Un motivo de enorme alegría


Junko y Pablo Vaccaro · Sabadell


Junko y Pablo, junto a sus cuatro hijos

Junko: Tuve la buena fortuna de crecer en el «jardín Soka». Gracias a mis padres, fui miembro del Departamento Futuro en Japón desde la niñez. Ya como adulta, fui admitida en la Universidad Soka, fundada por Ikeda Sensei, para estudiar Administración y Dirección de Empresas. Tras haber vivido en diferentes partes del país debido al trabajo de mi padre, al poco de iniciar la carrera mi familia se estableció en Shinjuku, la céntrica zona de Tokio que abarca Shinanomachi –el barrio donde está la sede central de la Soka Gakkai–. Allí, paralelamente a mis estudios, me esforcé sinceramente en las actividades del Departamento de Mujeres Jóvenes. Guardo un recuerdo de oro de esa etapa.

Cuando terminé la carrera y empecé a trabajar, estaba tan agradecida a Gakkai que, como aún vivía con mis padres y no tenía obligaciones económicas, el primer año básicamente fui poniendo en una cuenta de ahorro lo que ganaba; y, cuando tuve oportunidad de participar en la actividad de aportación,[1] lo hice con todo. Esto me llenó de alegría…

Pablo: Sí, existe un concepto que en japonés se expresa como «kisha» y que se puede traducir como «desprenderse con alegría»… Al final de la vida, nos desprendemos de todo lo material que hemos ido acumulando, sí o sí. Esta es una realidad evidente y previsible, pero muchas personas viven de espaldas a ella y, cuando llega el momento, la afrontan de un modo traumático. En cambio, si uno hace el ejercicio consciente de trascender los apegos a lo material mientras está vivo, «desprendiéndose» de ello con un sentido de propósito, puede experimentar una alegría profunda.

Junko: En mi caso, me sentí tan realizada tras la experiencia de ese primer año que hice lo mismo durante los siguientes cuatro. De hecho, intenté superarme año tras año, poniéndome metas. En el trabajo, a algunas personas les sorprendía que bebiera café de un termo llevado desde casa o que almorzara de mi fiambrera, sabiendo que –teniendo un sueldo y viviendo con mis padres– podía salir y gastar. Pero era parte de mi desafío en el ahorro, para luego retribuir mi deuda de gratitud hacia mi maestro, que es infinita. Luego, Pablo y yo nos casamos…

Pablo: Yo había llegado a Japón como resultado de una experiencia de fe. Soy originario de Neuquén, en Argentina, y conocí el budismo Nichiren con dieciocho años, en 1982. Siendo estudiante, no tenía ingresos, y la situación económica de mi familia no era buena; así que no tenía ni para tomar un café… Pero, al poco de iniciar mi práctica en la Soka, conseguí una beca del Gobierno para estudiar Física.

En Bariloche, donde fui a estudiar, no había más miembros de la Soka Gakkai, así que me esforcé en hacer shakubuku y en apoyar a los practicantes que, como yo, iban llegando. Paralelamente, me desplazaba regularmente a Neuquén –a unos 500 km– para poder asistir a reuniones. La inversión que requerían estos desplazamientos, la consideraba una forma de ofrenda budista; además, participaba en la actividad de aportación, aunque fuera con lo poquito que podía.

Después de nueve años de práctica, en 1991, viví otro enorme beneficio: gané una nueva beca, esta vez para ir a estudiar a Japón. Mi situación cambió radicalmente, también a nivel económico, ya que la beca era del Ministerio de Educación japonés y equivalía a un buen sueldo. Me esforcé en reflejar en la actividad de aportación mi agradecimiento por esta nueva prueba real y, como Junko, lo hice con la voluntad de avanzar cada año con respecto al anterior. Del mismo modo, mis circunstancias siguieron mejorando: tras completar el período de beca, conseguí un buen trabajo, y mi desarrollo profesional continuó en los años siguientes. Entonces nos casamos, empezamos a formar familia en Japón y, en 2010, a raíz de una oferta laboral muy atractiva, nos mudamos a España, donde nos hemos seguido desafiando con el mismo espíritu.

Viendo las cosas en perspectiva, reflexiono que mi origen humilde, si bien por un lado me facilitó el no convertirme en una persona derrochadora incluso cuando la situación se volvió más holgada, por otro lado me hizo arrastrar durante años un cierto temor a perder la prosperidad que había conseguido. Pero me doy cuenta de que, a través de hacer aquel esfuerzo consciente por «desprenderme con alegría» y con gratitud sincera año tras año –primero personalmente y luego en familia–, he conseguido superar ese temor y vivir y dedicarme al kosen-rufu con un sentimiento de confianza y libertad.

Junko: Esto último es importante… En realidad, en el camino no han faltado momentos de incertidumbre.

Después de casarnos, el proyecto de Pablo, en el centro de investigación en el que había estado trabajando durante trece años, terminó. En el proceso de búsqueda de un nuevo trabajo, estuvo sobre la mesa la posibilidad de mudarnos a Alemania. Yo oré para que el lugar al que termináramos yendo fuera aquel en el que nuestra familia pudiera desempeñar su misión de la manera más plena. Y ocurrió que, gracias a la presentación de uno de sus jefes del antiguo lugar de trabajo, Pablo fue contratado como jefe de un grupo de investigación en el centro de investigación y desarrollo de un importante fabricante de productos electrónicos.

Desde Kioto, nos mudamos a la prefectura de Nara, un lugar conocido por el arraigo que tienen en él las viejas tradiciones. Impulsar el kosen-rufu allí representaba un estimulante desafío… Pronto, nuestra nueva casa se convirtió en un lugar de celebración de reuniones de diálogo, así como de encuentro y aliento a otras madres jóvenes de la localidad.

Entonces, tras cuatro años en Nara, Pablo planteó la idea de mudarnos a España. Desde el punto de vista de su edad, era un momento decisivo, así que decidí apoyar la idea. De hecho, desde que era estudiante yo había soñado con ir al extranjero, y nunca había estado en España. Pero me preocupaba la dificultad de comunicarme en nuestro nuevo destino. Sin embargo, puedo decir que no sentía ninguna preocupación por nuestra economía, algo que considero un beneficio del Gohonzon. Vendimos nuestra casa y nos mudamos con nuestra hija de cuatro años y nuestro hijo de un año y medio.

Tras llegar aquí, hubo momentos en los que lloré a causa de las dificultades que imponía la adaptación a las costumbres locales. Pero, cuando recitaba daimoku, recibía apoyo y aliento de los miembros. Pronto, nuestra casa se convirtió, de nuevo, en un lugar abierto para realizar actividades de la Soka.

Cuando llevábamos ocho años en España, nos vimos ante un nuevo desafío a nuestra estabilidad, el mayor hasta la fecha: habiendo nacido ya nuestro tercer y cuarto hijos, en el lugar de trabajo de Pablo se dieron circunstancias que hicieron peligrar su puesto. Pero, incluso en un momento así, la economía no nos angustió. Yo simplemente oraba para que nuestra familia siguiera el camino del kosen-rufu, teniendo presente un pasaje de La apertura de los ojos que he llevado en el corazón desde que estaba en el Departamento Futuro: «Aunque mis discípulos y yo encontremos toda clase de dificultades, si no albergamos dudas en nuestro corazón manifestaremos la Budeidad en forma natural».[2]

A lo largo de todo este proceso, que tuvo un desenlace feliz, seguimos participando en la actividad de aportación. Y cada verano hemos podido viajar a Japón para que nuestra familia allí vea crecer a nuestros hijos, que ahora tienen dieciséis, trece, once y nueve años. Avanzar como familia, unidos y sin alterar nuestro rumbo a pesar de las turbulencias del entorno, es un motivo de enorme alegría y agradecimiento.


[1] ↑ En la Soka Gakkai de Japón, quienes desean participar en la actividad de aportación pueden hacerlo una vez al año.

[2] ↑ En END, pág. 300.

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