Me llamo Pepi Rubio, y soy enfermera en la Unidad de Hemodiálisis del Hospital Ernest Lluch de Calatayud.
La hemodiálisis es una terapia que sustituye parcialmente la función de los riñones y genera una convivencia larga y estrecha entre el personal sanitario y sus pacientes. ¿Cómo vives esa relación tan prolongada con ellos?
A algunos de mis pacientes los conozco hace muchos años, son como de mi familia; los veo cada día, e incluso celebro con ellos sus cumpleaños, lo cual hace que se produzcan todo tipo de situaciones. La hemodiálisis exige de ellos una gran dosis de paciencia y coraje de los que muchas veces carecen. En ocasiones, llevados por el malestar, se revuelven contra su situación y te dicen cosas muy duras, pero no es algo personal; al tenerte delante, se desahogan contigo. Al principio me resultaba complicado gestionarlo, pero poco a poco he ido entrenando mi paciencia.
Me he dado cuenta de que, aunque al paciente no se le puede cambiar porque cada uno es como es (y muchas veces se trata de personas mayores), mi tarea como enfermera que los acompaña es controlar la situación, ponerme en el lugar de la persona que hay tras ese malestar y reconocer su dignidad bajo cualquier circunstancia. Se trata de creer, como el bodisatva Jamás Despreciar, en la budeidad de la persona que tienes enfrente y oscila entre los diez estados, dar un paso atrás si su sufrimiento se vuelve contra ti, pero no dejar nunca de alentarla.
Cuando empezaste a ejercer de enfermera todavía no conocías la práctica budista. El iniciarla ¿influyó en esa relación que con los pacientes?
Totalmente. En 1994 conocí la práctica a través de una compañera del hospital, y me generó una enorme curiosidad. Al acabar nuestra jornada nos reuníamos a tomar café y ella me contaba cómo vivía su día a día a través de la oración ante el Gohonzon. Tardé muchos años (ocho, exactamente) en tomar la decisión de recibir yo el Gohonzon, pero recuerdo perfectamente lo contenta que salía de estas charlas, la toma de conciencia del poder intrínseco que tenemos para cambiar las cosas y, en definitiva, la alegría y el optimismo que esta filosofía consigue extraer de ti.
En 1994 conocí la práctica [budista] a través de una compañera del hospital, y […] mi relación con los pacientes se volvió más tolerante, comprensiva y eficaz.
Así las cosas, mi relación con los pacientes se volvió más tolerante, comprensiva y eficaz. Pero no solo con los pacientes, también con compañeras y compañeros. Todos vivimos rodeados de personas que piensan diferente a nosotros (de lo contrario, ¡qué aburrido sería todo!, ¿no?) y hay que limar asperezas y tratar de llevarnos bien con ellas. La clave es hacerlo desde un estado de esperanza, y es lo que hago: usar esa esperanza como una herramienta para tomar las riendas de mi vida. Además, cuando empiezas tu jornada recitando daimoku ante el Gohonzon, los días te cunden más, tienes vivencias más profundas y, de alguna manera, aprendes a saborear la vida.
La pandemia de COVID-19 habrá repercutido de manera notable en vuestra tarea…
Desde luego. Con el Covid he visto (y he tenido) mucho miedo, pero he utilizado mi práctica para calmarme, para extraer mi sabiduría y decir: voy a cuidarme yo para poder cuidar a los demás.
Con el Covid […] he utilizado mi práctica para calmarme, para extraer mi sabiduría. […] me apacigua, me protege, me integra con el entorno y me ayuda a seguir luchando.
Fíjate, hoy mismo, el día en que hablamos tú y yo, han dado la orden de confinamiento para Calatayud, que es donde vivo y trabajo. Pero cuando el budismo Mahayana nos habla del nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte no es por casualidad. La enfermedad forma parte de la vida y eso lo veo cada día como enfermera. La vida es esto. La vida es una lucha, y es tarea de cada uno de nosotros decidir íntimamente cómo enfrentar esa lucha.
A veces me enfrento a situaciones muy extremas y desafiantes, y de pronto me sorprendo al darme cuenta de que no me están generando sufrimiento. En esos momentos, percibo el enorme poder de la práctica: me apacigua, me protege, me integra con el entorno y me ayuda a seguir luchando. Seguiré orando ante el Gohonzon cada mañana para seguir fuerte, entera y llena de energía.
Muchas gracias, Pepi. Tus palabras son muy inspiradoras y transmiten mucha convicción. Oyéndote, se podría pensar que nunca tienes dudas.
Jaajaja, en absoluto. Muchas veces siento el impulso de tirar la toalla. De hecho, me gustaría ser más estable respecto a mi práctica y la convicción en sus beneficios. Pero cada uno es como es y, cuando atravieso momentos de duda, mis actividades en la Soka Gakkai me ayudan a darme cuenta de su enorme poder transformador.
Las actividades me capacitan para el día a día. Y esto no es una teoría. Si la llamamos «práctica» es porque la practicamos, la ponemos a prueba día a día; y esta práctica es tranquilidad en sí misma. Lo que sucede es que, al enfrentar problemas familiares o de trabajo ante el Gohonzon, al acabar de entonar, el nudo que tenía en el estómago se ha disuelto y veo con mucha más claridad los pasos que tengo que dar. Ante esto, ¿cómo no sentir un enorme agradecimiento? Cuantos más obstáculos surgen, con más convicción me enfrento al Gohonzon, que es como decir que con más convicción me enfrento a mi propia vida.