Nuestra capacidad de transformar la realidad


Simona Perfetti · Madrid


Cuando a principios del año pasado se anunció la campaña «Cien mil diálogos de esperanza», recuerdo que la abracé con mucho entusiasmo y me lancé a buscar el diálogo. A raíz de este movimiento –que ya he decidido adoptar como campaña personal de aquí a 2030– pude mantener más de ochenta diálogos hasta el 15 de octubre, o esos son los que llegué a anotar. Algunos resultaron difíciles, pero todos fueron fuente de alegría y esperanza compartidas.

Uno de los diálogos que más recuerdo fue con mi madre. Lo tuvimos el invierno pasado, mientras visitaba a mi familia en Italia. Ella tiene ciertas tendencias depresivas, y un día me confesó que la vida era un sufrimiento para ella y que no quería vivir. Fue muy duro escucharlo… Recuerdo que hablamos largo rato del valor de la vida, del valor de su vida, y de que podemos transformar las circunstancias en las que nos encontramos. No recuerdo bien lo que le dije, pero sí recuerdo sentir su dolor, y tratar de recordarle que no estamos condenados a quedar como estamos, y que ella podía ser feliz, pase lo que pase. Me agradeció la conversación y se sintió mejor, pero yo volví a mi cuarto y comencé a recitar daimoku decidida a transformar ese dolor y ayudarla a ser feliz.

En los días siguientes, aunque la alenté varias veces a ver a un especialista, siempre se negó, hasta llegar al punto de discutir. Ya no sabía qué más hacer, pero leí unas palabras de Daisaku Ikeda que me abrieron los ojos:

Cada uno de nosotros, inevitablemente, debe lidiar con situaciones o circunstancias complejas en su vida. […] Pero la forma suprema de vivir es considerar estos embates del karma con enfoque positivo, saliendo a buscar su profundo significado y entendiendo que son situaciones que estamos plenamente capacitados para transformar porque son nuestras.[1]

 Al leer esto pensé: «¡Si esto está en mi vida, es mío, por lo cual puedo transformarlo!». Volví al daimoku. Y empecé a orar de nuevo por la profunda y verdadera felicidad de mi madre.

A los pocos días, todos en mi familia enfermamos de COVID. Al principio hubo mucho miedo de ponerse graves, tensión y temor de haber contagiado a mi tío, que forma parte de un grupo de riesgo. Mi madre se puso ansiosa, nerviosa… y bastante enferma. Una parte de mí, sinceramente, pensaba: «Ahí va, llueve sobre mojado…». Pero en ningún momento dejé de orar ni de participar en las actividades de la SGEs; su realización en línea me permitía estar presente incluso durante ese viaje inesperadamente prolongado.

La protección se manifestó: no solo mi tío, que vive en el mismo bloque, no se contagió, sino que uno de esos días mi madre, durante la comida, dijo de repente: «Tenemos que salir de esta. Yo me quería morir, pero ahora ya no: quiero vivir y ver crecer a mis nietos». Yo, que estaba sentada frente a ella, no me lo podía creer: parecía que el virus había venido a recordarle el valor de estar viva.

No sé si esa fue una respuesta a mi daimoku, pero sí sé que desde ese momento mi madre se agarró a la vida como nunca, y luchó mucho. En todos esos días de enfermedad «colectiva», aunque hubo momentos de bajón, seguí orando y dialogando, y percibí claramente que no hay que infravalorar el peso de nuestras palabras: aunque a veces parece que no van a ninguna parte, siempre dejan alguna huella.

Con esa reflexión a flor de piel, en esos días, estando aún confinados y aún no curados, celebramos el 70 cumpleaños de mi padre, y le regalamos precisamente eso: palabras de aliento. Mi sobrina hizo los dibujos y yo transcribí los mensajes de aliento que habíamos pedido vía WhatsApp al resto de la familia: llegaron desde Holanda, Barcelona o el piso de abajo. Y así el resto de la familia también se contagió, no del virus, sino del espíritu de nuestra campaña.

Además de ese diálogo especial con mi madre y mi familia, recuerdo con especial cariño uno que tuve con mi sobrino, en el que le pude alentar para que enfrentara las burlas de otros niños; u otro con un compañero de trabajo, que compartió conmigo que tenía crisis de ansiedad; o una conversación con mi compañera de piso, en la que terminamos abriéndonos y hablando sobre nuestras respectivas tendencias y sobre cómo apoyarnos mejor, en vez de discutir.

Simona Perfetti, vicerresponsable del Departamento de Mujeres Jóvenes de la SGEs, formó parte junto con otros cuatro jóvenes de la delegación acreditada de la SGI en la COP26, integrada por nueve personas provenientes de cinco países

Con este «entrenamiento de diálogo» en el cuerpo, a principios de noviembre pude participar como miembro de la delegación de la Soka Gakkai Internacional (SGI) en la cumbre del clima en Glasgow (COP 26).[2] Una COP es un encuentro global donde convergen representantes políticos, de empresas, universidades, ONG, etc. para compartir conferencias, diálogos, contactos y conocimiento sobre el clima; pero también, en el caso de los políticos, para negociar las medidas a tomar para enfrentar el reto climático.

Aunque trabajo en el campo de la sostenibilidad, era la primera vez que asistía a una cumbre mundial del clima. También era la primera vez que la SGI era acreditada como organización participante en una COP.

La mañana del viaje, de camino al aeropuerto de Madrid-Barajas, envié una carta a mi maestro Daisaku Ikeda. En ella expresé mi compromiso de establecer vínculos humanos profundos y mi determinación de que, pasara lo que pasara en las negociaciones, venciera la dignidad de la vida. Era una determinación un poco vaga, que no sabía cómo poner en práctica, pero era sincera.

Una vez en Glasgow, participé en varias de las actividades que la SGI del Reino Unido había organizado de forma paralela a la COP: atendiendo la exposición «Semillas de esperanza y acción», ayudando en la distribución de invitaciones a la exposición y asistiendo a los diálogos que habían organizado sobre varios aspectos de la crisis climática.

Una de las invitaciones que entregué fue a una joven de origen iraní. Tras contarle el propósito de los diálogos que se estaban organizando, decidió participar. Le gustó tanto que en los siguientes días volvió con cada vez más miembros de la familia. Más tarde me contó que había decidido buscar más actividades en las que aprender y contribuir a la lucha contra el cambio climático. Hoy, seguimos en contacto.

Estoy muy agradecida porque […] participar en la COP me permitió abrir la mirada. […] Pero lo que pude confirmar en Glasgow más esencialmente […] es algo que leí a principio de año en Civilización Global. Ikeda Sensei nos decía: «[…] Todo empieza por nosotros».

Estoy muy agradecida porque en poco tiempo pude aprender muchísimo. Aunque es imposible resumir ahora todo lo que pude aprender en esa semana, lo que puedo decir es que participar en la COP me permitió abrir la mirada. Pude ver más allá de mi perspectiva europea y conocer, por ejemplo, la lucha de las poblaciones indígenas por la protección de los que llamamos «pulmones del mundo», o ver el cambio climático a través del prisma del género o los derechos humanos –especialmente los derechos de los jóvenes–, perspectivas que en mi día a día no suelo trabajar.

Pero lo que pude confirmar en Glasgow más esencialmente, y con más claridad que antes, es algo que leí a principio de año en Civilización Global. Ikeda Sensei nos decía:

Observando el mundo de hoy, es fácil sentirse desesperado. […] Todas las decisiones sobre temas importantes parecen tomarse en algún lugar fuera de nuestro alcance. […]

No creo que las personas sean impotentes.  […] un gran cambio en la dimensión interior de la vida de un individuo tiene el poder de conmover la vida de otros y transformar la sociedad. Todo empieza por nosotros…[3]

Esto es lo que presencié en Glasgow. La movilización que vi –y que sigo observando– por parte de personas comunes, sociedad civil, representantes de ciudades, emprendedores y, sobre todo, colectivos juveniles, fue increíble, y es mucho mayor que la que había hace unos años.

Aunque los acuerdos que finalmente han tomado los gobiernos en la COP se pueden considerar insuficientes, han comenzado a recoger algunas peticiones. Como nos recuerda Sensei, es en las personas donde reside el verdadero motor del cambio. Por eso no me desespero: estoy convencida de que los gobiernos terminan respondiendo a la movilización de la ciudadanía y al espíritu de la época. Y las empresas a los hábitos de consumo de las personas. Lo que tenemos que hacer –yo, la primera– es seguir, no abandonar y creer realmente en nuestra capacidad de cambio.


[1]Véase Civilización Global, n.º 169, mayo 2019, «Estudio mensual», pág. 25.

[2]En relación con la implicación del movimiento Soka en actividades previas y durante la COP26, véase el número anterior de Civilización Global.

[3]Véase Civilización Global, n.º 189, enero 2021, «Año Nuevo», págs. 5 y 6.

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