Entrevistamos a Almudena López Morillas, quien, desde la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, ejerce de coordinadora de un proyecto distrital en Villa de Vallecas, subvencionado por el Ayuntamiento de Madrid.
Tras licenciarte en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, cursaste un máster en Gestión y Promoción de ONGD. ¿Qué te hizo decantarte por el ámbito del desarrollo?
Al cursar mis estudios universitarios tuve claro que me quería dedicar a la cooperación para el desarrollo. En el año 2001 decidí ir como voluntaria a El Salvador, tras el terremoto que había sufrido el país ese mismo año. Fue una experiencia maravillosa, a la que siguieron otras, ya con la consciencia de que era un ámbito profesionalizado, en el que debía seguir formándome para poder encontrar mi hueco.
En cooperación has desarrollado labores muy diversas, como voluntaria, investigadora, formadora, coordinadora, comunicadora… Y durante años asumiste responsabilidades centradas en la educación para el desarrollo en varias fundaciones. Tu experiencia sin duda daría para llenar muchas páginas, pero ¿podrías resumirnos tus motivaciones básicas a lo largo de este recorrido?
La educación para el desarrollo es un ámbito complejo a la vez que enriquecedor. Implica sensibilizar a la gente sobre cuestiones que pueden parecerles lejanas, incomprensibles, excesivamente dramáticas: la lucha contra la pobreza, la desigualdad, el fomento del desarrollo sostenible…
Mi participación en este ámbito ha consistido en formar sobre los Objetivos del Desarrollo del Milenio-ODM (actuales ODS-Agenda 2030); representar a la sociedad civil en las Cumbres de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, Desertificación y Biodiversidad; generar actitudes y valores entre los jóvenes tomando como referencia la educación popular y la intervención comunitaria, además de acompañar en los procesos de empleabilidad e inclusión a la población más vulnerable.
Mi lema principal es: «Piensa globalmente, actúa localmente».
Tras quince años de reconocido desempeño profesional, y siendo ya madre de dos hijos, en 2017 decidiste abrir un paréntesis para redefinir tu trayectoria. Se trata de una decisión valiente y, desde la óptica budista, se diría que está relacionada con el sentido de misión. Pero, mejor, cuéntanos tú qué te llevó a dar el paso y cómo aprovechaste ese tiempo…
En aquel momento, las subvenciones y ayudas a las ONGD se vieron mermadas, por lo que el departamento donde estaba trabajando redujo el personal notablemente. Pero mi fe budista, mi práctica, el estudio y volcarme en las actividades de la Soka Gakkai me acompañaron en mi objetivo: seguir dedicándome a esta profesión, trabajar por mejorar la vida de las personas y, a la vez, conciliar las facetas laboral y familiar.
Este parón tenía fecha de caducidad: un año. Ese era el tiempo de la prestación por desempleo. Me volqué en mejorar el espacio del huerto del colegio de mis hijos y comencé una formación de emprendimiento para desempleadas. Pero había algo que me rondaba la cabeza: montar un negocio vinculado con la creatividad. Me puse manos a la obra y en un par de meses conseguí una beca en el Vivero de Industrias Creativas de la Factoría Cultural, en el Matadero de Madrid, donde varios mentores especializados nos dieron formación, seguimiento y soporte.
[Este trabajo] me permite poner en marcha […] la experiencia profesional adquirida, así como la sabiduría y el amor compasivo cultivados a través de mi práctica budista.
Pero pasaba el tiempo y el paro se me acababa. Entonces, justo mientras me encontraba realizando una actividad en el Centro Cultural Soka, recibí una llamada: me ofrecían investigar y realizar un diagnóstico sobre educación para el desarrollo y ciudadanía global (EpDCG). Esto me permitió ampliar mi plazo de parón profesional y romper, así, con mi tendencia a tomar las oportunidades de empleo que se me presentaban, aunque no respondieran a mi determinación.
Una frase de los escritos del Daishonin me guió cada día: «La vida en este mundo es limitada. ¡Jamás, ni siquiera un instante, se deje vencer por el miedo!».[1] Había iniciado un camino y quería concluirlo con éxito.
Nos consta que esa experiencia tuvo una repercusión positiva en tu carrera posterior y que, tras más de tres años en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), tu actual responsabilidad de coordinadora del proyecto Unidad Distrital de Colaboración (UDC) en Villa de Vallecas es, además de merecedora de nuestro mayor respeto, una fuente de sentido de realización para ti. Háblanos de ello, por favor.
Postulé a diferentes puestos en varias entidades que me interesaban y, pasados unos meses, me contactó CEAR para una entrevista. Lo que más había llamado su atención era mi experiencia de emprendimiento en el Matadero de Madrid.
Tras coordinar un proyecto de intervención comunitaria intercultural en Getafe, ahora me ocupo del proyecto UDC en Villa de Vallecas, que tiene como finalidad formar y emplear a un equipo de personas en situación de vulnerabilidad de distinta procedencia –Camerún, Nigeria, Senegal, Palestina, Guinea Conakry, Ecuador y Argelia– para que cuiden del entorno urbano de los barrios del distrito. Y puedo decir que es uno de los mejores trabajos que he desempeñado, ya que me permite poner en marcha todo el aprendizaje y la experiencia profesional adquirida, así como la sabiduría y el amor compasivo cultivados a través de mi práctica budista.
Hemos creado un equipo maravilloso, donde la persona está en el centro. Nos cuidamos y respetamos por encima de todo, identificando y trascendiendo diferencias derivadas de cuestiones meramente culturales.
Nuestra intención no es solo dar respuesta a las necesidades del entorno urbano, sino también sensibilizar a la ciudadanía respecto a su conservación y mejora, y llevar a cabo acciones de apoyo mutuo con entidades del distrito. Por otro lado, hemos creado un equipo maravilloso, donde la persona está en el centro. Nos cuidamos y respetamos por encima de todo, identificando y trascendiendo diferencias derivadas de cuestiones meramente culturales.
Unas palabras recientes de Ikeda Sensei resumen la meta que persigo cada día: «Guiar a la persona que tenemos frente a nosotros a la felicidad».[2]
[1] ↑ La prueba del «Sutra del loto», en END, pág. 1154.
[2] ↑ IKEDA, Daisaku: «Guiar a la persona que tenemos frente a nosotros a la felicidad», Seikyo Shimbun, 30/1/2022.