En el fértil suelo del respeto y de la confianza, cultivemos jardines floridos de felicidad


Por Daisaku Ikeda · Abril de 2022


En el capítulo «La parábola de las hierbas medicinales» (5.ª) del Sutra del loto, hallamos la bella expresión «flores humanas».[1]

Recuerdo mi conversación con el gran líder humanitario de Sudáfrica, Nelson Mandela, después de darle la bienvenida junto a quinientos jóvenes.[2] Le hablé de esa metáfora, y ambos afirmamos nuestro compromiso de construir un porvenir en que las «flores humanas» pudiesen surgir libremente en el mundo, sin discriminación y en rica diversidad, como un vigoroso y colorido jardín. El recuerdo del señor Mandela y de su sonrisa, asintiendo ante esa perspectiva, entibia hasta hoy mi corazón.

El capítulo «La parábola de las hierbas medicinales» señala que los grandes beneficios de la Ley Mística nutren y hacen florecer el estado de budeidad en «seres vivos pertenecientes a incontables miles, decenas de miles y millones de especies»,[3] por igual y sin distinción, así como la lluvia dadora de vida irriga de manera imparcial todas las plantas y los árboles.

Este principio de la Ley Mística enseña la forma de concretar el respeto a la diversidad y la convivencia pacífica que el mundo necesita tan desesperadamente.

Hace setenta años (en 1952), mi maestro Josei Toda expuso su visión de la ciudadanía global. En esa misma época, él y yo estudiamos un pasaje de los escritos de Nichiren Daishonin que declara: «Este yo ha sido poseedor, desde el comienzo, de su propio estado de budeidad y del estado de budeidad de todos los demás seres».[4] En otras palabras, somos portadores, en nuestro interior, del estado de budeidad no solo nuestro, sino también de los demás.

La vida de cada uno de nosotros es infinitamente respetable e inmensa, conectada a la naturaleza de buda de otras personas, del conjunto de la humanidad y del universo entero. La grandiosa visión de la Soka Gakkai de unir a todo el género humano como una sola familia global se basa en este enfoque profundo y coherente de la existencia.

Por eso, cualesquiera sean las circunstancias, rehusamos entregarnos a la derrota o a la desesperanza, y seguimos entonando Nam-myoho-renge-kyo por la felicidad nuestra y de los demás. Nos dedicamos infatigablemente al diálogo para compartir los principios del budismo Nichiren, que afirman el valor y la dignidad de la vida. De este modo activamos y unimos la naturaleza de la gente, para construir un mundo de paz y felicidad para todos.

Nadie permanece inmutable ante la lluvia compasiva de la Ley Mística. Incluso si alguien responde de manera negativa a nuestros esfuerzos, en ello puede verse una señal de que las semillas que hemos sembrado germinarán y darán flores de felicidad, algún día, en la vida de esa persona.

Hoy, el fértil suelo del respeto y de la confianza, cultivado con el sudor y las lágrimas de nuestros nobles campeones del kosen-rufu, cubre el mundo entero, con el surgimiento de nuevos Bodisatvas de la Tierra que forman un jardín de «flores humanas».

El Daishonin escribe: «si el corazón de la fe es perfecto, el agua de la sabiduría, de la gran sabiduría imparcial, jamás se secará».[5]

¡Con el corazón grande y abierto propio de los sabios, sigamos perseverando en el diálogo para enriquecer la vida de los demás!

Profundamente orgullosos
de estar sembrando las semillas de la budeidad,
hablen con todo su corazón
con el espíritu de «así y todo, no me he desalentado»
con la convicción de que, mañana,
verán un jardín de «flores humanas».

(Traducción del artículo publicado en la edición de abril de 2022 de Daibyakurenge).


[1] El Sutra del loto, Tokio: Soka Gakkai, 2014, cap. 5, pág. 105.

[2] Ambos se encontraron en el edificio del Seikyo Shimbun en Shinanomachi, Tokio, el 31 de octubre de 1990.

[3] El Sutra del loto, cap. 5, pág. 98.

[4] Questions and Answers about Embracing the Lotus Sutra (El significado de las enseñanzas sagradas expuestas por el Buda a lo largo de su vida), en The Writings of Nichiren Daishonin, Tokio: Soka Gakkai, 2006, vol. 2, pág. 62.

[5] Carta a Akimoto, en Los escritos de Nichiren Daishonin, Tokio: Soka Gakkai, 2008, pág. 1060.

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