El poder transformador de las palabras


Por Ana Belén Santos Esteban



«El budismo es una enseñanza de razón insuperable. Por lo tanto, la fortaleza de nuestra fe debe manifestarse en la manera de estudiar, de emplear nuestro ingenio y de hacer el doble de esfuerzos que cualquier otra persona. El daimoku sincero es un manantial de energía para desafiar esas cosas. Su daimoku debe ser también una promesa […] esto significa hacer espontáneamente un juramento y orar para cumplirlo».[1]


MI ACTITUD INICIAL hacia el movimiento de lectura y diálogo en torno a La nueva revolución humana fue de resistencia. Por una parte, nuestro grupo ya tenía dificultades para encontrar día y lugar para las reuniones de diálogo mensuales. Si esto suponía un reto, más difícil sería proponer nuevos encuentros, pensaba yo. Por otro lado, tenía cierta actitud prejuiciosa. Soy docente de posgrado en una universidad, y creo que esto me hacía pensar, erróneamente, que debía dedicar el poco tiempo para el estudio budista del que dispongo a profundizar en los principios teóricos de la enseñanza.

La transformación de esta actitud ocurrió durante el periodo de confinamiento. A causa de la situación grave de un familiar muy cercano que había contraído la COVID-19, me planteé cómo orar con la postura correcta para llegar a su corazón y transmitirle la convicción de que podía transformar sus sufrimientos en esta existencia. A partir de ahí, me pregunté también cómo podía, yo misma, superar mis límites para continuar con mi revolución humana, en un momento en el que me sentía estancada.

Además, quería llegar al corazón de cada una de las personas de mi grupo de diálogo, en especial de todas las que me habían alentado a la lectura de La nueva revolución humana, como una compañera que se encontraba luchando en primera línea contra la pandemia en el ámbito sociosanitario, dando todo de sí, exhausta. Ella me había venido insistiendo en que dicha lectura abriría las puertas a nuevas transformaciones en mi vida. Yo estaba convencida de que si empezaba a estudiar la novela y le informaba de ello, le daría una enorme alegría.

De este modo, asumí el reto de sumarme a la campaña «1,2,3 Be the light!», y empecé a dedicar 20 minutos diarios a la lectura de La nueva revolución humana. Descubrí que, en el no-parar multitarea de esas fechas, era la lectura perfecta para los momentos compartidos con mi hijo pequeño, ideales para leer un fragmento y reflexionar sobre la esencia de lo leído. Al hacerlo, empecé a descubrir las respuestas a múltiples preguntas, especialmente aquellas relativas a cómo hablar y alentar a los demás.

En estos meses hemos realizado encuentros de la nueva revolución humana en formato online en el grupo de diálogo y han sido muy alegres e inspiradores, con gran participación y ganas de seguir estudiando. Ahora quien me alienta a seguir profundizando es una amiga que acaba de empezar a practicar, y que me ha propuesto comprar toda la colección e ir leyéndola conjuntamente. Mirando atrás con perspectiva, creo que mi actitud inicial era una manifestación de mi resistencia a aceptar la relación de maestro y discípulo. La lectura de La nueva revolución humana me ha permitido descubrir el poder transformador de las palabras que llegan al corazón de las personas a través del ejemplo. Además, me doy cuenta de que estoy más comprometida en comunicarme tal como soy, desde el corazón e ¡incluso con algo más de sentido del humor!

Agradezco a las responsables que han perseverado en su aliento hacia mí sin desanimarse nunca, y que me han transmitido su entusiasmo por esta obra una y otra vez. Sensei, ¡gracias por abrirme las puertas a esta nueva aventura. |


[1] ↑ IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vol. 1, Rivas Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2008, pág. 278.

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