Este año representa el 40.º aniversario de la publicación de Antes de que sea demasiado tarde, el libro a que dio lugar el diálogo que mantuvieron Aurelio Peccei, cofundador y primer presidente del Club de Roma, y Daisaku Ikeda, quien en el momento del primer encuentro entre ambos acababa de asumir la presidencia de la Soka Gakkai Internacional. Con este trasfondo, a continuación presentamos un ensayo inspirado por el vínculo entre estos dos grandes seres humanos.
Recuerdos y reflexiones de Daisaku Ikeda sobre su amistad con Aurelio Peccei
Hay un famoso acertijo. En un cierto estanque crecen nenúfares. Grandes flores de nenúfar flotan en la superficie, y su número se duplica cada día: el primer día hay un nenúfar, el segundo día hay dos, el tercer día hay cuatro, el cuarto día hay ocho y así sucesivamente. Si toda la superficie del estanque estuviera cubierta de nenúfares el 30.º día, ¿qué día habría estado medio cubierta? La respuesta, por supuesto, es el día anterior, el 29.º. Un día antes de que el estanque esté completamente cubierto, la mitad de su superficie está libre y todo parece ir bien; aún queda mucho espacio. Pero al día siguiente, en un breve intervalo de tiempo, todo habrá terminado. Ya no quedará espacio.
Las personas capaces de intuir que el final está cerca al ver el estanque el 28.º o 29.º día pueden ser numerosas. Sin embargo, hubo una que se dio cuenta del peligro mucho antes y clamó: «¡Si no hacemos algo, pronto será demasiado tarde!». Este hombre fue Aurelio Peccei (1908-84), primer presidente y cofundador del Club de Roma, think tank global mundialmente conocido.
El doctor Peccei advirtió de las consecuencias devastadoras de la explosión demográfica, la degradación del medio ambiente, el derroche de los recursos naturales y la trágica diferencia de riqueza entre los países desarrollados y aquellos en desarrollo. Todos estos factores están interrelacionados, dijo, y si no se abordan desencadenarán una reacción en cadena que conducirá un día a la destrucción.
SE NOS ACABA EL TIEMPO
El doctor Peccei me dijo que los líderes mundiales actuales son unos irresponsables. Si permitimos que las cosas sigan como están, el mundo se convertirá en un lugar estéril en el siglo XXI, y tanto la naturaleza como la humanidad quedarán destruidas. A pesar de que esta verdad está ante nuestros ojos –sostuvo Peccei–, los líderes políticos, los empresarios, los científicos, los académicos y los burócratas no hacen nada; solo piensan en su interés propio e inmediato. Dan prioridad a preservar su estilo de vida, en lugar de pensar qué clase de mundo dejarán a sus hijos y nietos. Por eso, afirmó, la humanidad debe emprender una revolución. Y rápido: no queda tiempo.
UN SALÓN AL AIRE LIBRE
Conocí a Aurelio Peccei en París, bajo un cielo azul. Las blancas flores de los manzanos brillaban mecidas por una brisa primaveral. Él vino desde Italia para encontrarse conmigo en el centro de la SGI en París. Al principio nos sentamos juntos en una sala de recepción, pero le pedí que me permitiera hacer una «moción urgente». Disculpándome porque la sala era pequeña y estrecha, le dije: «El jardín es amplio y hermoso. ¿Por qué no salimos?». Le pareció una idea espléndida, y sonrió afectuosamente; parecía compartir mi aversión por la formalidad vacía. Se levantó y, en sus enérgicos movimientos, percibí inmediatamente su calidad de hombre de acción.
El doctor Peccei advirtió de las consecuencias devastadoras de la explosión demográfica, la degradación del medio ambiente, el derroche de los recursos naturales y la trágica diferencia de riqueza entre los países desarrollados y aquellos en desarrollo. Todos estos factores están interrelacionados, dijo, y si no se abordan desencadenarán una reacción en cadena que conducirá un día a la destrucción.
El doctor Peccei era un superviviente de décadas en un mundo empresarial altamente competitivo. Cuando nos conocimos, el 16 de mayo de 1975, tenía sesenta y seis años. Aunque ese día era el cumpleaños de su esposa Marisa, adaptó su agenda a la mía y, en esa fecha tan importante, vino a visitarme. En su robusto cuerpo percibí un espíritu cálido y sincero.
Los rayos del sol eran fuertes, así que dispusimos una sombrilla naranja sobre el verde césped y sacamos unos sillones. En un abrir y cerrar de ojos, nuestro improvisado salón estaba listo.
MÁS QUE UNA REVOLUCIÓN INFORMÁTICA, NECESITAMOS UNA REVOLUCIÓN HUMANA
Mientras hablaba, el doctor Peccei se inclinaba a veces hacia delante sobre su silla, con gran intensidad. La raza humana, dijo, ha experimentado hasta ahora tres revoluciones: la revolución industrial, la revolución científica y la revolución tecnológica. Todas ellas han sido revoluciones externas. Y el problema es que aún no se ha desarrollado la sabiduría necesaria para decidir cómo utilizar los frutos de esas revoluciones. La humanidad, que posee una asombrosa cantidad de conocimientos, es asombrosamente ignorante sobre cómo debe comportarse, continuó. Aunque nuestra tecnología se desarrolla rápidamente, nuestro desarrollo cultural se ha detenido, petrificado. Para salvar esa brecha, insistió, necesitamos un renacimiento del espíritu humano, una revolución de los seres humanos en sí mismos.
Esto fue en 1975. Estoy seguro de que hoy el doctor Peccei también diría que la revolución humana es más importante que la revolución de las tecnologías de la información que estamos viviendo.
LOS LÍMITES DEL CRECIMIENTO
En 1972, tres años antes de que Aurelio Peccei y yo tuviéramos nuestra reunión en París, el Club de Roma había publicado su primer informe, Los límites del crecimiento, que suscitó un gran debate. En él se advertía de que, si la población y el crecimiento industrial seguían aumentando al ritmo actual, los recursos naturales se agotarían, el medio ambiente se contaminaría y habría escasez generalizada de alimentos en menos de cien años.
Un año después, en 1973, se produjo la crisis del petróleo. «¡No hay petróleo!». La interrupción del suministro del crudo hizo temblar al mundo entero. La advertencia del informe del Club de Roma adquirió una dimensión muy real en mucho menos de cien años. Todo el mundo temió que la riqueza que conocían fuera realmente efímera. Pero la preocupación principal del doctor Peccei no era la necesidad de encontrar recursos alternativos en respuesta al agotamiento de los antiguos; él intentaba elevar el debate a un nivel totalmente distinto. Afirmaba que la búsqueda frenética de más y más riqueza, un desarrollo cada vez mayor, y un mayor crecimiento económico como único objetivo de la humanidad era esencial y profundamente errónea. Mientras siguiéramos por ese camino, independientemente de los recursos energéticos involucrados, estos se agotarían rápidamente y provocarían la degradación del medio ambiente. Nuestra generación –señaló– consumiría a lo largo de su vida más recursos naturales que todas las generaciones anteriores. Y todo ello ¿con qué fin?
Peccei creía que la humanidad había sido corrompida espiritualmente por el mito del crecimiento económico. Este mito insiste en que debemos producir y consumir este año más que el anterior; de lo contrario, perderemos la carrera económica y las empresas se hundirán, y los líderes políticos no conseguirán ser reelegidos. No hay elección, nos dicen: debemos permanecer en la cinta de correr. Si el planeta se va a la ruina y en las naciones explotadas y pobres se mueren de hambre, no hay remedio. Esta es la mentalidad imperante. La expresión «crecimiento económico» se ha convertido en el mantra de nuestra época, y tras las falsas esperanzas que ofrece se esconde la realidad de una catástrofe futura, de la que seguimos apartando los ojos.
¿UNA ERA DE LOCURA?
En los países en desarrollo, donde no hay siquiera agua potable suficiente para sobrevivir, mueren cada día más de treinta mil niños; es decir, un niño cada dos segundos.[1] Por el contrario, las naciones más desarrolladas, a pesar de tener las necesidades materiales básicas más que cubiertas, deben seguir produciendo y vendiendo nuevos bienes de consumo para mantener el crecimiento económico, desperdiciando en el proceso una enorme cantidad de recursos naturales. ¿No es una locura?
Con el coste de tres aviones de combate de última generación se podría vacunar a todos los niños del mundo y protegerlos de enfermedades prevenibles. Sin embargo, los aviones de combate tienen prioridad. ¿Tenemos dinero para matar a gente, pero no para mantenerla con vida? ¿No es una locura?
Cuando las generaciones futuras echen la vista atrás y examinen nuestra época, seguramente la calificarán como una era de locura. A pesar de ello, nos enorgullecemos de tener las sociedades más desarrolladas de la historia de la humanidad. ¿No es extraño?
EL PUNTO DE PARTIDA DE UNA VIDA DE LUCHA
Fue el gran historiador británico Arnold J. Toynbee quien me recomendó que hablara con Aurelio Peccei. A su vez, el doctor Peccei conocía mi diálogo con el doctor Toynbee.[2] También llevó a nuestra reunión un ejemplar de mi novela La revolución humana, y mencionó que sabía que la Soka Gakkai había luchado contra el fascismo. Conocía bien la muerte en prisión de nuestro primer presidente, Tsunesaburo Makiguchi, y la lucha de nuestro segundo presidente, Josei Toda, encarcelado a la vez que su maestro. «Usted también», le dije, «es un guerrero que ha soportado la dureza del encarcelamiento». En su porte pude percibir la férrea convicción que residía en su pecho, y quería preguntarle cuál era la fuente de su fortaleza espiritual: qué había en lo más profundo de su corazón, que lo hacía levantarse y luchar cuando nadie más lo hacía.
Fue el gran historiador británico Arnold J. Toynbee quien me recomendó que hablara con Aurelio Peccei. A su vez, el doctor Peccei conocía mi diálogo con el doctor Toynbee. También llevó a nuestra reunión un ejemplar de mi novela «La revolución humana».
Cuando Aurelio Peccei se unió a la resistencia antifascista en Italia ya era un exitoso hombre de negocios, con experiencia internacional en Francia, China y Rusia. Sin embargo, regresó del extranjero y se sumó al movimiento clandestino. Fue apresado en febrero de 1944, en un momento en que el poder de Mussolini ya se estaba desmoronando y la Alemania nazi, aliada de Italia, prácticamente controlaba el país. Él tenía treinta y cinco años, pero –según recordaría– en su oscura celda, por primera vez en su vida, tomó conciencia de quién era. Asaltado por una ansiedad incesante, se concentró en el futuro, con un único pensamiento: bajo ninguna circunstancia debía permitirse que una tragedia semejante se repitiera.
SOPORTAR LA TORTURA
En el momento de su detención, Aurelio Peccei portaba consigo códigos y documentos ultrasecretos que detallaban planes militares del movimiento de resistencia italiana. Esto lo puso en una situación muy difícil. Sus captores sabían que, si lo hacían hablar, sabrían todo lo que planeaba la resistencia, así que decidieron torturarlo sin piedad.
Emplearon una violencia horrible, dijo el doctor Peccei. Su odio y fanatismo llevaban su crueldad al extremo. La tortura continuaba, pero él no hablaba. Una mañana, una mujer del pueblo fue a la prisión en busca de su hijo, que había desaparecido. Vio que llevaban a alguien por el patio de la prisión y jadeó al reconocerlo. «¿Podía ser il signor Peccei?». No conseguía distinguir su cara, tan deformada por los golpes, pero creía reconocer su abrigo. «Tengo que decírselo a sus camaradas ahora mismo», pensó.
Cuando se enteraron de su paradero y de cómo estaba siendo tratado, sus compañeros plantearon una exigencia a los fascistas: si no cesaban las torturas a Peccei, condenarían a muerte a los comandantes de las milicias fascistas. Los fascistas detuvieron las torturas a condición de que sus comandantes permanecieran ilesos; de lo contrario, fusilarían inmediatamente a Peccei. El peligroso juego de equilibrios continuó. Un amigo que había defendido al doctor Peccei en la cárcel también fue torturado repetidamente, con la esperanza de que dijera algo que pudiera utilizarse contra él, pero lo protegió hasta el final.
Cuando Aurelio Peccei se unió a la resistencia antifascista en Italia ya era un exitoso hombre de negocios, con experiencia internacional en Francia, China y Rusia. Sin embargo, regresó del extranjero y se sumó al movimiento clandestino. Fue apresado en febrero de 1944.
El doctor Peccei recordó que en prisión lo único a lo que uno puede recurrir son sus creencias y su humanidad. Dijo que aprendió que las personas acostumbradas a dar órdenes se quiebran con facilidad; en cambio, son los tipos tranquilos y trabajadores los que resultan ser fuertes en circunstancias extremas. También dijo que odiaba sobre todo a los traidores.
Aurelio Peccei permaneció en prisión once meses. Poco a poco, la marea de la guerra se volvió contra el fascismo. Aunque el peligro de venganza se cernía sobre su cabeza, se salvó por los pelos: una facción fascista que temía represalias tras la derrota de su bando lo liberó en una gélida mañana de enero de 1945.
APRENDER DE LA ADVERSIDAD
El doctor Peccei admitió que sufrió terriblemente; pero también reconoció que el calvario que vivió fortaleció sus convicciones. Asimismo, encontró amigos en los que sabía que podía confiar plenamente. Sorprendentemente, dijo, aprendió mucho de sus captores fascistas. Sonrió, se encogió de hombros y añadió que, por esa razón, ahora estaba dispuesto a perdonarlos. Me conmovió profundamente su triunfo humano, al considerarse afortunado de haber sufrido aquellos once meses de cautiverio.
En la cárcel había experimentado las profundidades más inmundas de la maldad humana y, al mismo tiempo, las alturas más elevadas de la nobleza humana. Se dio cuenta de que hay una fuerza tremenda dentro de nosotros que busca el bien. Puede que esté dormida, pero está ahí. Ese fue su gran despertar.
UN NUEVO PUNTO DE PARTIDA A LOS SESENTA AÑOS
Después de la guerra, el doctor Peccei dedicó sus esfuerzos a la reactivación económica de su país y tuvo un gran éxito como hombre de negocios. Pero mientras viajaba por el mundo, cruzando el ecuador más de trescientas veces, una oscura nube de duda empezó a crecer en su corazón. ¿Tenía realmente razón al trabajar tanto por el crecimiento y el desarrollo en sí mismos? Si todos sus esfuerzos no conducían sino a la destrucción del mundo, ¿no carecían esencialmente de sentido?
En la cárcel había experimentado las profundidades más inmundas de la maldad humana y, al mismo tiempo, las alturas más elevadas de la nobleza humana. Se dio cuenta de que hay una fuerza tremenda dentro de nosotros que busca el bien. Puede que esté dormida, pero está ahí. Ese fue su gran despertar.
La población del planeta crecía a un ritmo de cien millones al año y a mediados del siglo XXI alcanzaría los diez mil millones. La producción agrícola nunca podría seguir ese ritmo. Si la deforestación continuaba al ritmo actual, todos los bosques del planeta desaparecerían en los siguientes cien años. El calentamiento global también avanzaba a un ritmo alarmante.
Los nazis habían sido culpables de genocidio, pero ahora la humanidad era culpable de otro crimen: el ecocidio, la destrucción del entorno natural. Y el doctor Peccei había jurado en la cárcel que no permitiría que se repitiera una barbaridad semejante. Así, en 1968 invitó a destacados intelectuales a una conferencia en Roma.
Los nazis habían sido culpables de genocidio, pero ahora la humanidad era culpable de otro crimen: el ecocidio, la destrucción del entorno natural. Y el doctor Peccei había jurado en la cárcel que no permitiría que se repitiera una barbaridad semejante.
El mundo estaba lleno de especialistas, pensaba, pero lo que hacía falta era un sentido de la responsabilidad basado en una visión de conjunto: el futuro de la humanidad. Se necesitaban personas que sintieran esa responsabilidad y estuvieran dispuestas a actuar en consecuencia. Así nació el grupo de reflexión interdisciplinar hoy conocido como Club de Roma. Y así comenzaron también los «años dorados» de la vida de Aurelio Peccei, en un nuevo punto de partida a la edad de sesenta años.
El mundo estaba lleno de especialistas, pensaba, pero lo que hacía falta era un sentido de la responsabilidad basado en una visión de conjunto: el futuro de la humanidad. Se necesitaban personas que sintieran esa responsabilidad y estuvieran dispuestas a actuar en consecuencia. Así nació el grupo de reflexión interdisciplinar hoy conocido como Club de Roma.
RECUERDOS DE AMISTAD
Nuestras conversaciones, que comenzaron en aquel salón al aire libre de París, continuaron durante unos diez años, hasta la muerte del doctor Peccei. Nos vimos en persona cinco veces. En nuestro segundo encuentro, en Tokio, me visitó en las oficinas del Seikyo Shimbun a pesar de su apretada agenda, pues llegaba a Japón un día y partía al siguiente. Para encontrarnos en Florencia, condujo cuatro horas desde Roma en su pequeño coche, ¡y cuán honrado me sentí cuando supe que acababa de regresar de Londres el día anterior! El doctor Peccei también se entregó en cuerpo y alma al diálogo entre nosotros que se publicaría en forma de libro, Antes de que sea demasiado tarde, sobre el que hablamos en aquella reunión.[3]
Posteriormente me reuní con él en nuestro Centro Internacional de la Amistad en Shibuya, Tokio, donde paseamos juntos por el pequeño jardín. ¡Estábamos tan absortos en nuestra conversación que tuvimos que estar atentos a no caernos al estanque! El doctor Peccei murmuró, como para sí mismo, que, aunque el jardín era hermoso, no había nada en el mundo más hermoso que la amistad. Parecía decirlo más para confirmar sus propios sentimientos que para mí.
Nuestro último encuentro fue de nuevo en París, en junio de 1983, apenas nueve meses antes de su fallecimiento. Acababa de llegar a la ciudad en avión tras asistir a una conferencia en Estados Unidos y vino directamente del aeropuerto a verme al hotel donde me hospedaba. Por desgracia, le habían robado todo el equipaje. Por supuesto, se dio cuenta tras desembarcar, pero retrasó la reclamación y vino directamente a verme: no quería llegar tarde a nuestro encuentro. Apareció en mi hotel sin corbata, con la ropa que había llevado en el avión, y parecía brillar con una energía casi divina. Durante aquel encuentro me dijo que estaba decidido a que nuestra amistad se fortaleciera, independientemente de las críticas o los ataques que pudieran lanzarnos los medios de comunicación. Estas serían las últimas palabras que escuché de él.
UNA VISIÓN DE LARGO PLAZO
Aurelio Peccei aborrecía la miopía de ciertos periodistas, cuya perspectiva –cortoplacista– era el polo opuesto a la suya. El cofundador del Club de Roma siempre hacía hincapié en que, a menos que se adoptara una visión de largo plazo, todos los argumentos y esfuerzos resultarían esencialmente inútiles. Cuando es evidente que un barco avanza hacia una colisión, ¿no se debería cambiar inmediatamente de rumbo? ¿Qué se puede aprender tan solo mirando las olas que chocan con el timón?
Gran parte de los medios de comunicación ridiculizaron y cubrieron con sarcasmo las actividades del Club de Roma, tachando al doctor Peccei de pájaro de mal agüero. También hubo académicos que se sumaron a las burlas y rebatieron sus advertencias con todo tipo de argumentos irresponsables. Por ejemplo, un erudito japonés comparó la preocupación del Club de Roma por la población desbocada y el crecimiento industrial con el temor de la gente del siglo XVIII a que el aumento de los carruajes enterrara el mundo en estiércol de caballo; adujo que no habían tenido en cuenta los avances tecnológicos.
Gran parte de los medios de comunicación ridiculizaron y cubrieron con sarcasmo las actividades del Club de Roma, tachando al doctor Peccei de pájaro de mal agüero. También hubo académicos que se sumaron a las burlas y rebatieron sus advertencias con todo tipo de argumentos irresponsables. […] Pero, poco a poco, fue creciendo el apoyo.
Los comunistas llamaron «capitalista» al Club de Roma, y los capitalistas lo denunciaron como «comunista». Los países en desarrollo dijeron que las ideas del Club eran un complot para frenar su desarrollo, lanzando la acusación de que los ricos son incapaces de comprender los sentimientos de los pobres. Pero, poco a poco, fue creciendo el apoyo a la posición del Club de Roma y hoy es ampliamente reconocido que la Tierra tiene una capacidad limitada para sustentar la vida humana.
La humanidad está despertando de su obsesión por acrecentar su riqueza material a toda costa. En 1992, las Naciones Unidas celebraron la Cumbre de la Tierra, y desde entonces muchas organizaciones internacionales, Gobiernos nacionales y grupos privados han empezado a tratar de resolver los numerosos problemas mundiales a los que nos enfrentamos. El solitario primer paso de Aurelio Peccei se convirtió en un paso de gigante para la humanidad.
En 1992, las Naciones Unidas celebraron la Cumbre de la Tierra, y desde entonces muchas organizaciones internacionales, Gobiernos nacionales y grupos privados han empezado a tratar de resolver los numerosos problemas mundiales a los que nos enfrentamos. El solitario primer paso de Aurelio Peccei se convirtió en un paso de gigante para la humanidad.
UNA VIDA DE TRABAJO E IMPLICACIÓN CONTINUOS
El 14 de marzo de 1984, este gran pionero falleció a la edad de setenta y cinco años. La suya fue una vida de trabajo e implicación continuos. Doce horas antes de su muerte, todavía dictaba desde su cama. Era un hombre decidido. Su último manuscrito inacabado se titulaba Agenda para el fin del siglo, y fue publicado de forma póstuma; el doctor Peccei no vivió para verlo impreso. Un pasaje del texto dice:
El progreso, tal como se entiende ahora, ciertamente no puede detenerse. Por lo tanto, el único recurso de la humanidad es mejorar la calidad y las cualidades de sus miembros en todo el mundo para que, aprendiendo a cabalgar los tigres tecnológicos que han desatado, sean los humanos y no las máquinas los protagonistas del mañana.
En un primer momento, el doctor Peccei llamó a esta mejora de la calidad y las cualidades de la humanidad «revolución humanística», pero más tarde cambió la expresión por «revolución humana». En un manuscrito redactado un mes antes de su muerte, escribió: «Lo que necesitamos es una nueva filosofía de la vida».
HEREDAR EL ESPÍRITU DE UNA GRAN PERSONA
Tras la muerte de Aurelio Peccei, conocí a sus hijos Roberto Peccei, físico y Riccardo Peccei, sociólogo. Me reuní con Riccardo en Inglaterra. Mientras hablábamos de nuestros recuerdos de su padre, le dije: «Cuando muere una gran persona, tendemos a olvidar sus ideales y su espíritu y permitimos que nuestros propios egos se afirmen. Esto es una señal de debilidad y fealdad humana. Creo que lo más importante es que sigamos adelante con los ideales y objetivos del doctor Peccei sin vacilar».
Hoy, como heredero los ideales de Aurelio Peccei, el Club de Roma prosigue sus influyentes actividades […].
Riccardo Peccei me contó que su padre, en sus últimos años, solía decir que correspondía a los jóvenes cambiar el mundo, y que lo harían a través de la revolución humana. El doctor Peccei elogió al Departamento de Jóvenes de la Soka Gakkai, afirmando que estaba liderando ese esfuerzo y difundiendo la amistad por todo el mundo.[4]
Riccardo Peccei me contó que su padre, en sus últimos años, solía decir que correspondía a los jóvenes cambiar el mundo, y que lo harían a través de la revolución humana. El doctor Peccei elogió al Departamento de Jóvenes de la Soka Gakkai, afirmando que estaba liderando ese esfuerzo.
El doctor Peccei era un hombre con una personalidad inmensa, como un gran padre lleno de afecto. Aunque miraba hacia el futuro como un verdadero filósofo, también poseía la agudeza práctica y la capacidad de decisión de un hombre de negocios. Su grandeza residía en que ambas características surgían de su amor a la humanidad. Cuando lo recuerdo, me vienen a la memoria aquel cielo azul sobre París y la voz de este intrépido guerrero, que luchó ardientemente por crear un futuro tan brillante y claro como ese cielo.
Aún puedo oírlo decir que, si bien el crecimiento económico tiene un límite, el aprendizaje humano no lo tiene. Nuestros recursos externos son limitados, decía, pero nuestra riqueza interior es ilimitada. Está sin explotar, y la revolución humana es lo que nos permite sacarla a la luz. Debemos hacer uso de todos los medios disponibles para impulsar esa revolución humana, afirmó. «Estamos de acuerdo. ¡Hagámoslo!», declaró, y extendió la mano para estrecharla con la mía. «¡Hagámoslo», dijo, «por el bien del siglo XXI, por el bien de nuestros hijos y nietos, antes de que sea demasiado tarde!».
(Traducción de un artículo publicado el 17 de septiembre de 2000 en el Seikyo Shimbun).
¡ES HORA DE UNA REVOLUCIÓN HUMANA!
En el marco del 40.º aniversario de la publicación del libro Antes de que sea demasiado tarde: Un diálogo entre Aurelio Peccei y Daisaku Ikeda y, también, del 45.º aniversario del informe Aprender, horizonte sin límites, el Club de Roma y la Soka Gakkai han lanzado un proyecto titulado «¡Es hora de una revolución humana!: Desencadenar la acción a través de la transformación interior y el aprendizaje mutuo». El proyecto conjunto, en el que está involucrada la iniciativa El Quinto Elemento del Club de Roma, se centrará en la participación de la juventud, la difusión en las redes sociales y la investigación académica para promover el mensaje compartido de la revolución humana.
El 27 de agosto, el Club de Roma, El Quinto Elemento, el Centro para un Budismo Aplicado, la SGI del Reino Unido y la Soka Gakkai organizaron conjuntamente un seminario web inspirado por la iniciativa, entre cuyos ponentes estuvieron Carlos Álvarez Pereira, ingeniero español que recientemente asumió la secretaría general del Club de Roma; Mamphela Ramphele, presidenta honoraria del Club de Roma, y Robert Harrap, copresidente de la SGI de Europa. Dicho seminario tuvo el carácter de evento previo al congreso presencial convocado, con el mismo lema, para el 9 de octubre en Taplow Court, en el Reino Unido.
[1] ↑ N. de E.: Datos como estos pueden haber variado desde el momento de redacción y publicación de este texto, en el año 2000.
[2] ↑ N. de E.: Las conversaciones que Toynbee e Ikeda mantuvieron durante dos años, a partir de su primer encuentro presencial en Londres en mayo de 1972, se publicaron en forma de libro. En España está disponible como TOYNBEE, Aurelio y Daisaku IKEDA: Elige la vida, Guadalajara y Rivas-Vaciamadrid: Instituto Ikeda y Ediciones Civilización Global, 2022.
[3] ↑ N. de E.: En castellano, el libro fue publicado como PECCEI, Aurelio y Daisaku IKEDA: Antes de que sea demasiado tarde, Madrid: Taurus, 1985.
[4] ↑ N. de E.: Véase también la revista CG, n.º 210, octubre 2022, sección «En sociedad».