Transformar el dolor con la buena medicina del daimoku


Marissa E. Baró · Logroño


Marissa, con su hija

Han pasado 42 años desde que llegué a Madrid desde Manila, Filipinas. Poco después de aterrizar en España, conocí a mi marido y padre de mi hija, y nos fuimos a vivir a Logroño, donde resido desde 1980. En 2003, a los pocos meses de enviudar, un amigo me invitó a mi primera reunión de diálogo de la SGEs, y desde entonces no he dejado de practicar.

En enero del año pasado me diagnosticaron una fuerte artritis reumatoide: tenía dolores en las palmas de las manos, en los pies, malestar… No podía dormir más de tres o cuatro horas por noche, ni andar más de una manzana. Empecé a necesitar dos pastillas y una solución inyectable a la semana. En ese momento, recuerdo que me dije: «¡Esto no va a poder conmigo!», y me determiné a entonar más daimoku cada día.

Poco a poco, empecé a dormir mejor y poder caminar más. Cuando el reumatólogo vio mi analítica en agosto –ocho meses después del diagnóstico– no podía creerse los resultados. Ante mi sonrisa, me preguntó qué había hecho, y compartí con él que practico la filosofía budista y recito una frase cada día desde mi corazón. No solo me felicitó, sino que ¡me quitó una de las pastillas!

Como dice el Gosho, «este sutra proporciona una buena medicina para los males del pueblo de Jambudvipa».[1]

Ahora consigo andar incluso tres kilómetros con mis perritos todas las mañanas, y las personas que me conocen no se lo creen. A todas les he hablado de mi práctica budista, les envío entregas del «Aliento diario»[2] y quedo regularmente con ellas para dialogar delante de un café aprovechando el tiempo libre, ya que estoy jubilada. Gracias a estas conversaciones, cuatro de ellas ya están participando regularmente en las reuniones de diálogo.

En ese momento, recuerdo que me dije: «¡Esto no va a poder conmigo!», y me determiné a entonar más daimoku cada día.

En 2019, durante un viaje a Los Ángeles para visitar a la familia, también pude transmitir la Ley a la hija adolescente de mi sobrina. Su madre estaba muy preocupada por ella, así que un día me senté a su lado y, con sincero amor compasivo, le dije: «Por favor, escucha lo que voy a recitar», y comencé a entonar daimoku. Ese día accedió a visitar conmigo el centro cultural local, y ahora está practicando y, sobre todo, transformando su vida.

Una de las personas con las que siempre he compartido la fe es mi hija María Ana, que tenía trece años cuando abracé el budismo. Cada día he orado por ella y le he transmitido palabras de Ikeda Sensei. Ahora ella también esté practicando y recibiendo beneficios. Pronto será madre, así que viajaré a Galicia, donde reside, para ayudarla y no dudaré en compartir la Ley allí también.

Tenemos el poder de acercarnos a la gente, iniciar un diálogo y cultivar profundos y sólidos lazos humanos: ¡aprovechemos!

Estoy muy agradecida a Sensei por sus esfuerzos y su determinación. ¡Sigamos avanzando juntos y determinemos ser victoriosos, basados en la firme y bella unión de distintas personas con un mismo propósito!


[1]WND-2, pág. 487.

[2]Bajo este título, en el sitio web global de la Soka Gakkai se puede encontrar «Una selección de citas de las obras publicadas de Daisaku Ikeda inspiradoras para la vida cotidiana»: https://www.sokaglobal.org/es/resources.html.

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