Recursos para la introducción de las reuniones de diálogo de la SGEs
Han de ser lazos kármicos del distante pasado los que lo destinaron a convertirse en mi discípulo en un momento como este. […] No hay forma de que el sutra esté diciendo falsedades cuando expresa: «Las personas que habían conocido la Ley vivieron en distintas tierras de Buda, aquí y allá, y renacieron constantemente en compañía de sus maestros».
↳ END, pág. 227. La cita pertenece a La herencia de la Ley suprema de la vida, uno de los escritos principales de Nichiren Daishonin. Fechado en 1272, el Daishonin lo dirigió a Sairen-bo, un sacerdote que se había convertido a sus enseñanzas en ese período, en el que ambos se encontraban desterrados en la isla de Sado. La carta responde a una pregunta del discípulo acerca del significado de la importante enseñanza budista sobre la «herencia de la Ley suprema de la vida y la muerte».
La relación de maestro y discípulo es un lazo espiritual que surge de la determinación del discípulo. Es un vínculo que enriquece y aporta profundidad a la vida de las personas en todos los sentidos. Es algo con lo cual han estado totalmente de acuerdo muchos de los líderes con quienes he podido dialogar a lo largo de los años.
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Toda Sensei comentó: «El Daishonin afirma que el maestro y los discípulos nacen juntos siempre, invariablemente. En vista de ello, el agradecimiento que siento por ustedes es tremendo. Hemos nacido juntos en este mundo en virtud de una promesa que hicimos en el pasado».
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En el budismo, recorrer el camino de maestro y discípulo es un compromiso solemne y profundo, infinito y eterno.
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Para ilustrar la relación kármica entre maestro y discípulo, el Daishonin cita para su fiel discípulo Sairen-bo un pasaje del Sutra del loto: «[L]as personas que habían conocido la Ley vivieron en distintas tierras de Buda, aquí y allá, y renacieron constantemente en compañía de sus maestros».[1]
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Este pasaje pone de relieve la sublime esencia del Sutra del loto: que la relación de maestro y discípulo no se limita a la vida presente; que maestro y discípulo nacen siempre juntos, existencia tras existencia, y actúan sin descanso para guiar a los seres a la felicidad. Juntos, se esfuerzan en transformar el lugar en que se encuentran en una tierra de Buda y en ayudar a todas las personas a cambiar su karma. Esta es la promesa y el juramento que comparten desde el infinito pasado.
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La relación de inseparabilidad entre el maestro y los discípulos, basada en la Ley Mística, trasciende los límites de la vida y la muerte y es eterna; atraviesa el pasado, el presente y el futuro.[2]
En la disertación de la cual se han extraído la cita del Gosho y el comentario anteriores, Daisaku Ikeda señala también:
El día que asumió la segunda presidencia de la Soka Gakkai, el 3 de mayo de 1951, el señor Toda me dedicó este poema: «Ahora / y en el futuro, también, / compartiendo juntos / alegrías y pesares / ¡qué maravilloso es nuestro lazo!». […]
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Cada Bodisatva de la Tierra elige el momento apropiado en el cual nacer para poner de manifiesto la grandeza de la Ley Mística. […]
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Mis jóvenes amigos, con audacia, ocupad vuestros puestos en este brillante escenario. Vuestra iniciativa al poneros en acción contribuirá a que nuestra red de esperanza ilumine el porvenir de la humanidad y la expandirá aún más en todo el mundo. […]
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El esperanzador movimiento de la Soka seguirá enriqueciendo el siglo XXI para hacer de él, verdaderamente, un siglo de la vida.[3]
Envío de imágenes a: prensa@ediciones-civilizacionglobal.com
[1] ↑ SL, cap. 7, pág. 140.
[2] ↑ Extraído de la disertación publicada en Civilización Global, n.º 195, julio 2021, sección «Estudio mensual» (adaptado).
[3] ↑ Ib.