Priorizando a las personas


Celia Povedano, economista experta en recursos humanos y formación para el desarrollo del potencial humano, emprendedora además de madre, hija, amiga, responsable en la SGEs…

Celia, ayudando a reconocer el propio potencial

Soy economista, y al principio de mi carrera descubrí que lo que cambia el mundo son las personas. Por eso me dedico a los recursos humanos, y por eso mi criterio para dirigir los departamentos siempre ha sido colocar la persona en el centro para crear valor.

Por eso, también, decidí dejar la empresa en la que estaba contratada y hace años creé la mía propia, para ayudar a otras compañías a transformarse en empresas felices donde las personas estén por encima de los procesos y se trate a cada persona desde su individualidad, cosa que también hacemos en mi propia empresa: desde la selección, formación y orientación en recursos humanos.

Me doy cuenta de que muchos de los valores de la práctica budista, conversaciones de corazón a corazón, el creer en la budeidad de la persona que tienes enfrente, etc. están presentes diariamente en mi forma de trabajar y que esto, de forma natural, se contagia a las personas que trabajan conmigo y a mis clientes. Creo firmemente en que la felicidad de los trabajadores contribuye a que las empresas sean mucho más rentables y alcancen sus objetivos con mayor facilidad.

Los proyectos no paraban de crecer y, para poder llegar a cubrir todo el territorio nacional, en el 2018 encontré una socia en la zona norte con la que recorrer este nuevo camino, y juntas comenzamos a hacerlo. Y aunque durante unos años compartimos objetivos, con el tiempo me di cuenta de que nuestro enfoque no era el mismo.

Todo se precipitó a principios de este año 2020. Mi socia se fue de la empresa, y se llevó con ella gran parte del equipo y de la cartera de clientes. Mientras digería el impacto de esta nueva situación, llegó la pandemia y, de pronto, a causa de los lógicos protocolos de seguridad, las empresas empezaron a cancelar muchas de las formaciones presenciales previamente contradadas. En este momento de desconcierto leí una orientación de Daisaku Ikeda que decía: «La sociedad cambia constantemente. Aunque alguna vez fracasemos en los negocios, no debemos fracasar como seres humanos. El hombre no es derrotado en sus actividades, sino en la lucha consigo mismo. No nos podemos permitir el desaliento […]. La fe es la fuente de la fortaleza espiritual».[1] Sin embargo, no podía evitar una profunda sensación de fracaso.

Cuando se decretó el estado de alarma sanitaria me preocupé mucho, al tomar conciencia de que probablemente no podría volver a dar formación presencial en lo que quedaba de año. En mi desesperación, buscaba una brillante idea de negocio que me ayudara a salir adelante, pero, por muchas vueltas que le daba, esta idea no llegaba. Contrariada por la angustia, recurrí al escrito de Nichiren Daishonin Un navío para atravesar el mar del sufrimiento, y de él extraje una frase que grabé en mi corazón: «Las corrientes de la adversidad se precipitan en el océano del Sutra del loto embistiendo a su devoto. Pero así como el mar no rechaza las aguas del río, tampoco el devoto elude el sufrimiento».[2]

Había contraído la COVID-19. […] Contra todo pronóstico, por primera vez dejé de pensar en la gravedad de mi situación. No sabía cómo, pero estaba profundamente convencida de que en 2020 todas las piezas iban a encajar.

Al poco tiempo de empezar el confinamiento me empecé a encontrar mal, y después de aislarme me comunicaron que había contraído la COVID-19. Aunque se diría que la desgracia se había cebado conmigo, abrí el Gohonzon e inesperadamente sentí un profundo agradecimiento al tener la total certeza de que gracias al contagio podría profundizar mi fe, avanzar en mi revolución humana y conquistar absolutamente mis objetivos. Contra todo pronóstico, por primera vez dejé de pensar en la gravedad de mi situación. No sabía cómo, pero estaba profundamente convencida de que en 2020 todas las piezas iban a encajar. Releí las palabras de Kaneko Ikeda, que aseguran que «Tener una fe invencible comienza por […] orar al Gohonzon con absoluta sinceridad y convicción, decididas a atravesar todos los obstáculos sin falta»,[3] y mi postura cambió. Pedí a mi exmarido que, dada la situación, se hiciera cargo de nuestros dos hijos, y me dispuse a iniciar esa travesía.

Durante los 31 días que duró la enfermedad, tuve dolores de cabeza, cuerpo y garganta, con tiritonas y calambres. Como apenas podía sostenerme, oraba desde la cama porque no era capaz de sentarme frente al Gohonzon.

Llegó un día en que se me cerraron los pulmones. Fui al médico, y me dijo que tenía que acudir a un centro hospitalario. En aquellas semanas, con todo lo que estaba sucediendo –fallecidos, escasez de medios, servicios casi colapsados, mucho sufrimiento– la idea de ir al hospital me daba mucho miedo… Pasé por casa para coger el cargador del móvil y algo de ropa, por si me dejaran ingresada. Pero, sobre todo, lo que quería era abrir aunque fuera brevemente el butsudan. Con absoluta convicción, recité ante el Gohonzon tres daimoku en los que determinaba que no me iban a ingresar y que podría hacer el gongyo de la noche en casa. Así fue.

Aquellas semanas tuve que dosificar mis fuerzas, así que me levantaba sobre todo para participar en las reuniones budistas por videoconferencia para la preparación de la reunión de diálogo, de responsables, etc.; me concentré en mi práctica. En una de esas reuniones se recordó que, según el lema de la SGI para 2020, este es el «Año es el avance y de los valores humanos», y que lo que hagamos ahora va a definir toda la década. Se nos alentó a ponernos metas para definir, entonces, cómo queremos que sea nuestra vida en los próximos diez años. Así lo hice. Podemos ver la realidad según los acontecimientos o en función de nuestra fe, de manera que la cuestión se transformó en «qué puedo hacer yo».

Me desafié a hacer el gongyo de la mañana y la tarde, lo cual representaba todo un desafío dados los dolores que sentía. Pero en el número de abril de Civilización Global leí: «Lo importante es que hagan esfuerzos cotidianos, diligentes. No importa cuán difíciles sean las circunstancias, tienen que seguir intentándolo con todas sus fuerzas, sin abandonar».[4] La nueva revolución humana, la vida a través de los ojos de Ikeda Sensei, es el modelo que me permite sentir con seguridad que la victoria es directamente proporcional al desafío. Así que seguí leyendo y profundizando en nuestra filosofía y práctica, y eso me llevó a desafiarme también profesionalmente.

Con objeto de poder ayudar a otras personas, me decidí a impartir cada semana un taller gratuito sobre resiliencia y positividad. Y, pese al malestar continuo, conseguí estudiar y sacarme dos certificaciones relacionadas con mi trabajo. Prometí que, para cuando celebráramos la Asamblea de Protagonistas de la Alegría de mi distrito en mayo, podría informar a mi maestro de que había triunfado. El 30 de abril me dieron el alta, y pude finalmente reunirme con mis hijos y visitar a mis padres.

El Gosho asegura que «jamás podría ocurrir que las oraciones del practicante del Sutra del loto quedaran sin respuesta»,[5] y a eso atribuyo que me llamaran para trabajar tutorizando un curso, lo cual me abrió las puertas para la formación online, que tanta inseguridad me generaba antes. El sueldo no era alto, pero poco después me ofrecieron un segundo grupo y, al extraer el coraje de expresar, esta vez sí, que el salario no estaba a la altura de la carga de trabajo, me subieron la tarifa para los dos grupos.

Si la formación no puede ser presencial, hagámosla virtual

Inesperadamente, he podido cobrar mi baja laboral y mi cese de actividad, y una persona que había cancelado unas sesiones de coaching conmigo previstas para marzo las ha retomado.

Agradezco profundamente todo el daimoku y el apoyo que he recibido de la «familia Soka», que me ha permitido definir cómo quiero que sea mi vida en los próximos diez años:

Quiero mantener la práctica budista en el centro de mi vida, como faro en todas sus facetas; seguir luchando por el kosen-rufu, teniendo en mi trabajo no un obstáculo sino un vehículo; cuidar mi salud debidamente; como responsable en la SGEs, cuidar a los miembros tan bien como me cuidan a mí; y, por último, brindar esperanza a todas las personas y conseguir que mi familia sea plenamente armoniosa.


[1]IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vols. 15 y 16, Rivas: Ediciones Civilización Global, 2019, pág. 191.

[2]En END, pág. 34.

[3]Véase, en Civilización Global, n.º 179, marzo 2020, «Un jardín cada vez más exuberante».

[4]IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vols. 13 y 14, Rivas: Ediciones Civilización Global, 2019, pág. 384.

[5]Sobre la oración, en END, pág. 364.

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