Orar, sonreír y confiar


Cristina Solé Freixa · Vilassar de Mar


Conocí la práctica budista en la Soka Gakkai en 1992, en Barcelona, a través de quien era mi pareja.

La primera vez que entoné Nam-myoho-renge-kyo fue tras haber tenido una discusión con mi madre. Después, solo lo hacía de vez en cuando, como para tener suerte.

Al poco tiempo, murió mi madre: sufrió una embolia pulmonar masiva y falleció tras ocho horas angustiosas. Al escuchar que, de acuerdo con el budismo, la vida trasciende la muerte y es en realidad eterna, y que mi oración sin falta llegaría a mi madre, empecé a practicar de manera sostenida.

Mi primera prueba real llegó a los pocos días, al encontrar algo que buscaba intensamente: un segundo trabajo. Consistía en ayudar a un pediatra por las tardes y muy cerca del jardín de infancia donde trabajaba de profesora a media jornada.

Pero la vida tenía otra cosa pensada para mí, y me llevó como un huracán hacia la acrobacia. Empecé muy tarde, con 30 años, pero me encantaba. Decidí entonces que, aunque fuera solo una vez en la vida, para contárselo a mis futuros hijos y nietos, quería subirme al escenario como acróbata.

La oportunidad llegó al cabo de unos meses. Si, desde el inicio de mi práctica, venía experimentado esa sensación tan común de que gracias a ella me encontraba en el lugar correcto, en el momento correcto, en este caso lo viví de una manera drástica. La acróbata que iba a actuar en el Circ d’Hivern, en Barcelona, se rompió la pierna en un salto delante de mí, y fui designada para reemplazarla. Fue duro, pero, al verlo en perspectiva, agradecí enormemente al Gohonzon que mi determinación me hubiera llevado, cuando parecía poco menos que imposible, al escenario. Y disfruté tanto de la experiencia, que decidí que eso sería lo que haría en mi vida en adelante.

Después, hice un espectáculo con mi pareja; pero, al año, y tras diez años juntos, él puso fin a la relación. Yo estaba destrozada, sin dinero, sin trabajo… Me mudé a una casa que tenía mi padre en Vilassar de Mar, a unos 25 km de Barcelona. En ella es donde se entronizó el Gohonzon que entonces recibí, y donde, por cierto, vuelvo a vivir actualmente con mi familia, tras varios traslados de por medio.

Cristina recibe el Gohonzon en el Centro Cultural de la SGEs en Barcelona, en otoño de 1999

Lloraba al recitar daimoku por lograr mis sueños, por ser feliz y por encontrar la manera de salir de esa situación. Nichiren Daishonin escribió: «Sufra lo que tenga que sufrir; goce lo que tenga que gozar. Considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida, y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo, pase lo que pase».[1] Decidí que ya era momento de gozar, y que el motor del cambio sería la suma de oración, como base; terapia, para entender y salir antes de la situación; y acción.

Tras mi daimoku matinal, empecé a ir todos los días a Barcelona a entrenar sola en una carpa de circo. A las semanas, apareció un chico que me dijo que estaba haciendo un espectáculo con un amigo y que buscaban una acróbata. Como resultado, trabajé durante siete años por los mejores festivales de todo el mundo: en Europa, pero también en Japón, Corea, Canadá, Sudamérica…

Trabajé durante siete años por los mejores festivales de todo el mundo […]. Mi daimoku estaba presente en todas partes: […] era realmente mi base.

Posteriormente, formé otra compañía, también con mucho éxito. Mi daimoku estaba presente en todas partes: practicaba en hoteles, aviones, furgoneta, antes de cada actuación… era realmente mi base.

En ese momento, era feliz siendo soltera. Pero la sociedad me empujaba a tener pareja y, también, algo en mí me decía que era el momento de compartir mi felicidad. Y conocí a mi actual compañero y padre de mis hijas, un hombre amoroso, familiar y divertido, entre muchas de sus cualidades. Quiero recalcar que no estaba buscando algo que me faltara para ser feliz, porque ya lo era; nada que ver con mis antiguas relaciones, dado que algo había cambiado en mí. Seguí viajando, pero a la vuelta a casa había una luz encendida, calor, comida lista…

Era feliz siendo soltera. Pero […] algo en mí me decía que era el momento de compartir mi felicidad.

Estando en México supe que estaba embarazada. Nos pusimos supercontentos. Pero llegué a casa enferma: tenía un herpes, que se extendió, y me dijeron que tenía que abortar. Fue durísimo, pero a la vez se volvió clarísimo que queríamos ser padres.

Pasó más de un año sin resultados, y me determiné a entonar dos horas diarias de daimoku. Mi desafío fue no desalentarme y seguir hasta tener una respuesta. Hice muchas horas de daimoku en baños de hotel mientras mi compañera de trabajo dormía, despertándome dos horas antes que ella para hacerlo. Después de tanta oración, llegó la hora de tomar nueva acción, y decidimos ir al especialista. Como nos enseña Daisaku Ikeda, «la oración sin acción es solo una expresión de deseos».[2] Debe ir acompañada de iniciativa, valentía, perseverancia… para traducirse en victoria.

La respuesta fue clara: teniendo yo 41 años y mi pareja diabetes, lo que había pasado al quedarme embarazada había sido poco menos que un milagro. Ahora tocaba seguir las recomendaciones médicas y ser «ama de mi mente»,[3] para no dejar ganar a la vocecita interior que decía «¿Y si no funciona? ¿Y si no lo consigo nunca?…».

Lo peor era la voz de la negatividad por la noche, en la oscuridad, con la guardia baja… Me levantaba y me iba ante al altar, a la hora que fuera, de madrugada. Después de unas cuantas noches haciéndolo, cuando, estando en cama, la negatividad empezaba a martillear, le decía: «O paras, o me levanto a practicar, ¡y estamos muy cansadas!». Así controlé mi mente; fue todo un entrenamiento. No le daba ni un minuto a mi negatividad. Este fue mi mayor logro: sonreír y confiar durante todo el proceso, gracias a la sabiduría, el coraje y la fuerza vital que extraía a través del daimoku, aun ante la adversidad.

Paralelamente, seguía rigurosamente lo que me indicaba el equipo médico. Llegó el momento del in vitro, y me quedé embarazada a la primera. ¡Estaba tan feliz y agradecida! La doctora me dijo lo mucho que le había impresionado mi actitud. Le dije que practicaba el budismo.

Todo fue bien, y al mes y medio del parto ya estaba viajando con la bebé y trabajando. Entonces, decidimos intentar que tuviera un hermano o hermana, y volvimos al proceso.

Completando el elenco familiar, Chiara, Gora y Juan Pablo

Con la llegada del COVID, que tanto dolor, ruina, miedo y malestar trajo, y que tanto se ensañó con los mayores, durante el confinamiento me levantaba todos los días a las seis para hacer tres horas de daimoku, hasta las nueve que empezaba el día en casa. Y debo decir que para nosotros fue un período especial: las niñas se hicieron muy amigas, y había armonía en casa. La oración me ayudó a vivir sin angustiarme por el dinero y el trabajo, y mantuve la calma y la confianza a pesar de perder completamente la gira del verano, con la que en condiciones normales habría sufragado los gastos de todo un año, y de tenerme que hipotecar.

Hoy, viajo en familia. Gracias al confinamiento, mi espectáculo se convirtió en un espectáculo familiar: mi pareja entra en la escena conmigo y mis hijas hacen de voluntarias. Ellas han oído el daimoku desde antes de nacer, y me ven cada día ante mi altar y con una sonrisa. Han participado en algunas actividades del Departamento Futuro, y a veces se sientan a orar conmigo. Me encantaría verlas como las jóvenes de la Soka: fuertes, valientes y dando lo mejor de sí por la felicidad de todo el mundo.

Durante el confinamiento me levantaba todos los días a las seis para hacer tres horas de daimoku […]: las niñas se hicieron muy amigas, y había armonía en casa. […] Ellas han oído el daimoku desde antes de nacer.

Hay un pasaje del Gosho que me acompaña siempre: «El viaje de Kamakura a Kioto lleva doce días. Si usted viaja hasta el undécimo y se detiene cuando sólo resta una jornada, ¿cómo podrá admirar la Luna sobre la capital?».[4]

A partir de ahora, me determino a seguir desafiándome, alentar a las personas, ser una luz en mi casa, en mi comunidad y en el mundo, a crecer cada día siendo un poco mejor persona: esta es mi revolución humana.


[1]La felicidad en este mundo, en END, pág. 715.

[2]IKEDA, Daisaku: La sabiduría para construir la felicidad y la paz, 1, Rivas: Ediciones Civilización Global, 2018, pág. 75.

[3]En la Carta a Gijo-bo, en END, pág. 411, se lee: «El Buda escribió que uno debería ser amo de su propia mente, en lugar de permitir que su mente lo domine».

[4]Carta a Niike, en END, pág. 1072.

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