El afán de compartir


José Manuel Montesinos · Madrid


Inicié mi práctica budista en un mes de agosto, hace 35 años, en Nueva York. Fue a raíz de que un joven actor, originario de California, me hablara del budismo Nichiren cuando estaba yo trabajando en un restaurante de comida árabe bastante popular en Manhattan. Desde aquel entonces he recibido innumerables beneficios en mi vida a través de participar en las actividades de la Soka Gakkai, al principio en Estados Unidos y, sobre todo, luego en España.

Mi primera constatación de la bondad de la práctica fue muy inmediata. A las pocas semanas de haber comenzado a recitar daimoku me empecé a sentir muy alegre, con mucha vitalidad. Además, y esto es muy curioso, de forma natural me surgieron muchísimas ganas de estudiar, casi un anhelo. Tenía 22 años y pensaba: «El tiempo que he perdido en España, sin haber estudiado…». Así que me informé sobre cómo hacer para ir a la universidad en Estados Unidos.

Mi primera constatación de la bondad de la práctica fue muy inmediata. A las pocas semanas de haber comenzado a recitar daimoku me empecé a sentir muy alegre, con mucha vitalidad. Además, […] de forma natural me surgieron muchísimas ganas de estudiar.

Cursé en español el programa de acceso a la universidad y después, en cuatro años, la carrera. En 1992, me gradué en Empresariales y Negocios Internacionales en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). No puedo menos que decir que este logro, que antes no habría podido siquiera imaginar, representó para mí y para mi entorno una maravillosa prueba real.[1] Hay que tener en cuenta que en mi familia nadie antes que yo había podido ir a la universidad. Mi padre trabajaba en la construcción.

Durante esa etapa en Nueva York, mi decisión de iniciar la práctica budista inspiró a otro joven español, tocayo mío, que estaba viviendo en la ciudad. Se da la circunstancia de que nos conocimos cuando vino al restaurante árabe con unos amigos poco antes de que yo empezase a practicar el budismo, y creo que me debió de ver con un estado de vida bastante bajo. Cuando volvió al restaurante a los dos o tres meses, yo llevaba ya unas semanas practicando, y según dice me vio totalmente diferente: alegre, abierto, dinámico… Tanto es así que me preguntó: «Pero bueno, ¿qué es lo que te ha pasado?». Y yo le expliqué que había empezado a practicar el budismo de Nichiren Daishonin, y que estaba entonando Nam-myoho-renge-kyo todos los días. Curiosamente, alguien le había hablado de la práctica anteriormente, y en la cartera llevaba un papel donde estaba escrito «NAM-MYOHO-RENGE-KYO». Parece que presenciar el cambio en mí lo terminó de motivar, y comenzó a practicar él también.

Tras graduarme en la universidad, decidí regresar a España. Fue en 1993, año que marcó el inicio de una dura crisis económica en el país que duraría entre dos y tres años. En esas circunstancias, encontré trabajo en una pequeña empresa en el sector de la ingeniería mecánica. La situación de la empresa era difícil, porque el propietario había contraído bastantes deudas, y le quedaba poco tiempo para jubilarse. De hecho, el hombre estaba a punto de desistir, cerrar la empresa y esperar a la jubilación. Pero, al entrar yo allí, me esforcé en poner en práctica los conocimientos que había adquirido a través de mis estudios, y también la sabiduría que la práctica budista nos permite extraer de nuestro interior, con la meta de reconducir la situación. Con el tiempo, me gané la confianza del señor, hasta el punto de que me dejó dirigir la empresa porque, aunque se jubiló, no la cerró.

Poco a poco fui adquiriendo los conocimientos técnicos necesarios para desempeñar mi nueva responsabilidad en la empresa, de forma un poco autodidacta, pero también con lo aprendido de mi predecesor. Puse todos esos conocimientos en juego y, tras unos años, logré reconducir la situación económica de la empresa, saliendo airosos de la crisis.

Hoy sigo dirigiendo la misma empresa, y las condiciones son muy buenas. Tenemos muchísima reputación en el sector en el que operamos, que es un sector muy especializado dentro de la industria. Suministramos componentes mecánicos que importamos de diferentes lugares. Esto último me ha permitido visitar más de treinta países en Asia, Hispanoamérica… Se trata de otro gran beneficio.

Además, esta transformación no se ha limitado a mí individualmente. Varios de mis hermanos tienen ahora sus propios negocios y, aunque de momento soy yo el único que practica el budismo en la familia, estoy convencido de que todo esto es resultado de haber dado un giro total al karma familiar. Ellos están muy bien, así que estoy muy agradecido también en este aspecto.

Afortunado como me siento de haber podido impulsar mi revolución humana gracias a que –recordando mis inicios– me hablase de la práctica alguien que hasta ese momento había sido un completo desconocido, y en cuyo idioma apenas podía manejarme yo en aquel entonces, a lo largo de estos años he tenido el deseo de agradecer su consideración, coraje y determinación a través de hablar yo mismo sobre el budismo con otras personas. De este modo, he podido transmitir la práctica a varias de ellas. Además, en 2015 me casé con una verdadera campeona del shakubuku, cuyo ejemplo me ha inspirado a hacerlo aún más.

Al inicio de este año, cuando se anunció la campaña de la SGEs «El uno es madre de diez mil», determiné que en 2022 iba a compartir el budismo con más personas que en cualquier año anterior. No obstante, por un motivo u otro, pasaron varios meses sin que emprendiera acciones en coherencia con este compromiso.

Fue así hasta que, el 8 de mayo, pude participar como representante en la inauguración del Jardín de la Paz, situado en torno al Centro Cultural Soka en Rivas-Vaciamadrid.[2] Durante años fui miembro del equipo responsable del grupo Raíces de la SGEs, encargado del cuidado y desarrollo del terreno, y curiosamente hace poco me sucedió en el cargo aquel otro José Manuel al que conocí en Nueva York, quien también regresó a España en la década de 1990 y desde entonces ha perseverado en su práctica budista en la SGEs.

José Manuel Montesinos y José Manuel Pérez (con sombrero Panamá), juntos en la inauguración del Jardín de la Paz, 35 años después de conocerse | Detalle de una foto de Teresa Arilla

Fue tanta la alegría y el agradecimiento que sentí en esta inauguración al aire libre, al poder saludar en persona, de nuevo, a numerosos compañeros y compañeras después de dos años de pandemia, y en ese espacio que es un «verdadero tesoro»,[3] que decidí ponerme manos a la obra definitivamente en coherencia con mi compromiso de inicios de año. De esta forma, en las siguientes semanas de mayo y durante los meses de junio, julio y agosto, he mantenido decenas de diálogos en los que he abordado la filosofía y la práctica budistas, con el mismo espíritu con el que mi amigo californiano lo hizo conmigo. En muchos casos, mis interlocutores han sido personas con quienes conversaba por primera vez, al coincidir en algún restaurante, establecimiento, taxi… A veces, he luchado con la «vocecilla interior» que me decía: «Estate callado, ¿qué va a pensar de ti?». Pero he vencido, y la realidad es que en cada ocasión me han escuchado con interés y mucho respeto, y me han dado las gracias.

Obviamente, en estos momentos no puedo saber cuál va a ser la repercusión de cada uno de esos diálogos. Sin embargo, en el volumen 25 de La nueva revolución humana, capítulo «Lucha compartida», leemos lo siguiente:

Hay dos clases de propagación, es decir, de siembra de la semilla de la budeidad: hacer que la gente conozca la enseñanza y guiar a las personas para que tengan fe en ella. La primera es clara, ya que permite a las personas escuchar la enseñanza; la segunda consiste en conducirlas a que despierten la fe en ella y acepten el Gohonzon.

Aunque la persona a la que le hablan sobre el budismo no empiece a practicar enseguida, ya han plantado las semillas de la budeidad en su corazón; y, cuando llegue el momento debido, abrazará esta fe. Por eso, hablarle a la gente sobre el budismo es la base de la propagación.[4]

Esta orientación de mi maestro es una fuente de motivación para continuar hablando sobre la práctica.

He mantenido decenas de diálogos en los que he abordado la filosofía y la práctica budistas, con el mismo espíritu con el que mi amigo californiano lo hizo conmigo.

En estos primeros seis meses del año, y a pesar de la incertidumbre socioeconómica que los ha caracterizado, la empresa que dirijo ha logrado el récord de facturación de toda su historia. Esto ha hecho posible compartir comisiones con todos los trabajadores, gracias a los maravillosos resultados obtenidos. Ha sido el resultado de un trabajo duro, pero también siento que está conectado con esa determinación de compartir con la que, como expliqué antes, inicié el año.

Como miembro del Departamento de Hombres de la SGEs, dedico esta experiencia a todos mis compañeros en este significativo mes de septiembre. Disfrutemos tomando la iniciativa del diálogo budista.


[1]Nichiren Daishonin sostuvo: «A la hora de juzgar el mérito relativo de las doctrinas budistas, yo, Nichiren, creo que los mejores criterios son los de la razón y la prueba documental. Y que aún más valiosa que la razón y la prueba documental es la evidencia de los hechos reales». Tres maestros del Tripitaka oran para que llueva, en END, pág. 628.

[2]Véase Civilización Global, n.º 206, junio 2022, sección «Especial».

[3]Véase Civilización Global, n.º 207, julio 2022, sección «Este mes».

[4]IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vols. 25 y 26, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2022, pág. 81 (adaptado).

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