Diciembre es, junto a junio, uno de los meses en los que los miembros de la SGEs se dan la oportunidad de profundizar el espíritu de ofrenda budista a través de la aportación. Dedicamos esta sección a presentar algunas experiencias del ejercicio de esta actividad voluntaria, a continuación de un pasaje alusivo a la parábola de «La lámpara de la mujer pobre» contenida en las escrituras budistas.
La mujer pobre se dirigió al monasterio Jetavana, donde en ese momento vivía Shakyamuni. Allí ardían muchas lámparas que la gente había ofrendado al Buda. La mujer depositó junto a aquellas la suya y pidió: «Soy muy pobre, pero con todo mi corazón te hago este humilde ofrecimiento. Que esta lumbre me dé sabiduría en mi próxima existencia, para disipar la oscuridad de todos los seres».
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El día siguiente, al amanecer, todas las demás lámparas se habían apagado, pero la de ella seguía encendida. Incluso cuando los discípulos del Buda trataron de evitarlo, siguió ardiendo.
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El Buda dijo que la llama jamás podría ser extinguida, ni siquiera sumergiéndola en el agua de los cuatro grandes océanos o sometiéndola al rigor de vientos poderosos. Esto se debía a que la lámpara había sido ofrendada por alguien que albergaba el gran anhelo de conducir a todos los seres vivos a la iluminación.
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Lo importante es la sinceridad. Si mantenemos una fe inamovible, podemos encender la luz de una buena fortuna capaz de iluminar todo el universo.
(IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana. Volúmenes 25 y 26, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2022, pág. 368).
La sección continúa con las experiencias de Junko y Pablo Vaccaro, de Carme Sos y de Ignacio Mileo.