De desafíos y diálogos de esperanza
FEDERICO FERNÁNDEZ WAGNER · BARCELONA
Conocí el budismo en Argentina. Enseguida la práctica generó mucho movimiento en mi vida: aparecieron desafíos tanto en mi carrera como actor y director de teatro como en mi vida personal, que me ayudaron a extraer mi mayor potencial. En poco tiempo, logré independizarme económicamente de mis padres, con quienes comencé a tener un vínculo más sano, partiendo desde la gratitud; y pude tomar las riendas de mi propia vida.
La pandemia me encontró trabajando de manera estable en una compañía de teatro que viajaba por Latinoamérica y que, de un día al otro, se terminó. Gracias a que tenía la práctica y a mis compañeros de fe, me determiné a no darme por vencido hasta transformar mi realidad, extrayendo coraje, convicción y sabiduría para atravesar un año tan incierto de manera victoriosa.
A finales de año viajé a Barcelona, donde mi hermana vive, en busca de trabajo y estabilidad, y aunque el panorama no era el más alentador tenía la convicción de que, si no albergaba dudas en mi corazón y continuaba esforzándome en la práctica de la fe, sin falta habría una respuesta.
En cuanto llegué, comencé desafiándome en mi grupo de diálogo y en los encuentros de jóvenes de mi distrito, aceptando con una sonrisa cada desafío que se me presentaba. Contra todo pronóstico, al cabo de un mes concreté un trabajo en redes sociales, gracias al cual puedo sostenerme y proyectar nuevas metas, a la vez que expandir mis capacidades aprendiendo cosas nuevas.
Agradecido por todos estos beneficios, estoy decidido a romper con mis propios límites y, en el marco de la campaña de «Cien mil diálogos de esperanza», me desafío a dialogar de vida a vida, para acercar el budismo a una persona más en cada oportunidad que se me presente, y expandir esta maravillosa red de humanismo que es la Soka Gakkai.
NAYRA TRUJILLO · LA LAGUNA (TENERIFE)
Desde que conocí el budismo Nichiren hace más de dos años, escuchar a mis compañeros/as de fe hablando de cómo transmiten la Ley a los demás me ha resultado muy llamativo y motivador; sus sonrisas y entusiasmo me contagian. Sin embargo, mis grandes luchas personales me hacían sentir que concretar este tipo de diálogos era prácticamente inalcanzable para mí. Hice mucho daimoku sincero y busqué orientación de Sensei respecto a este tema.
Este año me propusieron asumir una responsabilidad en mi grupo. Esto supuso una oportunidad para tomar aún más conciencia del compromiso con la felicidad propia y la de los demás. Fue entonces cuando desaparecieron los miedos y la timidez que me impedían brindar apoyo a las compañeras del Departamento de Mujeres Jóvenes. ¡Qué gran oportunidad!
Simultáneamente, un antiguo compañero de trabajo me dijo que quería saber más de aquel budismo del que le hablé y, a día de hoy, ha participado en varios encuentros y comparte conmigo, casi diariamente, los grandes beneficios que le está aportando la práctica. Me siento muy afortunada de poder acompañarle en sus avances.
Una vez, una responsable me dijo: «Nunca dejes de hacer shakubuku por tu propia vergüenza, ¡a lo mejor…salvas una vida!». Por eso oro de la manera en que Sensei nos alienta, con la postura de superar mis límites en bien del kosen-rufu y mostrar una increíble prueba real de esta fe.
No dudo ni un segundo de que mi firme determinación por contribuir al kosen-rufu, transmitiendo la Ley a través de mi postura y experiencia, ha supuesto un desarrollo definitivo en mi propia revolución humana. Sigo orando para superar mis desafíos personales, tomando acción para poder entablar diálogos de esperanza con cuantas personas pueda. La campaña de «Cien mil diálogos de esperanza» es una magnífica oportunidad para demostrarme que puedo conseguir todo aquello que me proponga, si conservo la fe, actúo en unión con mi maestro y determino no dejar a nadie atrás, pase lo que pase.
FEDERICA MAURIELLO · GIJÓN
Siempre he tenido una búsqueda espiritual, pero nunca encajaba con ninguna filosofía, hasta que mi hermano me habló del budismo Nichiren. Así descubrí la pieza del rompecabezas que faltaba para mi felicidad.
En 2018 recibí el Gohonzon y empecé a practicar con más constancia y determinación, sintiendo poco a poco un estado de alegría que me permitió llegar a vivir con júbilo muchos momentos difíciles ocurridos posteriormente.
Empecé 2021 más determinada que nunca a realizar mi revolución humana y transformar mi karma y el de todos con los que comparto camino. Una cuestión era cómo ayudar a mi madre con sus problemas de salud desde la distancia (vive en Italia). Cuando me llamó para ayudarla, sentí que era la oportunidad que estaba esperando, pero no sería fácil: inconvenientes técnicos, problemas de ego, de comunicación y de entendimiento empañaban nuestros encuentros virtuales y la frustración cobraba protagonismo. Entonces, determiné nuevamente transformar nuestros encuentros en algo agradable y beneficioso para las dos. Al día siguiente, leí este pasaje: «Para enfatizar la importancia de la gratitud, Nichiren Daishonin cita la leyenda del viejo zorro y la tortuga blanca que supieron recompensar un gesto de bondad que habían recibido, y agrega: “Si hasta las criaturas inferiores son capaces de actuar así [saldar las deudas de gratitud], ¡cuánto más deberíamos hacerlo los seres humanos!” […] La gratitud es un sentimiento fundamental en la vida del ser humano».[1]
Añadí a mis determinaciones la de saldar la deuda de gratitud con mi madre armoniosamente. El cambio fue inmediato y tangible: la frustración desapareció, nuestro entendimiento siguió creciendo y su salud mejoró.
Como dice Sensei, todo lo que pasó en estos últimos meses me enseñó «la certeza absoluta de que ninguna oración al Gohonzon queda sin respuesta y que nada es tan poderoso como hacer daimoku».[2]
DANIEL MENÉNDEZ · TORREJÓN DE ARDOZ (MADRID)
Practico el budismo Nichiren desde hace 3 años. Al comienzo de la pandemia perdí mi trabajo, pero esto no me causó sufrimiento, sino todo lo contrario, liberación. Llevaba cuatro años trabajando como programador web y no me sentía realizado. Poder estar un tiempo reflexionando sobre qué hacer con mi vida laboral fue, sin duda, una oportunidad de oro. Tras varios meses de incertidumbre, acabé recordando un viejo sueño que tenía cuando empecé mis estudios universitarios: ganarme la vida haciendo videojuegos. Así pues, armándome de valor y determinación, me apunté a un máster en Diseño de Videojuegos.
En julio de este año terminaré el máster y presentaremos la versión final del videojuego en el que mi equipo y yo llevamos más de ocho meses trabajando duro. El resultado parece prometedor, pero nunca hay que bajar la guardia, así que pienso seguir dando lo mejor de mí hasta el último instante.
Por otro lado, hace unos meses mi novia me dio una grata sorpresa: un amigo suyo al que yo le había hablado del budismo… ¡llevaba un par de meses practicándolo! Sin más dilación, me puse en contacto con él para preguntarle qué tal iba y resolverle posibles dudas. Más tarde, empecé a invitarlo a los encuentros online de La nueva revolución humana, organizados entre los jóvenes de Torrejón. Y he de decir que ¡ha participado ya en dos ocasiones, y asegura que le gustan mucho estas reuniones y que sale muy alentado!
Además, a principios de junio, tuve la buena fortuna de participar como parte de Sokahan[3] en una ceremonia de ingreso en el Centro Cultural Soka de Rivas-Vaciamadrid. Fue una magnífica oportunidad para atesorar con el corazón esta importante actividad, después de tanto tiempo sin celebrarse. Sin duda, los momentos que se viven desde el corazón permanecen grabados para siempre.
JUNKO HIRAMA · JEREZ DE LA FRONTERA (CÁDIZ)
Soy de Japón y crecí en el «jardín Soka» como tercera generación.
En 2020, vine a Jerez para empezar con mi marido nuestra vida en España. Cuando llegué, tenía muchas ganas de conocer a los miembros locales, pero las cosas no fueron fáciles. No entendía el idioma y pronto empezó la pandemia. Esto no solo supuso encerrarnos en casa, sino que ralentizó los trámites del matrimonio internacional, temiendo incluso que mi visado caducara.
Esta situación me generaba mucho estrés y desató muchas discusiones de pareja. No había otro camino que entonar daimoku. Los compañeros de fe en Japón y Cádiz me alentaron mucho. Cada mes participaba en todas las actividades y, aunque no entendía ni una palabra, sentía que todos buscaban la orientación y el aliento del maestro. Esto me daba fuerzas para seguir participando y avanzando en mi lucha.
Mi marido no practica, pero era quien observaba más de cerca cómo yo no me dejaba vencer. En una ocasión le dije: «Estoy orando seria y sinceramente tanto para concretar nuestro matrimonio como por la armonía familiar, ¿por qué no intentamos orar juntos?». Y el verano pasado se desafió a hacer gongyo mañana y noche. Leíamos juntos el Gosho y las orientaciones de Sensei y dialogábamos sobre ello. Al ver su esfuerzo en practicar, sentí un profundo agradecimiento y se fortaleció mi determinación de responder a mi maestro en esta tierra, pase lo que pase.
Finalmente, pudimos casarnos en diciembre y regularizar mis papeles.
Coincidiendo con el mes de la fundación del Departamento de Mujeres Jóvenes, mi marido y yo empezaremos un nuevo capítulo de nuestra vida en Tenerife, independizándonos de mis suegros.
Estoy más determinada que nunca a desafiarme en la campaña «Cien mil diálogos de esperanza» para expandir la senda del kosen-rufu de España que Ikeda Sensei inauguró hace sesenta años, desafiándome en mi revolución humana junto a mi familia.
[1] ↑ IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vol. 30, parte 1, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2021, pág. 17.
[2] ↑ Civilización Global, n.º 192, abril 2021, sección «Estudio mensual», pág. 27.
[3] ↑ Grupo de capacitación del Departamento de Hombres Jóvenes.