Vecindad, amistad, felicidad


Rosa Viñes y M.ª Teresa Roig · Barcelona


Un edificio residencial, como cualquier otro, en el distrito de Sant Martí | Foto: © Google 2022

ROSA: Un viernes a mediodía, cuando regresaba a casa, coincidí en el portal con una vecina que, sentada, esperaba a que la recogiera su hijo. Hasta ese momento, nuestra relación se había limitado a saludarnos cuando nos cruzábamos. Pero hacía poco yo había escuchado, en la peluquería que hay debajo de nuestro bloque, que su familia había sufrido dos desgracias muy seguidas.

Me senté a su lado y le pregunté: «¿Cómo estás?». Con una mirada que nunca olvidaré, me respondió que su hija estaba muy mal y que no sabía qué hacer para ayudarla. Yo siempre he tenido mis reservas a la hora de hablar de mi práctica budista fuera de las actividades de la SGEs; no me siento cómoda con los métodos que emplean algunas otras religiones para difundir su mensaje, que encuentro invasivos, y esto me ha llevado a ser muy cauta al tratar mi propia fe. Sin embargo, ese día me salió del corazón decirle abiertamente que desde hace casi 40 años soy budista y que, si quería, podía hablarle de ello.

Ella inmediatamente me dijo que le interesaba. Como era fin de semana y se iba con su hijo, me pidió vernos la semana siguiente en su casa, que está dos plantas encima de la mía. Quedé muy impresionada por la firmeza de su respuesta.

El lunes pensé que era muy pronto para ir a su casa. El martes pensé que ya iría el miércoles; volvían mis reservas… Cuando llegó el miércoles, fue ella, M.ª Teresa, quien llamó a mi puerta preguntándome si tenía tiempo para hablar.

Fuimos a su casa y le expliqué todo lo que pude sobre la práctica y por qué la inicié yo. Le escribí en un papel Nam-myoho-renge-kyo y, al rato, cuando llegó su hija M.ª Pilar, le dijo: «Vamos a hacer lo que dice la vecina». Escuché a su hija y sentí su gran dolor. A partir de entonces, cada día, en mi gongyo de la mañana oraba para que pudieran superar su sufrimiento y ser felices, y para tener sabiduría al acompañarlas en ese camino.

Iba a su casa casi todos los días, y fui testigo del drama que estaban viviendo. Vi el amor y el cuidado entre madre e hija. Cada día recitábamos unos minutos de daimoku juntas, las tres, y les iba acercando la filosofía budista a lo que estaban viviendo.

Yo siempre he tenido mis reservas a la hora de hablar de mi práctica budista fuera de las actividades de la SGEs […]. Sin embargo, ese día me salió del corazón.

Tras el reciente fallecimiento de su esposo, M.ª Teresa se había topado con complicaciones para poder percibir la pensión de viudedad. Con la convicción de que «la fe equivale a la vida cotidiana», recité mucho daimoku y tomé acción para apoyarla, con una fuerza que hacía tiempo que no sentía. Para que prevaleciera la justicia, no nos servía un NO, necesitábamos una respuesta sí o SÍ. Fue una lucha conjunta, y juntas obtuvimos una prueba real: mucho antes del plazo en el que habían dicho que llegaría una respuesta negativa, llegó una carta diciendo que había sido aprobada la pensión, que M.ª Teresa empezó a cobrar seguidamente. Yo seguí orando para que madre e hija sintieran el beneficio de esta práctica, aún más allá de este gran logro.

Un día, M.ª Teresa me preguntó si orábamos delante de algo, así que la invité a reunirnos en mi casa, poco después, y le presenté al Gohonzon. Al día siguiente, manifestó su deseo de recibir el Gohonzon porque así le sería más fácil orar.

Cuando hablé a M.ª Teresa sobre las reuniones de diálogo, me dijo que quería participar. Desde entonces, lo está haciendo cada mes, y mantiene un contacto regular con su grupo –cada día me dice lo majas que son sus miembros–. Su hija M.ª Pilar también hace daimoku, sigue avanzando y logra sorprenderme con la comprensión de la práctica que reflejan sus comentarios.

Este 14 de marzo, M.ª Teresa recibió el Gohonzon. M.ª Pilar expresó que cuando ella tenga su casa también lo querrá; ahora están viviendo juntas.

Desde aquella primera conversación en el portal han pasado unos 6 meses, con días muy intensos y llenos de detalles y vivencias. Entonces, conocí a dos personas que aun atravesando un profundo sufrimiento eran capaces de sonreír. Y hoy han cambiado tanto que las sigo descubriendo. Son dos mujeres de gran corazón, que se preocupan por los demás, que abrazan muy fuerte y que me hacen sentir como en casa.

Ikeda Sensei dice: «Primero, es importante orar sinceramente al Gohonzon para poder compartir las enseñanzas del Daishonin con los demás. Cuando lo haga, aparecerán en su entorno las personas que están buscando el budismo».[1]

Todo lo vivido en esta experiencia me ha hecho descubrir en mí aspectos que ignoraba, y también vencer el miedo. Además, he ganado dos amigas.

Hay una frase del Gosho que siempre me ha gustado y que ahora toma fuerza de nuevo: «Cuando uno, en mitad de la noche, enciende un farol para alguien, la luz no solo alumbra a esa persona, sino también a uno mismo».[2]

Gracias, Sensei, y gracias a todas las personas que me acompañan.

Tres amigas: de izquierda a derecha, M.ª Pilar, Rosa y M.ª Teresa

M.ª TERESA: Tengo 71 años. Rosa y yo somos vecinas desde hace 25. Como las dos trabajábamos, solo coincidíamos en la entrada y la salida del edificio; pero siempre nos saludábamos y sentíamos algo que nos hacía cercanas.

En 2020 tuve COVID y quedé muy afectada en la movilidad y la respiración. Mi marido y mi hija pasaron a ocuparse de las compras y otros recados. Todavía ahora no salgo apenas de casa.

El 6 de marzo de 2021, mi hija tuvo un niño. A los 48 días falleció de muerte súbita. Unos días antes, mi marido se había caído en el baño y, cuando le realizaron la intervención programada para unas semanas más tarde, por un error médico no salió de la operación. En tres meses nos cambió la vida. Mi hija estaba destrozada y yo, sosteniéndola a ella, no pude hacer mi duelo.

Como cuenta Rosa en su experiencia, un día me encontré con ella y, a raíz de sus palabras, le pedí que me hablara del budismo. Cuando empezamos a practicarlo mi hija y yo, sentimos que se nos había abierto una ventana. Nam-myoho-renge-kyo nos calma y nos da gran comprensión.

Cuando empezamos a practicarlo mi hija y yo, sentimos que se nos había abierto una ventana. Nam-myoho-renge-kyo nos calma y nos da gran comprensión.

Estoy participando en el grupo Siglo de Oro y estoy contenta con todas las personas que hay en el grupo.

Tengo muchos temas que resolver, y seguiré recitando Nam-myoho-renge-kyo, que me llena de esperanza.

Muchas gracias.


[1]IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vols. 13 y 14, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2019, pág. 106.

[2]WND-2, pág. 1066.

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