Hacer de la adversidad mi aliada


El 2 de marzo pasado falleció en Los Ángeles el legendario saxofonista de jazz y compositor estadounidense Wayne Shorter, nacido en 1933. Practicante del budismo Nichiren en la Soka Gakkai desde inicios de la década de 1970, Shorter inspiró a los integrantes del Departamento de Artistas de la organización, pero también a tantos otros miembros, al representar para todos ellos un ejemplo de humildad y perseverancia. Cuando se cumplía medio siglo del inicio de esta travesía espiritual, el periódico de la SGI de Estados Unidos, World Tribune, publicó una entrevista que mostraba cómo el músico mantenía a sus ochenta y ocho años la actitud vital de quien empieza; de hecho, un tema central del texto es la ópera que acababa de completar y estrenar junto a la brillante Esperanza Spalding, una obra que había empezado a concebir siendo joven. A continuación, y a modo de homenaje, presentamos esa entrevista.


Wayne Shorter sostiene una página de la partitura de Ifigenia, en diciembre de 2019 | Foto: Jeff Tang/Real Magic

¿Puede contarnos cómo surgió la idea de Ifigenia?

Comencé experimentando con la escritura musical cuando estaba en la escuela secundaria. Antes de ser reclutado por el Ejército de los Estados Unidos, estaba trabajando en una ópera titulada The Singing Lesson (La lección de canto). Si bien continué escribiendo cosas en un pequeño cuaderno que siempre llevaba conmigo, nunca las sacaba a la luz. Luego comencé a presentarme a las audiciones como saxofonista para big bands. Fue así como me uní a los Art Blakey’s Jazz Messengers y, después, me incorporé al quinteto de Miles Davis. Más tarde formé mi propia banda: Weather Report. Con el paso del tiempo, seguí escribiendo música en mi libretita.

A través de la práctica del budismo, me di cuenta de que nada se desperdicia. Nada se tira a la basura. Todo en mi vida tiene algo que ver con mi desarrollo en el camino hacia la iluminación. Incluso cuando no tenía contratos discográficos que me llevaran a componer grandes éxitos, no me preocupaba. Simplemente seguía adelante.

A través de la práctica del budismo, me di cuenta de que nada se desperdicia […]. Todo en mi vida tiene algo que ver con mi desarrollo en el camino hacia la iluminación.

Un día conocí a una joven llamada Esperanza Spalding. Pensé: «He aquí una persona original». Nos vimos en una segunda ocasión en Europa mientras realizábamos entrevistas. Estábamos hablando y me preguntó: «Esa ópera que empezaste a los diecinueve años, ¿por qué no la continúas?». El budismo me enseñó que todo lo que prometemos hacer, tenemos que llevarlo a cabo. No debemos dejar nada a medias, para luego no arrepentirnos. Así que decidí que trabajaría en la obra, y Esperanza se encargó de financiarla.

Ella me dijo que podía encargarse también de la historia, es decir, del libreto. Antes de la pandemia trabajamos juntos, aislándonos en Portugal. Durante un tiempo elaboramos nuestras piezas de forma separada (sin tocar, solo escribimos) antes de escuchar lo que el otro estaba componiendo. Entonces, la historia empezó a tomar cuerpo.

Wayne Shorter y Esperanza Spalding trabajan en la ópera Ifigenia | Foto: Jeff Tang/Real Magic

¿Qué desafíos encontró en el camino?

Cuando estaba creando la ópera enfermé y tuve que ser ingresado en un hospital. Llegué incluso a estar cerca de la muerte. En ese estado tuve sueños extraños, pero podía ver a todos mis amigos de la Soka Gakkai y escuchar a mi mujer, Carolina, entonando Nam-myoho-renge-kyo. Cuando me desperté, me puse a trabajar.

Tuvimos ofertas para colaborar con diversas compañías de ópera, pero no queríamos que nadie nos dirigiera. Esperanza me preguntó qué era lo que realmente quería hacer yo. Le dije que mi deseo era crear una empresa que tuviera «verdadera magia». Y, de hecho, ahora hemos creado una compañía con ese nombre (Real Magic) que cuenta con increíbles creadores, productores, directores de orquesta y arquitectos.

Ifigenia se estrenó en Boston, en noviembre de 2021, en la organización ArtsEmerson. Se agotaron todas las entradas de las funciones. Fue muy comentado el hecho de que nunca se habían visto colas de espera que diesen la vuelta a la esquina por una ópera. Mucha gente que fue a verla eran jóvenes. Nadie se preocupó de ponerse un traje. No fue como antiguamente, cuando las personas iban con la cabeza demasiado alta y haciéndose las importantes.

¿Era eso algo que usted buscaba, que Ifigenia fuera accesible para todas las personas?

Sí. Eso es algo que también querían muchos de los compositores clásicos, que su arte fuera accesible. Deseaban que el público fuera a la ópera. Por ejemplo, Mozart pasaba el rato en las calles y quería que sus amigos fueran a la ópera. Solo la aristocracia y los ricos pusieron una barrera entre el arte y el público en general. Yo quería decirles: «Bájense de su pedestal, abran las puertas y déjenme entrar». Quería romper esa puerta con Ifigenia. Hay espacio para todos.

Usted es una leyenda del jazz mundialmente reconocida. ¿Alguna vez ha tenido dudas o se ha topado con obstáculos?

Tuve el honor de que me llamaran de la Rutgers University en Nueva Jersey para preguntarme si podían darle a su nuevo edificio de música el nombre de Escuela de Música Wayne Shorter. La están construyendo ahora mismo. Me han concedido un doctorado honoris causa. Tengo seis, incluidos los de instituciones como The Julliard School, New England Conservatory of Music y Berklee College of Music. En cuanto al nuevo edificio de música, tengo un amigo que está viendo cómo ponen la piedra inaugural. Esto me infunde aliento.

Nunca pensé en retroceder porque tengo mi camiseta que dice «¡Nunca te rindas!». En el hospital, cuando no podía respirar, entonaba Nam-myoho-renge-kyo a media voz para poder continuar orando abundantemente. Vi como toda esa práctica me empujaba más allá de cualquier tentación de frenar, darme por vencido o dudar. Es algo más que ser testarudo, obstinado o llevar la contraria. Es más profundo que eso.

Sé que este espíritu nunca podrá serme arrebatado, a menos que yo mismo lo abandone. Nada fuera de mí puede hacer que lo deje. Me gusta la frase de Daisaku Ikeda: «La fe es no temer a nada». Eso lo llevo marcado en la mente, en el cuerpo y los dedos. Digo: «¡Adelante!» y ya está.

Daisaku Ikeda saluda a Wayne Shorter, en presencia de su buen amigo Herbie Hancock (en octubre de 2006, en el Centro en Memoria de Tsunesaburo Makiguchi de Tokio) | Foto: Seikyo Shimbun

A las personas jóvenes que están iniciando su práctica budista y a las que tienen demasiado miedo de perseguir sus sueños, ¿qué les diría?

El maestro Ikeda dijo en alguna ocasión que hay que hacer de los demonios y los diablos tus aliados. La manera de hacerlo es estudiar y poner en práctica esta filosofía budista. No temer nada está en completa yuxtaposición con tener miedo de hacer algo. ¿Miedo a qué? Miedo a lo desconocido, a ser criticado, a ser rechazado. Miedo a que te miren y hablen de ti de una forma que consideres degradante. Miedo a que tu superior, tu jefe, o la gente de tu entorno te señale como un loco o un estúpido. Miedo a que tus ideas sean atacadas. Miedo al sonido de tu propia voz cuando dices lo que piensas. El miedo a ser castigado. Todo eso es innato, al nacer ya lo tenemos. A veces digo que muchos de nosotros hemos sido secuestrados desde la cuna. Como las pequeñas tortugas recién nacidas que tienen que llegar al mar. Algunas lo consiguen, pero muchas no. Tenemos que llegar al mar de la sabiduría de la vida.

Cuando estaba creando la ópera enfermé […]. Nunca pensé en retroceder […]. En el hospital, cuando no podía respirar, entonaba Nam-myoho-renge-kyo a media voz para poder continuar orando abundantemente. Vi como toda esa práctica me empujaba más allá de cualquier tentativa de frenar, darme por vencido o dudar. […] Sé que este espíritu nunca podrá serme arrebatado.

Mi única determinación es dar vida a bonno-soku-bodai (los deseos mundanos son la iluminación). Para mí, eso significa intentar algo y, cuando crees que no puedes continuar, renovar tu vida otra vez. Y vivir de verdad. Vivir con las múltiples dimensiones de myoho y renge. Yo soy Nam-myoho-renge-kyo. No estoy jugando con ello. Bailo con ello y hago música con ello. El significado de vivirlo es incomparable al mero hecho de hablar de ello. Hago lo mejor que puedo para vivir así en este momento. Jóvenes, estudiad lo que dicen los escritos de Nichiren y de Ikeda Sensei.

Hemos escuchado que ha dedicado su ópera a Daisaku Ikeda y a su esposa.

Sí, esta ópera y también mi último álbum, Emanon. Desde que tomé contacto con Daisaku Ikeda, he sentido que él conoce la esencia y el corazón del proceso creativo. Es capaz de simplificar algo que parece difícil de desentrañar en la vida. Él ya sabe lo que hay que comprender y disfrutar.

Si lo deseas, puedes escuchar el podcast (en inglés) de una entrevista conjunta a Wayne Shorter y Esperanza Spalding

¿Cuál es su definición del éxito?

Es encontrarse con muchos obstáculos, superarlos y pedir que vengan otros. Digo: que vengan, que venga la adversidad. Porque yo sé más que ella. Sé que entonar Nam-myoho-renge-kyo es la clave para hacer de la adversidad mi aliada.

Si haces que tu aliado sea el éxito, se acabó. Estás atrapado. Te han engañado. Es como si llevases tanto tiempo en el infierno que te acabas creyendo que es el cielo. No voy a tomarme a la ligera lo que para mí es el éxito. No voy a decir «tengo lo que quiero». El éxito para mí es: «los deseos mundanos son la iluminación». Ese es mi compañero y mi camarada.

Algunas personas muy famosas vienen a nuestros encuentros locales de la Soka Gakkai. Vienen para que sus nombres puedan elevarse por encima del glamur, el éxito y el dinero. Quieren ir más allá de eso, y para ello tienen que ahondar más profundamente en sus vidas y estudiar la filosofía budista.

Yo mismo quiero seguir estudiando; de hecho, tengo una gran cantidad de lecturas pendientes. Quiero valerme de este logro para construir más.

(Texto adaptado desde la reedición por sokaglobal.org del artículo originalmente publicado en la edición de World Tribune del 1 de enero de 2022).

Wayne Shorter ha sido uno de los músicos de jazz más activos e influyentes de forma sostenida a lo largo de su carrera. Su música se encuadró en el post-bop y realizó aportaciones fundamentales al desarrollo del hard bop, el jazz modal y la fusión. Además de seis doctorados honorarios, su maestría fue objeto de otros tantos reconocimientos, entre los cuales doce premios Grammy.
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Shorter empezó a practicar el budismo Nichiren en la Soka Gakkai poco después de que lo hiciera su amigo y compañero músico Herbie Hancock. Años más tarde, los diálogos mantenidos por ambos con Daisaku Ikeda fueron publicados en forma de libro, con el título en inglés Reaching Beyond: Improvisations on Jazz, Buddhism, and a Joyful Life.
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Tras el Gran Terremoto del Este de Japón, en marzo de 2011, Shorter envió un mensaje en apoyo a las personas afectadas. En él aludía a la pérdida de su esposa en un accidente aéreo en 1996 y a cómo, cuando estaba en lo más profundo de la desesperación, Ikeda Sensei lo había animado a seguir adelante extrayendo la fortaleza propia de un rey del humanismo. A propósito de este episodio, Herbie Hancock relataría posteriormente cómo había visto a Shorter alentar él mismo a amigos que habían ido a verlo llorando la muerte de su esposa, y cómo a través de este comportamiento le había mostrado la esencia de un creyente en el budismo Nichiren, discípulo de Ikeda.
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(Volver a la mención en el texto principal).

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