Entrevistamos a María Morales, actriz galardonada en la última edición del Festival Internacional de Cine de Almería (FICAL) como mejor intérprete femenina en la categoría de Miniserie u Original.
Muchas gracias por aceptar esta entrevista, María. ¡Y enhorabuena por el premio en el FICAL! Sabemos que este reconocimiento es fruto de años de trabajo. ¿Podrías resumir tu trayectoria para nuestras lectoras y lectores?
Empecé las carreras de Derecho y Arte Dramático a la vez en 1993, y ya en el primer año me decidí por Arte Dramático. Sabía que cualquier camino necesitaba de toda mi dedicación, y aposté por mi pasión. Así que llevo ya muchos años, y los que me quedan, ¡espero!
Estudié la carrera en Córdoba, mi ciudad natal, y continué mis estudios en Madrid. Después de unos años esforzándome por salir adelante en la capital, volví a Córdoba a intentarlo en mi tierra, algo que siempre había sido mi deseo. Fueron momentos duros, personal y profesionalmente. Entonces, en 2004, una compañera me alentó a practicar el budismo Nichiren. No sabía si en Córdoba había otros practicantes, así que empecé a hacer daimoku sola cada día.
Había conseguido estar en una compañía profesional y, de pronto, la compañía se disolvió, tuve problemas con el que había sido su director y sentí que tenía que volver a Madrid. Con el tiempo he constatado que todos aquellos cambios formaban parte de mi camino.
En Madrid, mientras intentaba conseguir trabajos de actriz, trabajé de muchas otras cosas. Toda la actividad que realicé en esa época en el Departamento de Jóvenes de la SGEs fue fundamental. Me permitió fraguar la determinación de que, en mi camino de transformación hacia conseguir mis deseos, sería feliz en los empleos que tuviese, aunque no fuesen de actriz.
Toda la actividad que realicé […] en el Departamento de Jóvenes de la SGEs fue fundamental. Me permitió fraguar la determinación de que, en mi camino de transformación hacia conseguir mis deseos, sería feliz en los empleos que tuviese, aunque no fuesen de actriz.
El daimoku me sostuvo. En mi primera prueba para un personaje importante en una película, recuerdo haber entonado Nam-myoho-renge-kyo interiormente los 45 minutos que estuve esperando en la sala de casting; y de nuevo al pasar la segunda prueba con el director. A través de la oración entendí que mi triunfo en la profesión no dependía del resultado de la prueba, sino de mi determinación. Finalmente, conseguí ese trabajo. Y fueron llegando beneficios visibles, algunos mucho mayores de lo que habría podido imaginar, como la nominación a un Goya en 2014. Durante un tiempo seguí compaginando empleos, entre los cuales el de profesora de interpretación. Pero desde hace unos años tengo la fortuna de poder vivir de mi trabajo como actriz, aunque sigo dando clases porque me gusta, me alimenta y me parece importante.
En estas tres décadas seguramente habrás vivido momentos en los que lo más fácil habría sido tirar la toalla. ¿Qué te ha motivado a no rendirte en el camino?
Llevo queriendo ser actriz desde siempre. Algunos de los motivos los voy descubriendo por el camino, pero para mí se acerca más a un destino que a una elección. Aparte de lo fascinante y divertido que es, me parece una de las profesiones que más ayudan a crecer como ser humano. Nuestro trabajo consiste en comprender a diferentes personas, en situaciones de mucha complejidad emocional, y cómo se relacionan en circunstacias críticas para ellas. El propio aprendizaje del oficio acarrea mucho autoconocimiento y es una búsqueda infinita, porque los seres humanos somos ilimitados en nuestro sentir, experimentar y expresar.
Rendirme nunca ha sido una opción para mí, pero reconozco que he tenido bajones y muchas épocas donde el miedo y la desconfianza me vencían. Así como a veces me he sentido estancada aunque estuviese trabajando. He descubierto también que ningún trabajo, por estupendo que sea, cambia el estado vital en lo profundo. Nuestras tendencias y lo que hacemos con ellas siguen ahí incluso cuando logramos un gran beneficio. Tengo muy presente el pasaje de los escritos del Daishonin que dice: «Sufra lo que tenga que sufrir, goce lo que tenga que gozar […], y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo».[1]
A veces me he sentido estancada aunque estuviese trabajando [como actriz]. He descubierto también que ningún trabajo, por estupendo que sea, cambia el estado vital en lo profundo. […] Tengo muy presente el pasaje de los escritos del Daishonin que dice: «Sufra lo que tenga que sufrir, goce lo que tenga que gozar […], y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo».
Antes has hablado de tu decisión de no abandonar la actividad docente por mucho trabajo que tengas como intérprete. ¿Por qué es tan importante para ti?
Por varios motivos. Me gusta mucho la enseñanza, y es emocionante ser testigo cuando una alumna o alumno logra sorprenderse a sí misma al aplicar el aprendizaje y se va llenando de pasión y confianza. Otro motivo es que deseo contribuir todo lo que pueda a que las nuevas generaciones de profesionales sean personas de valor. Esta profesión es muy dura, requiere de mucha constancia y esfuerzo, y tienes que lidiar con mucha negatividad o, si tienes suerte, con mucha adulación. Recuerdo cómo, en una actividad del Departamento de Artistas de la SGEs, se compartió la propuesta de convertirnos primero en personas de valor, y luego en personas de éxito; esta se me quedó grabada. Transmitir esto en una escuela a la que pueden llegar muchas personas pensando que esta profesión tiene como finalidad la fama me parece importante.
Volviendo al FICAL, en tu discurso de aceptación del premio, se lo dedicaste a Daisaku Ikeda. ¿Qué te movió a hacerlo?
Una vez leí, posiblemente en esta misma revista, que Josei Toda había dicho en una ocasión jovialmente que en una próxima existencia le gustaría ser un artista famoso, para poder servirse de ese foco y altavoz para difundir la grandeza de la Ley Mística. Esto me inspiró muchísimo.
Siempre he querido que me vaya bien en la profesión, claro, pero he tenido mucho miedo de ser egoísta o vanidosa. Poder unir mi éxito a mi compromiso con el kosen-rufu me da sentido.
Siempre he querido que me vaya bien en la profesión, claro, pero he tenido mucho miedo de ser egoísta o vanidosa. Poder unir mi éxito a mi compromiso con el kosen-rufu me da sentido.
Por otro lado, el vínculo maestro-discípulo, al que tanta importancia se da en la Soka Gakkai, es algo que me costó mucho tiempo comprender. Veía cómo compañeras de fe a las que admiraba lo vivían con mucha alegría y fuerza, sin un asomo de la pleitesía o el vasallaje que yo, en mi prejuicio, tendía a asociar a ese lazo. Así que, a los deseos que tenía escritos en una tarjeta situada en mi altar budista, añadí el de dedicarle un Goya a Daisaku Ikeda, y hacerlo con ese orgullo y esa alegría que veía en mis compañeras, de corazón.
Reconozco que, si ya había profundizado en ello en los años transcurridos desde entonces, el fallecimiento de Ikeda ha sido decisivo para que asuma con más gratitud la unión con mi maestro y afiance mi vínculo y mi juramento. Por eso, cuando me dijeron que estaba nominada a unos premios, pensé mucho en cuál sería el dircurso de agradecimiento, y me siento muy afortunada de haberle podido dedicar el galardón que finalmente recibí en el mismo mes de su fallecimiento.[2]
Cuando me dijeron que estaba nominada a unos premios, pensé mucho en cuál sería el dircurso de agradecimiento, y me siento muy afortunada de haberle podido dedicar [a Daisaku Ikeda] el galardón que finalmente recibí en el mismo mes de su fallecimiento.
Además, en la fiesta después de la gala, fueron varias las personas que se me acercaron a decirme cuánto les había emocionado la dedicatoria. Esto hizo que a la inmensa alegría que da recibir un reconocimiento se le sumara una conexión muy potente y profunda con la Ley. ¡En momentos como ese entiendo la expresión «deberían estar todos bailando»![3]
[1] ↑ La felicidad en este mundo, en END, pág. 715.
[2] ↑ N. de E.: Daisaku Ikeda falleció el 15 de noviembre pasado, y el FICAL se celebró del 17 al 26 de ese mes.
[3] ↑ N. de E.: La cita pertenece a El gran mal y el gran bien, en END, pág. 1165, y alude al dinámico surgimiento de los Bodisatvas de la Tierra: «Aunque no sean el honorable Mahakashyapa, deberían estar todos bailando. […] Cuando el bodhisattva Prácticas Superiores irrumpió de la tierra, ¿acaso no lo hizo bailando?».