Entrevista a Silvana Fiorante


Doctora en Medicina y Cirugía, especialista en Medicina Interna e Infectología


Silvana E. Fiorante

Civilización Global (CG): Tras tu contribución al número de mayo de esta revista, en una sección que tuvo un gran impacto,[1] contar de nuevo contigo en este período tan difícil para la sanidad es algo que agradecemos enormemente.

Al considerar el tema de la reducción de riesgos de desastres, tratado en la propuesta de paz de Daisaku Ikeda, creímos que en este momento era pertinente abordarlo desde el aspecto sanitario. Cuando escuchamos la expresión «desastres naturales», tendemos a pensar en terremotos, lluvias torrenciales, etc. Sin embargo, un enfoque más amplio del concepto incluye también las epidemias.

Por otro lado, hay quien aboga por distinguir entre los «fenómenos naturales» y los subsiguientes «desastres», que a menudo son atribuibles a factores más bien «humanos», como la falta de previsión, de planificación, de inversión consecuente… En línea con esta interpretación, se diría que, colectivamente, estamos tomando mayor conciencia del valor preventivo tanto de la práctica como de la investigación médicas. Pero, a día de hoy, no es raro que ambas se desempeñen en condiciones precarias, ¿cierto?

Silvana Fiorante (SF): Absolutamente. Como sociedad, tenemos los valores invertidos: no se prima el respeto por la dignidad de la vida, que debería ser lo principal. Yo tengo experiencia en ambas áreas: en mis primeros años de profesión me dediqué más a la investigación, y actualmente más a la atención de pacientes. Tanto en un ámbito como en el otro, precisas tener una vocación altruista, ya que las condiciones, los medios y la remuneración son indignos. Tampoco se siente que haya un reconocimiento social de la labor desarrollada, y en algunos sentidos en los últimos años se ha ido a peor. De modo que tienes que estar convencida del valor de lo que haces. Se convierte en una cuestión de fe, de ser capaz de decirte «no importa lo que hagan los demás, yo voy a seguir trabajando por lo que importa: la dignidad de la vida». Y cuando lidias a diario con la enfermedad, con la muerte, y con manifestaciones a veces extremas de las condiciones de vida que el budismo identifica como «diez estados», lo que te sostiene es esta fe.

Antes de la pandemia, el sistema sanitario ya estaba saturado. Y la percepción es que, cuando esta ya se venía venir, quienes tenían la capacidad de tomar decisiones trascendentes con anticipación dejaron primar los valores económicos. También hubo, yo diría, soberbia. Así que cuando finalmente enfrentamos la pandemia lo hicimos sin protección y sin medios; nos sentimos como llevados a una línea de frente sin armas.

La sobreexigencia y el sufrimiento han sido enormes. Podría contar tantas cosas sobre lo ocurrido durante los turnos… Pero también sobre cómo hemos puesto en riesgo a nuestras familias, cómo hemos enfermado nosotros mismos, cómo nos hemos desgastado física y emocionalmente, con todas las consecuencias que esto tiene en nuestros entornos… Hay un agotamiento general. Sin hablar de quienes no lo superaron.

La mayor parte de los profesionales de la sanidad –e incluyo a todos: enfermeros, celadores…– compartimos el sentimiento de no querer ser héroes ni que se nos aplauda, sino simplemente hacer nuestro trabajo en condiciones dignas, para poder seguir haciéndolo y hacerlo bien.

Mi esperanza es que esta pandemia, que es la segunda que vivo después de la del VIH, pero diferente, sea un medio hábil para poner por fin la vida en primer lugar, y a partir de ahí que la importancia de todas las demás cosas se ajuste naturalmente.

CG: Nos faltan las palabras para agradecer este relato tan franco, y todos los esfuerzos subyacentes…

En la propuesta de paz leemos que «si […] fortalecemos la trama de vínculos que nos conectan a todos en la vida cotidiana, podremos seguir mejorando nuestra capacidad de proteger la vida».[2] ¿Has experimentado la importancia de esta «trama de vínculos», especialmente en el contexto de carencias materiales que nos acabas de exponer?

SF: Totalmente. Antes he hablado de fe, pero la fe se comparte. Personalmente, me ha sorprendido constatar que, aun en momentos en los que me sentía totalmente superada por las circunstancias, hundida en realidad, otros encontraban aliento en mí. Mis compañeros me pedían que les repitiera esas frases, que al final han memorizado: «el invierno siempre se convierte en primavera», «convierte el veneno en medicina», «sufra lo que tenga que sufrir, goce lo que tenga que gozar»…[3] Me sentía como una mensajera de la convicción de Nichiren Daishonin y de Ikeda Sensei.

Cuando alguien decía que la situación era como una guerra, yo respondía que no, que mis abuelos habían vivido una guerra y fue mucho peor. Aunque no podíamos sentarnos juntos a tomar el café de la mañana, podía sonreir detrás de la mascarilla, y usar mi voz para alentar, y también para rebatir actitudes con las que no estaba de acuerdo. Y con la voz, solamente, he alentado a personas que llamaban por teléfono, experimentando cómo sollozos iniciales daban paso a suspiros de alivio.

A los pacientes, he tratado de empoderarlos, de hacerles creer en su potencial. La imposibilidad de recibir visitas los ha obligado, por decirlo así, a verse a solas con sus vidas y con los sistemas de valores que manejaban, a veces superficiales. A varios los acompañé en sus últimos momentos. Incluso un sacerdote cristiano pidió tenerme a su lado al final…

Ha sido durísimo, y muchas veces me he sentido impotente. Pero a la vez he profundizado mi fe y he crecido. Y he visto frutos inesperados de mis esfuerzos, que me han animado a seguir cuando creía que no podía más.

CG: ¿Qué te parece enumerar algunos de ellos, para terminar?

SF: Escuchar a mi hija de cinco años, miembro del Departamento Futuro de la SGEs, decir que no nos preocupáramos, que en el futuro todo iba a ir bien; contar con el apoyo de mi marido; tener siempre a mi lado miembros de la Soka Gakkai para alentarme; compartir el budismo… Y también, algo verdaderamente sorprendente: ver culminarse un proyecto iniciado hace años, al publicarse en plena pandemia un libro que he coordinado.

Portada del libro coordinado por Silvana y publicado en mayo pasado | Imagen: Salud Castilla y León

[1]Véase, en Civilización Global, n.º 181, mayo 2020, «Luchando sin descanso, noche y día».

[2]IKEDA, Daisaku: La construcción de una era de solidaridad humana: Hacia un futuro para todos, Rivas Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2020, pág. 55.

[3]Se trata de frases de los escritos de Nichiren Daishonin. Véase END.

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