Sobre el capítulo «Un clamor de victoria»


Del volumen 30 de La nueva revolución humana


Un clamor de victoria del maestro y los discípulos y discípulas, en plena nevada en Akita | Ilustración original de la novela, cortesía de Seikyo

A principios de julio de 1981, de vuelta en Japón tras su viaje a la Unión Soviética, Europa y Norteamérica, Daisaku Ikeda decidió que «era el momento de volcar sus energías en forjar a la juventud» (pág. 39).[1] Lo manifestó en el largo poema-mensaje que envió para el encuentro general del Departamento de Jóvenes en el Centro Cultural de Kansai, que se celebró el 10 de julio de 1981 con motivo del 30.º aniversario de la fundación de los departamentos de Hombres y Mujeres Jóvenes:

Estoy dedicado, con alma y vida, / a prepararlos para que ocupen su lugar / en el brillante escenario del kosen-rufu. / Que ni uno retroceda, que ni uno sea vencido por la cobardía, que ni uno sea vilipendiado. […] En el ancho mundo, / los jóvenes se han puesto de pie / para establecer la paz genuina. (Pág. 40)

Dando fe de esto último, al día siguiente y exactamente al otro lado del mundo, se celebraba el primer encuentro general del Departamento de Hombres Jóvenes de Sudamérica, en Foz de Iguazú, con casi mil participantes de Paraguay, Chile, Bolivia, Uruguay, Argentina y Brasil.

El telón de una nueva era se estaba abriendo. Pero, lejos de descansar sobre los laureles, los meses de julio y agosto de 1981 fueron para Ikeda Sensei «jornadas de intensas ocupaciones, sin un minuto de respiro» (pág. 44): dialogó por tercera vez con Henry Kissinger, exsecretario de Estado norteamericano; se encontró con Yasushi Akashi, subsecretario general de las Naciones Unidas, con quien a lo largo de los años llegaría a reunirse un total de dieciocho veces; y viajó a Hawái para asistir a la segunda reunión general de la SGI, en la que participaron 7500 miembros de todo el mundo.

En esos días, ocurrió un hecho luctuoso: el presidente de la Soka Gakkai –en la novela, Kiyoshi Jujo– falleció de forma repentina a causa de un infarto. Sensei se volcó en el aliento a su viuda: «Su marido ha vivido una existencia admirable y ha sido un valiente líder del kosen-rufu. […] Para una familia, ser feliz es la mejor forma de rendir tributo a los seres queridos que ya no están» (pág. 43).

Mientras tanto, los ataques del Shoshin-kai, un grupo de sacerdotes de la Nichiren Shoshu abiertamente opuestos a la Soka Gakkai, se habían hecho cada vez más virulentos, provocando mucho sufrimiento. Ante esta realidad, el maestro Ikeda se comprometió a visitar las regiones donde más habían padecido los miembros a causa de los problemas con el clero. «Quería, con todo el corazón, elogiarlos y agradecerles su labor inquebrantable, y urgirlos a que lo acompañasen en una renovada partida hacia mayores victorias» (págs. 46-47).

Con esta determinación viajó a Shikoku, donde declaró: «Una vez más, ¡me pondré al frente! No quiero que tengan que sufrir o preocuparse nunca más. ¡Los que comprendan mi corazón, que se levanten a luchar conmigo!» (pág. 53).

Sellando esta determinación entre el maestro y los discípulos, fue también en Shikoku que se fraguó la creación de la famosa canción «Púrpura», escrita por iniciativa de un grupo de jóvenes y luego editada por Ikeda Sensei a petición de los propios jóvenes. Lo mismo hizo con la canción «Nuestro verde y radiante camino», del Departamento de Mujeres Jóvenes.

La determinación de recorrer Japón para alentar lo más posible a los miembros de la Soka Gakkai lo llevó a viajar después a las regiones de Kansai, Chubu y Kyushu. En cada lugar, lo apenaba profundamente escuchar informes sobre los ataques recibidos de parte del clero y de seguidores laicos de los sacerdotes. Hubo sacerdotes que, en las disertaciones mensuales sobre el Gosho, en lugar de estudiar los escritos del Daishonin leyeron panfletos sensacionalistas de difamación de la Soka Gakkai; otros se negaron a oficiar ceremonias fúnebres si la familia no renunciaba a la organización; y algunos llegaron a prohibir la entrada a los miembros a los templos, incluidos algunos que habían sido donados al clero por la propia Soka Gakkai.

En cada zona que visitó, Sensei se esforzó incansablemente para agradecer a los miembros haber resistido a estos ataques sin abandonar la fe, y para alentarlos a emprender una nueva partida junto a él, diciéndoles: «¡Han ganado! ¡Después de un largo período de amargas luchas, han erradicado las “lombrices en las entrañas del león”,[2] y la justicia se ha impuesto a la iniquidad!» (pág. 68). «Todos han sufrido enormemente a raíz del conflicto con los sacerdotes del Shoshin-kai. Pero eso les ha permitido forjar su fe para aspirar a un tremendo desarrollo en el futuro» (pág. 70). «Cada vez que vencemos las funciones demoníacas que intentan destruir nuestro movimiento, se acelera el impulso del kosen-rufu» (pág. 90).

En Oita (Kyushu), Ikeda Sensei se enteró con gran alegría de que muy pocos jóvenes habían abandonado la práctica en los momentos de hostigamiento. Entonces, decidió crear un poema que fuese de aliento para la juventud de todos los tiempos y lugares: «Jóvenes, escalen la montaña del kosen-rufu del siglo XXI».

«Le preguntaron / a un avezado escalador / por qué se aventuraba a la montaña / y el respondió: “¡Porque está allí delante!…”» | Ilustración original de la novela, cortesía de Seikyo

Con la firme decisión de no desaprovechar el tiempo, la febril gira de orientación que había determinado llevar a cabo siguió entre los meses de diciembre, enero y febrero, por áreas como Meguro, Akita, Ibaraki, Hitachi, Kashima o Tsuchiura. De modo que, en medio de esa lucha contra la desesperanza, llegó el año 1982, designado por la Soka Gakkai como «Año de la juventud». Con confianza plena en las capacidades de sus jóvenes sucesores, Sensei se esmeró en escucharlos, y en alentarlos a transformar la sociedad:

Decidan que encontrarán el modo de cambiar las cosas, mediten e investiguen, y perseveren a fuerza de prueba y error. Esa pasión es lo que transforma la época. Y es la prerrogativa de los jóvenes. […] A ustedes, los jóvenes, les encomiendo por completo el futuro del kosen-rufu. (Págs. 128-131)

Ikeda Sensei no había desperdiciado un solo instante en su afán de alentar a los compañeros, y ahora su corazón brincaba al comprobar que «los miembros habían triunfado. Habían prevalecido sobre otra prueba monumental. Su canto triunfal reverberaba atravesando el cielo de la esperanza» (pág. 136).


[1]Este y los siguientes números de página se refieren a IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, Vol. 30, Parte II, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2021.

[2]Véase Carta desde Sado, en END, pág. 320.

Scroll al inicio