Luchar con entereza y vencer


Mireia Muñoz | Cornellà


Mireia Muñoz

Conocí la práctica del budismo Nichiren en la Soka Gakkai hace siete años. Desde entonces, no he dejado de entonar daimoku y crecer.

Siempre he intentado avanzar buscando mi felicidad, pero la firmeza emocional era algo que se me resistía. Gracias al entrenamiento que aportan las actividades Soka, me doy cuenta de que he podido forjar, sin saberlo, ese aspecto y probablemente muchos otros de los que todavía no soy consciente.

Ahora que empieza un nuevo año, echo la mirada atrás y me doy cuenta de cuántos obstáculos he superado y de cuánto he podido crecer.

Empezando por mi salud: durante años estuve luchando por un problema cuyo diagnóstico no llegaba. Los médicos y mi entorno me decían que los desmayos repentinos, taquicardias y dolores que padecía eran producto del estrés o la ansiedad causados por el trabajo, pero yo sentía que algo no estaba bien. Entonces, me desafié a través de la actividad de capacitación del grupo Azahar.[1] Aunque mi estado físico no me permitía llegar al Centro Cultural de la SGEs en Barcelona,[2] entonaba daimoku por la protección de todos los miembros. Esto me permitió entender que también debía hacerlo por mi propia protección, y me determiné más profundamente a recibir un diagnóstico.

Me desafié en el estudio y en la práctica budistas, orando, intentando transformar todas las dudas en fortaleza. Y mi diagnóstico llegó, tal como dice el Gosho: «Aunque uno apuntara a la tierra y errase, o pudiera liar el firmamento; aunque la marea dejara de subir y bajar, o el sol saliera por Poniente; jamás podría ocurrir que las oraciones del practicante del Sutra del loto quedaran sin respuesta».[3]

Así fue que un día, en octubre de 2020, tuve una taquicardia que dejó ver un problema en el corazón. Al parecer tenía una malformación de nacimiento oculta en un ventrículo, un caso raro con un nombre imposible de decir… No dejé de orar, y en todo momento sentí a mi maestro conmigo, como si me estuviera cogiendo la mano, sabiendo que él siempre está orando por mi salud.

Fui sometida a una operación, que fue más complicada de lo que se esperaba, y tuve que pasar varios días en la UCI. Pero estuve protegida por la atención de un excelente equipo de cardiología. Tras recibir el alta del hospital, me instalé en casa de mi madre, porque no me podía apenas mover.

Entonces, a los dos días empecé a tener una fiebre muy alta. Enseguida fuimos al hospital y di positivo en COVID. En ese mismo momento, una ambulancia se llevaba a mi padre directamente a la UCI por una asfixia silenciosa. Neumonía bilateral: también él se había contagiado de COVID.

Yo estuve quince días con 39-40 ºC de fiebre. Dejaba mi butsudan abierto a los pies de la cama y, cuando la fiebre me lo permitía, oraba, oraba incansablemente. En todo momento sentí la unión con mis amigos, mi familia y mis compañeros de fe. No podía mantener contacto directo con mi madre, para evitar el contagio, pero la alenté y mi fortaleza le hizo no caer. Yo pensaba: «Es el momento de rugir como leones, de poner en práctica todo lo que he leído y estudiado».

Después de veintitrés días intubado, mi padre despertó del coma y, aunque yo aún me encontraba muy débil por la recuperación postquirúrgica, logré visitarlo, a duras penas. Mi determinación era más grande que mi estado físico.

El período de recuperación que siguió ha sido muy duro, pero la participación en las actividades de nuestra organización, especialmente las dedicadas a apoyar al Departamento Futuro, me han ayudado a seguir manteniendo un estado de vida alto y a no dejarme vencer.[4]

Esta lucha ha supuesto una verdadera prueba real también para mis compañeros de fe, y siento que los profundos lazos de amistad que he creado con las jóvenes de mi zona y de la región[5] son frutos de ella. Además, a raíz de lo ocurrido, muchas personas de mi entorno, sorprendidas por mi entereza incluso en los momentos más duros, comenzaron a interesarse por el budismo Nichiren y a preguntarme qué hacía yo para estar así después de lo que había vivido. Yo les respondía: «¡Mucho daimoku!». Una de estas personas, que hace años había estado a punto de recibir el Gohonzon, pero posteriormente se alejó, tras ver mi determinación decidió retomar la práctica y volvió a asistir a las reuniones de diálogo.

A día de hoy, me encuentro en perfecto estado de salud. Vivo con mi pareja en total armonía, sentando las bases para una familia sólida y de valor. Y mi padre, que no podía hablar, comer ni moverse, hoy por hoy es feliz recogiendo sus lechugas y coliflores en su huerto y no necesita oxígeno, contradiciendo unas expectativas médicas que indicaban que habría de usarlo por toda su vida.

Mireia y sus padres, celebrando el proceso de recuperación

También en nuestra zona estamos concretando varias metas; han surgido nuevos valores jóvenes y varias de ellas han ingresado como miembros de la SGEs. No tengo duda de que es gracias a los lazos de confianza que estamos forjando.

Este otoño participé en la actividad de estudio, apoyando a las chicas de mi zona. Pude hacerlo hasta el final, y cuatro de ellas se presentaron al examen de Grado II.

En el «Año de los jóvenes y del triunfo» seguiremos avanzando con fuerza, con el kosen-rufu por bandera y con el deseo de que surja una representante del Departamento de Mujeres Jóvenes en cada grupo. Tengo la determinación de visitar y conocer personalmente a todas las chicas de mi zona, amplia en territorio, sorteando las distancias y los obstáculos que surjan. También, como paso en el camino hacia el centenario de la Soka Gakkai en 2030, tengo una meta personal de shakubuku para este año.

Encuentro con compañeras del Departamento de Mujeres Jóvenes en la zona Barcelona Oest

Asimismo, estoy determinada a que el Departamento Futuro continúe creciendo más y más, y que sigamos abriendo caminos para que los niños y niñas que puedan avanzar felices en sus vidas.

Por último, tras la experiencia vivida, tengo una determinación: cambiar mi actual empleo. Con sabiduría, he conseguido sacar la voz para comunicar a mi jefe mi decisión y que la entienda.

Me gustaría terminar compartiendo unas palabras de aliento que leí en Civilización Global y que me han acompañado durante estos años:

La esperanza es una decisión, es la decisión más importante que podamos tomar. La esperanza lo cambia todo, empezando por nuestras vidas. La esperanza es la fuerza que nos permite actuar para hacer realidad nuestros sueños. Tiene el poder de convertir el invierno en verano, la impotencia en creatividad, la agonía en alegría. Mientras tengamos esperanza, no hay nada que no podamos lograr. Cuando poseemos el tesoro de la esperanza, podemos extraer nuestro potencial y fuerza interior. Una persona con esperanza siempre puede avanzar.[6]


[1]El grupo de capacitación Azahar de la SGEs está integrado por miembros del Departamento de Mujeres Jóvenes que, de manera coordinada y con base en la fe y su vínculo con el maestro, realizan diversas labores dirigidas a que los miembros, simpatizantes e invitados de la entidad puedan disfrutar de las actividades sin riesgos ni impedimentos.

[2]Se refiere a la sede anterior de la SGEs en Barcelona, que se clausuró a raíz del proyecto de abrir una sede más amplia próximamente.

[3]Sobre la oración, en END, pág. 364.

[4]Mireia es responsable por parte del Departamento de Mujeres Jóvenes para el Departamento Futuro –formado por niñas, niños y adolescentes– de la SGEs en Barcelona.

[5]Mireia es, también, responsable del Departamento de Mujeres Jóvenes de la zona Barcelona Oest y vicerresponsable del mismo para la región Este de la SGEs.

[6]Véase Civilización Global, n.º 189, enero 2021, sección «Año Nuevo».

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