona de confort, con lo que prefería desenvolverme profesionalmente en lugares tranquilos y que, a priori, no me supusieran mucho estrés.

Años después, cuando conocí la práctica budista, fui consciente de que ese desafío era justamente lo que necesitaba para salir de esa zona de confort, o estancamiento, y también de la misión que tenía en el lugar de trabajo, teniendo la oportunidad de «transformar el karma en misión».[1]

El inicio de la práctica budista, entonces, ¿se reflejó en tu actitud en el trabajo?

Yo siempre había tenido claro que lo más importante en mi vida, a todos los niveles, era la posibilidad de contribuir positivamente allí donde estuviera. Al conocer el budismo Nichiren en 2011, cinco años después de haber comenzado esta gran aventura profesional, pude identificar esa actitud vital mía con la meta de la creación de valor.[2]

Este escenario me dio la posibilidad, primero, de descubrir capacidades que no había podido poner de manifiesto porque no era consciente de ellas, como la empatía, la paciencia, la perseverancia, etc., y de trabajarlas con personas que no estaban acostumbradas a un trato digno como seres humanos, dado el contexto social en que nos encontramos. Y, segundo, me permitió comprobar el cambio que se puede generar en el entorno, tanto en el trato como en el comportamiento de los menores y del resto de los compañeros de trabajo.

De tus palabras se infiere que los jóvenes con quienes desempeñas tus talleres tienden a sufrir estigmatización en la sociedad y que, posiblemente, esto repercute en su comportamiento. ¿Cómo te relacionas con ellos desde los fogones? ¿Cuáles son los «ingredientes» de vuestros diálogos?

En los casi diecisiete años que llevo desarrollando esta labor, y con el paso de más de setecientos menores por el taller, he comprobado que ha sido como un entrenamiento, especialmente tras empezar mi práctica budista y hacer de ella mi base. Esta actitud de aprendizaje ha sido totalmente imprescindible para lograr los resultados obtenidos, reconociendo, ante todo, que estos menores han carecido a lo largo de su vida de un entorno adecuado, con los referentes necesarios para su desarrollo como personas.

La filosofía budista, que sostiene la dignidad y el valor de absolutamente todas las personas y fomenta el cultivo de valores como la compasión y la empatía, me mueve a tomar en consideración las situaciones y las necesidades personales e intentar crear un ambiente más acogedor y solidario. También me lleva a mostrar respeto, actuando con consideración y admiración hacia mis alumnos, valorando habilidades y talentos que ni ellos mismos eran conscientes de que tenían. Hablamos de tratarlos, a fin de cuentas, de un modo correcto y justo.

La filosofía budista, que sostiene la dignidad y el valor de absolutamente todas las personas y fomenta el cultivo de valores como la compasión y la empatía, me mueve […] a mostrar respeto, actuando con consideración y admiración hacia mis alumnos, valorando habilidades y talentos que ni ellos mismos eran conscientes de que tenían.

Por otro lado, el budismo me permite adquirir la sabiduría necesaria para analizar las diferentes situaciones a la hora de interactuar con ellos, y desarrollar estrategias que les ayuden a adquirir habilidades y valores positivos.

En definitiva, mi principal preocupación ha sido actuar con el corazón y desde la honestidad, sin estrategias ni métodos concretos, estableciendo un vínculo que permita la apertura de los jóvenes con confianza y respeto. A lo largo de estos años, el taller de cocina ha sido el más demandado por los menores internados en el centro, hasta el punto de crearse listas de espera para acceder a él, y también ha sido el más valorado por los compañeros de trabajo.

Nuestra sincera enhorabuena. Este reconocimiento se relaciona con algo que has mencionado antes: el efecto que el cambio en la propia actitud puede generar en el entorno, un fenómeno que responde al principio budista de la inseparabilidad entre el sujeto y su ambiente.[3]

Desde el principio, he tenido claro que lo prioritario no era que los menores adquirieran las capacidades y destrezas técnicas que resultan imprescindibles para trabajar en una cocina profesional, sino que antes debían adquirir otras habilidades sociales de las que carecían y que considero más necesarias todavía para su reinserción en la sociedad, como por ejemplo entender el respeto hacia las normas en un ámbito laboral como es el de una cocina, pero también la necesidad de mantener un código de conducta que los ayude y oriente a comportarse de forma adecuada y respetuosa en diferentes situaciones, no solo en el ámbito laboral sino en otros entornos (social, familiar, etc.).

Desde el momento en que estos jóvenes comprueban que son valorados y escuchados, y a la vez descubren su potencial latente, se produce un gran cambio en su comportamiento, ofreciendo la mejor versión de sí mismos. Comienzan a implicarse en todas las actividades del taller de forma seria y responsable, descubren y valoran la importancia de la limpieza y el orden, del trabajo en grupo y de la cooperación entre los compañeros; de relacionarse con respeto y educación, entre ellos y con el resto del personal educativo.

Desde el momento en que estos jóvenes comprueban que son valorados y escuchados, […] se produce un gran cambio en su comportamiento.

Sin lugar a dudas, la práctica del budismo en la Soka Gakkai me ha enseñado la gran importancia del comportamiento como ser humano, y unas pautas de conducta que puedo aplicar en todos los aspectos de mi vida, y específicamente en el trabajo. Gracias a ello, observo claros efectos que, poniendo de manifiesto dicho principio de la inseparabilidad entre el sujeto y su ambiente, considero que contribuyen al gran objetivo del kosen-rufu, «la paz mundial a través de la felicidad individual».[4]


[1] ↑ Para profundizar en el principio de «transformar el karma en misión», véase p. ej. Civilización Global, n.º 207, julio 2022, sección «Estudio».

[2] ↑ «Creación de valor» o «creación de valores humanos» es el significado de «soka», término presente en el nombre de la Soka Gakkai.

[3] ↑ En relación con este principio, véase p. ej. Civilización Global, n.º 215, marzo 2023, sección «Estudio».

[4] ↑ Véase tb., en este número, la sección «Especial».

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