Trabajando de buena fe por el desarme nuclear


En septiembre, cada año se reafirma en el movimiento Soka el compromiso con la paz y el desarme. Con este trasfondo, entrevistamos a Carlos Umaña, miembro del Grupo Directivo Internacional de ICAN, la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares.[1]

Carlos Umaña

Revista CG: En primer lugar, muchas gracias por conceder esta entrevista a Civilización Global a pesar de sus múltiples ocupaciones. Nos consta que hace poco que ha regresado de Viena, donde viajó con motivo del Comité Preparatorio de la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP).[2]

Unas semanas atrás, en el acto de presentación de la Alianza por el Desarme Nuclear en Madrid,[3] usted afirmó que la humanidad nunca había estado tan cerca del peligro de una guerra nuclear como ahora. ¿A qué se debe este nivel de alerta?

Carlos Umaña: El aumento en el riesgo es algo en lo que coinciden varios grupos científicos de forma casi unánime. Uno de los más destacados es el Boletín de Científicos Atómicos, un grupo creado por científicos prominentes, incluidos varios que participaron en el Proyecto Manhattan.[4] Este grupo creó el Reloj del Apocalipsis en 1947, una herramienta para comunicarle al mundo el riesgo de una catástrofe mundial en manos humanas, «el fin del mundo», una posibilidad que no se contemplaba antes de que se iniciara la era nuclear en 1945. Este reloj simbólico expresa el riesgo en minutos restantes para la medianoche, representando la medianoche dicha catástrofe. Las manecillas se han acercado y alejado de la medianoche según el contexto internacional. El punto de más baja tensión fue en 1991, cuando el riesgo bajó a menos 17 minutos al acabar la Guerra Fría y el mundo pensó ingenuamente que sería el fin de la carrera armamentística nuclear; sin embargo, desde entonces el riesgo ha ido aumentando paulatinamente hasta menos 2 minutos en 2019 y, ahora, el riesgo es tan alto que ni siquiera se mide en minutos, sino en segundos, siendo, en 2023, 90 segundos para la medianoche, el riesgo más alto de la historia.

Según estos científicos, el riesgo lo definen, a grandes rasgos, tres factores: la retórica incendiaria de los líderes de los Estados nucleares y la ligereza con la que hacen amenazas con sus arsenales, la crisis climática y su potencial para generar y agravar conflictos bélicos, y la alta dependencia de los sistemas nucleares en la automatización.

Los mecanismos que controlan tanto los sistemas de alarmas como las ojivas en estado operativo alto son cada vez más dependientes de sistemas automatizados (como el resto de la experiencia humana) y, por lo tanto, cada vez más vulnerables a ciberterrorismo, errores técnicos y errores humanos. A fin de cuentas, las armas nucleares son máquinas y, como experimentamos a través de nuestras frustraciones diarias con la tecnología, todas las máquinas eventualmente fallan. Según el SIPRI,[5] de las 12 500 ojivas nucleares, unas 2000 están en estado de alta operatividad, es decir, están listas para ser detonadas en minutos. Ha habido muchas falsas alarmas con los sistemas que detectan ataques con armas nucleares, que han confundido bandadas de gansos, nubes de tormenta o globos meteorológicos con un ataque con armas nucleares, y las personas que están monitoreando estos sistemas deben interpretar estas alarmas como falsas o verdaderas. Y ahí deben apoyarse en su conocimiento, en su intuición y, sobre todo, en el contexto. No es lo mismo una falsa alarma en tiempos de paz que en tiempos de guerra. Y ese es el principal peligro de la guerra en Ucrania, no tanto una detonación intencional, sino el contexto en el que ya se han hecho varias amenazas explícitas y ya se han cruzado varias líneas rojas, lo que es propicio para que se den malas interpretaciones y malos cálculos, y que estos deriven en detonaciones nucleares. Bien lo dijo el secretario general de la ONU, António Guterres, refiriéndose precisamente a este riesgo: la humanidad está «solo a un malentendido, a un error de cálculo de la aniquilación nuclear».[6]

Revista CG: Este repunte del riesgo se produce en un momento en que disponemos por primera vez en la historia de un instrumento jurídico global, el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), que prohíbe explícitamente este tipo de armamento. En este sentido, se puede decir que la humanidad no se encuentra del todo desamparada. ¿Cuáles son las claves de este tratado? Seis años después de su aprobación, ¿cómo valora los avances en su implementación y cuáles son sus expectativas para el futuro?

Carlos Umaña: Tradicionalmente se pensaba que el desarme nuclear era una tarea que les competía únicamente a los países nuclearmente armados (mal llamados «potencias nucleares»), pero, ante la falta de progreso de estos países con sus obligaciones de desarme según otros tratados –como el TNP– y ante la conciencia sobre las catastróficas consecuencias humanitarias de estas armas, la comunidad internacional decidió actuar. Siguiendo el ejemplo de iniciativas históricas como la abolición de la esclavitud o de las armas biológicas o químicas, en las que a través de la prohibición se generó una estigmatización y, con ella, un cambio de comportamiento internacional, varias naciones del mundo dentro de la ONU decidieron apostar por el TPAN.

Tomando en consideración los efectos de las armas nucleares –los que han causado, siguen causando y pueden causar–, los gastos descomunales y los altísimos riesgos, muchos actores se dieron cuenta de que el statu quo es inaceptable, de que era necesario eliminar estas armas y, para ello, el primer paso necesario era dejar de verlas como una pieza de ajedrez, como un activo estratégico, para verlas a la luz de sus efectos en las personas. Estaba claro que, mientras las armas nucleares fuesen concebidas como una moneda de poder, no habría ningún incentivo para el desarme, más bien todo lo contrario. Pensando justo en este cambio de paradigma y en el claro vacío legal que había en torno a este armamento, era preciso contar con una prohibición contundente dentro del derecho internacional.

Tradicionalmente se pensaba que el desarme nuclear era una tarea que les competía únicamente a los países nuclearmente armados, pero, ante la falta de progreso de estos países […], varias naciones del mundo dentro de la ONU decidieron apostar por el TPAN.

Con el ímpetu de las conferencias sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares[7] fue que varios países decidieron unirse en la condena de estas armas y en apoyo a su prohibición. El TPAN es, así, un hito en el desarme nuclear y en el multilateralismo, y un producto de la colaboración estrecha entre la sociedad civil y los Gobiernos. Es, verdaderamente un producto de la democratización del desarme nuclear.

El TPAN, con solo existir, obliga a los países a tomar una posición concreta con respecto de las armas nucleares. Se acabaron los puntos intermedios: o las armas nucleares son aceptables o no lo son. En su preámbulo se justifica la existencia del tratado, se establece el marco legal y el alma humanitaria de su implementación, reconociendo el rol de la sociedad civil e incorporando, por primera vez, consideraciones de género como el impacto desproporcionado sobre las mujeres y las niñas. Cuenta luego con una parte operativa, que contiene tanto obligaciones negativas, lo que no se debe hacer (aquí entra una serie exhaustiva de prohibiciones en torno a las armas), como positivas, lo que sí se debe hacer. Las obligaciones positivas, aparte de las de una índole más administrativa, como las reuniones de los Estados parte, contemplan también la asistencia a víctimas y la reparación ambiental. Estas dos actividades, además de reforzar el concepto humanitario del TPAN, dan al tratado un componente más activo que lo mantiene vivo. De hecho, cabe destacar que Alemania –país no nuclear pero parte de la OTAN, que aún no ha firmado el TPAN– no está listo para comprometerse con las obligaciones negativas, pero sí con las positivas, contribuyendo con la reparación ambiental y la asistencia a las víctimas.

Revista CG: El 8 de septiembre de 1957, el segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda, formuló una declaración para la abolición de las armas nucleares mediante la cual entregó a los ciudadanos comunes y, en particular, a la juventud el testigo de su lucha por la paz. Daisaku Ikeda, quien estuvo presente y asumió ese legado, ha señalado que uno de los objetivos de su maestro era «contrarrestar el sentimiento de resignación instalado en la gente con respecto al armamento nuclear; es decir, la creencia en que los actos individuales no pueden cambiar el mundo».[8] A través del proceso que usted acaba de resumir, ICAN, de la que la SGI forma parte, ha demostrado lo que ocurre cuando se supera ese sentimiento de resignación. Con el nacimiento de la Alianza por el Desarme Nuclear –a la que la SGEs se ha adherido como entidad aliada–, en nuestro país contamos con un espacio claro donde canalizar los esfuerzos colectivos en pro de la abolición de las armas nucleares. ¿Qué pasos está dando la Alianza?

Carlos Umaña: La Alianza se ha creado con el fin de unir esfuerzos para concienciar al pueblo español sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares, conseguir apoyo para el TPAN y que España lo firme y ratifique. Tras decidir conformarnos como tal, conseguimos fondos para contratar a una coordinadora, Maribel Hernández (verdaderamente estupenda), crear la identidad visual, el sitio web y organizarnos en cuanto a estrategias de comunicación, divulgación e incidencia política. Es algo sumamente emocionante, no solo por la unión de diversas fuerzas de todo el país, con sus influencias, su conocimiento y su capacidad de gestión, sino porque estemos trabajando juntos, como amigos, de buena fe, por un fin común. Es algo que me emociona y ante lo que, verdaderamente, no cuesta ser optimista.

La Alianza [por el Desarme Nuclear] se ha creado con el fin de unir esfuerzos para concienciar al pueblo español sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares, conseguir apoyo para el TPAN y que España lo firme y ratifique.

Claro, hay mucho trabajo porque, al trabajar juntos, como alianza, surgen nuevas oportunidades que hay que aprovechar y eso a veces es difícil. Hemos creado un boletín informativo y estamos recopilando y generando más material didáctico. En este momento estamos haciendo incidencia política de forma coordinada, aprovechando las posibilidades, recursos y contactos de cada uno de nuestros miembros para lograr colocar el TPAN en la agenda política del próximo Gobierno español, y estaremos participando además en varios eventos de divulgación en los próximos meses.

Revista CG: La lógica imperante en los países poseedores de armas nucleares es que la fórmula para no ser atacados consiste en acumular más y más potente armamento disuasorio. Tras el estallido de la guerra en Ucrania, Daisaku Ikeda ha subrayado, a través de varias declaraciones, la importancia de que dichos países asuman el principio que se conoce como «no ser el primero» en recurrir a las armas nucleares.[9] ¿Cuáles son sus consideraciones al respecto?

Carlos Umaña: No concuerdo plenamente. A ver, en buena teoría, cualquier paso que se dé para disminuir el riesgo extremo es algo bueno. Y, en ese sentido, si un Estado nuclear llega a establecer políticas de «no ser el primero» en su postura nuclear –como lo ha hecho China–, lo vería como un paso en la dirección correcta. Si los nueve países nucleares dieran dicho paso, podríamos pensar que esto nos alejaría del precipicio, ya que se acabarían las amenazas nucleares, tanto explícitas como implícitas, que han hecho algunos Estados nucleares en los últimos años, particularmente EE. UU., Corea del Norte y Rusia, siendo esto último lo que posibilitó su invasión de Ucrania. No obstante, con un cambio de administración o, incluso, un cambio de parecer de alguno de los (volátiles) líderes de los Estados nucleares, esta frágil retórica se vendría abajo y volveríamos a empezar de cero, o incluso peor.

Esta iniciativa para reducir el riesgo, si bien se podría ver como un mínimo a cumplir, no ha gozado de mucho apoyo. El resto de los Estados nucleares no están convencidos de la postura de China; la ven como una como una promesa vacía, especialmente a la luz de la proliferación vertical y tecnológica de los arsenales nucleares chinos. En el debate que se ha dado en torno a esto en EE. UU. dentro de las administraciones de Obama y Biden se ha llegado a rechazar la postura de «no ser el primero» porque (siguiendo con expresiones propias de la Guerra Fría) «debilita la disuasión nuclear» y la «ventaja estratégica» de tener armas nucleares listas para ser usadas. Es decir, mientras las armas nucleares tengan un puesto clave en las doctrinas de seguridad de los países y se promuevan como moneda del poder, los países no van a querer renunciar a la posibilidad de «ser el primero» o, incluso si lo hicieran, tal postura no sería creíble y el riesgo seguiría siendo alto. Los nueve países nucleares difícilmente adoptarían semejante postura por sí sola, sin otras condiciones previas, como la promoción del diálogo, la cooperación, el imperio de la ley y un fortalecimiento del multilateralismo, aunados a un cambio de discurso en torno a las armas nucleares. Y si (o cuando) dichas condiciones se llegan a cumplir, ya de por sí mejorando el riesgo, lo que correspondería sería implementar pasos más grandes y concretos hacia el desarme.

Por otra parte, «no ser el primero» se presta a la interpretación de que algunos usos de las armas nucleares son justificables, si bien no el primero, el segundo o en represalia sí. De esta forma, podría decirse que justifica la disuasión nuclear y que les da un lugar a las armas nucleares dentro de las doctrinas de seguridad, desviándose de los objetivos del TPAN, un tratado de «no uso». De hecho, podría decir que dicha postura es incompatible con el desarme humanitario que, generando conciencia sobre las espantosas consecuencias humanitarias, llega a la conclusión de que las armas nucleares son, en sí mismas, inaceptables y, por lo tanto, cualquier uso es inaceptable (no solo el primero); de esta forma, no tienen ninguna cabida dentro de las doctrinas de seguridad de ningún país.

Carlos Umaña interviene en el acto de presentación de la Alianza por el Desarme Nuclear | Foto: desarmenuclear.org

Revista CG: A pesar de los riesgos de la situación actual, algunos jóvenes siguen percibiendo el armamento nuclear como algo lejano. En cambio, sí hay más conciencia sobre la crisis climática, y muchos sufren las consecuencias de la llamada ecoansiedad. Usted ha señalado en ocasiones que ambas crisis están relacionadas. ¿Podría hablarnos sobre las formas en que ambas se entrelazan?

Carlos Umaña: La crisis climática y las armas nucleares son las dos amenazas existenciales para la vida sobre la Tierra. Por sus múltiples interrelaciones, se mencionan también como las «amenazas existenciales gemelas».[10] Por un lado, la crisis climática potencia el riesgo de una guerra nuclear, que sería devastadora para la vida sobre la Tierra. Por otra parte, ¿qué necesitamos para resolver la crisis climática? Básicamente dos cosas: recursos y voluntad política.

Imaginemos que todo el talento político y científico que actualmente se dedica a las armas nucleares se pudiera dedicar a buscar e implementar soluciones para la crisis climática, aparte de los 84 mil millones de dólares de gasto directo anual proveniente de fondos públicos que actualmente se destinan a la modernización y mantenimiento de los arsenales nucleares. Solo la inversión de los EE. UU. en armas nucleares sería suficiente para retirar el plástico del océano Pacífico por varios años.

Ahora bien, el TPAN es un triunfo del multilateralismo. Sirvió como puente para la CELAC en el 2016 y 2017: hubo consenso de parte de todos los 33 países en apoyar la prohibición de las armas nucleares y, a partir de ese consenso, se pudieron construir otros acuerdos.11 La negociación del TPAN, en la que 130 países participaron de buena fe, con la participación activa de la sociedad civil, es un ejemplo de lo constructiva que puede llegar a ser la diplomacia internacional.

Revista CG: Para terminar, nos gustaría preguntarle por su trayectoria personal. Usted se formó hasta llegar a ser un profesional cualificado y –estamos seguros– podría llevar una vida más cómoda si se limitara a recoger los frutos de esos esfuerzos. ¿Qué le ha llevado a vivir comprometido con una causa altruista como es la del desarme nuclear?

Carlos Umaña: En realidad, no es algo sobre lo que tenga mucha claridad, porque es mucho lo que me empuja en esta dirección. Mi implicación en el desarme nuclear en realidad no obedece a un plan de vida o a una decisión consciente. En diciembre de 2012 surgió la oportunidad de crear, en Costa Rica, la filial de la IPPNW, y estaban ya todos los planetas alineados. Había mucha voluntad de participar por parte del Gobierno de Costa Rica; en ICAN nos recibieron con los brazos abiertos (y con mucho trabajo); había muchas oportunidades para hacer campaña y, con ellas, fueron abriéndose más puertas (y cerrándose otras) y me fui implicando cada vez más en esto. En cada paso, me decía a mí mismo que eso era lo último, y que regresaría a una vida más normal y, bueno, once años después sigo diciéndome lo mismo. Ser activista no fue una meta profesional. Más que un camino que yo haya trazado, es un camino que he ido descubriendo, lleno de maestros y mucho aprendizaje; un camino que ha enriquecido mi vida de una forma que no podría haber previsto.[11]

Un gran reto que afronta el movimiento por la abolición de las armas nucleares es salvar la distancia entre los actores, la lógica y los procesos tradicionalmente relacionados con el TNP y los vinculados al joven TPAN, una distancia aparentemente abismal y creciente. ¿Cómo lograrlo? Existen diferentes opiniones al respecto.
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Comprometido durante décadas con la construcción de puentes de paz, Daisaku Ikeda ha señalado que el espíritu y el sentido de propósito que imperaban en el momento en que nació el TNP tienen mucho en común y se complementan con los ideales que han motivado el TPAN. Sin dejar de ser un firme defensor de este último, al abogar por la adopción del principio de «no ser el primero» en usar armas nucleares ha afirmado que este podría constituir «el eje que conecte las ruedas del TNP y el TPAN».[12]
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[1] ↑ Carlos Umaña es también copresidente de IPPNW, la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear, precursora de ICAN.

[2] ↑ Véase, en este número, la sección «Actualidad».

[3] ↑ Véase CG, n.º 219, julio 2023, sección «Actualidad».

[4] ↑ N. de E.: Como resultado del Proyecto Manhattan, desarrollado durante la Segunda Guerra Mundial, se crearon las primeras armas nucleares.

[5] ↑ N. de E.: SIPRI son las siglas del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz.

[6] ↑ N. de E.: Véase NOTICIAS ONU: «La humanidad está a un solo malentendido de la “aniquilación nuclear”, advierte Guterres».

[7] ↑ N. de E.: En 2013 y 2014 tuvieron lugar tres importantes conferencias intergubernamentales sobre el impacto humanitario de las armas nucleares en Noruega, México y Austria. La segunda conferencia, celebrada en Nayarit, concluyó que la prohibición de cierto tipo de armas suele preceder y estimular su eliminación.

[8] ↑ Véase CG, n.º 214, enero 2023, sección «Actualidad».

[9] ↑ Véase CG, n.º 218, junio 2023, sección «Actualidad».

[10] ↑ N. de E.: Véase IPPNW: «Twin Existential Threats».

[11] ↑ N. de E.: Carlos Umaña alude aquí a las cumbres 4.ª y 5.ª de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños.

[12] ↑ Ib. nota 9.

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