Mi revolución humana, entre redes de pesca y de relaciones humanas


Pilar Alfaya Míguez | Portonovo, Pontevedra


Pilar, en Portonovo

Conocí la práctica del budismo Nichiren en la Soka Gakkai a través de la que hoy es mi mujer, Pilar, e ingresé como miembro de la SGEs a finales de 2004. Tenía ganas de ver lo que era y, en un inicio, lo viví como una manera de tener una nueva experiencia, pensando «a ver lo que sale de aquí». Fue descubrir algo completamente nuevo.

En ese momento mi madre estaba muy enferma, con demencia, y con mi padre no teníamos una buena relación. Él era una persona un poco severa y consideraba que mi deber era quedarme en casa cuidando a mi madre exclusivamente. Esto me había obligado a abandonar mis estudios siendo muy joven. La difícil relación que existía entre mi padre y yo se tensionó a tal extremo que me echó de casa. Tras este desenlace, me fui a vivir con mi pareja.

Fue un período muy duro. Para mí, mi madre lo era todo, y no poder cuidarla me costó mucho. A pesar del sufrimiento, a través de la oración empecé a ver a mi padre desde el amor compasivo y comprendí que él, que había tenido una infancia carente de cariño, se comportaba de esa forma porque es lo que había aprendido durante toda su vida.

Durante los años que estuve alejada de mi madre me apoyé en la oración y en el aliento que encontraba tanto en la revista Civilización Global como en los escritos de Nichiren Daishonin. En ellos siempre hallé la frase adecuada para enfrentar los momentos de mayor dificultad. Es así como mi práctica se convirtió en un compromiso para toda la vida.

A los dos años de echarme de su casa, mi padre falleció. A partir de ese momento, pude volver a cuidar de mi madre. La sonrisa pasó a ir siempre conmigo: es lo mejor que le podemos dar a las personas con demencia.

Profesionalmente, soy redera: arreglo y confecciono redes para los barcos de bajura que están en el puerto y para una empresa de barcos dedicados a la pesca del atún. […] Es un trabajo duro, que mucha gente no aguanta, porque hay que estar siete horas y media bajo el sol, la lluvia o el frío.

La relación con mi hijo tampoco ha sido fácil. Cuando él tenía 23 años, tuve que tomar la difícil decisión de echarlo de casa. Ante esa situación, entonaba abundante daimoku, algunas veces prácticamente durante todo el día.

Gracias a perseverar en mi práctica diaria, a la actividad de la Soka Gakkai y al apoyo de mis compañeros, poco a poco pude revertir la situación. Nos fuimos acercando y comenzamos a mantener diálogos. A raíz de esto, mi hijo estaba más tranquilo, y fue transformando su vida y rodeándose de buenos amigos. Después de orar y orar, finalmente, mi hijo volvió a vivir en casa con nosotras. ¡Siento un profundo agradecimiento hacia esta práctica!

En La felicidad en este mundo, Nichiren Daishonin escribió: «Sufra lo que tenga que sufrir; goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida, y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo, pase lo que pase. ¿No sería esto experimentar la alegría ilimitada de la Ley? Fortalezca más que nunca el poder de su fe».[1] Siempre tengo presente estas palabras, que me han alentado y me acompañan a diario.

Profesionalmente, soy redera: arreglo y confecciono redes para los barcos de bajura que están en el puerto y para una empresa de barcos dedicados a la pesca del atún. Se trata de un oficio imprescindible en el mundo de la pesca. Mi padre era marinero y en mi casa siempre tuvimos redes; por eso aprendí el oficio desde muy pequeña. Con nueve años, al salir del colegio, marchaba hacia el atador, el lugar donde aprendíamos el oficio gracias a una jefa que nos enseñaba. Es un trabajo duro, que mucha gente no aguanta, porque hay que estar siete horas y media bajo el sol, la lluvia o el frío.

Realizando el oficio de redera

Cuando empecé a trabajar en la empresa actual, hace ocho años, el ambiente no era muy bueno, sobre todo por el comportamiento de parte de las rederas veteranas. Sin embargo, con mi firme oración y determinación por crear armonía en mi lugar de trabajo, con el tiempo el ambiente ha ido cambiando. Siempre me esfuerzo por alentar a mis compañeras a respetar a los demás y a dialogar, y cuando aparece algún problema les transmito alguna frase de la revista CG.

A través de esta postura he logrado, hoy en día, ser muy apreciada por los jefes y por mis compañeros y compañeras. Ahora estoy muy feliz: es un trabajo que me encanta, estoy en mi salsa… Y me permite entablar muchos diálogos.

Con mi firme oración y determinación por crear armonía en mi lugar de trabajo, […] he logrado, hoy en día, ser muy apreciada por los jefes y por mis compañeros y compañeras.

De hecho, gracias a la motivación que ha supuesto para mi vida la campaña de la SGEs «El 1 es madre de 10 mil», he ido creando ocasiones de diálogo con varios compañeros a quienes he hablado de budismo, y más de uno ha recitado daimoku. En realidad, de las cincuenta personas que somos trabajando como rederas, he hablado sobre el budismo a más de la mitad, y últimamente le he transmitido la práctica a una compañera nueva, quien me confesó que le llamaba la atención mi buen carácter y tranquilidad.

En realidad, para mí esto ha supuesto superar mis propios límites, porque soy una persona más bien callada, y me cuesta tomar la iniciativa para conversar. Desde luego, ha sido una gran oportunidad de hacer mi revolución humana, y está siendo una experiencia maravillosa.

Tras todos mis años de práctica, he podido construir una familia armoniosa, con mi mujer, mi hijo, mi nuera… He logrado forjar relaciones humanas basadas en el respeto y crear unión donde antes no existía.

Tras todos mis años de práctica [budista], he podido […] forjar relaciones humanas basadas en el respeto y crear unión donde antes no existía.

Es algo que agradezco muchísimo a la práctica (que no representa un esfuerzo para mí; más bien, es un placer orar), a la Soka Gakkai y a Daisaku Ikeda, a quien siempre tengo presente. Constantemente recurro a sus palabras de aliento; su corazón forma parte de mi vida y, cuando tengo alguna complicación, pienso: «¿Qué haría mi maestro?».

Movida por el deseo de actuar con la misma postura que Ikeda Sensei, quiero contribuir aún más a expandir la red de personas relacionadas con el budismo en el lugar donde vivo, desafiándome a seguir rompiendo mis límites, y entablar más y más diálogos para que más personas tengan la oportunidad de experimentar lo mismo.

Pilar Silveira y Pilar Alfaya, pilares del kosen-rufu en Rías Baixas, delante de su casa en Portonovo

Según las crónicas más antiguas, la confección y reparación de las redes de pesca –la herramienta fundamental para la actividad pesquera– era una tarea que realizaban los propios marineros. Sin embargo, con el tiempo, las mujeres empezaron a dedicarse a esta tarea y, en la actualidad, es un oficio desempeñado mayoritariamente por ellas: las rederas.
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Se trata de una labor tradicional, manual y altamente cualificada, que se transmite oralmente de generación en generación y que requiere de conocimientos específicos. Por eso no es casual que las rederas profesionales inicien su formación desde la infancia o adolescencia.
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A pesar de ser una parte indispensable de la actividad pesquera, en las costas gallegas las rederas han sido un colectivo sistemáticamente discriminado. Por ello, llevan décadas luchando por la igualdad de derechos. Tras el incidente del Prestige (ocurrido el 19 de noviembre de 2002) lograron que se reconociera su oficio como una profesión, pero todavía queda mucho hacer hasta lograr la equiparación de derechos.
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Fuentes:

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GONZÁLEZ, Ana: “La lucha de las rederas por la igualdad sale a la luz en un documental”, La Vanguardia, 26/06/2021.
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MINISTERIO DE AGRICULTURA, ALIMENTACIÓN Y MEDIO AMBIENTE: Rederas: Un oficio desconocido, 2012.
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(Volver a la mención en el texto principal).


[1] ↑ La felicidad en este mundo, en END, pág. 715.

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